CAPITULO 3

El amor con su ciencia,

Nos vuelve tan inocentes…

RICK

Una fina lluvia de noviembre me recibió en Londres. Cuando salí del aeropuerto, cogí un taxi y cuarenta minutos después, me encontraba frente a un enorme edificio de la zona suburbana de la ciudad. Las enormes letras colgadas sobre la gran puerta principal, describían el sitio como Clínica Collins.

Scott Collins era el hermano de Emily; un prestigioso médico que fundó su propia clínica  y quien seguramente, estaba a cargo de la salud de mi hija.

Miré mi reloj de pulsera y marcaba casi las doce del mediodía en Boston; cinco horas menos que aquí. Moría de ganas por llamar a Samanta, pero en primer lugar debía ver a mi hija y de todos modos, al móvil debía cargarle la pila.

Me anuncié al cruzar aquella puerta y al rato, Scott se apareció completamente sorprendido de verme allí.

—Richard… —susurró frunciendo el ceño y dejé caer mi bolso en el piso para tomarlo de los hombros.

—¿Cómo está Erín, Scott? ¿Fue muy grave el accidente? —indagué desesperado y entornó los ojos.

—Es mejor que te calmes y hables con Emily.

—¡Pero tú eres el médico, no Emily! —prácticamente grité y las personas que estaba alrededor voltearon a vernos—. Estoy desesperado, Scott —lo solté despacio—. Solo necesito saber cómo está mi hija.

—Está bien, Richard. Tenemos las cosas bajo control y estoy seguro se recuperará pronto.

—Pero Em no dijo eso… —murmuré apenas—. Ella prácticamente me dijo que Erín estaba…

—Lo estaba, Richard. Pero ya logramos estabilizarla —se apresuró en excusar y suspiré aliviado.

—¿Puedes llevarme con ella?

—Creo que es más conveniente que hables con Emily primero —respondió y asentí, caminando tras él hasta el elevador.

Cuando ambos salimos a un pasillo blanco y luminoso del quinto piso, visualicé a Emily conversando por teléfono como si no ocurriera absolutamente nada con nuestra hija. Al verme, se apresuró en colgar la llamada y cambió por completo el semblante de su rostro.

Guardó el móvil en la cartera y se lanzó sobre mí, con un llanto convulso invadiéndola por completo. Aunque Emily era una mujer sumamente fría y calculadora, el dolor que emitía con aquel gesto era realmente comprensible, por lo que la abracé por unos minutos en los que tardó en desahogarse en mi pecho.

—Has venido… —susurró apenas audible—. Creí que no vendrías.

—Se trata de nuestra hija; sabes perfectamente que nada es más importante para mí.

—Lo sé —se apartó y se secó las lágrimas con el dorso de la mano. Caminó hasta la fila de asientos y se dejó caer devastada. De inmediato la imité.

—¿Qué ocurrió? —pregunté con suavidad porque no quería discutir con ella. Lo ocurrido ya pasó y no se podía regresar atrás.

—Cuando salía de la escuela… yo me retrasé porque tenía una junta y al parecer no tuvo cuidado. Salió a la acera, intentó cruzar la calle y un auto la rozó. Cayó y se dio un golpe fuerte en la cabeza.

—¡Por Dios! —exclamé, tomándome de la cabeza—. Necesito verla.

—Está en cuidados intensivos, pero Scott se encarga personalmente de ella, ¿cierto Scott? —se dirigió a su hermano y éste solo asintió nervioso.

—¿Cuándo pueda verla, Scott? No puedo estar con esta incertidumbre de que a mi hija… de que tal vez no la vuelva a ver —me quebré y unas lágrimas cayeron de mis ojos.

Emily tomó mi mano, pero a la única persona a quien deseaba allí, haciendo aquello, era a Samanta. Tiré despacio mi tacto para que no lo tomara a mal y me puse de pie.

—Ordenaré a una enfermera que te ayuden a colocarte las prendas adecuadas y te llevaré yo mismo a ver a tu hija, Richard —respondió Scott y agradecí con un asentimiento de cabeza.

Luego de que Scott se marchara, esperé casi veinte minutos a que vinieran por mí y me vistieran para entrar a cuidados intensivos. Scott me guió un piso más arriba, hasta llegar a una puerta gris, que tenía la lado un cristal trasparente donde antes de ingresar, vi a mi hija recostada en una cama y rodeada de aparatos médicos.

Acaricié con mis dedos cubiertos por látex el cristal, y un profundo golpe sentí en el pecho. Mi ex cuñado me veía con pena, con desespero. Respiré hondo y luego de que me tocara el hombro, reaccioné y lo seguí dentro.

