Capítulo 2.

Cuando volvemos a entrar al interior de la casa los mellizos están en el pequeño salón esperándonos. No se muy bien cómo interpretar las miradas que me echan en ese momento, podrían ser de miedo o de curiosidad. O pueden estar planeando como quemarme el pelo mientras duermo. Tiemblo pensando si es posible que esos niños den más miedo que todas las películas de miedo juntas que he visto.

Es en ese momento en el estoy pensando sobre ello distraídamente cuando ocurre algo extraño. Un escalofrío recorre durante unos instantes la parte baja de mi cuello. Mi piel se eriza y me giro algo confusa desviando mi mirada hacia el fondo del salón. Mis ojos llegan hasta la cocina donde una sombra se proyecta sobre el suelo viejo de madera; la sigo de manera inconsciente, pero de un momento a otro cuando pienso que mis ojos llegan hasta el origen, realmente no hay nada. Mi mirada desciende una vez más, sin embargo, esta vez aquella sombra ha desaparecido. Arrugo el ceño sintiendo una mala sensación.

– ¿Eres la nueva niñera?

Aquella voz repentina es la que me trae de vuelta. Miro alrededor encontrándome de nuevo con los mellizos, los cuales se han adelantado varios pasos habiéndose colocado justo delante de mí. Ya me había fijado con anterioridad, pero sin duda su pelo completamente rubio y claro llama la atención. Sus pequeñas cabezas están alzadas mientras me observan de manera sospechosa. Abro la boca para responder, pero otro de ellos habla.

– No te queremos. – declara con voz arisca. Si no recordaba mal el que acababa de hablar es Milo, mientras que el de las gafas redondas es Nicolas. – Ya tenemos alguien que nos cuida.

Intento no poner los ojos en blanco. Lo último que quería era ser su niñera, en eso estábamos de acuerdo.

– Chicos, esta es Melissa. – interrumpe Tania con una pequeña sonrisa en sus labios aunque su mirada se torna severa. – Se quedará con nosotros durante el verano.

– ¿Dónde dormirá? – pregunta Milo dirigiéndole una mirada confusa a su madre.

– No hay espacio. – agrega Nicolas frunciendo sus labios. – Nuestra habitación está llena.

– Nico ni siquiera puede encontrar su cama debajo de toda la ropa.

Siento un pequeño pinchazo en la parte frontal de mi cabeza dándome cuenta de que aquello está empezando a darme jaqueca. No he pasado ni cinco minutos en esa casa y ya se que va a hacer un completo desastre.

– Va a tener su propia habitación. – aclara con voz neutra.

– ¿Va a dormir en el sótano?

Tiemblo sin poder evitarlo y es que una imagen de como será el sótano de aquella casa pasa por mi mente en ese instante. Con solo ver el estado general de aquel lugar puedo imaginarme como será. Desde luego preferiría quedarme debajo de un puente, gracias.

– ¿Puedo ir a mi habitación? – pregunto demasiado cansada y desesperada por estar unos momentos sola.

Tania asiente sin apagar su sonrisa.

.

.

Mi dormitorio resulta ser una pequeña habitación al fondo del pasillo de la planta de arriba. Lo único bueno es que la habitación de los engendros malignos está justo al lado contrario.

Mientras más lejos estuvieran de mí y de mi pelo, mejor.

Cuando Tania abre la puerta un extraño olor me golpea haciendo que arrugue la nariz sin poder evitarlo. Ella parece darse cuenta porque enseguida agacha un poco la cabeza y sus mejillas se sonrojan ligeramente.

– La habitación no se ha usado desde hace tiempo y...

Sus palabras se detienen ante un extraño sonido proveniente de la planta de abajo y veo como suspira con pesadez. Se despide rápidamente de mi para salir corriendo hacia las escaleras. Pasan unos segundos hasta que por fin entro a lo que será mi refugio durante los próximos meses.

Es pequeño, como toda la casa. Me fijo en el gran ventanal del fondo que se encuentra abierto en esos momentos, haciendo que una pequeña brisa se cuele en la habitación y mueva las cortinas. Hay un gran armario de madera bastante antiguo justo al entrar; me cruzo de brazos mientras mis ojos intentan calcular su longitud preguntándome si habrá sitio suficiente para toda mi ropa. Ladeo la cabeza, no lo creía. A parte de eso hay una pequeña cama y una mesita blanca sobre la que se posa una extraña lámpara con forma de animal. Eso es un... ¿caballo? No tengo idea realmente. Finalmente queda un pequeño escritorio también de madera vieja con un espejo; me acerco aunque mi reflejo apenas es visible por la capa de polvo que hay encima.

