El carnval de las almas perdidas (segunda parte)

 —Discúlpame por lo de anoche –pidió Pablo fumando un cigarro de muy buen humor, Carlos intercambió disculpas también.

 —¡Vamos a revisar la celda del niño deforme! –sugirió Carlos sonriente y emocionado.

 Llegaron hasta el espantoso agujero fétido y húmedo que estaba aledaño a la cocina, donde seguramente habrían abundado las ratas y los insectos, así como los olores de la comida cocinada. Al abrir la enorme puerta metálica que chirrió de forma grotesca, observaron un viejo plato oxidado como de un perro.

 —No deben haberle dado mucho de la comida que cocinaban –adujo Carlos bromista, pero su humor fue disipado por el escalofrío que le provocó la críptica tumba donde supuestamente había estado recurrido un ser de aspecto monstruoso.

 —¡Mira! –seña

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