VI

 Mohammed II pronto pudo arrepentirse de su accionar. Pasaron tres años para cuando su imperio se desmoronaba.

 Estaba en su capital Urgench cuando se enteró que los mongoles habían tomado la ciudad de Otrar donde su gobernador había cometido el insulto de arrestar a la caravana mongola. Tras cinco meses de asedio finalmente los mongoles irrumpieron en la infortunada ciudad, mataron al gobernador que había realizado el insulto derramándole oro fundido por la boca, asesinaron a casi todos los hombres adultos y vendieron el resto de habitantes como esclavos. Poco después caería Bujará; la perla de su imperio. Rodeada por desierto, el ejército mongol logró lo que se creía imposible hasta entonces y atravesó las candentes arenas sin morir, ayudados por expertos guías beduinos reclutados a la fuerza que conocían los pozos y oasis. Aparecieron como fantasmas de la nada y arrasaron la poco fortificada ciudad que confiaba en el desierto como su principal protección. Nuevamente morirían casi todos los hombres, los adolescentes varones serían convertidos en soldados y el resto de la población en esclavos. El destino de las infortunadas mujeres jóvenes era mejor no decir.

 Le seguiría Samarcanda. Irónicamente la misma ciudad donde el propio Mohammed alguna vez conquistó cuando derrotó a sus enemigos kitai. Él mismo había ordenado la muerte de 10.000 personas en represalia por una breve revuelta años atrás. La fama de los mongoles les precedía y muchos soldados se rindieron. Los que no se rindieron fueron asesinados por Gengis Kan una vez que la ciudad fue tomada; no mostró piedad a uno solo.

 Mohammed intentó buscar aliados. Trató de que el Califa abasí le asistiera, pero estaban enemistados desde que Mohammed se declara independiente del califato y, por el contrario, corrían rumores de que Bagdad apoyaba a Gengis Kan. ¡El líder del Islam ayudando a un pagano contra sus hermanos musulmanes!

 Poco a poco las tribus aliadas de Mohammed fueron desertando, temerosas del terror mongol y China ya había sido derrotada. Estaba solo…

 ¿Cómo habían podido unos 90.000 mongoles derrotar a su ejército de 400.000 hombres sin contar mercenarios? Sólo un genio militar había logrado tal cosa.

 A las puertas de Urgench llegó el terrible ejército mongol. Normalmente dividido en tres grandes secciones comandadas por uno de los hijos de Gengis, Jochi, por su general Subotai y por el propio Kan. Traían consigo ingenieros chinos que creaban brillantes maquinarias de guerra como balistas, arietes, catapultas y fundíbulos. Mercenarios turcos que habían desertado en Samarcanda y su letal caballería.

 Pero Urgench no se prestaba para las tácticas de guerra. Su terreno rodeante era pantanoso y no permitía el uso de las máquinas de guerra ni había disponibilidad de piedras para las catapultas. Los mongoles decidieron omitir el asedio y pasar directamente al asalto. Tras varios días de ataques lograron ingresar a la ciudad. Los corasmios pelearon ferozmente, defendiéndose de los mongoles casa por casa. La contienda fue sangrienta y tomó días, con una cantidad de bajas mongolas mayor de lo usual. Pero finalmente Temudjin se irguió como vencedor desde la torre más alta en medio de una ciudad de la que se elevaban pesadas columnas de humo y sobre un mar de cadáveres que ensangrentaban las calles.

 El legendario Kan moriría solo 6 años después habiéndose convertido en el emperador del imperio más grande jamás visto hasta entonces. Subotai continuó sirviendo lealmente a sus hijos.

 Junto a Batu Kan pasó años viviendo en Europa recopilando inteligencia. Usualmente ignorados como si fueran simples mendigos —tal y como preferían— descubrieron hábilmente las debilidades y flaquezas de sus ciudades. Bajo el mando de Batu ahora los mongoles se disponían a hacerse de toda Rusia.

 Ogodei, el segundo hijo de Temudjin, había sido elegido como su sucesor. El primogénito de Borte, Jochi, nunca se supo si era hijo de Temudjin o de los merkits que violaron a Borte durante su cautiverio, pero de todas maneras había muerto para cuando Temudjin dejó el mundo.

 Batu era el kan de la Horda de Oro, rama occidental del Imperio. Arrasaron sin mucho problema con los bárbaros búlgaros, cumanos y alanos que llevaron sus historias de terror como refugiados a oídos rusos. Pronto borraron del mapa a la ciudad rusa de Riazán, continuaron con Moscú y Vladimir. El príncipe ruso Yuri II, aterrado, intentó refrenarlos siendo derrotados sus ejércitos en cada enfrentamiento contra los mongoles. Seguirían sus conquistas sobre Crimea y Moravia, derrotaría a los templarios y los teutones, y conquistaría a sus parientes lejanos; los húngaros.

