Días rojos (cuarta parte)

 Las horas prosiguieron su curso y con ellas la borrachera, la gula y el sexo. Tamayo el homosexual se vistió de mujer con ropas de civil de la doctora Odriozova y ahora tenía sexo no sólo con Greivik sino con casi todos los miembros del grupo excepto Abdul. Robertson y los otros habían pensado que Laredo no bastaba para todos y que, de todas maneras, no tenían porque tener reparos si iban a morir.

 Pero Abdul, aunque había dejado de lado el Islam, seguía considerando la homosexualidad como una abominación y le desagradaba observar tales actos así que decidió alejarse e ir a tomar vodka de la botella mientras se asomaba por la ventana que mostraba el desértico panorama marciano y sus parajes helados y deshabitados, pensando que quizás eran estas siete personas todo lo que quedaba de la Humanidad.

 Sintió entonces un golpe en su cabeza que lo hizo perder el conocimiento.

 Cuando despertó, se encontraba amordazado y maniatado dentro de un lugar estrecho y oscuro. Poco a poco se fue percatando, con terror, de donde estaba metido. Era el horno que había utilizado muchas veces antes para cocinar los alimentos de sus compañeros…

 Por la ventanilla del horno pudo observar el rostro impávido y frío de Andrade que lo miraba con sus gruesos anteojos. Andrade ignoró las súplicas, maldiciones y esfuerzos desesperados de Abdul por liberarse y accionó el horno a máxima potencia para así cocinarlo vivo…

 —¿Sigues siendo cristiana, Laredo? –le preguntó Robertson a la medianoche, unos minutos después de haber experimentado el orgasmo en su cuerpo violado.

 Laredo rió:

 —¿Crees que todavía creo en Dios después de esto? ¡Por favor! Dios no existe. Un Dios de amor jamás habría permitido esta catástrofe tan horrible ni que me sucediera todo lo que me ha sucedido. Y si existe, el maldito bastardo es un sádico asqueroso y lo odio.

 Robertson rió y luego lloró, con una cierta locura en sus ojos que Laredo notó. Ella misma sabía que ya no estaba del todo cuerda, ni ella ni ninguno de las personas allí presentes, si aún podían llamarse personas.

 —Siempre quise ser un oficial –dijo Robertson mostrando un profundo dolor por sus sueños frustrados— todas mis aspiraciones, los sacrificios que hice durante años por mi carrera, fueron truncados. Ahora que el mundo fue destruido y todos han muerto… nunca podré hacer realidad mis sueños… ser un general condecorado y respetado, tener a miles bajo mi mando… quizás hasta optar por la carrera política algún día. ¡Maldita! ¡Maldita sea! –se enjugó las lágrimas con el dorso de la mano y luego tomó una pistola a la que le sacó todas las balas menos una y le dijo a Laredo: —¿Quieres jugar a la ruleta rusa?

 Laredo asintió, entusiasmada.

 Mientras Laredo y Robertson jugaban a la ruleta rusa, el Hermano Menor Grimassi había sido tomado prisionero por Andrade cuando estaba borracho vomitando en el baño. Lo estranguló con un cable eléctrico al tiempo que le introducía la cara en el escusado ensuciándola de vómito. Finalmente, el cable fue tensado tan violentamente por Andrade en su locura febril y sádica, que cortó la piel y la carne provocándole un profuso sagrado a su víctima la cual murió con una mueca de dolor grabada en el rostro.

 El Hermano Mayor Grimassi los encontró cuando entró al baño pero estaba demasiado impresionado por la visión para reaccionar, así que Andrade le propinó una patada en el abdomen y luego un puñetazo que lo hizo caer y se ocultó rápidamente entre las paredes.

 Robertson jaló el gatillo con el cañón en su sien pero el arma no se disparó y el casquillo sonó vacío. Luego apuntó a la cabeza de Laredo pero se interrumpió por el alboroto que llegó a sus oídos. El Grimassi sobreviviente sollozaba desolado mientras abrazaba el cuerpo horriblemente asesinado de su hermano. Tamayo también había llegado a observar y comenzó a gemir histéricamente.

 —¡Cállate! –ordenó Robertson exasperado por el ruido que producían los alaridos histéricos de Tamayo mientras contemplaba el cadáver y maldecía a Andrade, pero Tamayo no lo obedeció. —¡Te dije que te callaras! –repitió entre dientes.

 Luego un disparo resonó por la base militar seguido del sonido sordo de un cuerpo cayendo al suelo. Robertson le había disparado a Tamayo para acallarlo. Nadie dijo nada, excepto Laredo lamentándose:

 —¡Y pensar que esa bala me tocaba a mí!

 —¿Dónde está? ¿Dónde está ese maldito? –preguntaba Grimassi indignado y con gruesas lágrimas corriendo por sus mejillas.

 —Se oculta entre las paredes como una rata –murmuró Robertson mientras cargaba su rifle— vamos a buscarlo y darle muerte.

