Aquel café

El calor de la mañana entraba de lleno por aquellas finas cortinas de seda blanca que se mecían a la merced del gentil viento que se colaba por los ventanales, abriendo sus ojos de zafiro a un nuevo día, Ceres despertaba dispuesta a comenzar una rutina, el olor a café poco a poco comenzaba a inundar aquel lujoso espacio que regalaba una demasiado privilegiada vista a la torre Eiffel, mirando los mapas de la ciudad y sabiendo que sus clases en el museo no comenzarían si no, hasta la semana entrante, la hermosa rubia y planeaba hacer un recorrido por la ciudad, su padre no le había dicho exactamente donde y como buscar a su hermano, tan solo le había revelado que tenia uno y que este, sería mayor a ella, no tenia demasiada información, tan solo las palabras de su padre moribundo en confesión y con ella, debía encontrar a su hermano perdido, después de todo, era todo cuanto le quedaba en el mundo.

Tomando una pieza de pan que casi comió de un bocado y dando un ultimo trago a su taza de café, Ceres salía en ropas simples y cómodas a su primer día de búsqueda, solo con el nombre de su padre como referencia, aquella búsqueda no seria fácil, y el dinero recibido por la exposición de sus obras en el museo Rousseau, sin duda, seria de bastante ayuda para ello, sus mejillas estaban coloreadas de rojo, sin embargo, no era por el calor que se sentía a tempranas horas de la mañana, si no, por de nuevo haber tenido esos incomodos sueños, negando en silencio, no quería pensar de nuevo en ello, dos hombres maduros, mucho mayores a ella, habían hecho su aparición en su vida, pero no habría nada mas que solo ello, ambos admiraban su arte y ella no tenia tiempo para pensar en tonterías sin sentido, aun cuando aquellos sueños tan húmedos e íntimos, la dejaban con un molesto cosquilleo en el vientre.

– Veamos, creo que debería visitar primero a los parientes de mi padre, quizás, alguno sepa algo al respecto, aunque, no recuerdo exactamente donde y como encontrarlos, quizás, llamar a la tía Agnes – dijo para si misma en un murmullo la hermosa rubia, mientras buscaba en su enorme bolso su vieja agenda telefónica.

Buscando entre las paginas ya amarillentas, Ceres encontraba el numero de su tía, la única que se había preocupado de su padre, después de todo, eran hermanos, ella quizás debería saber algo sobre aquel hijo perdido, aunque, nunca había tenido una grandiosa relación con la susodicha, esperaba que pudiese ayudarle.

Marcando el numero en la agenda, una mujer de voz cansada contestaba al otro lado de línea.

– Ceres, ¿Eres tú? No esperaba una llamada tuya desde que enterramos a tu padre – decía la voz de la mujer mayor con sorpresa.

– Si tía, soy yo, lamento llamarte, no quiero causar molestias, pero ahora mismo me encuentro en Francia, en Paris mas específicamente, hay algo importante que debo preguntarte – dijo Ceres con nerviosismo.

 – No tengo espacio para acogerte si es lo que querías preguntar niña – respondía con un deje de desdén la vieja mujer.

Ceres casi quiso reír ante ese comentario, nunca había sido bien vista por los familiares de su padre, todos ellos odiaban a su madre y, por ende, no tenían mucha estima por ella, así como ella no la tenia por ellos.

– No te preocupes, conseguí un buen lugar, nunca te pediría tal cosa – respondió Ceres con ironía.

– Entonces ¿Qué es lo que quieres? – cuestiono la mujer.

Ceres tomo un poco de aire para formular la pregunta que estaba por hacerle a su pariente, Agnes Gultresa no era una mujer confiable, nunca lo había sido, sin embargo, era todo lo que tenia para comenzar su búsqueda.

– Quiero que me digas si tienes alguna información sobre el hijo que mi padre tuvo fuera del matrimonio, antes de casarse con mi madre, estoy buscando a mi hermano, fue la ultima voluntad de mi padre que lo encontrase, por ello estoy aquí – dijo Ceres con seriedad.

Un silencio sepulcral se escuchó repentinamente al otro lado de la línea, siendo interrumpido por las veces en que Agnes Gultresa quiso decir algo, sin embargo, se detenía a si misma.

– ¿Como es que sabes de ello? – preguntaba Agnes después de un demasiado largo silencio.