 Sin duda Batu Kan habría llegado al Atlántico de no ser por una casualidad del destino.

 Subotai disfrutaba de una infortunada prisionera rusa en su tienda cuando fue interrumpido por el propio Batu Kan. Subotai ya rozaba los 70 años y parecía un viejo lobo, anciano y cansado, pero aun imponente.

 —Lamento interrumpir —le dijo. Subotai se detuvo y la aterrada muchacha intentó cubrirse con las cobijas. —Este mensaje llegó del Este. Mi hermano ha muerto y se deberá elegir un nuevo Gran Kan.

 Subotai tomó el pergamino de las manos del muchacho y lo leyó con atención, a sabiendas que el chico sería candidato a la sucesión.

 Depusieron entonces su mortal campaña por Europa. Los dominios de la Horda de Oro sobre Rusia, conocidos como “yugo tártaro” durará algunos años más pero será muy tenue y se limitará a cobrar tributos dejando todo lo demás a sus gobernantes locales. Sin embargo el precio fue costoso y se calcula en al menos la mitad de la población rusa muerta.

 Camino a Mongolia fallecería Subotai a los 73 años poniendo fin a la generación que forjó el Imperio que no tardaría mucho en desmoronarse por las luchas fratricidas.

—¡Doooooooooonnyyyyyyyyy! ¡Doooooooooonnyyyyyyyyyyy! —le llamaba de nuevo la voz de su amada Jackeline. Johnny tuvo imágenes en su mente de la joven siendo abofeteada y ultrajada sobre la cama en donde horas antes le hacía el amor.

 —¡NOOOOOOO! —clamó Johnny despertándose.

 —Sejmet dijo la verdad —aseguró una voz masculina. Los ojos de Johnny dejaron de estar nublados y pudo reconocer el exterior. Se encontraba a lo interno de un castillo gótico propio de una película de terror, iluminado con antorchas y tétricos candelabros.

 Sobre un trono cuyo respaldar terminaba en alas de murciélago y tenía el rostro de un demonio sonriente en el centro se sentaba una mujer cubierta en ropa de sacerdotisa babilonia incluida el elegante tocado en la cabeza. De largos cabellos rizados castaños y notoria belleza, lo observaba con mirada sardónica y sonrisa cruel.

 A su lado estaba Sejmet con una cadena amarrada al cuello y que empuñaba la mujer y sus ropas de diosa habían sido cambiadas por un revelador traje de esclava egipcia que ocultaba poco.

 Una tosca mano lo tomó del cabello y le colocó un cuchillo en el cuello. A su lado, un hombre con sombrero de copa y ropa de británico victoriano, con barba rasposa de pocos días y mirada maléfica le espetó al oído;

 —Saluda a tu nueva ama, bastardo.

 —Suficiente de eso, Jack, no seas tan mal educado con nuestro huésped —aseguró la mujer.

 —¿Jack? —preguntó Johnny poniéndose de pie una vez que el hombre del cuchillo lo soltó.

 —El Destripador —respondió la mujer.

 —Usted debe ser Lilith —conjeturó.

 —Veo que mi reputación me precede.

 —Y su belleza también, así como el cómo la consiguió. Traicionando a Dios y uniéndose a las huestes de Satanás.

 —Todo tiene un precio. La esclavitud, por ejemplo, fue el precio que mi querida Sejmet acá presente ha tenido que pagar a cambio de mi protección ahora que ha perdido su reino —aseguró Lilith acariciándole el mentón a una Sejmet que se veía humillada.

 —No me interesan sus repugnantes juegos e intrigas.

 —Pero a mí sí me interesa dominar tu poder —aseguró ella poniéndose de pie y acercándosele hasta tocarle el pecho.

 —Sí, Sejmet ya intentó eso.

 —No será mi caso —auguró—, los hombres no son lo mío. Además. Pero hay algo de ti que sí podría probar… Jack, llévalo a mi cuarto.

 La habitación de Lilith era amplia y lujosa, pero igual de macabra que el resto. Allí lo encadenaron de espaldas a un gran ventanal con cadenas que conectaba al techo.

 Una espesa neblina rojiza se observaba tras el ventanal y más allá el extenso poblado que parecía brotar de la versión hollywoodense de Transilvania, cuyos habitantes vivían en constante terror, asolados por la insaciable hambre de los monstruosos murciélagos antropoides que patrullaban las calles y por la constante amenaza de tener que satisfacer la sed de sangre de su ama.

 El Castillo Lilith se alzaba ominoso por sobre un lago de sangre al lado del poblado, con una catarata de sangre que emergía de sus cimientos hacia el lago, y una neblina escarlata que expiraba del mismo.

 Lilith llegó hasta donde él y ordenó que la dejaran sola, luego tomó un afilado cuchillo que resplandeció con la luz de las velas y le cortó el brazo para extraerle la sangre dentro de un cáliz. Bebió del mismo y pareció estremecerse de placer.

