Capítulo 3

El sábado en la tarde bajé corriendo las escaleras junto con mí guitarra.

Tuve que decirle a Mika que con lo que ganara iba a comprar una pizza.

Mientras bajaba las escaleras estuve más consciente que nunca de que todo era m****a y suciedad en el piso en el que vivíamos. La mugre del suelo de madera debía estar hace siglos ahí.

La avenida principal en la cual vivíamos estaba desierta. Me costó un buen rato tomar un bus que me permitiera llegar a la ruta en la cual trabajaba.

Mí existencia era la calle. ¿Que clase de vida tenía? Se suponía que era el arte y ahí estaba yo, a punto de salir de los veinti y tantos y si es que no lograba sobrevivir a la pandemia iba a dejar el mundo sin obtener ningún asunto bien terminado. La madre de mí hijo decía que yo era un maldito egoísta fracasado. Tenía razón. Yo mismo me miraba al espejo y reconocía esas cualidades tanto en mis ojos como en mis atuendos. Pero uno siempre tiene más cualidades de las que la gente reconoce y una de ellas era pasión por lo que yo hacía.

Era hora de comenzar a trabajar.

¿Cantar repertorio propio o repertorio ajeno? Tal vez me moriría sin haber probado hacer mis propias canciones en la locomoción colectiva y se supone que mí especialidad como músico eran las composiciones. 

La gente ya no daba propinas. La pandemia había fabricado un montón de cesantes. Eran bien lejanos los tiempos en los cuales podía comparar las ganancias de mí jornada laboral en la calle con las de un profesional de clase media.

Siempre dijeron que tenía talento y es más, mí familia siempre creyó que iba a ser alguien famoso algún día. ¿Pero que importancia tenía mí familia? Mis padres habían muerto hace mucho y con ello se habían ido las grandes formas de arraigo hacía lo que era la estructura de lo políticamente correcto, que prácticamente se basaba en lo que los demás querían que uno fuera y no en como uno quería vivir.

Estaba esperando bus en el paradero.  

Sonó mí celular. Había llegado al barrio donde trabajaba y contesté.

— Alo

— Mak ¿Cómo estás?

— Hola Reno. ¡Que sorpresa!

— ¿Cómo está esa cuarentena? Supongo que no estás haciendo música en las calles.

— Obvio que no. Acá estoy en la casa.

— Tienes que quedarte en casa, Mak. El virus es muy contagioso. Podrías aprovechar de retomar tu novela o componer más canciones.

— He estado componiendo harto últimamente. ¿Tu cómo estás?

— Aquí. Logré convencer a Mirla de que se viniera conmigo y casi ni hemos salido de aquí. Te manda saludos.

— Dile que yo también le mando saludos.

— ¿Le contaste a Jare que estabas con Mika esos días que te perdiste?

— No le quise contar. Me dio vergüenza.

— Espero que no hayas vuelto a ver a esa mujer tóxica. Mika se portó muy mal contigo.

Me daba nervio mentir tanto, por lo que intenté cambiar el tema de conversación. 

— Si se. ¿Que onda? ¿A qué se debe este llamado? Pensé que todavía estabas enojado conmigo.

— Nunca me enojé contigo, Mak. Te llamaba para saber si necesitabas algo. Pensé que podías necesitar plata ahora que no puedes trabajar. 

— ¿Me estás ofreciendo un préstamo?

— Más que un préstamo, un adelanto. Me gustaría que te vinieras a trabajar a la costa conmigo cuando pase todo esto. Mí tío cree que van a llegar un montón de turistas cuando el gobierno saque el estado de alarma.

— ¿Y en qué consiste ese trabajo?

—  Mí tío va a vender la pizzería y quiere poner un restaurant. Mirla también se está motivando. Mí tío quiere trabajar solo con gente de confianza.

— Espero que no sea para limpiar los baños.

— Obvio que no, Mak. Todavía no se define nada. La idea es que estemos en contacto. Mí tío dijo que quería llamarte uno de estos días porque te tiene súper considerado.

— Gracias por la consideración, pero mí trabajo está en la música. Tengo un montón de proyectos y pretendo retomarlos cuando esto termine.

— ¿Ni siquiera te tienta el adelanto?

— Eso es demasiado compromiso.

— Ya Mak, piénsalo. Te tengo que cortar ahora. Me está llamando mí mamá. Si necesitas algo llámame.

Reno colgó.

Bueno, aún había esperanzas y quizá no era una mala idea aceptar aquel ofrecimiento. Pero necesitaba dinero en ese momento y no en el verano y no pasaban buses. Me fui a comprar un café, encendí un cigarro, afiné la guitarra, me puse a toser, me coloqué el tapa bocas, vi que venía mí primer show y estaba a punto de subirme al bus cuando vi a Javo. Andaba con un abrigo bastante amanerado que le llegaba hasta las rodillas.

— ¿Así es que estás en la casa winner? ¿Desde cuándo que vives en la calle? Eres horriblemente mentiroso.

Seguro que espió mí conversación con Reno. Javo había sido compañero de universidad y ahí lo conocí. Le di un apretón de manos y a esas alturas estaba seguro de que me andaba siguiendo o algo parecido. Javo era una especie de integrante de la policía inteligente supuestamente y a través de amenazas y extorsiones y recompensas me pedía datos para cazar supuestos artistas revolucionarios que tachaba de delincuentes. No se le tenía ningún respeto puesto que era un intelectual de poca monta, ni quienes lo conocíamos ni yo.  Pensé en hablar un rato con él, pero vi que venía el bus y le hice una seña de despedida.

