El hombre en el museo

Se mía Ceres, déjame llevarte a tu clímax, déjame perderme entre tus pliegues femeninos, descubre a mi lado el sabor de la pasión, déjame marcar cada parte de tu cuerpo, entrégate a mi eternamente.

El sonido de la regadera abriéndose rompía el silencio en aquel apartamento, agua fría resbalaba por su piel desnuda para calmar el calor repentino que aquellos sueños le habían provocado, sus mejillas aun permanecían encendidas en el carmesí de la vergüenza, apenas una noche atrás lo había conocido, aquel misterioso y apuesto artista mucho mayor a ella, Belmont Fortier, no era posible haber tenido un sueño tan…erótico…no sabia nada sobre ese hombre, aun sentía el calor de ese cuerpo, la piel caliente y desnuda frotándose sobre la de ella exigiendo un dominio total, la voz sensual y varonil pidiéndole ser suya…se sentía sumamente avergonzada, era la primera vez en toda su vida que soñaba algo tan atrevido como eso, nunca había tenido pensamientos impropios, no había tenido tiempo o ganas de ello, por supuesto, una vez había gustado de alguien, cuando aun era una adolescente y estudiaba la secundaria, pero nunca se atrevió a confesar aquellos sentimientos infantiles, era demasiado tímida para hacerlo y únicamente se limitaba a observar de lejos a aquel amigo de infancia que le gustaba tanto…al que incluso, podía haber llegado a amar de haber tenido la oportunidad de hacerlo.

Saliendo de la ducha para luego vestirse, Ceres había tomado unos simples vaqueros y una blusa sin mangas con cuello alto en color negro, se había puesto unos botines bajo del mismo dolor y había atado su larga cabellera en una trenza que dejaba caer hacia a un lado por el frente de su pecho, no haba maquillaje en su hermoso rostro ni nada en ella que pudiese llamar la atención, tomando un desayuno ligero, aun meditaba sobre lo que debía hacer con respecto al ofrecimiento del hombre que había invadido sus sueños y le había hecho despertar muy incómoda aquella mañana, el apartamento era en verdad un sueño, pero no se sentía bien quedarse en él, sería un abuso después de tan generosa oferta que ya se le había brindado.

Tomando su bolso, Ceres salía del edificio para encontrarse con su benefactor en el museo Rousseau, propiedad del mismo, había recibido una llamada mientras se vestía, donde Alfred le avisaba que debía ir a dar su visto bueno a la galería que ya se había montado con sus obras, el museo quedaba a solo unos pasos del edificio de departamentos donde había dormido y apresuraba sus pasos para llegar de prisa hasta él.

El elegante museo era tal cual lo recordaba de sus memorias infantiles, aquel lugar lo había visitado varias veces cuando aun era una niña, siempre amante del arte, su padre la llevaba a mirar las magníficas obras en exposición, era como un sueño hecho realidad el saber que sus obras estaban siendo exhibidas en el mismo sitio donde se guardaban varios de sus mas felices recuerdos, admirando el esplendor, Ceres entraba a la enorme sala donde ya estaban exhibidas sus obras, sin embargo, aún no había rastro alguno de Belmont Fortier, solo se apreciaba a un espectador admirando su arte.

Acercándose hasta el hombre que admiraba su obra “La mirada del Alfa”, pudo ver que parecía encontrarse demasiado fascinado mirando su pintura.

– Es una obra simplemente exquisita, nunca podría dejar de admirarla, es una lastima que Fortier se me haya adelantado en adquirirla, su artista es una mujer muy talentosa, sus manos realmente crean arte, logro captar a la perfección el sentimiento del lobo alfa, líder de su manada perdida, puedo ver en los ojos de la magnifica bestia, el gran peso y dolor que carga a cuestas, ¿No lo cree así señorita Gultresa? – dijo aquel hombre sin dejar de admirar aquella obra de arte.

