02 ǀ Un cadáver en la despensa

La chef Jane se había aparecido el martes a la hora acordada, ni un minuto antes ni un minuto después. Emil la recibió con una sonrisita socarrona, una que quiso volarle de un golpe junto con sus dientes demasiado blancos; luego la condujo a la cocina del restaurante, le explicó cómo se movía todo, cuál era su papel y el menú de ese día.

―Los platillos se cambian cada cinco días ―señaló la carta que sostenía ella, mientras se sentaron en el comedor.

El lugar era exquisito, nada que envidiarles a los otros tres restaurantes del hotel. El Aria era un enorme complejo con 4000 habitaciones, centro de convención, pisos de negocio, casino, centro comercial, tres piscinas al aire libre, spa y demás; así que ese lugar tenía que estar a la altura de todo lo que el hotel ofrecía.

La vista era más que espectacular, tenía una extensión del Strip frente a ellos, lleno de luz que se filtraba por los ventanales sin ser cegadora. El lugar era fresco, con sus mesas de manteles blancos, sillas acolchonadas blancas y fina cubertería de plata.

Tras el regodeo inicial, Emil se comportó a la altura; supo decirle a Jane que de verdad quería trabajar con ella porque la consideraba una chef de calidad. Ella pensó que soltar esas palabras le había costado parte de su orgullo, y como Emil iba a ser su jefe, prefirió callarse el sarcasmo que pugnaba por salir. Jane Balani podía ser muy profesional también y mantener a raya cualquier rivalidad que tuvieran los dos, por el tiempo necesario.

―Las especialidades las rotamos a diario, pero como puedes ver manejamos tres a la semana y tenemos seis, es decir que cada quince días repetimos el menú de especiales ―recalcó él―. Trabajarás junto a otros dos chefs y cinco sous-chefs, el movimiento a la hora del almuerzo es bastante grande. Abrimos a las once de la mañana y cerramos la hora de comida a las tres y media de la tarde ―contó con exactitud―. A partir de esa hora y hasta las siete y media de la noche, solo servimos cocteles y bebidas. Luego empieza la hora de la cena, la cocina trabaja hasta media noche.

―Entendido ―contestó Jane, cerrando el menú―. ¿Quién será el chef en jefe? ―preguntó con curiosidad, quería conocer a quien iba a rendirle cuentas directamente, porque Emil era quien manejaba la cocina en las noches. La sonrisita cínica que le dirigió no le gustó, apretó las mandíbulas y compuso la expresión más inocente que pudo.

―La chef Lora ―respondió con un deje de sarcasmo. Jane casi se atragantó con la risa; aquello era un chiste del tamaño de ese hotel.

―¿Me estás jodiendo? ―preguntó ella conteniendo la carcajada. Emil negó.

―Está pasando por una mala racha ―le contó en voz baja―, su restaurante en Roma se fue a la quiebra y regresó hace seis meses.

Jane sintió una punzada de culpa mezclada con desesperación, esa era su misma historia, solo que ella no iba a llegar a eso.

El Bon Appetit no estaba tan mal, y el salario que Emil le estaba ofreciendo era más que bueno, no excelente, pero más que bueno; eso le daría algo de holgura mientras encontraba una solución definitiva. Si alcanzaba a pagar un par de cuotas del préstamo entonces podría cambiar el enfoque del restaurante, volverlo algo más comercial que generara ingresos y la dejara salir de esa mala racha.

Su optimismo le iba ganando la partida, con solo seis meses trabajando con Emil serían suficientes.

―¿Cuándo quieres que comience? ―le preguntó con seriedad. El hombre frente a ella amplió su sonrisa afilada, en serio el maldito estaba disfrutando eso, no le perdonaba que Jane hubiera abierto un restaurante primero que él.

―Hoy mismo si es posible ―contestó―. Necesito chefs competentes que soporten a Lora.

