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Allegra despertó con un suspiro, de esos que sueltan los niños cuando se han quedado dormidos llorando.

Miró alrededor y se quedó quieta; no reconocía del todo aquella habitación.

—Buenos días, princesa –era la voz de Duncan. De hecho, estaba sobre él en un sofá.

Se recostó de nuevo sobre su cuerpo, besando su pecho amplio a través de la camiseta que llevaba puesta. Era una lástima que él estuviera tan enfermo, pues deseaba con toda su alma desvestirlo para volver a estudiar su cuerpazo como lo había hecho hacía cuatro años.

—Es real, estás aquí –susurró

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