Aquel hombre parecía muy solitario, como si, de alguna extraña manera, entendiera lo que intento expresar en su obra, la soledad de un lobo sin manada. 

– ¿Lo cree así? – pregunto Ceres mirando a aquel hombre.

– Por supuesto, usted ha plasmado el sentir del lobo como nunca nadie lo había hecho, la admiro por ello, Ceres Gultresa – dijo aquel apuesto hombre con una sonrisa.

Ceres admiro la hermosa sonrisa de aquel hombre solitario, su cabello era castaño, como el color de los cedros, sus ojos eran casi del mismo color, pero lucían un brillo extraño, salvaje, como si un poderoso fuego brillara dentro de ellos, su piel era morena, besada por el sol, de un color hermoso que lo hacia lucir demasiado apuesto, su rostro a medio afeitar, era serio, marcado con rasgos masculinos pero sin duda, muy hermoso, su porte era elegante, un poco menos alto que el señor Fortier y mas o menos de la misma edad, un hombre verdaderamente apuesto y distinguido.

– Le agradezco mucho su aprecio por mi obra – respondió Ceres demasiado tímida ante aquel extraño.

Aquel hombre observo detenidamente a la hermosa joven frente a él, sus cabellos rubios en perfectos ondulados, su piel blanca y tersa, su precioso rostro de facciones delicadas y femeninas, parecido al de las muñecas…sus hermosos ojos como un par de brillantes zafiros, que decían mucho de ella, una mujer muy joven y tímida, pero con un fuego interior tan poderoso que podría quemarlo todo a su paso…completamente oculto de todos, incluso de ella misma.

– Mi nombre es Auguste Dupont, Ceo y dueño de Dupont´s Company, es un verdadero placer poder conocerla al fin señorita Gultresa, he admirado su arte desde hace muchos años cuando vi por primera vez su obra La mirada del Alfa en una exposición en New York, sin embargo no logre adquirirla en ese entonces y justo ahora me vuelve a ocurrir lo mismo, permítame decirle que soy fiel a usted y su trabajo, espero que en mi pueda encontrar a un amigo ahora que ha llegado a vivir a mi hermoso Paris – dijo el apuesto hombre tomando entre sus manos las delicadas manos mucho más pequeñas de la chica.

Ceres se sonrojo de inmediato ante aquella sorpresiva compañía y ofrecimiento de sincera amistad, conocía bien, como el resto del mundo, el nombre Dupont´s, aquella era una muy reconocida compañía de belleza internacional que abarcaba desde el modelaje, maquillaje, perfumería y ropa de lujo para millonarios, una persona de su clase social ni soñando podría adquirir algún artículo de dicha compañía sin tener que sacrificar muchas semanas de cena.

– Oh vaya, es un gusto conocerlo, por supuesto, me halaga mucho que me ofrezca su amistad, pero no soy muy buena socializando – dijo Ceres con timidez y sintiéndose un poco intimidada por el apuesto hombre.

– No se preocupe mi bella doncella, no tiene que ser una experta para socializar conmigo, me considero a mi mismo un paria, yo tampoco disfruto demasiado de demasiadas personas, me gusta únicamente permanecer cerca de aquellos que realmente lo valen, y usted, sin duda, vale todo lo que un hombre de mi posición pueda ofrecer para que se sienta cómoda – dijo Auguste besando la delicada mano de la nerviosa artista.

Ceres no sabia que decir, aquel sumamente apuesto hombre parecía en verdad querer una amistad con ella, sintiendo sus mejillas arder y sin poder articular palabra alguna, la joven asintió tímidamente.

– Me honra mucho que acepte mi amistad, espero volver a verla muy pronto, por ahora, debo marchar a mis deberes diarios, pero no quise encerrarme en una pila de trabajo, sin antes admirar una vez mas su hermosa obra, fue un placer conocerla mi bella doncella, espero poder invitarle un café muy pronto – dijo Auguste extendiendo una tarjeta que parecía tener un numero personal grabado en ella.

