Capitulo Dos: Una Notificación

Nala Prescok miró la notificación del banco Believe en sus manos.

¿Creer?

¡Creer que estaba quebrada!

—¿Por qué yo? — le preguntó al silencio de su sala mientras cerraba la puerta y sentía como las lágrimas comenzaban a caer de sus ojos y mojaban la carta.

Estimada Señora Prescok…

¿Cómo era posible que su hermana la dejara con tal deuda sin siquiera decirle nada?

Dara era egoísta, una mujer que desde niña siempre había pensado solo en ella y nadie más. ¿De qué se sorprendió entonces?

Jamás creyó que su hermana sería capaz de hipotecar la casa que sus padres le habían dejado como herencia.

¡A saber lo que hizo su hermana con el dinero!

No sabía nada de Dara desde hacía poco más de cinco años. No desde que llego a casa un día, después de meses de ausencia, sin dejarle saber si seguía con vida o no. Jamás olvidaría ese día en el que su vida cambió por completo.

—Nala, cariño. — Había dicho ella con los ojos hinchados y un bebe en sus brazos.

—¡Pero qué demonios te ha pasado! — le preguntó ella con apenas veinte años.

—Necesito tu ayuda. — Dara entró a la casa donde una vez las dos vivieron, donde se criaron y pasaron buenos momentos con su madre.

—¿Y ese bebe? — le cuestionó ella cruzando los brazos, en un vano intento de no abrazar al niño que parecía estar incómodo en la posición en la que su hermana lo cargaba.

—Es tu sobrino. — había dicho ella.

—¿Qué dijiste?

—Es tu sobrino. — repitió.

Aquello era una locura, su hermana mayo había dejado bastante claro desde que tenía quince años que no quería hijos, que no le interesaba formar una familia.

Todo lo contrario a Nala, la cual amaba a los niños y su sueño más grande era tener una familia numerosa y tomar chocolate caliente con malvaviscos en navidad.

—¿Mi qué? — preguntó estupefacta.

—Con esto es que necesito ayuda. — ella le entregó el bebe de no más de un mes y Nala abrió los ojos de par en par.

Su hermana iba vestida con vaqueros negros y una blusa de mangas cortas de color blanco.  Llevaba el pelo atado en una cola alta de un color que no era el natural de ella y sus ojos aún hinchados, estaban adornados con delineador verde que resaltaban sus ojos verde esmeralda.

Del mismo color que los de ella.

Pero Nala nunca los pintaba.

Lo consideraba una pérdida de tiempo y de esfuerzo. ¿Para qué maquillarse si nadie la iba a mirar con buenos ojos?

Nala se consideraba a la fea de las dos hermanas Prescok.

—Nala, mírame linda. — dijo entonces su hermana. — Nala, necesito que te hagas cargo unos días de tu sobrino.

—De tu hijo…— murmuró Nala pues se daba cuenta que Dara lo había dicho ya tres veces, como si no asumiera que él bebe que Nala tenía en brazos era su hijo.

—Si, lo que sea. — farfulló.

—No es lo que sea, es tu hijo. Llegas aquí después de más de un año sin vernos…

—No tengo tiempo para tus problemas. — La interrumpió Dara.

—¿Qué es lo que quieres? —había preguntado ella, pues lamentablemente, se daba cuenta, que su hermana seguía siendo la misma insoportable de siempre.

Nala se acostumbró a estar sola, a contar con ella misma y no pensar en la existencia precaria de su hermana mayor.

¿Para qué pensar en una persona que siempre estaba ausente?

Cuando Dara le contó sobre el trabajo que iba a tomar en Grecia, a poco menos de una semana de marcharse, Nala creyó que se trataba de una broma de mal gusto.

Pero se dio cuenta al poco tiempo que su hermana mayor, alocada e inconsciente había hablado en serio.

Nala tomó la carta en sus manos con fuerza y arrugó el papel.

¿Qué iba a hacer?

No tenía dinero en su cuenta de ahorro, sobrevivía con el día a día de su ayuda en la ONG en la que tenía ocho años trabajando.

—Mami, ¿estás bien? — la voz de Peter le sacudió todo el cuerpo.

—Si, cariño mío. Estoy bien. — mintió.

Su sobrino tenía cinco años, cabello oscuro casi azabache y los ojos verdes igual que los de ella. Igual que los de su hermana.

Nala olvidaba por momentos que su hijo, que su sobrino, era en verdad el hijo de su hermana y no de ella.

Peter llevaba toda su vida junto a ella, esos cinco años de trasnochos y temores cada vez que le dolía algo, o cada vez que sufría de algún resfriado.

