Capítulo Siete: Una decisión

—¿Estás seguro? —preguntó sin poder creerlo.

—Señor, lo he confirmado. La mujer que tiene a su presunto hijo es Nala Prescok. Delgada, ojos verdes, mide 1,52…

—No me jodas la paciencia. Esa maldita desgraciada sabía quién era yo desde un principio. —Asumió Grenor sintiendo la ira correr por sus venas.

—Existe la posibilidad de que la mujer no sepa de…

—¿Quién demonios crees que soy? ¡Todos saben quien soy! — Gritó enfurecido. —Por supuesto que esa mujer sabe quien soy.

Lo que más le incomodaba a Grenor en aquel momento, era el hecho de sentirse un idiota por haberle dado un puñetazo al supuesto ladrón.

Supuesto ladrón, ahora todo debía ponerlo en duda.

Conociendo a Dara, era muy probable que todo fuera una farsa y que aquella mujer que se le mostró tan inocente, no fuera más que una treta, un medio para hacerlo caer en las redes.

Tan débil que era con las mujeres. Se daba cuenta que tenía muy mal ojo para juzgar cuando de féminas se trataba.

—Ella cuida a mi hijo..

—Su presunto hijo lleva por nombre…

—Te ordeno que dejes de decirle presunto si deseas seguir trabajando para mi.

—Pero señor Grenor, aún no lo hace...

—Ni lo menciones. Ese niño es mi hijo. Mio. —Murmuró para que nadie lo escuchase. No deseaba dar a conocer la noticia de que había descuidado a su hijo durante cinco años.

Grenor siempre iba a arrepentirse por los años que había estado lejos de su hijo.

El, que había crecido una familia unida, que sus padres siempre lo habían protegido, que le habían dado todo lo que él había pedido en la vida y que se habían encargado de llevarlo por buen camino, estaba siendo un hombre desgraciado al no estar para su primogénito sus primeros cinco años.

—¿Buscará a la mujer?

Grenor sonrió, no solo la buscaría, se encargaría de sacarle la verdad y de que ella le contara todo sobre su maléfico plan.

Que le dijera donde estaba Dara.

Él se encargaría de que la rubia cantara como un perico en navidad.

—Yo me haré cargo.

Grenor maldijo en voz baja y cerró la llamada.

Con ira, miró entre los invitados y un camarero se acercó a él con una bandeja llena de copas de champagne, le ofreció una, pero Grenor se negó.

Necesitaba algo mucho más fuerte que un simple champagne.

Caminó hacia el bar del salón, donde habían tres jóvenes con camisa blanca mangas largas y peinados exóticos, se sentó en una de las butacas con asiento en piel y miró a uno de los chicos, que de inmediato, sintió la mala vibra que exudaba, o quizá el dinero que tenía, y se acercó en un segundo.

—Señor, bienvenido. ¿Qué puedo ofrecerle?

—Algo fuerte. Lo mejor que tengas. —realmente no tenía deseos de tomar, pero lo necesitaba.

—¿Whisky? ¿Vodka? ¿Un bourbon quizá? —el joven que no debía de pasar de veintidós años lo observaba con los brazos extendidos en la barra. —Tenemos una selección premium disponible para usted…

—Bourbon está bien.

—En seguida. — el joven buscó una botella Evan Williams y la sirvió. Grenor puso mala cara, pero le dio un trago largo y con el dedo índice, hizo señas para otro más.

La noche era larga y su deseo de acabar con las Prescok iba en aumento.

Pero Grenor no tomaba ninguna decisión a la ligera, debía analizar todo y consultar con la almohada. Así había sido desde que era tan solo un niño, siempre tomaba las decisiones que pudieran ser para su conveniencia o la de sus padres. No iba a fallar esta vez.

—¿Viene desde lejos?

—Grecia. — murmuró dando un sorbo al trago nuevo, esta vez con más calma.

Justo en ese momento, su celular sonó y él tomó la llamada sin ver la pantalla.

—Dime que ya vienes a Grecia, Greg. —Su madre.

—Mamá…

—¿Qué demonios te pasa? — preguntó ella en griego. —¿Qué diablos está mal con tu cabeza? ¿Anastassia? ¿Es en serio?

—Supongo que ya te enteraste…

—¡Oh, no, Greg! No me vengas con ese tono burlón. ¡Ten algo de respeto! —Gritó su madre y Grenor se despegó el móvil de la oreja. — Espero que ya estés de regreso a casa. Tu y esa mujercita deben sentarse a hablar antes de que acabe con tu reputación y la de la familia. Esa mujer no va a mancillar nuestro apellido con sus mentiras.

—¿Entonces me crees a mi y no a ella?

