3

 

Unas puertas dobles se abrieron y antes de entrar, Edna lo hizo inclinarse para que ella pudiera susurrarle algo al oído:

—Quédese quieto aquí, mi jefa vendrá a usted. Haga todo lo que ella le diga, y si no sabe usar los tenedores, por favor, sólo mire a los demás, no es tan difícil.

Extrañado ante esas recomendaciones, la miró ceñudo otra vez, pero Edna desapareció tras las puertas dobles. Se hizo consciente entonces de la música de cámara, de la cháchara de los presentes y que todos, exactamente todos, iban vestidos con ropas que en alguna ocasión debieron lucir modelos en alguna pasarela de Milán.

El salón estaba ricamente panelado de arriba abajo, y en el techo una araña de cristal iluminaba con majestuosidad. Su luz caía sobre lentejuelas, perlas y diamantes aquí y allí. Y sobre el pelo rubio platino de una despampanante mujer que se encaminaba hacia él.

Había que verla. Su escote no era muy profundo, y la palidez de su piel contrastaba de manera perfecta con el tono azul petróleo del vestido. Una gargantilla de diamantes adornaba su delgado cuello.

—¿Duncan? Gracias por venir.

—Disculpe… ¿La conozco?

Ella sonrió coqueta metiendo su mano en el hueco de su brazo.

—Qué bromista eres, querido.

Estaba en el limbo. En el lim-bo.

Ella se acercó a su oído.

—Por favor disimula. Ellos creen que eres mi novio.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Porque yo se los dije, claro. ¿Te hicieron sentir mal Giaccomo o Edna?

Duncan la miró a los ojos entonces, el mismo tono azul violeta de la pelirroja de esa mañana en la entrevista, y fue atando cabos. Aquí tenía el maquillaje mucho más sobrio, pero era la misma, más hermosa, más en su lugar.

—No… me trataron muy bien –mintió.

—Gracias al cielo. ¿Sería mucho pedir que por favor pongas tu mano en mi espalda?

Aturdido, él la miró e hizo caso. Ella llevaba la espalda desnuda, pues el vestido la dejaba todo al descubierto.

—No entiendo nada.

—Bueno, no hay mucho que entender –contestó ella mientras detenía a un mesero, y lo miraba para que él tomara las dos copas que quedaban y le ofreciera una a ella. Como si fuera telepatía, el entendió e hizo así. —Tenías mucha razón. Eres observador y aprendes rápido.

—Aun así, me gustaría que me explicara…

—Vaya, vaya, vaya —escuchó decir a sus espaldas. Duncan sintió a “su jefa” tensarse como la cuerda de una guitarra eléctrica –Pero mira nada más: Allegra Whitehurst. Qué preciosa estás, querida mía.

¿Allegra qué? ¿Quién era esa, acaso? Ella era la señorita Warbrook… ¿no?

—Hola… Thomas –hubo un cambio en ella que le llamó la atención. Ahora no parecía la hermosa joven dueña de sí misma y del mundo en su traje carísimo y sus diamantes. En su mirada había mucha inseguridad.

Por instinto, él posó de nuevo la mano en su espalda.

—Ah… tres meses, ¿no? ¿A quién tenemos aquí?

Duncan miró entonces más atentamente al espécimen frente a él. Algunos treinta años, rubio, ojos grises fríos como una tarde de invierno, musculoso de estar horas en el gimnasio, y demasiado bien vestido.

—Duncan Richman, —se presentó— a sus órdenes.

—No creo que sigas a mis órdenes cuando sepas quién soy. Mi nombre es Thomas Matheson, y soy el ex novio de la que tienes al lado. ¿Cierto, cariño?

—Sí, lo es, pero Duncan ya sabía eso, ¿cierto?

—Sí…. Ya me lo había… comentado –improvisó él, siguiendo la recomendación de Edna.

—Y dime, ¿cuáles son tus negocios… Richman?

—Los autos.

—¡Los autos! ¿Ford, acaso? ¡No! ¡Fiat!

—De todo un poco.

—Qué extraño. ¿En qué departamento trabajas?

