03 ǀ La razón de mantenerlo oculto

Aunque el martes había ido con la firme determinación de hablar con Shirley para contarle todo, sus planes no salieron como esperaba. Jane tuvo casa llena ese día y durante la noche, así que estuvieron repletos de trabajo.

Joe llegó a la hora de siempre, risueño y rozagante, oliendo a agua de colonia, portando su atuendo de trabajo como si fuese un traje de Armani. Bromeó con todos, coqueteó con algunas empleadas, preparó la cena para el equipo de siempre mientras ella coordinaba los especiales con el cocinero, y antes de que se diera cuenta, habían cerrado el restaurante a las once de la noche, despidiendo a todos hasta el otro día.

El sous-chef se quedó un rato más, pero para variar no adoptó la actitud despreocupada de siempre. Fue tomando nota de lo que Jane le decía sobre el inventario, recordándole que debían pedir un saco de papas y que la carne de res iba a llegar a las nueve de la mañana, así que era necesario ponerle una nota a la chef de la mañana para que estuviera atenta de revisar que estuviera en buenas condiciones.

Si ella hubiese estado más atenta habría notado la forma en que Joseph la miraba, con una mezcla de preocupación y decepción. Jane siempre le había gustado, desde la escuela de cocina la admiraba con algo más que simple camaradería. Ella nunca cedió a sus intentos de conquista, aunque cabía destacar que la reputación de su época de escuela, apenas cuatro años atrás, lo precedía con las damas para bien o para mal.

Por suerte para él, predominaba el primero.

Jane Balani fue una de las mejores del Colegio de Artes Culinarias Le Cordon Bleu, eterna rival de Emil Sánchez si bien no del modo que muchos creían; esos dos se respetaban mutuamente, aunque no lo expresaban en voz alta. Supo de inmediato que el chef Emil estaba muy orgulloso de haber contratado a Jane, y no era una mala oportunidad para ella, porque relacionarse con el Sirio y con Emil podía ser bueno para el Bon Appétit.

Lo que le disgustaba era la razón de por qué lo mantenía oculto. Le cabreaba pensar que no confiaba en él para contarle el porqué.

Joe se negó a marcharse hasta que Jane se fuera, el comentario que le había hecho en el elevador del Aria le había caído bastante mal. No había punto de comparación entre la mujer que lo acompañaba en el Sirio a ella, la chef Jane tenía una belleza diferente, que se cimentaba en el carácter. No es que no fuera atractiva físicamente, porque sí lo era, a pesar de que en los últimos meses había perdido mucho peso y estaba bastante ojerosa; él se lo achacaba al estrés, las cosas no iban tan bien como al principio, pero la administradora y mejor amiga de Jane, Lady B ―así la llamaban los camareros del restaurante porque ella era la jefa―, pagaba puntual los sueldos y no se retrasaba en nada relacionado al negocio.

Las cosas iban un poco apretadas, mas Joe consideraba que el Bon Appétit era una excelente inversión y no perdía oportunidad de recordarle que quería asociarse con ella y comprarle la mitad del restaurante. Tal vez de ese modo la carga y responsabilidades disminuirían para Jane, porque él podría encargarse durante una semana del turno de la mañana y Jane el de la noche, para luego rotarse la semana siguiente y así sucesivamente.

Sin embargo, su amiga era supremamente testaruda; él sabía que había en juego una cuestión de orgullo, un motivo personal relacionado a la familia de Jane. Lady B le mencionó de pasada en una ocasión que la madre de Jane había sido criada bajo la premisa de que las mujeres solo eran de su casa y debían servirles con devoción a sus esposos, que el rol de la mujer era ser esposa y madre; algo que Jane no era, ella era una excelente chef, empresaria, mujer de negocio, independiente y su mayor meta estaba allí, concretada en el Bon Appétit.

Él no alcanzaba a comprender mucho eso de los legados familiares y las cuestiones de tradiciones ancestrales que parecía cargar la familia Balani ―a la cual no conocía mucho―; en alguna oportunidad Jane le había comentado que su madre era una mestiza de ascendencia española, por esos sus rasgos no eran tan marcadamente asiáticos, pero que tanto del lado paterno como el materno, había aprendido muchas tradiciones filipinas, de las cuales la que más apreció fue la cocina.

Joe podía pasar horas escuchando a Jane, aunque habían ciertos resentimientos con su familia, hablaba con nostalgia de la época en que su abuela le enseñó los secretos del arte culinario polinesio. Él de verdad esperaba que en algún momento ella le diera la oportunidad de asociarse en el Bon Appétit, ¡demonios! Que le diera una minúscula esperanza de que lo veía como algo más que el guapo amigo pesado que coqueteaba con todas.

