Capítulo 3

LA MANO EN EL BALCON

Eran aquellos años de adolescente, en que me desvivía por lograrme un levante. Apenas con dieciséis años, tenía ansias de experimentar la vida de los adultos.  Durante cada semana cumplía con mi obligación de asistir a clases, realizar mis tareas e intentar pasar los exámenes parciales en cada materia; mientras que los fines de semana los alternaba entre lavar carros, cargar algunas bolsas y ayudar al heladero a vender helados para ganarme algunas monedas que iría a disfrutar con mis amigos del barrio, compartiendo una botella de anís o canelita, mientras tocaba la guitarra en las esquinas. En la medida que era posible, nos dirigíamos a alguna playa del cercano litoral o caminábamos ensimismados por algún parque de la capital.

Para aquellos entonces mis parques preferidos eran Los Caobos y el Parque del Este, donde disfrutaba retozando sobre la grama verde o pisando las hojas secas al caminar y quedándome a ratos inspirado en mis pensamientos, bien en mi pausado andar o tendido en el suelo boca arriba viendo correr las nubes.

Eran tiempos hermosos, donde los colores de los días eran más brillantes o con tonalidades diferentes a los actuales.  Tenían sabor y olor distintos. Tiempo en que la música causaba en mí efectos maravillosos. La podía ver, oler,  y degustar. Creía saber cuáles melodías eran dulces o muy dulces. Algunas agridulces como las naranjas, ácidas como el limón o entre amarga y dulce como la toronja. Otras con el exquisito sabor de las fresas o del melón. La música penetraba por mis poros y me hacía sentir transparente. Me bastaba cerrar los ojos para ver como las notas musicales me atravesaban y me permitían saber que estaba vivo por el latir de mi corazón y el sonido suave de mi respiración.

En la actualidad, cuando escucho las melodías de aquellos entonces, mi imaginación vuela a aquellos parajes de mi vida donde olvidaba cualquier dolor o sufrimiento y al cesar la música se unen a mis los recuerdos de anécdotas vividas; y entre tantas, la que me quitó las ansias de esperar las altas horas de la noche para coquetear, a través de versos y serenatas, con las muchachas que me atraían.

 Entre el grupo de amigos de entonces se encontraban Julio Borges “Mortadela”, Jesús Sifontes “Chuíto”, Carlos “Flaco Pollo” y Ricardo Agñioli“Ricoché”. Los galanes eran los dos primeros y mi guitarra, la cual yo no soltaba para nada. Entre las muchachas que nos gustaban, se encontraban “Matti”, hermana de “Chuíto”,   “Tere” de quien gustaba “Chuíto”, Celeste y la flaca Nereyda, entre otras de quien ya no recuerdo sus nombres, Las últimas tres mencionadas vivían en el bloque siendo vecinas.

También estaban Mary y Marlene, ambas del callejón Africa, la última tenía un coqueteo con “Chuíto”  y  en La Primera, como le llamábamos a la calle donde yo vivía,  estaban la flacaIsabel y Virginia “Gina”, una sobrina mía pero muy contemporánea con nosotros, de quien estaban enamorados “Flaco Pollo” y “Ricoché”, pero ella estaba enamorada de Frank Paraco“El Negrito”, que a su vez estaba enamorado de la flacaIsabel quien le correspondía.

Al llegar este momento, entraré en confesiones que nunca hice. Por mi parte me sentía enamorado de “Matti”, pero sabía que sólo me quería como amigo, ella estaba enamorada de otro Carlos que no era de nuestro grupo ni del sector. En medio de todo, me sentía como un lobo solitario.

Sucedía que para aquellos tiempos era muy tímido. De todas maneras, dentro del grupo de muchachas también me  sentía atraído por Mary la del callejón África y por la flaca Nereyda del bloque.  Pero,  al final de todo me conformaba con la música.

Bajo el esquema anterior, no me importaba ir a serenatear acompañando a los muchachos, bien al callejón Africa, al bloque o en la calle en que vivía (La Primera), pues, con mi guitarra y mis versos, se me podía presentar la oportunidad de lograr una conquista. No importaba la hora de la noche, yo buscaba la forma de escaparme de la casa para asistir al punto de reunión.

