4. Tres adjetivos.

TAMARA.

19 de enero.

—¡Ara, baja de una vez! —escucho el grito de mi padre cuando llego a las escaleras.

Puedo ver a mano derecha situado a un lado de mi padre.

—Tranquilo Duval, tenemos tiempo de sobra —le dice Mono a mi padre.

—Exacto papá, ya cálmate —apoyo a Mano derecha.

—Es que quiero saber cómo te fue ayer, antes de que te vayas —termino de bajar las escaleras y lo saludo con un beso en la mejilla, una que ya tiene unas cuantas arrugas.

Mi padre tiene 50 años, es un hombre alto, pero un poco pasado de peso, lo que lo hace ver un poco bajo. Tiene ojos marrones, cabello negro con algunas canas, nariz ancha, pero recta; cejas delgadas, lo cual es raro ya que los hombres casi siempre las tienen pobladas. Viste con un traje sin corbata, siempre ha sido así, le gusta verse elegante.

—Me fue bien, casi me castigan por llegar tarde, pero todo bien —le sonrío.

—¿Por qué llegaste tarde?

—El auto se averió, pero Mono lo reparo rápido —mi padre lo mira.

—Que tengan un auto extra, no quiero que vuelva a llegar tarde —ordena.

—Ya está cubierto, Duval —papá levanta una de sus cejas—. Ayer cuando llegué, ordene que buscarán un auto y que no lo tocaran, será especialmente para emergencias —explica. Papá sonríe.

—Bien hecho, por eso eres mi mano derecha, porque sabes resolver los problemas sin necesidad de llamarme en todo momento.

—Me tengo que ir —le informo llamando su atención.

—Vaya con Dios, hija. Cualquier cosa que avisas ¿Si?

—Claro, papá, ¿Cuando viene Kongo?

—Él viene el domingo para que el lunes asista a la reunión de representantes.

—Que bien —lo abrazo y doy unos pasos hacia la salida, pero me detiene.

—Ara.

—¿Si? —volteo para darle todo mi atención.

—El sábado habrá una fiesta aquí en la casa —hago una mueca de desagrado—. Sé que no te gusta hija, pero es para recibir a unos nuevos socios, y para que te conozcan, ya sabes.

—Está bien, igual bajaré solo por dos hora ¿Está bien?

—Está perfecto —me despido una vez más con la mano y salgo.

Entro a la camioneta, mano derecha arranca.

De camino me encuentro con el chico del otro auto, lo saludo como siempre, nos reímos y me pregunta una vez más por mi nombre, no sé lo doy.

***

Mientras desayuno en la misma mesa de siempre pienso en la fiesta de este sábado.

Realmente odio esas fiestas, normalmente no bajo, prefiero quedarme en mi habitación, pero en ocasiones los socios de papá quieren conocer a la "famosa" Ara. A papá le gusta hablar mucho de mí, por eso quieren saber que tengo de especial.

Mi padre hace que baje a las fiestas no para mostrarme como un trofeo, más bien es para que todos sepan que soy su hija y que no se pueden meter conmigo...

Me remuevo incómoda en el asiento, siento que me observan. Miro a mí alrededor y puedo identificar al causante de mi incomodidad.

Mathias me está mirando fijamente. Le frunzo el ceño. Vuelvo mi mirada al desayuno, no le daré importancia.

Sigo comiendo hasta que siento que alguien se sienta a mi lado, me preparo para soltarle algún comentario a Sofía.

Volteo y me encuentro con unos ojos marrones y una sonrisa de brackets.

—¿Que quieres? —le pregunto directamente.

—Comer, quiero comer —deja su desayuno en la mesa y empieza a engullir.

—¿No había otra mesa? —le suelto de mal genio.

—Sip —dice de manera infantil—, pero a mí me gusta esta, así que comeré aquí —entrecierro mis ojos hacia él.

—¿Sabes? Me encanta tu compañía —suelto con sarcasmo.

—¿En serio? —me ve con entusiasmo.

—Es sarcasmo, Mathias —digo obvia.

—Ah ya, eres de las chicas que usa mucho el sarcasmo ¿No?

—¿Cómo adivinaste? —vuelvo a soltar con sarcasmo.

—Creo que eres muy obvia —sonríe satisfecho con su respuesta, para volver a engullir su comida.

Vuelvo mi vista a lo que resta de mi desayuno, solo queda la manzana, la tomo y la muerdo.

Nos rodeamos de un silencio incómodo, o al menos para mí porque él parece muy tranquilo.

Trato de concentrarme en la manzana, cuando menos me doy cuenta ya me la he terminado y Mathias sigue aquí, comiendo. Saco unos bombones de chocolate de mi mochila, cómo uno, dos y tres.

—¿No crees que ya has comido muchos? —me pregunta.

—Solo van tres, además ¿A ti que te importa? —le suelto de malhumor.

—Deberíamos de llevarnos bien, te recuerdo que haremos todos los trabajos juntos este año —lamentablemente.

—Ajá —respondo con desinterés.

—¿Cuando haremos el trabajo de física? —cierto. Lo miro.