Suspiro sin poder evitarlo viéndome borrosa a través de aquel cristal.

No iba a sobrevivir a eso.

.

.

Fue un extraño ruido lo que me despierta esa misma noche. Con un leve gruñido mis ojos se abren, tardando un poco en acostumbrarse a la luz de la lámpara que había dejado encendida. Mi mirada rodea la habitación, pero todo parece normal hasta que de repente el sonido de lo que parece ser un trueno se escucha al otro lado del ventanal consiguiendo que mi mirada se detenga en los gruesos cristales que tiemblan debido al viento.

Se ha desatado una tormenta.

No se porque aquello hace que una extraña vibración atraviese mi piel. Respiro hondo a medida que poco a poco voy percatándome de hay algo raro. O eso pasa por mi mente al menos, aunque en realidad no hay nada. La luz que proyecta aquella lámpara en la habitación deja ver que todo es normal. Dudo, ¿qué es entonces aquella ajena sensación? Se parece a la que había tenido aquella misma mañana al llegar a la casa, sin embargo, en ese momento es mucho más intensa. Tomo aire de nuevo permitiendo que llene mis pulmones para tranquilizarme, a la vez que me convenzo a mi misma que estoy siendo una estúpida paranoica.

Que la casa tuviera quinientos años no significaba que me fuera a encontrar monstruos en ella.

Tengo que dejar de ver tantas películas de terror.

Vuelvo a tumbarme decidida olvidarme de ello, hasta que me doy cuenta de que no puedo dormir. Por mi estúpido que suene necesito ir al baño.

Gruño enfadada, lo último que quiero es salir de mi habitación para recorrer ese viejo y lúgubre pasillo. Pienso en aguantar, pero después de un rato que me doy cuenta que va a hacer imposible dormir. Salgo de la cama para ir directa hacia la puerta, mientras antes fuera antes volvería. El chirrido de las bisagras me acompaña mientras la abro y asomo la cabeza hacia el pasillo, el cual está desierto. Salgo poco a poco de la habitación a la vez que unos nervios repentinos me invaden. Trago saliva.

"No seas idiota. ¿Qué esperas que aparezca? ¿Un fantasma, un zombie, un...?"

Mis pensamientos se cortan cuando un pequeño sonido retumba a mi espalda. No me atrevo a mirar, en vez de eso hago lo mejor que puede hacer uno en esa situación.

Correr.

Sin pararme a pensar mis pies corren escaleras abajo sin detenerse.

.

He llegado a la cocina de menos de veinte segundos. Respiro con rapidez dejando que el aire entre y salga con fuerza mientras me coloco la mano en el pecho. Sin pensarlo había bajado hasta la planta de abajo. ¿Por qué demonios había ido hasta allí? Ahora me toca volver todo aquel camino en medio de la noche hasta mi habitación.

Mi mente se encuentra repitiéndome una y otra vez lo idiota que soy cuando de pronto el sonido de una puerta retumba. Me doy la vuelta temblando, harta de lo estúpida que estaba siendo mientras mi mano se mueve automáticamente buscando cualquier cosa para defenderme.

Cojo lo primero que encuentro encima de la encimera, que resulta ser una pequeña sartén de cocina ( algo que por supuesto asustaría hasta el último fantasma de la casa, donde va a parar) y la elevo. Me percato en ese instante que la puerta que da al jardín se encuentra abierta; mis ojos se mueven hasta que topan con la figura extraña de un chico en la oscuridad. Elevo aún más la sartén dando un paso atrás. La persona se mueve hacia delante dejando que la luz proveniente de fuera salpique su rostro.

Durante unos segundos sus ojos oscuros están puestos en lo que tengo entre manos hasta que instantes después suben hasta mi rostro. Aunque solo detiene la mirada ahí durante pocos segundos , porque después sus ojos vuelven a fijarse en la sartén. Con movimientos lentos eleva sus dos manos hasta la altura de su cabeza.

– No se si preguntarte quien demonios eres o exactamente donde piensas pegarme con eso.

Sus ojos vuelven a mirarme y en ese preciso momento tiemblo de pies a cabeza.  

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