Así aconteció que un  día jueves,  “Chuíto” me invitó a llevarle una serenata a “Tere”. Para mí eso involucraba a Nereyda y Celeste, quienes vivían en la misma letra. Quedamos en que nos encontraríamos a la 11:30 de la noche, en el pasillo del piso 4, en la columna de la entrada a la letra E, por lo que ese día, a la hora pautada me presenté con mi guitarra al lugar. Estando allí esperando a “Chuíto” comencé a percibir que él tardaba en llegar y hacía mucho frío. Observé la hora en mi reloj y ya faltaba un cuarto para la media noche, por lo que comencé a hacerme algunas suposiciones, como por ejemplo que quizás llegó antes que yo y estaba oculto en las escaleras para jugarme alguna broma, por lo que me adentré en la penumbra de las escaleras que conducían al quinto piso, pero no lo hallé. Entonces bajé al piso cuatro y me introduje por el pasillo que llevaba hacia el tercer piso, pero tampoco logré observar nada. Sólo me acompañaba el sonido de mis propios pasos y el roce de la guitarra contra mi cuerpo, por lo que regresé al lugar donde debía esperar, considerando que se le había presentado algún inconveniente y llegaría un poco más tarde.

Al cabo de unos minutos volvió a mi pensamiento la idea de que “Chuíto” estaba oculto en un piso superior o en alguna de las otras letras, por lo que comencé a imitar el silbido que él hacía cuando estabamos en ese lugar para que “Tere” se asomara y que ella también hacía para indicarle a él que había bajado. Mientras hacía esto me embargó una oleada de calor y comencé a sentirme incómodo, mas bien estúpido, pensando que quizás él me había embarcado o lo que era peor me había engañado.

Bajo este último pensamiento caminé unos pasos por el pasillo hacia la letra D, con la intención de retirarme del lugar, sin embargo algo me hizo regresar y de nuevo caminé hacia la letra E.

El calor me hacía sudar y quise que el aire me refrescara, fue cuando observé en el muro las dos manos aferrándose del balcón del pasillo como cuando una persona se va a caer al precipicio y se sujeta para no irse al vacío. Evalué la situación y recordé que estos muros poseen una pestaña externa o cornisa, por lo que la lógica me hizo pensar que se trataba de “Chuíto”, quien estaba allí oculto para jugarme una broma pesada, entonces opté por hacerme el distraído y me recosté del pilar. Me dije para mis adentros: “voy a dejarlo tranquilo hasta que se canse, ya saldrá de allí”.

Dejé transcurrir unos diez minutos, girando de un lado para otro, sin dejar de mirar las dos manos y esperando paciente que mi amigo oculto subiera su cabeza para reírme en su cara. La temperatura bajó de manera acelerada por lo que comencé a sentir un frío más intenso que cuando había llegado, pero acompañado de cierto dolor en los músculos de la batata y cierto cosquilleo en la espalda y los hombros.

Pensé: “Son mis nervios” y consideré que ya bastaba, que debía acercarme a “Chuíto” pero de manera que yo no lo sorprendiera a él para que del susto no se fuera a caer, por lo que tarareando una canción que ahora no recuerdo, y haciendo ruido con la guitarra comencé a acercarme hacia las manos, sin quitarles la vista de encima, pudiendo apreciar que una de las manos se soltó o desapareció, mientras que la otra se movió de una manera muy ligera sobre el muro y saltó sobre mi pecho golpeándome y dejándome privado entre el fuerte dolor y los escalofríos que me ocasionó  el saber que me habían espantado.

Todo me dio vueltas y caí en una especie de torbellino de pensamientos de terror del que trataba de escapar, pero por más que intentaba correr,  sentía que mis pasos eran muy lentos haciéndome perder la noción del espacio y del tiempo. Sin embargo, logré mantener la idea de llegar hasta la entrada de las escaleras de la letra D y no perder el sentido, quedando aturdido al asaltarme el pánico, recobrando la conciencia de mí cuando ya había llegado a las puertas de mi casa, en medio de una asfixia, sintiendo que el corazón se me salía por la boca.

Desde ese momento ya no volví a llevar serenatas en el barrio. Le saqué el cuerpo a los muchachos de la esquina alejándome poco a poco hasta que ya no me volví a reunir con ellos, a quienes jamás les conté lo que consideré una  experiencia con el más allá. El tiempo hizo lo suyo y me olvidé de Matti, Mary, Celeste y Nereyda.

Así que, después que han pasado muchos años, me atrevo a contar lo que me sucedió aquella noche de serenata inconclusa, por el embarque de Chuíto y el encuentro con aquellas manos.

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