—Podemos hacerlo en los receso, ¿Te parece?

—Sip, me parece genial, ¿Yo investigo la primera mitad de las preguntas, y tú la otra mitad? —asiento.

—Genial, entonces mañana traigo la investigación y tú traes la tuya para empezar a armar el trabajo —concluye.

—Ok —suena el timbre, por fin.

Tomo la mochila y me levanto rápidamente, para mí desgracia Mathias es igual de rápido y terminamos caminado lado a lado.

—¿Desde cuándo estudias aquí?

—Desde siempre —respondo a secas.

—¿Naciste aquí en Medellín?

—Sí.

—¿Qué lugares me recomiendas visitar?

—El parque Arví es un buen lugar —entramos al instituto.

—¿Y cómo es?

—Ve y averígualo.

—¿Siempre eres tan comunicativa? —suelta con sarcasmo.

—En realidad no, hoy estoy más habladora que nunca —le sonrió falsamente.

—Que suerte tengo.

—Sí, mucha suerte —dice algunas cosas más, pero no le respondo.

***

22 de enero.

Tres adjetivos. Hablador. Persistente. Fastidioso. Esos adjetivos son exclusivos para Mathias.

Ha estado estos últimos días persiguiéndome todo el tiempo.

Se supone que haríamos el trabajo, pero el habla mucho, no se detiene ni siquiera cuando digo que se calle, llega a ser fastidioso.

—¿Por qué tienes los ojos de dos colores? —vuelve a preguntar, la primera vez lo ignore.

—No lo sé —solo los tengo así, ¿No puede dejarlo estar?

—Pero debe haber alguna razón, ¿No has ido al oftalmólogo? —resoplo con frustración.

—Mathias, ya detente ¿Si? No has parado de hablar desde que nos sentamos y solo llevamos diez minutos —lo miro molesta.

—Es que no me gusta estar en silencio, es sofocante —hace un mohín. Respiro profundo.

—Solo concéntrate en el trabajo, ya solo falta esto —se vuelve a las hojas y empieza a escribir.

Me concentro en el trabajo.

Estoy un poco malhumorada, mañana será la fiesta en la finca y no quiero estar presente, me fastidia.

Termino de redactar la última hoja que faltaba.

—Ya está, iré por un jugo ¿Quieres algo? —pregunto para no ser descortés.

—No, tranquila estoy bien —me sonríe.

Voy hasta la cafetería y pido un jugo de piña. Pago y me volteo para volver con Mathias, choco contra alguien, pero no le derramó el jugo encima.

—Tienes que tener más cuidado, Ara —es Sofía.

—No te vi, ¿Que hacías tan cerca de mí? —le reprocho.

—Quería hablar contigo, pero últimamente no se te despega el chico nuevo —cabecea hacia el nombrado. Pongo los ojos en blanco.

—Quedó cómo mi compañero de trabajo, estamos haciendo el que mando don barriga —digo con mi vista en Mathias.

—¿Quien es don barriga? —suelto una  risa antes de mirarla.

—El profesor Barrera.

—Oh, sí le queda —dice entre risas.

—¿Para que querías hablar conmigo? —le pregunto cuándo termina de reírse.

—¿Estarás en la fiesta que organizará tu padre?

—Sí, aunque solo serán dos horas, luego iré a mi cuarto ¿Por qué? —la miro extrañada.

—No estés mucho tiempo en esa fiesta, irán unos gringos que se creen dueños de todo y de todos.

—Sé cómo defenderme, serán solo un par de horas, igual mi papá me presentará y se alejaran de mi. No creo que quieran meterse con la hija de Duval —me sonríe.

—No creo que quieran meterse con una chica que deja agujeros en la frente.

—Y yo no creo que quieras hacerme enojar ¿O sí? —ladeo la cabeza.

—Ya tus amenazas no me afectan —sonríe con confianza.

—¿Llevarás niñas nuevas? —cambio de tema.

—Sí, tengo a una virgen que quiere ponerse los senos, ganaré bien por ella —se pone sería.

—¿Ella sabe lo que le espera?

—Se lo dije, pero parece que necesita el dinero, así que quiere hacerlo —hay personas que realmente necesitan y que no ven otra alternativa sino vender su cuerpo.

—Mejor voy con Mathias, estamos terminando el trabajo.

—Ojala me hubiese tocado con alguien inteligente, me tocó equipo con una de las niñas y sabes que ellas están bien brutas —empiezo a alejarme.

—Búscate amigas inteligentes.

—Ya tengo una, pero no estudia en la misma sección que yo —termina gritando.

—Yo no soy tu amiga —le grito de regreso.

Para cuando llego a dónde Mathias ya no queda jugo, así que lo desecho en la b****a.

—¿Ya terminaste?

—Sí. Oye, una pregunta —aquí va otra vez—. ¿Alguna vez creyeron que eras la hija del capo Duval?

—Sí, muchas veces preguntaron, pero no soy hija de ese hombre, además, no es el único con ese apellido.

—Tienes razón, pregunto porque hace un rato, antes de venir contigo, un chico me dijo que cuando empezaron clases, creían que eras la hija de Duval —aprieto los dientes.