Jane tomó aire profundamente y lo dejó salir despacio, ella creyó que Emil le iba a pedir que comenzara el viernes, tiempo suficiente para que pudiese organizar su horario de mejor manera y dejarle a Shirley y Joe las cosas más claras en las horas de ausencia que iba a tener. Pero no había de otra, cabeceó un asentimiento.

―Bueno, dime dónde está mi uniforme ―solicitó.

Diez minutos después Jane Balani abandonó su bolso y ropa en un casillero asignado para ella; luego salió directo a la cocina donde Emil la esperaba para presentarle al resto de los empleados, cosa que hizo mientras ella terminaba de atarse la trenza y anudarse la pañoleta negra sobre la cabeza.

―Veo que no has perdido el hábito, chef Jane ―se mofó Emil. Balani se encogió de hombros restándole importancia.

―Nunca me han gustado los gorros ―explicó con sencillez.

La chef Lora llegó a las nueve de la mañana, paseó la vista por todos ellos y solo posó sus ojos sobre Jane cinco segundos más que en los demás, lo que significaba que la había reconocido.

―Bueno, yo me retiro ―anunció Emil―. Chef Lora, chef Jane ―dijo a modo de despedida y se fue silbando una tonada.

La chef Lora seguía exactamente como la recordaba, hermosa, arrogante y ahora se le sumaba amargada. Más que pedir, ladró órdenes de lo que quería, esa mañana se serviría pollo y cordero; no hubo más signos de reconocimiento por su parte, no la trató bien, ni la trató peor que a los demás, así que Jane consideró que era bueno. Parecía que Lora al fin había superado la fase resentida de su vida como docente, para pasar a la fase resentida como chef en funciones.

Llevaba dos horas fileteando pechugas de pollo cuando escuchó el grito histérico de una de las ayudantes de cocina. Richard, el chef que estaba al lado de ella, un tipo rechoncho y muy cómico que le estaba haciendo amena la mañana, soltó el cuchillo y prestó atención. Jane hizo lo mismo, solo que no soltó su cuchillo; esos eran sus bebés, la luz de sus ojos; los músicos tenían sus instrumentos, los chefs tenían sus cuchillos.

Una mujer pálida y temblorosa salió de la cava de vinos y licores, farfulló un par de palabras incomprensibles que solo exasperaron a Lora que amenazó con zarandearla si no hablaba. Jane se acercó con cuidado, manteniéndose fuera de la vista de Lora que parecía a punto de asestarle dos bofetadas a la pobre chica. La chef Jane se coló por detrás con discreción y se escabulló a la cava. Un escalofrío la recorrió de pies a cabeza, pero a diferencia de la otra mujer, pudo mantener la calma. Con su mano libre sacó el celular de su pantalón, marcó al 911 y solicitó a la policía.

―Madre de Dios ―dijo una voz masculina, Richard la había seguido y miraba de hito en hito el cadáver del hombre que yacía caído a los pies de la alacena que se suponía guardaba vinos.

―911 ¿cuál es su emergencia? ―preguntó una voz femenina.

―Mi nombre es Jane Balani ―respondió la mujer con voz firme―, estoy llamando desde el hotel Aria, del restaurante Sirio y quiero reportar un cadáver.

Jane continuó dando explicaciones veloces y pidió discreción a los oficiales para no llamar demasiado la atención de los clientes del restaurante. Sabía que no era una solicitud sensata, pero esperaba que tuvieran consideración con las personas que estaban allí. Tras colgar con emergencias, se dio cuenta que Richard no estaba a su lado; marcó rápidamente a Emil y maldijo cuando al quinto repique la dirigió al buzón de voz. La chef le pasó un mensaje vía Whtasapp, diciéndole que era urgente que respondiera y que debía regresar su jodido culo al restaurante. Cuando las dos palomitas se marcaron en azul, el teléfono empezó a sonar con la llamada de su nuevo jefe.

No le dejó decir hola, tampoco esperó a que él hablara.

―Hay un maldito cadáver en la alacena ―le dijo con voz plana y seca―. Ya llamé a la policía, mueve tu trasero ahora.