—Bueno…

—Prohíbo que hablen de negocios ahora. Thomas, estás interrumpiendo mi velada con Duncan.

—¿Qué quieres decir con esto, que no es sólo producto de la apuesta que hicimos hace tres meses?

—Claro que no. Yo amo a Duncan.

—Sí, claro. ¿Y cómo es que hasta ahora sé de él?

—¿Acaso has estado pendiente de mí alguna vez?

—Siempre, cariño.

—¿Apuesta? —preguntó Duncan un poco tardíamente, y mirando a uno y a otro alternadamente. No le gustó la sonrisa del tal Thomas.

—Eres mi reemplazo, supuestamente, más guapo, más rico y mejor en la cama que yo. Todas tres opciones están en duda ahora mismo.

—La primera ya debió haberte quedado clara, ¿no?

Thomas soltó la carcajada. En el momento una mujer de cabellos rojizos y escote prominente se acercó a él y lo abrazó posesiva.

—Cariño, me dejaste sola.

—No te preocupes, sólo quería venir a ver con mis propios ojos esta farsa—. Miró a Allegra con las cejas alzadas—. Me has sorprendido, pero la apuesta no era sólo tenerlo sino “mantenerlo”, ¿recuerdas? Nos vemos luego, querida.

En cuanto se fue, Duncan retiró la mano que había tenido apoyada en la espalda de ella. Miró su copa de vino apretando los dientes. De alguna manera había entrado a un juego sucio de niños ricos. Aquella extraña entrevista tenía sentido ahora. Ella no buscaba un empleado para su empresa. Buscaba un novio para ganar una apuesta.

—Creo que me voy.

—¡No! Por favor, escúcheme. Me hubiese gustado que tuviésemos más tiempo para explicarle la situación antes de que él llegara, pero, por favor…

—No me gustan estos juegos.

—¡Pero es que es importante!

—Importante para usted. ¿Quién eres, de todos modos?

—Deme quince minutos y le aclararé todo.

—Creo que no tengo tanto tiempo. Me voy–. Se deshizo de la copa de vino, dio media vuelta y salió del salón. Sorprendido, vio que ella lo seguía.

—Si no tiene tanto tiempo, le explicaré mientras sale del edificio. Thomas era mi novio, y me fue infiel. Me dijo que nunca encontraría a un hombre como él, ¡y no pude soportarlo!

Llegaron hasta las puertas del ascensor. Él se metió ambas manos en los bolsillos. Ahora que caía en cuenta, debía ir por su ropa.

—Sí, me imagino, y usted le juró que en menos de tres meses encontraría a alguien más guapo, más rico y mejor en la cama que él. Lo primero es muy relativo, lo segundo es falso, y lo tercero… —la miró de arriba abajo— no tendrá tiempo de comprobarlo.

—No se vaya, por favor. Le pagaré muy bien. ¿Cuánto me pide? Estoy dispuesta a pagarle lo que sea necesario. ¿Diez mil mensual? ¿O por salida? ¿Lo prefiere así? Tengo mucho dinero y puedo pagarle la suma que sea necesaria…

Las puertas del ascensor se abrieron, y detrás de él, entró ella. Desafortunadamente, una pareja de ancianos iba con ellos, y no pudieron hablar sino hasta que salieron.

—No estoy a la venta, señorita. Y usted lo que necesita tal vez sea un gigoló.

—¡No necesito un gigoló, lo necesito a usted! ¡Ya Thomas lo vio! Discutamos los términos de nuestro contrato…

— ¿Nuestro contrato? Quiere que sea su novio falso y además quiere un contrato? ¿Qué tiene en la cabeza, señorita Warbrook?

—Whitehurst. Allegra Whitehurst.

—Bien, qué pena, ¡pero es que esta mañana no tuvo la delicadeza de decirme su verdadero nombre!

Entró a la habitación donde antes lo habían desvestido y vuelto a vestir como si de una Barbie se tratara. Ahora sólo estaba Edna.

—Si le indigna tanto, ¿por qué contestó al clasificado?

—¡Envié mi currículum a la Chrystal! ¡Para trabajar en cualquiera de sus oficinas, en cualquiera de sus departamentos! ¡Nunca para ser parte de un sórdido juego de una niña rica extravagante!