El llanto no tardó en llegar y temblando, tomé la pequeña mano de Erín, quien parecía estar durmiendo plácidamente. No llevaba respirador y además de un leve raspón en la frente, no tenía rastros de haber sufrido un accidente.

—Puede respirar por sí misma —dijo Scott a mi espalda, cuando se dio cuenta que comencé a estudiar el cuerpo de mi hija.

—¿Por qué sigue dormida?

—Porque se encuentra en coma, Richard. Pero no necesariamente por ese motivo, un paciente pierde su capacidad de respirar por sí solo. Eso es indicio de que pronto despertará —me quedé confundido. Sin embargo, si lo decía Scott que era médico, seguramente era verdad.

—Mi pequeña… —le murmuré, mientras mis lágrimas caían sobre la mano que tenía entre las mías. Acuné su rostro y negué sintiéndome culpable por no haber estado para protegerla.

—Estoy seguro que pronto despertará. No debes angustiarte.

—Es imposible que no me angustie, Scott. Sabes que Erín siempre ha sido lo mejor que he tenido, lo único bueno que salió de mi relación con tu hermana.

—Te prometo que estará bien —dijo él y yo asentí—. Puedes quedarte por treinta minutos si lo deseas. Cuando termine el tiempo, enviaré a alguien para que te acompañen de regreso  a cambiarte.

—Gracias —musité y Scott me dejó a solas.

***

Un leve toque en mi hombro me despertó y sacudí la cabeza para enfocar mi atención.

—Señor, ya debe salir —me indicó una enfermera y traté de enfocarla—. Lleva casi tres horas aquí, durmiendo.

Seguía teniendo entre mis manos, la pequeña mano de Erín.

—Lo siento —susurré atolondrado.

—El doctor Collins lo dejó quedarse más tiempo porque es de su familia, pero debemos hacer nuestro trabajo con la paciente. Si puede retirarse, por favor.

Solo asentí y le propiné un beso a Erín en la frente. Antes de retirarme, me volteé a la enfermera.

—¿Qué hora tiene?

—Son casi las nueve —respondió, luego de mirar el pequeño reloj que portaba en su muñeca.

Hice cálculos mentales y en Boston eran como las cuatro p.m.

Salí apresurado de aquella zona y fui a cambiarme de atuendo. Mis cosas seguramente se quedaron con Emily cuando seguí a Scott hasta aquí. Palpé la bolsa de mi pantalón y tenía el móvil allí. Sin embargo, no había traído la batería para cargarle pila al maldito teléfono y llamar a Samanta para avisar que no llegaría.

Tenía tres horas. Cinto ochenta malditos minutos para comunicarme con ella y que no pensara que me había arrepentido. Si bien ella me amaba, era demasiado vulnerable y se dejaba influenciar fácilmente por lo que ocurría o por lo que decían, y si John la convencía de que la dejé plantada, estaba seguro que me costaría mucho que me perdonara y creyera en mí de nuevo.

Bajé nuevamente al quinto piso y efectivamente Emily seguí allí, con mis cosas.

Cuando me vio, se puso de pie.

—¿Cómo la viste? —preguntó ansiosa y suspiré.

—Creo que se encuentra bien. Es como si estuviera simplemente durmiendo.

—Entonces, no has percibido nada anormal… —insistió y negué, mirándola inquisitivamente—. Al menos sigue estable, gracias a Dios —dijo rápido y suspiré, sintiéndome ridículo al pensar mal de ella.

—Sí. Espero que pronto despierte.

—Scott lo logrará, Richard —se acercó a mí, abrazándome por la cintura y me tensé. Tomé sus manos y despacio la aparté.

—Necesito hacer algunas llamadas, pero a mi móvil le falta pila. ¿Tienes alguna batería a mano?

—¿Es muy urgente? —enarcó una ceja y negué, porque sabía que si le decía que sí, haría lo imposible por sonsacarme el motivo.

—Algunos asuntos que tenía que resolver hoy. ¿Tienes un cargador?

—Lo dejé en la casa, lo siento.

—Tendré que comprar uno, entonces —di media vuelta, dispuesto a salir del hospital.

—¿A estas horas? —increpó con burla—. A esta hora no encontrarás nada abierto, Richard. Son más de las nueve.

Tragué con fuerza y supuse que tenía razón.

Tampoco podía acudir a un maldito teléfono público porque no recordaba de memoria el número que debía marcar.