– Papá me lo dijo antes de morir, me pidió que lo buscara – respondió Ceres con molestia.

Agnes del otro lado de la línea, de nuevo guardo silencio, su hermano, aquel que deliberadamente desobedeció a la familia por seguir a aquella infame mujer con la que había concebido una hija, había tenido un hijo natural antes de todo, con aquella mujer que debía haberse casado en primer lugar y que siempre fue del agrado de todos en la familia, no imagino nunca que su hermano le diría aquel secreto a Ceres, su hija, aquella niña detestable nacida de esa unión que nunca debió ser, sin embargo, no despreciaría la voluntad de un muerto.

– No sé dónde se encuentra justo ahora, pero la última vez que supe de él vivía en Gevaudan con su madre, eso fue hace muchos años, ella nunca quiso que estuviéramos cerca de mi sobrino, nunca pudo perdonar a tu padre por dejarla por aquella mujer que fue tu madre, es todo lo que se, no vuelvas a llamarme, muerto mi hermano nosotras no tenemos nada que ver nunca más – dijo la mujer terminando la llamada.

Ceres sonrió ante aquello, no era como si deseara tener una relación con la familia que la desprecio junto a su madre siempre, al menos, ya tenia la primera pista sobre el paradero de su misterioso hermano mayor, ahora debía buscar la biblioteca pública para averiguar más sobre Gevaudan, tendría también que planear un viaje el próximo fin de semana y esperaba que no estuviese demasiado lejos de Paris, había mucho por hacer y se pondría de inmediato en ello, al menos, todo aquello le servía para no pensar en ninguno de los dos hombres que había conocido.

Caminando y repasando su plan de acción, comenzaba a sentir un poco de hambre, entrando en la primera cafetería abierta que encontró, no se percato de la mirada que la escudriño desde el momento en que entro en ella, acomodándose en una mesa, Ceres repaso la tía turística que recién acababa de comprar, Gevaudan parecía ser bastante rustica, y rica en leyendas medievales, sin duda, debía llevar su equipo de arte para ver si lograba hacer algo de tiempo y pintar algo, la sola idea la emocionaba.

– ¿Puedo sentarme con usted? – dijo repentinamente una voz masculina que logro sorprenderla.

Mirando a aquel hombre que le hablaba, no era otro mas que aquel apuesto hombre con quien había tenido el placer de charlar en el museo antes, aquel que halago su pintura “en la mirada del alfa” y que se lamentaba por no haber podido adquirirla antes que el señor Belmont.

– Señor Dupont, que sorpresa encontrarlo aquí, por supuesto, puede sentarse – dijo la hermosa rubia invitando a sentarse al caballero.

– Es muy generosa al permitirme estar en su demasiado grata compañía, permítame decirle que en este lugar sirven el mejor café de toda la ciudad, quedara complacida, puedo asegurárselo – dijo el apuesto hombre con educación dibujando una hermosa sonrisa hacia la joven artista.

Ceres sintió sus mejillas arder ante aquella hermosa sonrisa que le regalaba el señor Dupont, era, sin duda, un hombre elegante y demasiado apuesto, hablaba con mucha educación, podía notarse que era un hombre de cultura, y la hacia sentir demasiado intimidada en su poderosa presencia, aquello era extraño, era como si, de alguna manera, el y el señor Belmont tuviesen el mismo tipo de aura, sin embargo, sus miradas eran muy diferentes, mientras que en los ojos de Belmont Fortier había orgullo, seducción, una excesiva confianza, la mirada de Auguste Dupont era serena, solitaria…demasiado triste, lograba conmoverla en demasía, lograba palpar aquella dolorosa soledad que sus ojos castaños dejaban expuesta ante ella, logrando hechizarla de manera incomprensible.

– ¿Va a ordenar? – preguntaba el mesero en tono molesto.

Ceres se sintió avergonzada, por un momento se había perdido en la mirada del apuesto hombre que le sonreía con gentileza y no había escuchado al mesero que le pedía su orden.

– Oh lo lamento, que torpeza, si, por supuesto, me gustaría un café arábigo y un pastel de mora, por favor – dijo Ceres sintiendo sus mejillas arder de vergüenza y rogando a dios que el señor Dupont no se hubiese percatado que había estado mirándole completamente embobada.