—Ya te dije que no lo soy.

Recojo mis cosas, junto las hojas del trabajo y se las entrego.

—No quise molestarte, lo siento —se disculpa.

—No te preocupes —paso la correa de la mochila por mi hombro justo en el momento que suena el timbre —. ¿Vamos? —le pregunto al no verlo moverse.

—Sí, claro.

***

23 de enero.

Llegó el día de la fiesta, hay muchas personas en el jardín lateral. Acomodan mesas, sillas y limpian la piscina, que se encuentra a unos metros de distancia.

A mi padre se le ocurrió la brillante idea de crear 3 jardines, el delantero, el trasero y el lateral. En el trasero se encuentra un cuarto de tiro —el que usé el otro día— y mucho espacio para cuando tiene un pedido grande de droga; en el lateral hay una piscina gigante y cuartos para lo que sea que vayan hacer con las prepago; en el jardín delantero no hay nada importante, solo es un jardín.

"El fantasma aflojó su presión. Metí precipitadamente la mano por el hueco del vidrio roto, amontoné contra él una pila de libros y me tapé los oídos para no escuchar la dolorosa súplica. Estuve así alrededor de un cuarto de hora; pero en cuanto volvía a escuchar, oía el mismo ruego lastimero."

Detengo mi lectura al escuchar los golpes en la puerta de mi habitación. Cumbres borrascosas tendrá que esperar.

—¿Quien?

—Soy yo, Ara —dice Mano derecha.

—Pasa —cierro el libro, no sin antes marcar la página en la que quedé.

—¿Qué haces?

—Estaba leyendo, ¿Sucede algo?

—No, solo le traje esto —me extiende la caja que trae en sus manos.

—¿Qué es?

—Ábralo —bajo de la ventana y me acerco.

Tomo la caja, la abro y me llevo una gran  sorpresa.

—¿Un vestido?

—Sí, es el vestido que usará para la fiesta, así cumplirá con la apuesta —me sonríe con fingida inocencia.

—Eres el peor, en serio —lo corro de mi habitación quedándome con el vestido.

Es un lindo vestido. Es azul, con un cinturón plateado, es escote corazón y falda floja. Se ve cómodo, y lo será si no lo uso con tacones. Me pondré unos Converse negros y con eso bastará.

Tomo el vestido y lo guindo en mi clóset.

Tres horas más tarde la fiesta está a punto de empezar, sin embargo, yo apenas me estoy bañando. Así les doy tiempo de que vean a las prepago y no tendré que presenciar cuando las escogen.

Presencié esa escena una sola vez en mi vida y la deteste. Sofía coloca a las chicas en una fila, luego los narcos las evalúan una por una, el primero en escoger es el organizador o a quien le dediquen la fiesta. En este caso mi padre es el que elegirá primero, definitivamente no quiero presenciar eso.

Salgo de la ducha con la ropa interior puesta, me siento frente a la peinadora y me peino el cabello para dejarlo secar. Mi cabello es lacio así que no es necesario alisarlo. No me maquillo, no me gusta el maquillaje. Me coloco un collar con una diadema en forma de flor plateada, me la regaló mi madre cuando cumplí los 6 años.

Me coloco las Converse antes que el vestido, me siento más cómoda así. Me coloco el vestido y con ayuda de un gancho me subo el cierre.

Salgo, allí está Mano derecha vigilando las escaleras, cuando yo estoy en mi habitación y abajo están haciendo alguna fiesta, él siempre se queda en las escaleras vigilando que a ningún borracho se le ocurra subir.

—¿Cómo me veo? —doy una vuelta.

—Te ves bien, Ara, ¿No deberías tener sandalias o tacones? —pregunta mirando mis pies.

—No quiero andar incomoda, así que sandalias no, Converse si ¿Ok?

—Como usted diga.

—¿Mi padre?

—Ya se lo llamo.

Habla por el micrófono que se encuentra en la manga de su chaqueta. Los guardias de mi padre tienen tecnología avanzada, pero cuando hay sospechas de que los quieren intervenir prefieren usar las radios.

Aquí en la finca solo mi celular se conecta a la red wi-fi y eso porque debo guardar las apariencias. Tengo otro celular que está protegido y no puede ser intervenido por las autoridades.

—Hermosa —me halaga mi papá. Le sonrió agradecida.

—Gracias, el vestido me lo dio Mono.

—Es que mi mano derecha tiene que tener buenos gustos y ya lo demostró —ríe palmeando la espalda de Mono.

—Tómanos una foto, Mono —le extiendo mi celular.

—Sabes que no nos podemos tomar fotos.

—Yo quiero una, sabes que las guardo bien —hago un puchero que me sale ridículo, pero funciona.

—Solo una —Mano derecha toma una foto.

Mi padre está vestido con una bermuda beige y una camisa, mangas cortas, playera.

—Vamos, quiero presentarte a unos amigos —pasa su brazo por mis hombros abrazándome de lado.

Aquí vamos, espero nadie me saque de mis casillas hoy, no estoy de humor.

CONTINUARA...

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