—¿Qué? –gritó Allegra. Miró a Edna, pero esta hacía una mueca al verse descubierta – ¿Qué hiciste Edna?

—Eso, exactamente. Robé unos expedientes de la Chrystal.

—Oh, Dios, Edna, ¿qué hiciste?

—Eso que te acabo de decir, no me hagas repetirme… —al ver la mirada que le lanzaba Allegra añadió—: ¡Estabas desesperada!

Ambas se giraron hacia Duncan y quedaron boquiabiertas. Él vestía sólo unos bóxer y las medias, y buscaba su pantalón en el perchero para volvérselo a poner.

Dios, qué cuerpo, pensó Edna.

Allegra ni siquiera pudo pensar. Era demasiado… Su pecho salpicado de vello negro era musculoso, mucho gimnasio, quizá, y su vientre plano tenía un caminito de vello que se perdía en el interior del bóxer. Y su trasero… Ohhh, su trasero…

—¿Dónde está mi ropa? –preguntó él mirándolas fijamente. La única que tuvo la presencia de ánimo para moverse y ayudarlo fue Edna. Allegra estaba clavada en el suelo como una viga de mármol.

—Aquí tiene.

—Gracias.

—No se vaya, por favor –susurró Allegra.

—Lo siento, señorita. Agradezca que no la denuncio; eso que hizo, robar mi Currículum, es grave. No sé quién es usted, pero me apuesto a que es de dinero. Podría sacarle mucho, ¿sabe? y lo necesito, aunque no es mi estilo… y seguro que el escándalo no la beneficiará, así que piénselo.

Se vistió en menos de tres minutos, y salió con la corbata a medio poner. Allegra fue detrás otra vez. ¡No podía irse, no podía perder ante Thomas!

—Le aseguro que en ningún trabajo le pagarán tan bien como yo tengo pensado pagarle. Dijo que es responsable de una familia, ¡piense en ellos!

—Exactamente eso estoy haciendo, pensar en ellos. Cuando me pregunten cómo me gano la vida, ¿qué les voy a contestar? —Volvió a tomar el ascensor, esta vez ella no entró con él. Cuando llegó al lobby, encontró al rubio ex novio de su también reciente ex novia, con la pelirroja tetona y besándola.

—¿Seguro que no volverás con Allegra Whitehurst?

—Claro que no, ni que fuera idiota –dijo él. Duncan se detuvo y se escondió tras una columna. Si bien no iba a participar en aquel juego, tampoco la iba a humillar más dejando que él viera que abandonaba la fiesta y la dejaba sola —Es tan insulsa y poco ardiente que me duermo cuando hago el amor con ella.

—Estás hablando en presente, ¿sabes?

—Bueno, cuando hacía. Ya no me interesa ella. Es la peor amante que he tenido en mi cama, y créeme, he tenido muchas.

—Eso quiere decir que le fuiste infiel toda su vida. Han sido novios desde la adolescencia, ¿no?

—¿De veras crees que me iba a conformar con ella? –A esas alturas Duncan tenía el ceño fruncido y estaba bastante molesto. Puede que Allegra Whitehurst no fuera la más honesta del mundo, pero ninguna mujer merecía que se expresaran así de ella–. Es una pobrecilla que lo único que tiene es dinero. ¿Te has fijado? ¡Ni siquiera tiene amigas! La única persona con la que habla es con la arpía esa, Edna, que es su nana. Es incapaz de socializar, y vive metida en sus libros y sus fundaciones. Estuve con ella todo este tiempo sólo porque mi padre prácticamente me obligaba.

—Pero al fin le terminaste, ¿no?

—Por fin –dijo él, pasando por alto que había sido ella quien le terminara cuando lo encontró en la cama con otra—, y voy a comprobarle que no logrará mantener a ningún hombre interesado. Ese que estaba a su lado no le durará ni una noche. Apuesto que, en un par de horas, luego de estar con ella en una cama, la botará como lo que es, una estúpida sin imaginación alguna.

