CAPÍTULO 4

Camino por las calles con mi juguete rabioso viendo cómo algunas raíces de árboles levantan el pavimento. Ese tipo de raíces no está mal, pero las más entretenidas, las más transgresoras, son las que se meten en las casas por las tuberías, moviéndose entre las ratas como un maldito rizoma inquieto y penetran el culo de alguien que en ese mismo instante está sentado defecando, saliendo por el sanitario con tanta velocidad, que no da tiempo de nada, quedando literalmente empalada la víctima.

Conocí a un tipo que se fue a vivir a un apartamento en un octavo piso para evitar este tipo de inconvenientes típicos de las casas y los primeros pisos de los edificios. Los edificios son engañifas colosales. La gente no es dueña de la tierra si no del aire. Los edificios tienen ratas en los zapatos y murciélagos en el sombrero. El caso es que una noche el sujeto invitó a una amiga que era muy dada a tragar viandas y a soltar soretes y zurullos en cualquier retrete, y que, ya entrados en situación, a ésta le dio por dar a luz un mastuerzo del tamaño de una anaconda.

El caso es que después de unas rondas de cerveza, muy pocas porque ambos tomaron ácidos, parchecitos para la bicicleta liliputiense de Hofmann, el propietario del departamento tuvo ganas de orinar, con tan mala suerte de hacerlo después de que Lady mojón utilizara el wáter, y cuando levantó la tapa y luego la aureola, tuvo tal susto al ver el mojón concebido por la chica, que inmediatamente lo confundió con una raíz trepadora y salió corriendo y saltó por la ventana como Deleuze. Así sin más: hombre ardilla voladora. Hombre que al mirarse en los espejos ve solamente precipicios.

Tírale una rata muerta a alguien que les tenga fobia y lo veras correr a la velocidad de la luz.

En despavorida carrera atravesara autopistas por donde conducen automóviles sin frenos a gran velocidad, campos minados, ríos de mocos. Se podría decir que un millón de ratas imaginarias se colaron en su sangre y dinamitaron las cornucopias de su valentía.

Esta mañana estuve de visita en la casa de mi familia materna. De paso mi madre aprovechó para preguntarme que iba a hacer este año que recién comenzaba. Yo le dije que de ahora en adelante procuraría comerme las hamburguesas sin el pan de abajo, cogiéndolas exclusivamente por el pan de arriba y le aclare: ¡sin untarme los dedos de salsa de tomate! A decir verdad, nunca pude sostener la pelota de básquet con una sola mano.

Luego de unos segundos mi madre entendió que le estaba tomando el pelo y me deseó cáncer de aureola de santo. Este tipo de cáncer es muy común en la ciudad. Incluso mucho más que el de pulmón y el de cerebro.

Detesto la navidad, todo el mundo te pregunta qué estás haciendo y más vale que respondas que eres el presidente de una multinacional, porque de lo contrario van a quedar insatisfechos con la respuesta. El próximo que me pregunte que estoy haciendo o que pienso hacer este o cualquier otro año le barreno la cara de un disparo.

Un rato después llego a un parque y me encuentro con Julio que está fumando un cigarrillo. Me ofrece Piel roja, es la única marca que tolero. El resto son de esos de mentiritas, de dulce. De los que le daba Breton al resto de surrealistas hasta que se le rebelaron.

Lo rechazo. Acabo de fumar una docena de indios, de comanches, de cigarrillos, caminando de una cuadra para acá. Fui un maldito John Wayne Torquemada. Prendo uno de mis cigarros. Cannabis + bazuco + heroína un supergrupo de la faunarcótica, los músicos de Bremen del inframundo. El humo de su cigarrillo se aleja chillando como perro atropellado cuando el humo del mío se le enrosca intentando estrangularlo.

Acto seguido saca una botella de whisky barato del bolsillo trasero de su pantalón y la destapa. A continuación, derrama un poco de la bebida en la tierra brindando por Pedorian y otros fallecidos a causa de: sobredosis, suicidio, hambre y desesperación, y yo le digo que no tanta ya que podría matar a las ánimas de intoxicación etílica. Julio bebe un sorbo y me ofrece.

Le recibo con desdén ya que detesto tomar detrás del rastro de halitosis que dejo en el pico de la botella. Este tipo tiene tan mal aliento que parece que tuviera el cerebro descomponiéndosele en la cabeza y el hedor le saliera por la boca cada vez que habla.

¡Qué demonios! Pienso, si el alcohol acaba con matrimonios, cómo no va aniquilar unas cuantas bacterias. Luego veo perfectamente amoblado dentro del exoesqueleto de luz de mis pensamientos, un avión rociando veneno sobre unos rosales, y sé que el avión es Julio y las flores son el lenguaje, y los planetas son microbios para las deidades y los anestesistas son proxenetas de lo onírico y la épica de los días esta entintada con sangre del vértigo y habría que ser charco en el asfalto para reflejar la enormidad del cielo sin ser afectado de megalomanía. Siento el magma descender por mi garganta, por mi esófago de madera. Ascensor hacia el cadalso.

Julio me dice que siga bebiendo sin miedo a la resaca ya que el licor es Whisky 100% escocés y yo le digo que si eso es escoces, será porque son orines del monstruo del lago Ness.

Julio me arrebata la botella con mano de dipsómano ofendido. Entonces le pregunto algo que venía royéndome los sesos hace un tiempo: ¿cómo es posible que un tipo se llame Pedorian? El actualiza mi base de datos aclarándome: 1) se llamaba Dorian y 2) los padres de Dorian eran literatos. A lo que colijo ¡mi padre es alcohólico y no por eso me puso Jack Daniels!

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