No pude cantar repertorio propio. La gente iba mirando por las ventanas mientras yo hacía mí show y no sentía ninguna clase de rencor ante aquella soberana indiferencia y me bajé apenas con cuatrocientos.

Cruzando la calle para el camino de vuelta vi como un extranjero siguió las señas de otro extranjero que estaba escondido y le quitó el celular a una chica que iba de copiloto en una camioneta mientras el semáforo estaba en rojo. Una vez que lograron su objetivo ni siquiera se esforzaron en arrancar o hacer de aquel acto un asunto más discreto. Lentamente desaparecieron en dirección hacia el supermercado.

Lev estaba en el paradero antes que yo. 

— ¿Viste eso? —Me preguntó— La pandemia está haciendo que aumente la delincuencia. Cómo la gente está encerrada, estos tipos pueden hacer y deshacer con sus cosas.

— Así es —Le contesté— ¿Cómo va el trabajo?

— Horrible.

— ¿Desde qué hora estás? 

— Llevo cuatro buses. Estoy hace como tres horas aquí.

— Que terrible.

—¿Y tu cómo vas?

— Llevo uno recién.

Lev cantaba y tocaba el acordeón y era de los músicos callejeros buenos, de los mejores. Para mí, si a él le iba mal, tipos como yo simplemente no tenían ninguna miserable oportunidad.

Los ladrones regresaron y se pusieron en guardia nuevamente. Tanto Lev como yo no nos atrevimos ni a mirar ni a recrininarlos.

— ¿Cuando irán a terminar estas medidas sanitarias? —Preguntó—. Nuestro trabajo está horrible.

— No es un asunto que dependa de nosotros— Dije.

— Yo no creo en esta m****a de virus. Es toda una estrategia para detener la revolución.

— ¿En el mundo completo?

— En el mundo completo, hermano. 

Pasó un bus y Lev se subió para hacer su show. Se despidió con una seña. Pensé que ojalá le fuese bien.

Voltié mí cabeza. Javo estaba detrás conversando por teléfono. Podía oír lo que estaba hablando. Insistía para el otro lado de la línea algo así como que estaba todo bien.

Colgó.

— ¿Todo bien winner?— Preguntó.

— ¿Por qué m****a me estás siguiendo?—Pregunté.

Porque me das pena, winner. 

Encendió un pito de marihuana y me ofreció. Acepté.

— No entiendo nada— Dijo Javo.

— ¿Que es lo que no entiendes?

— Que estés mendigando y viviendo de la caridad cuando yo te puse el cielo en las manos.

Lo miré.

— Nunca te he creído ninguna m****a de las que dices —Dije.

Entonces paso un bus que venía con una considerable cantidad de gente pero un colega iba cantando.

Después seguí oyendo a Javo.

— ¿No te da vergüenza que te mantenga una prostituta?

Mika ya no era prostituta pero no le dije nada. Javo continúo:

— En fin, querido winner. ¿Que te costaba hacer lo que te pedí? Te habrías embolsado una buena cantidad de millones.

— Jamás haría eso.

— Pero si no es tan difícil, winner. Era solo escribir una novela corta que hiciera m****a la revolución del año pasado. Nosotros te publicamos y te hacemos famoso. ¿Quieres ver el cheque que te iba a pasar?

Nuevamente pasó un bus con una considerable cantidad de público y al no ver colegas lo tomé y Javo se subió conmigo.

Mientras iba cantando las mismas basuras de siempre saqué cálculos. Me quedaban 22 o 23 mil que debía enviarle a la madre de mi hijo y la pizza costaba 7 mil. Pensaba en que si Javier me seguía siguiendo iba a intentar perderlo de vista para irme a casa. Tenía ganas de estar con Mika. Hacía un poco de frío y lo único que quería era tener mí cuerpo pegado al suyo una vez que saliera de la ducha. Después haríamos el amor y ella estaría contenta, puesto que estaba mejorando en aquello de perderle el respeto y cada vez me daban menos nervios tirarle el pelo y darle nalgadas o enterrarsela directamente en la garganta para terminar en su boca y hacer esas cosas que ella siempre me exigía.

Terminé de cantar y al pasar por los asientos nadie me dio ninguna moneda. Javier estaba de pie frente a mí y me dió UN aplauso. Tenía algo doblado en la mano y lo echó al bolsillo de mí chaqueta.

— Váyase para la casa, winner— Dijo.

— ¿Y si no quiero?

— Le va a caer el virus encima, amigo mío. Comprese una pizza y vaya a acostarse con la putita esa que tiene. Trate de hacer el encargo que le pedí porque le conviene.

Justo entonces paró el bus.

— ¡Muchas gracias maestro!— Gritó Javier.

El chofer del bus tardó en abrir la puerta del medio y Javier desapareció. Después siguió avanzando.

Primera vez en mí puta vida que veía a alguien bajarse en ese paradero. No habían casas ni locales comerciales, solo un verde trozo de carretera.

Javo me dió un billete de veinte mil y otro de diez mil. Era cosa de bajarse dónde vendían las pizzas y comprar una y llegar a casa, pero no quise. No quería seguir trabajando pero tampoco tenía ganas de encerrarme tan luego porque una cosa eran el deber y otra cosa muy distinta eran los deseos.

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