– Espere, aquí tiene mi tarjeta, el placer fue mío, me alegra saber lo mucho que aprecia mi obra, fue un gusto conocerle – dijo Ceres entregando su tarjeta de artista con su numero a aquel apuesto hombre. – La guardare como un tesoro – respondió el apuesto moreno acercando a su corazón aquella tarjeta y logrando que Ceres se sonrojara de nuevo.

Despidiéndose, Auguste Dupont se marcho del sitio, dejando tras de si a una muy avergonzada pintora.

La galería de su arte era simplemente sublime, podía notarse el gran esmero que se había hecho para mostrar cada una de sus obras, recorriendo completamente maravillada aquel espacio solo para ella, Ceres se sentía conmovida ante aquello, sin notar que la mirada celeste de Belmont Fortier, la escudriñaba sin recato alguno y con un deje de molestia plasmado en sus ojos.

– Veo que le ha gustado lo que se ha hecho aquí, me alegra saberlo – dijo el apuesto hombre sorprendiendo a Ceres.

La joven artista desvió su mirada de la de aquel apuesto hombre de ojos celestes, aun recordando con vergüenza, aquel sueño erótico que la había forzado a darse una ducha fría.

– Lo siento, no me había percatado de que ya se encontraba aquí señor Fortier – se disculpo la joven.

Belmont se acerco hasta la joven artista, olfateando con disimulo alrededor de esta, el aroma de un hombre al que conocía bien y detestaba por completo, se sentía sobre la pintora que lo miraba con suma curiosidad, tomando la delicada y pequeña mano de la chica, sintió desagrado al confirmar que una presencia ajena a la suya la había dejado marcada.

– No debería ser tan gentil con desconocidos, la he visto hablar con ese Dupont, no es un hombre confiable, alguien que siempre permanece solo puede tener mil secretos escondidos – dijo Belmont con desdén.

Ceres no entendía la molestia del artista, Dupont parecía ser bastante caballeroso y gentil.

– Lo lamento, pero no me ha parecido una mala persona, admira mi arte tanto como usted, y creo que se debe ser cortes con todos – respondió la joven con sinceridad.

– Como sea, no estoy aquí para hablar de Dupont, tenemos aun muchos asuntos para atender, empezando con esto – dijo Belmont extendiendo un cheque a la chica.

Ceres, casi logra desmayarse al ver la demasiado generosa suma en dólares que se hallaba en el documento que ya ostentaba la firma de su benefactor.

– Esto…es demasiado señor, no pensé que sería tanto – dijo la rubia muy sorprendida.

– Para nada, es lo correspondiente al valor de su arte, no pagara una miseria por tan magnificas obras de manos tan talentosas, este es solo el primero de los muchos cheques que recibirá, no desestime el valor de su trabajo, nunca debe hacerlo – respondió el apuesto hombre de mirada lobezna.

– Muchas gracias señor, me esforzare en cumplir sus expectativas – dijo la chica sonriendo.

La mañana paso rápidamente entre todos los pendientes que había por hacer, se había establecido ya, un horario para que Ceres comenzara sus clases de arte que se llevarían a cabo en un recinto especial dentro del museo, también se había fijado un sueldo para ello y el magnate artista había logrado convencer a la rubia de vivir en el hermoso apartamento que se había acomodado especialmente para ella, por supuesto, la chica solo acepto vivir en el a cambio de pagar una pequeña renta por ello, Belmont se había mostrado ofendido por un alquiler mas costoso ofrecido por la chica.

De regreso en su lujosa mansión, la ira contenida por el hombre, se había visto liberada destruyendo algunos de sus muebles por ello, el olor de Auguste Dupont, había prácticamente desaparecido de Ceres al final de aquella ajetreada mañana, pero, aun así, Belmont estaba enfurecido por el atrevimiento de aquel paria desterrado.

– Maldito paria, finalmente se ha mostrado con intención de dominio sobre lo que es mío, pero no permitiré que se salga con la suya – dijo el apuesto hombre apretando sus puños con fuerza.