Chicago solía ser húmedo, y lamentablemente la calefacción no siempre les colaboraba. Nala estaba intentando reunir dinero para poder mandarla a arreglar, pero los precios en los servicios de mantenimiento estaban cada vez más costosos.

—¿Qué voy a hacer? — dijo en voz baja y entrecortada para que Peter no la escuchara.

—Mami, ¿segura que estas bien? Estás murmurando como haces cuando estás triste.

Genial. Su hijo la conocía a la perfección.

—Si, cariño. Vuelve a la televisión.

Pete no necesitó una segunda orden, en segundos, Nala volvió a quedarse sola.

Se acercó al computador portátil que tenía casi diez años con ella y estaba bastante desactualizado y colocó en el navegador ‘’se busca…’’

De inmediato aparecieron varias ofertas de empleo y Nala comenzó a anotar en su celular los números telefónicos para llamar y solicitar el puesto vacante.

Dos horas después, se sentía como una inservible poca cosa, pues todas las empresas a las que había llamado y enviado su hoja de vida laboral le habían rechazado cortésmente.

Lo sentimos, no tiene la preparación que necesitamos. Lamentablemente no tiene las capacidades. Lo sentimos, usted no califica.

Estas y otras frases fueron las que escuchó durante más de dos horas.

Tomó el teléfono y llamó a su amiga de toda la vida.

Ghita respondió al instante.

— ¿Qué pasa, tesoro? —  Preguntó nada más responder.

—Tengo un problemón encima. — soltó.

—Cuenta ya. — su amiga no solía ser muy tolerante, mejor era catalogarla como ansiosa y sorpresiva.

Nunca sabía lo que pasaba por la mente de Ghita.

—Veras, me ha llegado una notificación del banco…

—¿Tomaste un préstamo?

—No, ese es el problema. — Respondió. —No he tomado nada.

—¿Y entonces qué sucede? — Inquirió Ghita y Nala se la imaginó perfectamente con la mano en la nariz intentando no perder la paciencia. —¿Qué es lo que no me dices, Nala Prescok?

—Tal parece que mi hermana ha tomado un préstamo con la casa y ahora el banco quiere quitármela por no pagar. — dijo, hablando rápidamente sin darse tiempo a pensarlo. Su amiga tendría mejores ideas. Siempre estaba rodeada de personas que seguro necesitarían algún empleado o conocerían de alguna empresa en la cual pudiera trabajar.

—¡Que hizo que! — exclamó Ghita furiosa. — ¿¡Esa desgraciada esta demente!? ¿Cómo ha podido hacerte esto?

—No te estreses, ahora lo que necesito es que me ayudes, necesito pagar esto. No puedo perder la casa, Ghita.

—Nena, no me digas que no me estrese. Voy para tu casa ahora mismo. — Ghita comenzó a levantarse de donde estuviera y Nala la detuvo.

—¡No! No es necesario, Ghita. —Le dijo. —Estoy bien.

—Te conozco desde hace años, Nala. No me digas que estás bien. Tu siempre estás bien. Ese es el problema. Te has acostumbrado demasiado a esto.

—¿De qué hablas?

—Lo sabes muy bien. Ya hemos hablado bastante de ello. No puedes estar salvando constantemente a tu hermana. Esa mujer es una desgraciada que se ha aprovechado de tu buen corazón.

—No digas eso. Dara…

—Sabes que es la verdad. —La interrumpió ella. — Mira, Nala. Iré a tu casa ahora mismo.

—No lo hagas, no abriré la puerta. No tengo ganas de ver a nadie ahora mismo. — Nala miró a todas partes, asegurándose de que su sobrino no estuviera por ningún lado. No deseaba preocuparlo.

—Iré.

—Mejor ayúdame. Ayúdame a no perder la casa. — le rogó. — Es lo único que tengo de mis padres.

—Dile eso a la arpía de tu hermana. Tan egoísta. Mira cómo te ha dejado todos estos años con el pobre Peter.

—No hables así de ella. Ni siquiera sabemos si está con vida. — No quería sucumbir ante esos pensamientos tan horribles, pero cabía la posibilidad de que por esa razón su hermana mayor no regresara.

Quizá estaba…

No.

Se negaba a creer que le había sucedido algo malo.

—Han pasado cinco años.

—Cinco años, cuatro meses y tres días.

—¿Ves? ¡Hasta llevas la cuenta!

—La llevo. Es el tiempo que tengo con Peter en mi vida. No me hace falta Dara. Ha sido egoísta. Ni siquiera puedo decir que conoce a su hijo. Me lo ha dado de meses.