 —Nunca había probado algo así —aseguró como afectada por un narcótico poderoso.

 —Entonces es cierto el rumor, usted es la primer vampira —dijo él.

 —Alguna vez fui humana, la primera mujer humana de hecho. La sangre, por otro lado, siempre fue especial para mí. ¿Sabe? Adán me violó cuando rehúse acostarme con él una vez. Fue la primera vez que vi sangre… la mía. Tuve que probarla, fue un impulso instintivo y desde allí desarrollé un gusto por ella.

 —Si efectivamente soy un dragón del infierno, ¿no teme que me transforme y la mate como hice ya con Dantalion?

 —Correré el riesgo.

 —¿Por qué Sejmet aceptó ser su esclava?

 —Protección —aseguró Lilith extrayéndole más sangre y luego caminando por la habitación mientras bebía. —Somos inmortales. La única forma de morir aquí es si alguien te mata, pero los señores infernales rara vez serán tan generosos y yo era la que le ofrecía un destino menos cruel que los otros.

 >>A cambio me informó de la traición de Palmer, lo que me permitió rastrear donde reaparecerías. Muchos te deben estar buscando en este momento…

 —Pero ahora me tiene usted…

 —Sí, pero no te preocupes —aseguró Lilith sosteniéndole el mentón—, que mi interés no es convertirte en dragón. Al menos no aún. Si no disfrutar de su deliciosa sangre —aseguró mordiéndose el labio.

 —Mi señora —interrumpió Jack entrando a la habitación. Lilith se giró hacia atrás. —Los nuevos tributos están acá.

 Lilith se relamió.

 Bajó las escaleras de su castillo hasta la entrada principal. Periódicamente Lilith exigía como pago de impuestos entre la población que escogieran tres mujeres para someterlas a sus sádicos placeres, a menos que consiguiera cautivas nuevas en algunas de las muy frecuentes incursiones militares que realizaba contra los señores vecinos.

 Ante ella fueron presentadas por Jack tres jóvenes mujeres.

 —¿Qué hiciste para llegar aquí? —le preguntó Lilith a la primera aferrándole el mentón mientras sonreía.

 —M… magia… negra —respondió ésta, era una chica gótica con ropa rockera.

 —Mmm mi favorita, solía practicarla ampliamente —luego miró a Jack y asintió, por lo que se llevó a la muchacha.

 —¿Y tú? —le preguntó a otra, ésta de raza negra y cabellos rizados.

—Maté al hombre que me violó —respondió con encono.

 Lilith se acarició la barbilla.

 —Una excelente razón —aseguró—, no puedo salvo aplaudirla. —Lilith se giró hacia sus servidores. —Libérenla. Ya he tenido suficiente —dijo. La joven mostró genuina sorpresa en su rostro.

 Jack obedeció, jaloneándola del brazo y llevándola hasta la puerta desde donde la expulsó de un empujón.

 —No sabes lo afortunada que eres —le dijo.

 —¿Y tú? —le preguntó a la tercera—, sabré si mientes así que no lo intentes.

 —Yo…maté a mi hermano —aseguró mirándola desafiante.

 —¡Que delicioso! —aseguró Lilith—, pero no te salvará de mis juegos. Llévensela con la otra —ordenó. Jack obedeció.

 La joven gótica fue internada en las lóbregas entrañas del castillo hasta llegar a la cámara de torturas situada en el vasto sótano. Desde el interior reverberaban los alaridos adoloridos de las víctimas de Lilith, todas ellas mujeres jóvenes. Algunas en cepos, otras en jaulas de metal, unas en potros y en damas de hierro, y otras encadenadas a la pared. Sucias y harapientas, con moretes en la cara y otros rastros de suplicios infringidos.

 Sus torturas eran supervisadas por un experto; un hombre ataviado con el hábito de un monje, capa y capucha negras.

 —¡Oye, Fausto! —dijo Jack—, nuestra ama te envía la carne fresca.

 —Debí quedarme con la Wicca —dijo la chica gótica al ver esto. Prontamente fue desnudada y colocada en un cepo donde se le comenzó a azotar.

 —Una nueva pecadora para aleccionar por años —aseguró—maravilloso.

 —¿Estando aquí en el infierno y todavía sirves a Dios? —le preguntó Jack intrigado.

 —Sí, en Su infinita sabiduría me envió acá a continuar mi labor aún en el infierno.

 Jack trajo a la otra chica. Fausto hizo algunas señas y le encadenaron las muñecas a unas cadenas pendientes del techo preparándose para someterla a duros tormentos.

 Jack dio la espalda en busca del azote apropiado a utilizar, pero cuando se giró se dio cuenta que la mujer ya no estaba y los grilletes colgaban solitarios.

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