 —Pero quiero atraparlo vivo –comentó Grimassi con rabia en su mirada.

 Los dos soldados rebuscaron por toda la base en persecución de Andrade, cuando Robertson cayó en cuenta de algo y dijo:

 —¿Dónde están Greivik y Abdul?

 —Ese maldito debe haberlos asesinado –y justo entonces escucharon un ruido proveniente de la bodega.

 Ambos se dirigieron de inmediato en la búsqueda del origen del ruido adentrándose a la bodega y franquearon unas enormes cajas de madera repletas de víveres tras las cuales encontraron a Greivik, atado y amordazado a una silla, que mostraba evidencias de haber sido torturado. Greivik se removía desesperado intentando liberarse, pues se encontraba bañado en gasolina y un cigarrillo colgaba de una cuerda atada al techo sobre él. El cigarrillo estaba por consumirse en la parte que lo ataba a la cuerda, y tras hacerlo, cayó encendido sobre Greivik e incendió su cuerpo.

 Mientras Robertson y Grimassi contemplaban horrorizados a su amigo quemándose vivo escucharon la puerta de la bodega cerrándose de golpe y corrieron hacia ella demasiado tarde. Andrade los miraba desde afuera a través del vidrio de la ventanilla con su mirada fría tras enormes anteojos.

 El fuego que consumió el cuerpo de Greivik (que ya había dejado de moverse) comenzó a incendiar las cajas aledañas y pronto consumiría toda la bodega, con Robertson y Grimassi adentro…

 Andrade entonces se aproximó, cargando un enorme y afilado cuchillo de cocina hacia donde se ubicaba Laredo desnuda y con las manos aún atadas a la espalda, que lo observó aproximarse con pavor y sus piernas temblaron. Aunque sabía que era inútil, intentó escapar, pero Andrade la interceptó sin dificultad y la golpeó hasta dejarla inconsciente. Laredo despertó atada de piernas y brazos a la mesa del comedor con Andrade a un lado y con una colección de cuchillos y navajas de rasurar preparadas.

 —¡Maldito seas Dios! ¡TE ODIO! –gritó Laredo y fue torturada durante horas. Andrade realizaba los cortes de manera especial y sofisticada, con conocimiento de cómo realizar cortaduras dolorosas en la piel y la carne sin provocar la muerte.

Laredo se encontraba al borde de la locura producto del dolor, sintiendo la ironía de que los últimos seres humanos del universo tuvieran un final tan espeluznante.

 Justo entonces escuchó el sonido de un arma preparándose para disparar y escuchó la voz de Robertson, pero pensó que su mente alucinaba por el dolor.

 —¡No te muevas, infeliz! –exclamó con odio Robertson, quien al lado de Grimassi apuntaban a Andrade con sus armas.

 Andrade se volteó, impávido como siempre.

 —Fue muy listo tu plan pero olvidaste algo –le explicó Robertson— existía una rendija de ventilación detrás del generador eléctrico en la bodega, y aunque nos tomó horas poder hacerla lo suficientemente grande para salir y casi nos asfixia el humo, aquí estamos. Suelta el cuchillo.

 Pero Andrade sabía que le esperaban horas de tortura por parte de Robertson y Grimassi que buscarían venganza de sus amigos y hermano, y con su característica actitud lacónica, se enterró el cuchillo en el estómago, y luego se desplomó sobre el frío suelo, aún vivo pero sangrando y con una herida mortal.

 Justo entonces la televisión que hasta ahora transmitía pura estática comenzó a mostrar imágenes en video y sonido. Las transmisiones revelaban una multitud celebrando con pancartas de mensajes de paz rodeando el edificio de Naciones Unidas.

 En los reportes noticiosos se escuchaba la voz de la mujer periodista que había prorrumpido en llanto hacía unos días reportando el bombardeo nuclear, pero esta vez decía:

 —Lamentamos la interrupción de nuestra transmisión que no ha llegado desde hace varios días a ciertas zonas alejadas debido a la desactivación de algunos satélites. Gracias a los sistemas de escudos antimisiles utilizados por diferentes países se logró interrumpir a tiempo el bombardeo nuclear tanto por parte de la OTAN como de Rusia, China y Corea del Norte evitando así el estallido de todos los misiles atómicos lanzados. Actualmente la Asamblea General de Naciones Unidas se encuentra discutiendo un nuevo tratado de paz y desarme atómico…

 Un mensaje llegó a través de los sistemas de comunicación desde la Tierra, disculpándose por el prolongado silencio a raíz de un ataque informático durante la crisis que imposibilitó toda transmisión al espacio e informándoles que su relevo llegaría en un par de semanas para que pudieran finalmente regresar a casa.

 Y tras esto, se escuchó la carcajada fría, cacofónica y perturbada de Andrade quien yacía en el suelo poco antes de expirar.

 Fue la primera vez que rió…

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