—Se la clase de hijo que eduque. Por supuesto que te creo a ti aun sin haber escuchado la historia de tus labios. No eres un depredador abusivo. Al menos no con las mujeres. Eres un desgraciado en los negocios al igual que tu padre. Pero te eduque para no hacerle daño a los indefensos.

—Mamá…—Grenor casi sonríe y llora de alegría. Su madre sabía cómo cambiar su humor con tan solo hablarle dos minutos.

Hasta que se enterara de la existencia de un hijo bastardo. Uno que no estaba declarado con su apellido. Uno que ya tenía cinco años y una vida hecha en Chicago, lejos de él y su familia.

—Escucha, Greg. Esa arpía acaba de venir a mi casa…—Oh no. Anastassia estaba loca si creía que podía tener a Anker y Anielly Constantine de su parte. Su padre podía ser más crédulo, pero Anielly sabía muy bien cuando alguien le mentía.

De niño él decía que era una maldición pues ella siempre descubría cuando no le contaba la verdad.

Pero de adulto, comprendió que el sexto sentido de su madre, lo había salvado de muchas tragedias.

Por eso escuchaba con tan buena actitud sus consejos.

—Lamento esto, mamá. Hablaré con Anastassia tan pronto regrese, pero de momento…— La voz de Grenor se perdió cuando a su nariz llegó un perfume de jazmín que él reconoció de inmediato.

Nala Prescok estaba cerca.

—¿Greg? —Habló su madre. — ¿Sigues ahí, hijo?

—Si... — murmuró mientras giraba su rostro y le daba un sorbo a su trago. No la veía.

La rubia debía de estar allí. Ese olor era solo de ella.

O quizá su cerebro le estaba jugando una mala pasada.

Buscó entre la multitud que charlaba animada, mientras los novios contaban cómo se conocieron y los deleitaban con chismes que nada le importaban a Grenor.

Él, en ese momento, solo tenía cabeza para una sola mujer.

El motivo de su ira.

La causante de sus desgracias.

Grenor no creía ni por un segundo que la hermana menor de Dara no estuviera enterada de sus planes.

Quedarse embarazada del jefe multimillonario, era una de las tretas más antiguas que existían en la tierra. Una manera fácil de conseguir dinero. Y el, por estar de calenturiento, había caído fácilmente en las redes de la americana de ojos de sirena.

Dara lo embrujo casi seis años atrás.

Y ahora su hermana pagaría las consecuencias.

—Greg, no te me quedes callado. ¡Odio cuando haces eso! —La voz de su madre lo devolvió a la realidad. Se tomó el resto de la copa y pidió otra más.

—Lo siento madre, luego te llamo. Tengo algo urgente que resolver.

Grenor cerró la llamada y sonrió al encontrar entre los invitados, un cuerpo esbelto, con las piernas más bonitas y delicadas que había visto, la cola estaba suelta, caía suavemente sobre su espalda y sus rizos revoloteaban a medida que caminaba y movía la cabeza sonriendo con delicadeza a cada invitado.

Era ella.

Nala Prescok estaba en la fiesta.

Grenor sonrió y se tomó el Bourbon de dos tragos, dejo la copa vacía en la barra y se levantó con las venas encendidas y los ojos ardiendo de rabia.

Iba a estallar en cualquier momento.

—Regreso en breve. — Murmuró y sacó un billete de cincuenta dólares y lo dejó sobre la barra. —El bartender le agradeció con efusividad y le aseguro que le guardaría el lugar.

Grenor miró cada movimiento de Nala, analizándola, absorbiendo cada detalle. La joven llevaba una bandeja pequeña con canapés y canastitas de mariscos. Su cuerpo estaba relajado, como si trabajara en aquello desde siempre.

Entonces recordó a Dara diciéndole que su hermana era insípida y tonta por ayudar a los demás.

¿Así ayudaba a los demás?

¿Cómo una simple camarera?

Iba a enterarse.

Grenor se colocó en la puerta que conducía a la cocina y aguardo por ella con las manos metidas en los bolsillos de su pantalón, para intentar abrir y cerrar los puños por la desesperación.

Esa mujer se había metido con el hombre equivocado.

Poco tiempo después, Grenor vio como Nala Prescok se dirigía hacia la cocina, justo donde estaba él, agachó la cabeza y ocultó su rostro para no ser visto de inmediato, pero justo cuando la mujer se acercó lo suficiente, Grenor hizo un movimiento con su brazo, haciéndola tropezar y casi caerse de espalda.

Pero él la detuvo, sosteniéndola y haciéndose el héroe sin capa. Tuvo el lujo de ver como la mujer abrió los ojos de par en par.

—Tu…—murmuro Nala con los ojos asustados.

—Vaya casualidad. — Susurró con voz ronca. —Una interesante casualidad. 

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