Comenzaba a desesperarme porque las horas corrían y cada vez más se acercaba el momento en que debía cumplirle a Samanta. Sin embargo, no tenía la más puta idea de cómo hacerlo sin recordar los malditos números.

No había llevado ni siquiera mi ordenador para enviarle un mail, ni mi agenda electrónica para llamar a Linda y que pusiera a Samanta en sobre aviso.

¡¿Por qué era tan idiota?! ¿Cómo nunca se me ocurrió aprenderme los números telefónicos?

No había caso; tendría que esperar hasta mañana para hablarle y explicarle que tuve esta emergencia.

Esperaba con todas mis fuerzas que disculpara mi falta y entendiera mis razones.

—En la mañana podremos ver nuevamente a Erín, así que no tiene caso que nos quedemos aquí —la voz de Emily interrumpió mis pensamientos.

—¿No tiene caso? —indagué sorprendido por lo que había dicho. Entornó los ojos y sonrió.

—Es que hay personas muy calificadas para cuidarla y nosotros debemos descansar para poder contenerla. Puede que en cualquier momento despierte y no tiene ningún sentido que nos desvelemos y luego no le sirvamos de nada a Erín.

Asentí porque tenía algo de sentido, pero de todos modos no me iría del hospital.

—Puedes ir a descansar tranquila, yo me quedaré aquí por si se presente algo.

—Está bien. Te veo mañana —se acercó y me propinó un beso en la mejilla antes de irse.

—Hasta mañana —repetí y en cuanto se fue, me acomodé en una de las sillas y mis pensamientos viajaron a Boston.

Samanta

¿Me estaría esperando?

¿Se sentiría muy decepcionada de mí?

Estoy seguro que cuando la llame en la mañana, comprenderé y aceptará mis disculpas.

—Richard —oí la voz de Scott—. ¿Por qué no te marchas a dormir? Erín está en buenas manos.

—Ya le he dicho, pero insiste en quedarse… —dijo Emily, apareciendo nuevamente.

¿Acaso aún no se había ido?

—Te traje un café —explicó como si me oyera el pensamiento y tomé el vaso que me tendió—. Puedes venir conmigo a casa, si quieres.

—No hace falta. Me quedaré aquí.

—Entonces déjame asignarte un cuarto para que descanses —dijo Scott y dudé—. No será problema, así podrás darte un baño y cambiarte de ropa.

—Está bien —respondí resignado.

—Bebe el café antes de que se enfríe. Estás agotado y te hará bien —dijo Em y bebí despacio porque tenía razón. Sentía como si un tractor me hubiera pasado encima.

—Acompáñame, Richard; te llevaré a la habitación que ocuparás.

—Yo me marcho… —dijo Emily y dio media vuelta para seguir en sentido contrario a donde Scott me pedía seguirlo.

Cuando llegamos al cuarto, me dio algunas indicaciones y dijo que no dudara en pedir lo que hiciera falta. Más tranquilo, después que me dejara solo, dejé el móvil sobre la mesa de noche y saqué una muda de ropa del mi pequeño equipaje; la única muda que llevaba. Me di un baño largo y de inmediato, quedé sumido en un profundo sueño nada más salir y apoyar la cabeza en la almohada.

***

Los rayos del sol me dieron con todo en el rostro. Me removí inquieto, buscando un cuerpo a mi lado. Me coloqué boca arriba y bufé, recordando donde estaba y todo lo que había ocurrido. Tomé el reloj que había dejado sobre la mesa de noche junto con mi móvil y miré la hora: diez a. m.

Salté de la cama y fui al baño a asearme para poder ir a ver a Erín antes de salir a comprar una maldita batería y cargarle pila al teléfono.

Terminé y regresé hasta la mesita de noche para tomar el móvil, pero grande fue mi sorpresa cuando no lo encontré.

Desesperado, comencé a hurgar en los cajones, en mi bolso, debajo de la cama, entre la ropa sucia, en las gavetas del baño y hasta en la ducha. No estaba por ningún lado.

¡Mi puto móvil no estaba!

Me tomé de la cabeza y cerré los ojos intentando contener mis ganas de arrasar con todo.

¿Ahora como llamaría a Samanta?

Ella pensaría lo peor de mí y con justa razón si no me reportaba rápido.

Tenía que pensar… debía encontrar una solución a esta situación.

De pronto, se me ocurrió una sola cosa: Chris.

Ese muchacho debía ayudarme para darle un mensaje a Samanta. Sin embargo, también llamaría a la empresa para probar mi suerte.

Sí. Eso haría: compraría un nuevo teléfono y de alguna u otra manera, Samanta Richmond, deberá escucharme.

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