Esa noche se fueron juntos y anduvieron hasta el auto de él, donde la convenció de llevarla hasta su condominio. Shirley estaba mirando por la ventana mientras fumaba un cigarrillo, así que le hizo una seña entusiasta cuando los vio. Jane bufó con mal humor, odiaba a rabiar el humo del cigarrillo. Antes de que se bajara del vehículo la tomó por la muñeca y la hizo volverse.

En la oscuridad la detalló a conciencia, mientras esperaba la respuesta a la pregunta que le había hecho.

―¿Está todo bien?

Procuró impregnarle la cantidad justa de seriedad y preocupación; tampoco soltó su muñeca, quería sentir la piel tibia de sus brazos. Joe deslizó su mano sobre el dorso de la de Jane, apretó un poco con la intención de darle a entender de que estaba allí para ella. La mujer soltó un suspiro de cansancio y frunció el ceño con frustración. No dijo nada, parecía que trataba de reunir la fuerza para hablar.

Jane tenía la piel de color claro, de ese tono blanco y ligeramente pálido que se podía encontrar en las mujeres asiáticas; el cabello era oscuro, de un castaño fuerte que le caía en ondas alrededor de los hombros pero era liso en la parte superior de la cabeza, lo que enmarcaba su rostro redondo; le gustaba su nariz, le daba un toque infantil que le confería un gesto inocente cuando fruncía la cara debido a la concentración. Jane tenía una boca pequeña con labios de un grosor medio, de un tono rosado pálido que contrastaban con su piel y los ojos oscuros y rasgados. Ella tenía esa clase de rasgos exóticos combinados que te dejaban con la duda de si era china, hawaiana o latina.

Él nunca se había detenido a detallar a nadie del modo que lo hacía con ella; desde la escuela de cocina, el primer día que la vio, se dio cuenta de que era, cuando menos, linda. Luego descubrió el carácter fuerte y determinado, la pasión caliente y bullente por la cocina, verla en acción lo excitaba, y no solo en el sentido culinario, donde lograba contagiar su buena vibra y energía en los fogones mientras salteaba los pimientos y las cebollas; no… lo excitaba sexualmente, quería besarla, tocarla, hacerle el amor, como no había querido hacerlo con ninguna otra mujer; porque estaba seguro que Jane Balani era tan intensa en la cama, como lo era en la cocina.

―Solo estoy cansada, Joe ―dijo Jane después de ese prolongado silencio―. Supongo que solo necesito dormir y veré las cosas con una mejor perspectiva a la luz de un nuevo día.

El sous-chef hizo un esfuerzo por no bufar y componer una mueca de disgusto. Jane a veces le hacía exasperarse y perder los papeles, pero sabía que no era momento para eso. Algo sucedía y no quería decirlo, solo deseaba ayudarla, demostrarle que podía contar con él en las buenas y en las malas.

―Entonces ve a descansar, chef ―ordenó con voz juguetona, ella lo miró e hizo un gesto de desesperación, pero terminó soltando una risita que a Joe le gustaba escuchar, era musical y le recordaba los días soleados de su infancia.

Jane no se movió, miró a Joe a los ojos y le sonrió; él le devolvió el gesto.

―Para hacerlo debes devolverme mi mano, Joe ―señaló ella con un mohín en sus labios, haciéndole ver que no había soltado su muñeca.

―Cierto ―expresó algo avergonzado, abriendo su mano. Dirigió ambas al volante y lo aferró con fuerza.

―Pasa buena noche, chef ―se despidió Jane.

―Tú igual ―respondió él a la despedida.

Esperó a que la mujer entrara al edificio de cuatro pisos y se marchó a toda velocidad de regreso a su departamento en el centro, cavilando que tal vez era mejor que Jane no correspondiera a sus intenciones, porque no iba a poder soportar su rechazo si llegase a descubrir a lo que se había dedicado durante su formación culinaria, y que todavía hacía esporádicamente. Era más una cuestión de costumbre que de necesidad, pero cuando crecías en la vida que él había llevado, era difícil desprenderse de los hábitos que te daban tanta estabilidad y confort.

En la tarde siguiente, las cosas dieron un giro inesperado, Jane se había despertado con un leve malestar estomacal y no llegó a su hora acostumbrada, lo que obligó a Joe a hacerse cargo de la parte operativa. Todo fue bien, de hecho, iba más que bien, parecía que ese miércoles iban a hacerlo en grande también y, tal vez, con eso podría ayudar a que la chef se relajara un poco.

Fue Flag quien le indicó que estaban buscando a la señorita Jane Balani, cuando él salió al comedor encontró a una mujer de aspecto severo, vestida con un atuendo ejecutivo, que miraba todo a su alrededor con educado interés.

―Buenas tardes, estoy buscando a la señorita Balani ―dijo en un tono duro y algo molesto.