– Mi señor, se han colocado guardias alrededor del apartamento de su intención, pero, si me permite decirlo, creo que debería marcar a la señorita Gultresa cuanto antes, cuando un alfa marca a su intención, otros machos no pueden acercarse a menos que presenten un desafío, y solo otro alfa tendría el derecho de hacerlo – dijo Alfred con seriedad ante la ira de su señor.

Belmont se servía una copa de whisky, eso ya lo sabía, pero no dependía solo de él.

– Conoces las reglas Alfred, no puedo marcarla solo porque si, una huella de olor se desvanece, pero la marca de un alfa a su hembra elegida no puede hacerse solo por el deseo de uno, para marcarla, Ceres debe desearme, debe desear ser mía, entonces, y solo entonces, podre morderla y dejar mi marca de posesión sobre ella para que ningún otro pueda tocarla, ella es mía, y veré que todos lo sepan, la he elegido desde mucho antes y ni Dupont ni nadie mas me la ha de quitar, Ceres Gultresa me pertenece – dijo con voz posesiva aquel apuesto hombre.

– Entonces no tiene tiempo que perder, sin embargo, un lobo sin manada no puede ser un rival poderoso, usted es el mas fuerte, aquel que acabo con el linaje Dupont, nadie puede oponérsele – dijo Alfred con seguridad.

Belmont, dando un trago a su copa, sabia que aquello no era tan simple como su sirviente suponía, Auguste no era alguien a quien tomar a la ligera.

– No te equivoques Alfred, Dupont no es cualquiera, un alfa solitario es también un rival poderoso, nunca subestimes a tu enemigo, menos aun cuando este tiene colmillos para defenderse, fue el único que sobrevivió, el único lobo que sobrevive en soledad…un líder sabio sabe cuando reconocer a su rival y yo reconozco el linaje de ese hombre…aun así, no dejare que avance, no con ella – dijo Belmont con un deje de ira en su voz.

Alfred guardo silencio, aquella vieja leyenda de Gevaudan aun se escuchaba en estos días modernos, aquel lobo que atemorizo poblados enteros, y del cual nunca nadie volvió a saber jamás, el linaje maldito que fue una vez temido por todos y que su amo y señor extinguió hasta las casi cenizas.

– Lamento mis palabras señor, la señorita será suya, de eso estoy completamente seguro – dijo el joven sirviente.

– Es así Alfred, yo soy aun mas temido de lo que una vez fue su casta – respondió Belmont con orgullo.

En la soledad de una lujosa oficina privada, Auguste miraba aquella tarjeta con el delicado nombre femenino grabado en ella, el aroma a pureza emanaba desde esta, embriagando cada uno de sus agudizados sentidos, Ceres Gultresa, la hembra que deseaba, se guardaba pura, nunca antes mancillada, su olor y mirada decían mucho, una virgen, doncella jamás tocada, jamás besada, con delicado aroma sin mancha, prístino, que lograba despertar sus bajos instintos de macho.

La deseaba, quería poseerla, quería ser el quien la marcase para la eternidad, quería ser su hombre, el primero y el ultimo en dejar huella en su piel, en disfrutar los placeres ocultos de su cuerpo puro y virginal, que aquello ojos de zafiro solo a el lo mirasen…sabia bien que aquel infame hombre, Belmont Fortier, estaba también tras ella, deseando lo mismo, buscando marcar a la hembra elegida, pero no lo permitiría, esta vez el seria el vencedor, aquella vieja rivalidad culminaba en la figura hermosa y femenina de Ceres Gultresa, aquella mujer capaz de ver en la profundidad del lobo, aquella gentil doncella que podría llegar a amar más allá de posesión de un lobo…de un alfa.

El hombre en la galería de arte, mirada lobezna que se fijaba sobre una joven artista, deseos prohibidos, calor de verano, un sofocante sueño húmedo invadiendo la intimidad de Ceres.

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