– Tiene muy buen gusto señorita Gultresa, el café arábigo es, sin duda, de los mejores, y el que sirven aquí no la va a decepcionar – dijo Dupont logrando arrebatar una cálida sonrisa de la rubia.

– Es bueno saberlo, realmente disfruto mucho del café, supongo que es de mis pequeños placeres personales – respondió Ceres con una sonrisa tímida.

Auguste sonrió para si mismo, por supuesto, se percato de que la hermosa rubia no dejo de mirarle durante unos momentos, su delicado aroma inundaba sus instintos salvajes, llamando al decoro para lograr el disimulo, el apuesto hombre de cabellos y ojos castaños, deseaba estar a solas con ella…dejarse llevar por las bajas pasiones que la talentosa artista despertaba en él, sus ojos salvajes escudriñaban cada una de sus formas, cada uno de sus gestos, una delicada hembra que deseaba para si mismo y que no dejaría en manos de nadie más.

– Veo que tiene varias guías turísticas, pero resalta Gevaudan, ¿Planea visitar aquel pintoresco sitio? – cuestiono Dupont sin perder detalle de la hermosa rubia.

– Si, exactamente, ya que estoy aquí en Francia me gustaría conocer lo que tiene para ofrecer – respondió Ceres mintiendo sobre las verdaderas razones que tenia para realizar aquel viaje.

Dupont ensombreció su semblante pudiendo oler la mentira desde su piel, Gevaudan no era un destino turístico demasiado común, aquello, por supuesto, era extraño, sin embargo, había decidido seguir aquella tan obvia mentira y averiguar las verdaderas razones que la hermosa mujer tendría para mentir sobre ello.

La mañana había pasado amenamente entre mil charlas, Ceres, a pesar de la presencia intimidante que tenia aquel caballero, se sintió a gusto en su compañía, le había hablado sobre las rutas más rápidas para llegar a Gevaudan, también, los mejores trenes y horarios que la llevarían hasta allí cuando se decidiera a hacer el viaje, incluso, se había ofrecido a llevarla el mismo, aunque, por supuesto y con educación, había declinado aquella oferta, no deseaba que nadie supiera lo que había llegado buscando a Francia, era un secreto de su padre que no deseaba compartir con nadie mas de lo debido, despidiéndose, la hermosa rubia meditaba, Gevaudan estaba mucho mas cerca de lo que esperaba de Paris, aquel podría ser un viaje rápido, esperaba averiguar algo sobre aquel hermano perdido y no demorar demasiado en encontrarle, llegando al departamento que el señor Belmont le había prestado, tirándose sobre la cama, sentía sus parpados cerrarse por si mismo de sueño, el cambio de horario no le había caído nada bien y sentía sus tiempos volteados, sin oponer resistencia, se había quedado dormida de nuevo a pesar de aun ser temprano.

No te resistas, ven a mi…se que me deseas como yo te deseo, déjame probar del néctar prohibido entre tus piernas, déjame descubrir cual es tu sabor…déjame probar de tus pechos, déjame marcarte como mía y te adorare por siempre…Ceres…

Aquellos ojos castaños se dibujaron en medio de sus sueños, aquellos calores que coloreaban sus mejillas, las mil sensaciones que aquel sueño demasiado erótico le regalaba a su piel, mirando aquellos labios, Ceres deseaba besarlos, quería sentir a aquel hombre en medio de sus piernas, quería que la sometiera ante él.

Despertando bañada en sudor, el sol apenas comenzaba a ocultarse, de nuevo, de nuevo estaba teniendo esos húmedos sueños, quizás, había observado demás a Auguste Dupont en la cafetería y por ello, aquel demasiado vergonzoso sueño que acababa de tener con él, sin embargo, aquellas palpitaciones aún no se detenían, se había sentido tan real que sentía las caricias de aquel hombre sobre su piel, era el momento de una nueva ducha fría, y de repensar demasiado si se estaba volviendo una degenerada.

Lejos de allí, Auguste Dupont sonreía para sí mismo, jurándose el ganador de aquel juego.

Aquel café había desatado bajas pasiones en Ceres Gultresa, Dupont la deseaba sin que ella lo supiera, mientras tanto Belmont Fortier, se mostraba celoso ante aquel informe que le dejaban sobre su escritorio.

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