―Ella no se encuentra en este momento ―explicó él con su voz más jovial y una sonrisa de chico sexy―. Amaneció un poco enferma, y como verá, es poco ético trabajar así cuando se trata de alimentos. ¿En que la puedo ayudar?

―¿Es usted el encargado del lugar? ―preguntó adoptando un tono un poco más suave―. Vengo de parte del Banco de Nevada, señor…

―Miller ―respondió él de inmediato―. Soy el chef Joseph Miller.

―Bueno, señor Miller ―asintió la dama―, como le decía, vengo del parte del Banco de Nevada, necesito hablar con la señorita Balani en referencia al préstamo que la institución donde trabajo le hizo. ¿A qué hora podría encontrarla el día de mañana?

Joe frunció el ceño levemente, su cabeza iba a toda velocidad, no había que ser un genio para comprender la situación, si el banco había enviado a alguien hasta allí, significaba que Jane no había respondido a ninguna de sus solicitudes de comunicación.

―No sabría decirle, esperamos que mañana esté mejor de salud ―explicó él con la expresión más inocente que sabía dar, sin perder la sonrisa en ningún momento―. Aunque estos virus suelen durar unos tres días más o menos, así que es probable que esté incorporándose el fin de semana. ―Dio un paso más cerca de la mujer, que tendría alrededor de unos cuarenta años, y acentuó su sonrisa, esta vez con una mirada baja que denotaba un ligero interés―. Si tiene una tarjeta con sus datos, me comprometo a entregársela personalmente, para que se comunique sin falta con usted.

La representante del banco se inmutó solo un poco, fue tan leve que si hubiese sido otra persona, no lo habría notado. Ella sacó la tarjeta de su maletín y le sonrió fríamente; sin embargo, Joe sabía que era una fachada y que había logrado su cometido.

Cuando se retiró del restaurante no supo qué hacer en un primer momento. ¿Debía llamar a Jane y mencionarle la visita del banco? ¿Estaba en graves problemas? ¿Debía tanto dinero que la chef tenía que trabajar con Emil Sánchez?

Sacudió la cabeza en negación y decidió hablar directo con la única persona que seguramente podría darle respuesta, Shirley Turner, alias Lady Boss, alias la mejor amiga de Jane.

Dio un ligero toque en la puerta de la oficina de la administración, la voz de Lady B lo invitó a pasar, Joe la encontró detrás de su escritorio, sumergida en un montón de papeles; la joven mujer estaba clasificando con mucha habilidad las facturas por pagar y archivando lo que ya habían cancelado esa mañana, porque los martes y miércoles eran los días de entrega de suministros.

―Hola, querido chef ―le sonrió Shirley―. ¿Qué puedo hacer por ti?

―Hola, jefa ―devolvió el saludo, mientras cerraba la puerta tras de sí―. Acabo de atender a una representante del Banco de Nevada, estaba buscando a la chef.

Shirley frunció la frente un poco, lo que la hizo lucir algo graciosa, como si fuese una niña intentando componer un gesto de adulta. Shirley también era asiática, solo que ella no había querido saber de qué lugar del continente provenía; había sido adoptada siendo una bebé, pero sus rasgos eran mucho más marcados que los de Jane. Era algo en común que tenían los dos, por lo que la relación de ellos era especial, ambos eran huérfanos, la diferencia fue que ella tuvo la suerte de conseguir a alguien que la quisiera, él no.

―Sé que ha recibido las notificaciones regulares de las cuotas ―explicó ella, dejando de lado lo que estaba haciendo―, pero Jane no deja que yo maneje esa parte, lo mío es la administración, Joe.

―Y lo haces de maravilla, Lady B ―le aseguró él con galantería―. Algún día, cuando decidas que te quieres volver a casar, me avisas, yo estaría encantado de tener el honor de contarme entre tus opciones.

La mujer soltó una carcajada sonora, luego le guiñó un ojo mientras se levantaba de su silla y se dirigía resuelta hasta el diminuto y ordenado escritorio de Jane. Tomó la carta del banco que estaba sin abrir sobre la bandeja de los pendientes de la chef, y rasgó el papel para leer la carta.

Joe vio cómo la expresión de Shirley se demudó de forma paulatina a medida que leía, no auguraba nada bueno, él lo pudo sentir como una especie de escalofrío eléctrico que lo recorrió de pies a cabeza.

―Está retrasada con el pago del préstamo por varios meses ―espetó Shirley, mirándolo a los ojos. Sostenía la carta con fuerza, su cara tenía pintada la pregunta que él mismo se estaba haciendo. ¿Por qué, en nombre de todos los dioses de la cocina, Jane no les había dicho nada? ¿Cuál era la razón de mantenerlo oculto?

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