—Por eso mismo no debes hacerte cargo de la deuda. Eres demasiado altruista. No puedes responsabilizarte por los errores de los demás.

—No me…

—Si lo haces. Escucha, Nala. ¿Qué necesitas? Sabes que siempre voy a estar para ti.

—Ayúdame con un préstamo temporal. Tengo que pagar siete mil dólares en quince días.

—¡Siete mil dólares!

—¡No grites! — levantó ella la voz y casi se pone a llorar al escuchar la cifra en voz alta.

—Tal parece que mi hermana no ha pagado nunca o que si ha pagado ha sido poco. No se nada, la verdad esto acaba de llegar y...

—Te conseguiré algo. No te pongas a llorar. — Vaya, su amiga la conocía tan bien que se daba cuenta cuando sus fuerzas flaqueaban.

—Gracias, Ghita. Eres la mejor. En verdad necesito un préstamo para pagar algunas de las cuotas…

—¿Préstamo?

—Si, yo…necesito pagar. Es que me he pasado las dos ultimas horas, por no decir tres, llamando a empresas y mandando mi hoja laboral.

—Cariño, has trabajado toda tu vida en una ONG…

—¿Pero eso que tiene que ver?

—No tienes nada mas que ofrecer que cariño y amor a los niños huérfanos.

—¡Ghita! —Exclamó. —¡No seas mala!

—Es la verdad, no digas que no te lo he dicho antes, te has pasado tu vida ayudando a otros, eso lo admito. Pero cuando buscas trabajo, las empresas prefieren la preparación académica.

—Sabes que no pude terminar la universidad porque tuve que cuidar de Peter.

—Lo sé, cariño. Pero eso no les importa a las empresas de ricachones. Tus motivos son buenos, pero ellos buscan personas que sean productivas para su empresa.

Ghita tenía razón y ella lo sabía. Ambas habían hablado de eso durante años, pero cada vez que Nala intentaba volver  a la universidad, algo sucedía: Pete se enfermaba, debía cubrir alguna vacación de otro empleado de la ONG, y tal y como ella lo veía, la ONG era lo que le permitía comer cada día, no iba a sacrificar su trabajo, sabiendo que no tenía preparación alguna, para terminar su carrera en diseño de interiores.

—Nala, sabes que lo digo con buena onda. Te lo he repetido mil veces, por el bien de Peter, debes hacerte de una carrera universitaria. Ya tienes veinticinco años, debes ir tomando cordura.

—Mientras ayúdame a salir de esto. — La interrumpió. — Ya luego veré que hago para volver a la universidad y encarrilar mi vida.

—No tengo como prestarte el dinero, sabes que estoy en planes de casarme con Dominic…

—Lo sé, pero te lo voy a pagar.

—Linda, tengo una mejor idea. — Ghita guardo silencio un momento y continuó después de un rato que se le hizo interminable a Nala. —Hay una actividad en el Hotel Arcadium, es de puros millonarios. Me han ofrecido el puesto, es dentro de dos días, pero esa misma noche tengo cita con Dominic.

—No. — La detuvo sabiendo lo que su amiga iba a ofrecerle.

—Es solo servir copas de champagne con un vestido negro y zapatos de tacón.

—Sabes que odio esas actividades donde se exhibe dinero. Esa gente no tiene corazón para ayudar a los más necesitados.

—No seas así, tu necesitas el dinero. Es buena paga. Van a dar mil dólares por noche.

—No lo quiero. Gracias Ghita. Seguiré buscando.

—Nena, no seas orgullosa. Tú necesitas el dinero rápido. Esto es en dos días. ¿Por qué no te lo piensas y me llamas mañana?

—No voy a cambiar de idea, Ghita. — Murmuro ella quedándose en el marco de la puerta que conducía a la habitación de su hijo y viéndolo concentrado en las caricaturas de la televisión. — No voy a ir a un lugar donde no me siento cómoda.

—Hay sacrificios que ameritan ser hechos.

—Seguiré buscando. — repitió. —Te quiero, amiga. Gracias por escucharme. — No esperó la respuesta de Ghita, alejó el celular de su oreja y cerro la llamada.

Ella buscaría la manera de salir de aquel embrollo en el que su hermana, la inconsciente hermana mayor que le había tocado la había dejado.

Ella haría lo que fuera por ese pequeño que tenía enfrente.

—¡Mamá! Ven a ver televisión conmigo. — Gritó el niño sin darse cuenta de que ella estaba a menos de diez pasos.

—Ya voy, cariño. —Le dijo sonriendo. Siempre estaría Peter en su vida para alegrarla.

Era su regalo más grande.

Nada podía salir mal mientras se tuvieran ellos dos.

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