Duncan estaba furioso. Realmente furioso. No conocía a ese Thomas, pero ya lo estaba odiando. No conocía a Allegra Whitehurst, pero ya la estaba compadeciendo. Aquello rayaba en la crueldad.

Vio a Allegra llegar al lobby y mirar a todos lados. Al no verlo, sus hombros se cayeron vencidos, como en una derrota. La delgada mano le tembló cuando echó hacia atrás un rubio mechón de cabello. M****a. Thomas la había visto, y en su cara se veía que tenía toda la intención de ir hacia ella para seguir humillándola.

Eso cambió todo, y Duncan hizo la mayor locura de su vida: Se encaminó rápidamente a ella, le tomó la cintura en sus brazos, y la besó. No fue un beso cualquiera, fue un beso profundo, caliente. Entrelazó con ella su lengua y la succionó y le violó la boca. Ella respondió a su beso, al principio sorprendida, pero luego se perdió en ese juego tan completamente que cuando interrumpió el beso, ella aún parecía perdida en algún país entre la niebla.

—Q… qué…

—No me preguntes nada. Discutiremos los términos de nuestro contrato mientras me acercas a mi casa… me imagino que trajiste un coche o algo.

—Boinet me trajo…

—¿Boinet?

—Mi chofer.

—Claro. Por supuesto que tienes chofer.

Miró hacia un lado y vio que Thomas los miraba fijamente. Tomó a Allegra de la cintura y prácticamente la obligó a caminar, ella permanecía aturdida.

—Señor Matheson. Lamentablemente abandonaremos la fiesta temprano. Ya sabe, si nos preguntan allá arriba, excúsenos… Aunque bueno, creo que todo el mundo nos comprenderá. ¿Vamos, amor?

Allegra era vagamente consciente de que le hablaban a alguien, no dejaba de mirar sus labios. ¡Por Zeus! ¿Era él quien la había besado así? ¿Ese tipo de besos eran legales en ese estado? ¡Las rodillas le temblaban!

—Llama a tu chofer.

—¡Mi abrigo!

—Ve por él. Te espero aquí.

Mientras Allegra iba por su abrigo y su bolso, Thomas Matheson se le acercó, lo miraba de reojo.

—No me creas que me comí todo ese teatro. Tienes otra ropa, y… no es para nada parecida a la que llevabas antes. Aquí hay gato encerrado. –Duncan sonrió mostrando sus dientes, pero la sonrisa no le llegaba a los ojos.

—Si te vuelves a expresar de mi novia así como lo hiciste allá arriba… no te quedarán pelotas para ostentar delante de ninguna puta. Te lo aseguro.

Allegra llegó en ese momento, con un abrigo quizá de pieles y un bolso diminuto forrado quizá de diamantes. Un Rolls Royce se detuvo en la salida del edificio y de él salió un hombre mayor y calvo que les abrió a ambos la puerta de atrás. Allegra entró y le hizo espacio para que se sentara él. Duncan le dirigió una última mirada de amenaza a Thomas y subió al coche.

Allegra iba callada. ¡Dioses! Aún tenía la mente en el lobby y el beso, y el hombre que la había besado así estaba justo a su lado. Thomas nunca la besó así, ni cuando acababa de jurarle amor eterno, ni cuando le prometió que algún día se casaría… ni la primera, ni la última vez que hicieron el amor.

¿Qué acababa de pasar? ¿Acaso era ella otra mujer? ¿No la misma Allegra? Luego de darle la dirección a Boinet para que los llevara a la casa de él, Duncan interrumpió el silencio.

— ¿Y bien? ¿Vas a hablar o te vas a quedar allí callada?

Patrick Boinet miró a través del retrovisor a la pareja. No conocía a ese sujeto, y no le gustó la manera como le habló. Si bien Thomas tampoco era muy cariñoso con ella, este de aquí era un extraño.

—Soy Allegra Whitehurst… de los Whitehurst de la Chrystal…

—Oh, Dios –Susurró Duncan cayendo en cuenta al fin. Esa que iba a su lado, era una multimillonaria heredera.

