CAPITULO 5

Tú eres la única a quien he querido,

La única que me ha amado.

Y ahora, tienes lo mejor de mí,

Aunque no lo sepas…

RICK

Me quedé cabreado en la clínica cuando Emily se marchó. Sin embargo, Erín no tenía la culpa de todos mis problemas ni los de su madre, así que resignado, me mantuve en un mismo sitio esperando a que Scott se apareciera para increparlo por la reacción alérgica que tuvo Erín a unas medicinas.

Miraba cada cinco segundos mi maldito reloj porque tenía prisa por ir al centro comercial. Con cada minuto y hora, sentía un desespero y angustia indescriptible. Temía que cuando lograra comunicarme con ella, fuera demasiado tarde.

Pasé parte del medio día con mi pequeña hija, preguntando a cada momento si estaba mejor. Scott no aparecía y las enfermeras solo guardaban silencio diciendo que únicamente su médico podía darme esa información.

Era todo tan extraño…

Erín solo parecía dormida.

De vez en cuando colocaba mis dedos bajo los orificios de su nariz y sentía su respiración perfectamente. Leves suspiros salían de su boca, como si estuviera soñando.

Sin embargo, todas aquellas ideas las deseché de inmediato porque era estúpido e ilógico lo que estaba maquinando en aquellos momentos. Tal vez, las ansias por hablarle a Samanta y que supiera lo que estaba viviendo, me hacían desear que todo fuera una simple farsa.

Luego de que me pidieran salir nuevamente de aquella sala, fui al mismo sitio donde me despedí de Emily, quien alrededor de las tres p.m., se dignó a regresar.

Furioso, solo avisé que iría al centro comercial. Era como si lo hiciera adrede y buscara ganarme en tiempo, pero tampoco podía acusarla ya que ella no sabía nada de mi vida  personal.

Tomé un taxi y me dirigía al establecimiento más cercano donde busqué rápidamente una tienda de teléfonos. Cuando lo compré y me explicaron cómo funcionaba, pedí que me activaran una línea y en cuanto lo hicieron, de inmediato maqué el número de mi piso. Sabía que al no responder nadie, derivarían la llamada a un área de recepción y tomarían mi mensaje de todos modos.

En el tercer intento,  una voz femenina respondió y luego de explicarle quién era y con quién deseaba conversar, me solicitó mis datos para corroborar la información. Diez minutos más tarde, Chris tomó mi llamada y sentí una leve esperanza en ese instante.

—Chris, necesito que busques en mi agenda electrónica los números de Samanta y John Richmond, y también de Linda Cox —ordené ni bien tomó la llamada—. Pídele al conserje la llave de emergencia y sube de inmediato; esperaré en línea.

De acuerdo, señor Jones.

Oí de fondo unos movimientos y luego de aproximadamente cinco minutos de escuchar sus pasos, volvió a hablar.

El conserje en estos momentos no se encuentra; hay un sustituto pero no tiene la menor idea acerca de las llaves de emergencia —mencionó y cerré los ojos, llevando la cabeza hacia atrás.

Esto no podía estar pasándome a mí, ¡por Dios!

¡Qué m****a de suerte!

—Pregunta cuando regresará y luego haz lo que te pedí —hablé apenas, intentando contener mis ganas de matar a alguien—. Necesito un gran favor, Chris, y confío en que harás lo que te pido.

Por supuesto, señor. Solo dígame qué debo hacer.

—Necesito que busques a Samanta y le digas lo que está pasando; infórmale a detalle si puedes, de lo que ha ocurrido y dile que me espere, que no me he echado para atrás y que en cuanto resuelva este asunto, regresaré a cumplir mi promesa.

Un silencio largo reinó luego de aquello, hasta que el chofer decidió contestar.

Haré lo que pueda, señor Jones.

—Gracias… —susurré sintiéndome derrotado—. Te llamaré mañana a la misma hora para que me digas como te ha ido.

Está bien, señor. Déjeme apuntar su número para llamarlo antes si tengo novedades —le dicté el número que había apuntado en una tarjeta cuando compré el móvil—. Listo. Mucha suerte.