Un segundo grito salió de una garganta femenina, Emil empezó a vociferar por teléfono preguntando quién gritaba, se le escuchaba entrecortado y Jane supuso que se debía a que iba en camino al restaurante.

Quien había gritado era Lora, también salió corriendo despavorida y cuando Jane la alcanzó para detenerla y tranquilizarla, ya había salido al comedor, donde todos los clientes se volvieron en dirección a ella para enterarse del escándalo. Todos los comensales empezaron a murmurar, preguntándose sobre la causa de los gritos desesperados de aquella mujer, Richard salió poco después y se llevó a la chef Lora de regreso a la cocina, donde la sentó en una silla, junto al resto de las mujeres que estaban nerviosas y especulando qué había sucedido. Jane se dispuso a volver también, pero cuando se dio vuelta y antes de poder dar un paso, una voz familiar resonó a su espalda.

―Jane, ¿eres tú? ¿Qué está sucediendo aquí? ―inquirió Joe Miller, el sous-chef del Bon Appétit― ¿Desde cuándo trabajas aquí? ―preguntó con suspicacia.

Jane Balani se giró despacio, encontrándose a su sous-chef que la miraba con el ceño fruncido y expresión irritada. Ella se sintió un tanto humillada, buscó una excusa creíble pero por mala suerte ese día había escogido joderla en grande. Si alguien le preguntaba qué era peor, ella no dudaría en responderlo.

Lo peor que un cadáver en la alacena era encontrarte con la persona menos deseada en la situación que tú no quieres que se conozca.

Dejó salir el aire despacio de sus pulmones, abrió la boca para explicarle a Joe porqué razón estaba allí, pero así como había aparecido su peor pesadilla frente a ella, también llegó su salvación.

―Buenos días, estoy buscando a la señorita Jane Balani ―solicitó una voz masculina.

Tanto Joe como Jane se volvieron al dueño de la misma, y la mujer tuvo que componer un poco su expresión para que no se le notara lo impresionada que estaba. Se suponía que se encontraba en una situación difícil y poco favorecedora, así que no era correcto quedarse viendo embobada a ese hombre que tenía en frente.  

―Sí, soy yo ―respondió finalmente con un tono de voz que no la humilló.

―Bien, soy el detective Luis Reed y estoy aquí en relación al cadáver que reportó ―explicó con tranquilidad.

Jane asintió, señaló la puerta que daba a la cocina y se dispuso a dirigirse a la alacena cuando la mano de Joe la detuvo.

―¿Un cadáver, Jane? ―preguntó preocupado―. ¿Qué está pasando? ¿Estás bien?

Jane casi quiso sonreírle por el tono protector de sus preguntas, por un segundo se sintió estúpida por mantener la distancia con él, una persona a la que tenía años conociendo; pero solo fueron unos pocos segundos, porque una voz femenina y elegante interrumpió todo.

―Joseph, querido ¿sucede algo?

Jane se inclinó por un costado y la vio, también alcanzó a vislumbrar el rictus de molestia que endurecieron las facciones de su sous-chef. La mujer era una beldad, con hermosas manos de uñas manicuradas y pintadas con esmalte rojo oscuro, cabello color chocolate y tan abundante como si fuese una fuente del mismo alimento espeso y líquido; diminuta cintura, busto exuberante, piel blanca, casi como porcelana. Era tan linda que hasta le daba repulsión, porque ni siquiera era que fuese exagerada su belleza, exagerada y falsa, no… así que antes de rechinar los dientes de indignación por una situación que no le incumbía y por la cual no debía molestarse, miró a Joe con una expresión plana y le dijo que todo estaba bien, que le explicaría esa noche en el restaurante.

Todo sucedió en escasos minutos, cuando la chef se giró para seguir al detective a la cocina, se encontró con que él la esperaba a pocos metros de distancia, observándola con atención.

―Por aquí, detective Reed ―indicó ella con cortesía―. Le mostraré donde está el cuerpo.

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