—Thomas Matheson fue mi novio hasta… hace tres meses. Lo encontré en su apartamento con otra cuando se suponía que estaba de viaje, y esa misma noche me aseguró que no era la primera vez que lo hacía. He ido al médico, y le aseguro que no estoy embarazada ni contagiada con ninguna enfermedad…

—¿Por qué hiciste esa absurda apuesta?

—No la propuse yo, la propuso él. Me… me dijo… que no sería capaz de encontrar a otro hombre como él, ni mantenerlo. No soy muy buena socializando, no tengo demasiados amigos… y como toda mi vida estuve con él… no soy muy experta coqueteando con otros, así que no pude completar el plazo. Iba a perder, y decidí buscar un novio falso. Busqué en las redes sociales, y el diario… y lo conocí a usted.

—Yo buscaba un empleo… no… esto.

—Lo sé, lo siento. –Allegra cerró sus ojos— Lo necesito, señor Richman. Pídame lo que quiera, cuanto quiera. Por favor.

—¿Lo que quiera? –Ella asintió inmediatamente –Podría pedirle un imposible, ¿no cae en cuenta?

—¿Qué podría ser imposible? ¿Una casa? ¿Un automóvil de lujo? ¿Una mensualidad? Eso no es imposible.

—Quiero un trabajo en la Chrystal.

Ella quedó boquiabierta. Eso quizá sí era imposible.

—No será fácil.

—Entonces no hay trato.

—¡Pero me besó! ¿Eso no significó nada para usted?

—Usted me dijo que me amaba delante de ese sujeto. ¿No significó nada para usted?

Touché, pensó ella. Lo miró de nuevo. No podía engañarse, a pesar de que besaba como los dioses, aquello no era más que un contrato. La gente solía buscarla para pedirle ayuda o dinero. Bueno, en esta ocasión no era diferente… la diferencia estaba en que era ella quien lo necesitaba a él.

—Veré qué puedo hacer.

—Recuerda que seré tu novio; no puede ser cualquier empleo, ¿no?

—Ya lo sé.

—Tengo costumbres económicas, no te preocupes demasiado. Y me bastará con mi sueldo, no tienes que pagarme.

—¿Estás seguro?

—Totalmente.

Ella asintió bajando la mirada. Había algo que le rondaba la cabeza. Necesitaba decirlo.

—Tendremos que dejarnos ver mucho por… ya sabes, mi círculo, y sobre todo Thomas… tendrás que representar el mismo papel de hoy.

—¿Deberé volver a besarte?

—Sólo si se hace necesario.

—Sólo… Está bien. Podré volver a hacerlo. Pero seguiré siendo un don nadie, y todos harán preguntas; dónde nos conocimos, y esas cosas.

—¿Nos conocimos… en una tienda de ropa?

—¿Y qué hacía yo allí, atender a un cliente?

—Buscar un regalo para su madre. Tiene madre, ¿no?

—Sí, una.

—Bueno, nos conocimos allí, nos gustamos, y usted me invitó a salir.

—Y como soy alguien de confianza usted aceptó de inmediato.

—Bueno, pero ¿qué propone?

—La verdad, o lo más parecido posible. Nos conocimos en su empresa, yo buscaba un empleo y usted casualmente pasaba por allí. Podemos inventarnos una anécdota de papeles en el suelo y yo que le ayudo y un flechazo de cupido. No hay que esforzarse demasiado.

—Sí, es posible.

Boinet aminoró la velocidad y se internó en un barrio de edificios residenciales.

—¿Es aquí?

—Sí, aquí vivo. Torre B, apartamento 304, cuando quiera venir a verme.

—Gracias.

Él salió sin despedirse, sin besos ni nada. Claro, ahora no había público que lo presenciara.

Antes de cerrar la puerta él se inclinó a ella y dijo unas últimas palabras.

—Esta es la mayor locura en la que me he metido en toda mi vida. Tratemos de salir ilesos, ¿sí?

—Sí, tratemos –contestó ella, no muy segura. Lo vio reaccionar ante el frío cruzándose de brazos y encaminarse hacia uno de los edificios. Boinet no perdió el tiempo y se puso en marcha de inmediato.

—No me digas nada –le pidió ella, y como siempre, Boinet hizo caso.

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