—Gracias, muchacho.

Colgué la llamada, resignado a que Chris era mi última y única esperanza.

***

Al regresar a la clínica, Emily estaba nuevamente en una llamada y parecía de lo más complacida. Sin embargo, al verme colgó rápidamente.

—¿Has podido realizar tus llamadas? —indagó casual y suspiré.

—Sí, he podido —entornó los ojos con sorpresa, pero de inmediato recobró su habitual semblante.

—Entonces está todo bien…

—Todo perfecto —repliqué y emitió una sonrisa fingida—. ¿Cómo sigue la niña?

—Bien, no ha presentado ningún cuadro alérgico.

—¿Cómo fue que Erín se lastimó de ese modo? —pregunté y ella bufó.

—Ya te lo dije.

—Es que no comprendo cómo los encargados de una escuela con tanto prestigio y renombre, pudieron permitir que una niña de ocho años saliera afuera, sola. ¿Has hecho la denuncia?

Frunció el ceño y luego negó con una sonrisa nerviosa.

—Fue un accidente, Richard. No es necesario hacer un escándalo por algo que ocurrió sin querer.

—¡Ese asunto sin querer, pudo costarle la vida a mi hija! —levanté la voz—. ¿Acaso hay algo que no me estás diciendo?

—No sé a qué te refieres y no me levantes la voz —miró a los lados—. La gente puede oírnos.

—Me importa una m****a los demás. ¿Sabes qué pienso? —dije de golpe—. Que todo el asunto de Erín fue demasiado conveniente para ti, ¿cierto?

—¡¿Pero de qué estás hablando?! ¿Me estás acusando de que yo misma hubiera ocasionado el accidente?

Oírlo de su boca, hizo que me detuviera a pensar en lo que estaba insinuando. Me estaba volviendo loco.

—Solo digo que hay cosas que no cuadran en este asunto y realmente, si hay algo que aún no me has dicho, es mejor que hables ahora.

—Te desconozco completamente, Richard —respondió con aparente decepción—. ¿Crees que soy capaz de perjudicar a mi propia hija? —me llevé la mano al rostro y ella comenzó a derramar unas lágrimas—. ¿Es por esa mujer que te gusta? —dijo con la voz quebrada—. ¿Es por ella que se te hace tan insoportable estar con tu propia hija en estos momentos?

—Nunca he dicho que hubiera otra mujer.

—¡No hace falta que lo digas! —bramó—. La última vez que estuviste aquí, tu actitud te delató y tus tontas reacciones y suposiciones me confirman que es de ese modo. ¿Acaso esa mujer es más importante que tu hija?

—Si fuera como dices, no estaría aquí. ¿No te parece?

—Entonces compórtate y deja de decir estupideces —masculló furiosa, marchándose del lugar.

Respiré hondo e intenté cobrar calma para no seguir torturándome de aquel modo. Pensar y decir cosas sin sentido, no pondrían a Samanta frente a mí para poder aclarar todo el asunto.

Debía contener mi lengua y aceptar que todo era cosa del destino y que nadie había puesto su mano en esto.

***

Al día siguiente aguardé impaciente la llamada de Chris. Sin embargo, al no tener noticias suyas, pasado el mediodía no me quedó más remedio que volver a llamarlo, pero el muchacho no se encontraba.

«¡Estúpido!», me dije a mí mismo por no haberle pedido su número de móvil.

¡¿Dónde demonios tenía la cabeza?!

Ya entrada la tarde en Londres, mi móvil repico y al ver el número que aparecía en la pantalla, tuve la esperanza de que se tratara del chico o en el mejor de los casos, de la propia Samanta.

—¿Hola?

Soy yo, señor Jones —era Chris.

—Hola, muchacho. ¿Pudiste hacer lo que te pedí? —indagué con impaciencia y el chico suspiró del otro lado.

Con mucho esfuerzo —replicó—. La tuve que seguir a todas partes para encontrar el momento de acercarme a ella.

—¿Qué quieres decir?

—Al parecer, su tío la tiene bien vigilada y los escoltas que la cuidan, no dejan que nadie se le acerque —explicó y me tomé el puente de la nariz.

