Ámame tú
Ámame tú
Por: Virginia Camacho
INTRODUCCIÓN

INTRODUCCIÓN

Así como estaba, no parecía Allegra Whitehurst, la gran heredera de la Automotriz Chrystal.

Así parecía, más bien, una transeúnte más.

Lágrimas negras recorrían sus pálidas mejillas, y su boca iba torcida en un rictus amargo, de quien no puede contener un sollozo más.

Y no pudo. Sin mirar atentamente dónde se sentaba, dejó que sus lágrimas corrieran, y los sollozos se escaparan. ¿Qué importaba la gente que miraba? Ninguno de ellos la conocía, había seguido el consejo de sus padres de ser más bien anónima ante el mundo y no atraer la atención sobre sí misma ni sobre su fortuna para tener a salvo su intimidad.

Su intimidad…

Hacía unos minutos, la parte más íntima de su vida había sido ventilada frente a una fulana a voz en cuello.

Un sollozo más fuerte salió de su garganta cuando en su cabeza resonaron los gritos. Su novio, su novio de toda la vida, el hombre que había amado desde que descubrió que le gustaban los chicos, había sido muy cuidadoso en sacar uno a uno todos sus defectos. No bastó con haberlo hallado teniendo sexo con una espectacular morena de caderas anchas y senos enormes, no. Cuando ella le había preguntado el legendario “¿Por qué?”, él no había sido tímido y le había sacado en cara todos sus defectos.

—¿Por qué? –había exclamado, como si la pregunta fuera simplemente tonta— ¿Por qué? Allegra, ¿hace cuánto tú y yo no tenemos sexo?

—¡Pero no porque yo no quisiera! Te he… ¡Te he invitado a pasar siempre, siempre! ¡Y tú… simplemente te vas!

—¿Y para qué me iba a quedar? ¿Para intentar vanamente de encender tu cuerpo, pasar horas en los preliminares para tener una insulsa respuesta de tu cuerpecito? ¡Tenías que saber que en algún momento me iba a cansar!

Allegra lo había mirado con ojos grandes de sorpresa. Él nunca se había expresado así de ella, ni frente a ella. ¿Era ese hombre Thomas Matheson, su novio desde la adolescencia? El cuerpo sí lo era, era el mismo cabello rubio y rizado de ojos grises, pero no era su mirada… Ahora que lo pensaba, su mirada nunca había sido tan expresiva, ni siquiera en aquellos momentos de los que ahora él hablaba. Ahora tenía el ceño fruncido, enseñaba los dientes y movía las manos en ademanes fuertes, desnudo como Dios, o el diablo, lo trajo al mundo, y usando un tono de voz que ella no le había conocido. La morena despampanante miraba la escena como si de la final de algún deporte popular se tratara; la descarada ni siquiera se había preocupado por cubrirse.

La mano le tembló visiblemente, y echó hacia atrás un mechón de su cabello rubio descolorido, tan rubio que parecía blanco, y corto a la nuca.

—Nunca… nunca me dijiste…

—¿Que eres fría como un témpano de hielo? ¿Que obtengo más respuesta de una muñeca inflable que de ti? ¿Que odio tu cuerpo flacuchento, sin encantos, encima de mí intentando ser sexy, pero que lo único que me produce es risa? –A esas alturas, ya a Allegra le faltaba el aire— ¡Ah, no me abras esos ojotes, princesita! ¿Nunca te diste cuenta? ¿Tan estúpida eres que creíste que tus “¡Ah, ah!; ¡Oh, oh!” eran suficientes para mí?

La bofetada resonó en la habitación. Allegra nunca le había pegado a un hombre, nunca había tenido que hacerlo. Sus oídos siempre habían estado protegidos, nunca nadie en toda su vida le había hablado así.

—Te odio

—¿Qué? –preguntó él poniéndose la mano en la mejilla enrojecida, totalmente sorprendido.

—¡¡TE ODIO!! –gritó Allegra, obteniendo al fin una reacción de la morena, que la miró interesada— Te odio! ¿No solo me has sido infiel, sino que me insultas? ¿Qué clase de hombre eres? ¿Cómo pude decir alguna vez que estuve enamorada de alguien como tú? –No sabía cuánto le duraría su arranque de ira y dignidad, así que caminó a la enorme sala con vista al océano y tomó el bolso rojo que había dejado en un sofá.

—Nunca encontrarás un hombre como yo— vaticinó Thomas—. Nunca un hombre te soportará todo lo que te tuve que soportar yo.

Allegra se giró, con los ojos llenos de lágrimas, pero con un demonio dentro que pedía a gritos salir, matar y despedazar.

—No, no encontraré a uno como tú, lo encontraré mejor, más guapo, más rico, y mucho mejor en la cama—. Thomas soltó una estruendosa carcajada.

—Ah, ¿sí? Dime, ¿preciosa, y cómo va a ser eso? Cuánto tiempo crees que lo vas a mantener interesado en… —la miró de arriba abajo como el carnicero que desaprueba una pierna de cerdo verde— …ti.

—Hombres hay muchos, Thomas Matheson. Y yo, definitivamente me merezco algo mejor que tú—. Dio media vuelta encaminándose al ascensor privado.

—Te doy tres meses para que encuentres a ese dechado de virtudes —Allegra se detuvo sin darse la vuelta—, más guapo, más rico y mejor en la cama. Pero es una apuesta tonta y juego a ganar. Nunca tuviste otro novio aparte de mí, y apenas si aprendiste a besar. De todos modos, en tres meses iré a verte, espero ser presentado cordialmente.

Aunque Allegra no lo veía, Thomas le hizo la venia, como el famoso actor que se despide de su amante público. A esas alturas, ya Allegra no veía claramente a causa de las lágrimas, pero se contuvo de limpiárselas, no fuera que él viera el gesto y supiera que éstas ya corrían libremente por sus mejillas.

Apuró el ascensor y salió sin mirar a nadie del lobby. Salió a la calle y en vez de buscar su auto, lo que hizo fue caminar sin rumbo por las calles.

Imágenes, gritos, tristezas y trozos de un corazón roto se mezclaban ahora. Las astillas debieron haber agujereado el pozo de las lágrimas, porque estas salían sin parar.

La gente, indolente, pasaba y si acaso la miraba. Bendita Detroit y sus millones de habitantes, bendito anonimato.

 

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