Era evidente que John se había enfurecido nuevamente con ella y ha tomado la misma medida que tomó hace un par de meses. Nuevamente la había vuelto a encerrar por mi culpa.

—¿Está bien? ¿Cómo pudiste hablarle? ¿Te dijo si llamaría? ¿Al menos comprendió la situación cuando le explicaste?

Fue al centro comercial y cuando ingresó al tocador, la esperé fuera para darle su recado en los escasos minutos que la dejaron libre.

—¿Qué dijo, Chris? ¿Te creyó? —volví a indagar desesperado y ansioso.

Dijo que no se preocupara, que ella esperaría por usted hasta que regresara y soportaría cualquier cosa. Pero no tiene modo de contactarse; le han sacado también el móvil que le regaló y cerrado todas las vías de comunicación. Al parecer, el señor Richmond está muy enfadado y no la deja siquiera respirar sin enterarse de sus movimientos.

Tomé asiento y llevé la cabeza hacia atrás, angustiado de que estuviera viviendo de ese modo. Sin embargo, aquellas primeras palabras dichas por el jovencito, calmaron a mi corazón alterado.

¿Señor Jones? —volví a oír y suspiré—. ¿Sigue ahí?

—¿En verdad dijo que me esperaría? —indagué con la esperanza de no haber oído mal.

Es lo que dijo, señor Jones. Usted debe conocerla mejor para saber si es verdad o es mentira.

—Si ella dijo eso, es porque lo hará… —susurré más tranquilo—. ¿Has podido ingresar a mi piso?

Aun no. El conserje regresa mañana —replicó y solo tragué con fuerza.

—Llámame mañana, cuando tengas a mano la agenda que te he pedido —respondí.

Así lo haré, señor —respondió y largué todo el aire que había contenido mientras intentaba autoconvencerme de que Samanta me esperaría.

—Adiós, Chris.

***

Había pasado otro día en el hospital y Erín seguía en las mismas. Aunque confiaba en Scott, ya estaba pensando en buscar otras alternativas, otras opiniones en relación a su caso porque no me parecía normal que siguiera así.

A veces, me dejaban quedarme con ella varias horas. Otras, me sacaban de prisa como si llegara un momento determinado en que no me quisieran allí, con la excusa de que era hora de aplicar medicamentos.

Para mi mala suerte, Chris no había encontrado mi agenda y aunque estaba seguro lo tenía en algún rincón de la casa, tal vez lo olvidé en la oficina de la empresa de John.

Exasperado por toda la situación, los siguientes días comencé a llamar a la empresa para probar mi suerte, pero grande fue mi sorpresa cuando mis llamadas ni siquiera entraban en espera. En vista de la situación, solo le ordené a Chris que siguiera a Samanta y en el momento oportuno, le diera los tantos mensajes que le enviaba. A veces me decía que pudo decírselo, otras que no y que en todo caso, le había dado el número del nuevo móvil que tenía para que llamara si se le presentaba la oportunidad.

A mitad de la segunda semana, al notar que la situación con Erín no cambiaba, se me ocurrió que tal vez respondiera a mis correos.

¡¿Por qué no lo pensé antes?!

Ingresé mi casilla de correo en el móvil y luego de introducir la contraseña, busqué entre los documentos que me había enviado Samanta. De inmediato redacté un extenso mensaje cargado de amor, angustia, culpa y sobre todo esperanzas.

Mi dulce pequeña

Lamento mucho haberme marchado como lo hice, pero la situación desesperada en la que me vi envuelto, no me dejó otra alternativa. Tengo entendido que Chris, mi chofer, te lo explicó y que has comprendido, pero necesito saberlo de ti misma. Necesito desesperadamente que me digas que es verdad y que esperarás por mí.

Jamás te dejaría, pequeña y lamento mucho que estés pasando un mal  rato por mi causa.

Respóndeme si puedes, Samanta. Estaré ansioso aguardando una respuesta de tu parte.

Te amo,

Rick

Presioné enviar, con la esperanza de que en pocos minutos ella respondiera. Sin embargo, aquello nunca ocurrió.

               

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