2. El chico de la camioneta.

TAMARA.

18 de enero.

Hoy es el primer día de clases. Hace aproximadamente una semana fui al instituto y recogí mis horarios.

Quedé en la misma sección de siempre. Con los mismos ineptos de siempre. Con las mismas miradas extrañas de siempre. Lo bueno es que quede con la misma profesora de física de siempre, ella es buena y me cae muy bien.

Bajo las escaleras rápidamente, voy con tiempo, pero me gusta llegar temprano, así escojo mi asiento.

Paso por la cocina para tomar una manzana, me encuentro con una nota pegada en la puerta del refrigerador.

Ara, tuve que irme muy temprano a la cocina, disculpa no poder desearte buena suerte en persona, aunque no la necesitas.

Te quiero mucho, hija, ten un buen día.

Papá.

No me decepciona ni nada por el estilo. Él casi siempre está en mi primer día de clases, que no esté hoy no es problema para mi.

Y no es necesario que coloque al final de la nota "papá", puedo reconocer su horrible letra en kilómetros a la distancia.

Cuando dice "Tuve que ir a la cocina", se refiere al lugar donde hacen la droga.

Camino hacia la entrada de la casa.

Vivimos a 30 minutos de la ciudad, al oeste de Medellín. Es una gran finca, no hay vecinos y está custodiada por más de 50 hombres, solo en la finca ya que a 10 minutos puedes encontrar muchos más.

Así que por mi propio bien, es mejor levantarme muy temprano para llegar a tiempo a clases, lo que parece no sucederá hoy.

—¿Mono? —llamo a Mano derecha, él me llevará al instituto —¿Qué haces?

Mano derecha sale de debajo de la camioneta. Casi siempre carga un traje, la chaqueta de este traje no está, solo tiene la camisa blanca, que ahora tiene unas manchas negras.

—La camioneta se averió, señorita —me informa mientras se sacude las manos.

—¿Y no hay otras? —no lo dejo responder—, no hay tiempo para esto, Mono. Llévame a clases en otra camioneta, no quiero llegar tarde —suena como una orden, pero es un petición.

—Lo siento, señorita, pero las otras camionetas se encuentra ocupadas, solo queda esta y se averió —abro los ojos al límite.

—¿Me estás queriendo decir, que llegaré tarde?

—Sí, señorita. Puedo arreglar la camioneta, pero me tomara unos 30 minutos.

Respira profundo, estás cosas pasan, me digo una y otra vez en mi mente.

Mano derecha se vuelve a meter debajo de la camioneta para seguir con su trabajo.

Soltando aire frustrada, me siento en el último escalón de las pequeñas escaleras que hay en la entrada de la casa.

Veo como el agua cae de la cola de la sirena de piedra que hay a unos metros de mí. Cuando entras a los terrenos de la finca, antes de la entrada de la casa, hay una gran fuente que en el medio tiene una sirena.

Paso los 30 minutos entre viendo el agua caer, viendo a Mano derecha ensuciarse de grasa y revisando mis redes sociales.

En realidad solo es I*******m y una app que te avisa cuando salen nuevos libros, o cuando llega un libro que estás siguiendo a tu ciudad.

No tengo muchas redes sociales debido al riesgo que es para mi padre. En I*******m no público fotos de la finca, de mi padre o de algunos de sus trabajadores. Tampoco público fotos mías, solo imágenes que encuentro y me parecen geniales.

—Señorita —me llama Mano derechas—, ya está listo, nos podemos ir.

Me levanto rápidamente y entro al auto, colocando mi mochila en el asiento de al lado.

—¿Todo listo?

—Sí, ya vámonos que voy retrasada.

Él arranca sin decir algo más.

Veo como pasamos a algunos guardias y trampas que colocan para los agentes de la DEA.

Le digo a Mano derecha que ponga música.

Suena "Traicionera" de Sebastián Yatra, me encantan sus canciones, son muy buenas.

Sin darme cuenta mi cabeza empieza a moverse al ritmo de la canción, luego tarareó y después de unas cuantas miradas cómplice por el retrovisor con Mano derecha, empiezo a cantar.

Mano derecha contiene la risa por lo mal que canto, si mi padre me viera me diría: "Ara, va a terminar lloviendo si sigues cantando". Realmente soy mala cantando.

Termina la canción y sigue otra más. Así paso el camino a la ciudad, dándole un horrible concierto privado a Mano derecha.

Al estar en las calles de la ciudad dejo de cantar, no por vergüenza a que me vean, es porque ya me cansé.

—Señorita.

—¿Si?

—¿No cree que esa falda ya le queda un poco corta? —frunzo el seño.

Bajo la mirada hacia la falda del instituto. Mi uniforme consiste en una falda de cuadros azul con negro, una camisa mangas cortas, blanca; unos zapatos colegiales y unas medias que llegan unos centímetros debajo de la rodilla.

Mi falda llega tres dedos más arriba de la rodilla, a mí me parece bien, ya que en el instituto hay chicas que las llevan muy cortas.

—No, es la del año pasado, me pareció que me quedaba bien ¿Me queda corta? —le pregunto.

—Solo le queda un poco más corta que el años pasado, pero está bien —le sonrió por el retrovisor y vuelvo mi vista a la carretera.

Estoy buscando un auto en específico. Hace un año, cuando iba a la escuela, vi a un niño de 12 años muy aburrido así que empecé a hacerle muecas, al principio me vio raro, pero luego estallo en risas. Todos los días lo veía, siempre coincidimos en una de las vías que nos llevan a nuestro destino.

Fui un poco rara ya que llegue a pedirle a mi padre que lo investigara, resulta que era un niño de padres divorciados, su madre está muy ocupada y casi no hablaba con él y a su padre no lo podía ver muy seguido. Quizá no hice mucho por él, pero sé que cada día que coincidimos cada quien en su auto, le pude sacar una sonrisa.

Seguro ya llegó a su destino, ya que yo voy retrasada.

Nos detenemos en un semáforo, veo hacia al frente un momento antes de volver mi vista a la calle, allí está el auto del niño. Él me está mirando fijamente, quizá cree que no soy yo.

Le sonrió y empiezo a cantar la canción que suena en los altavoces de la camioneta, él no debe escuchar, pero sabe que le estoy dando un concierto exclusivo.

Al principio me ve raro, como siempre, luego sonríe y empieza a cantar su propia canción en su auto.

Deja de cantar y busca algo en su mochila, que puedo ver es de color verde. Saca un cuaderno y escribe algo. Lo pega de la ventana.

"¿Sabías que eres rara?"

Dice lo que escribió en su cuaderno.

Saco mi propio cuaderno y escribo, luego se lo muestro.

"Si, ¿No es genial?"

Al leerlo él se ríe, luego vuelve a escribir.

"¿Hoy me dirás tú nombre?"

Desde que nos conocimos me pregunta mi nombre, pero nunca se lo he dicho y nunca se lo diré, es por su bien.

Mano derecha arranca y yo me despido del chico con la mano.

Nos volvemos a detener en otro semáforo, ¿Qué pasa con estos semáforos hoy? ¿Será que quieren que llegue tarde?

Al mirar a la calle, me encuentro con un chico en una camioneta, me mira, ¿Por qué me estará mirando?

Cómo no deja de hacerlo, le enseño el dedo medio, quizá quiera ver eso. Él abre los ojos sorprendido.

Mano derecha arranca, pero logro escuchas cuando grita: "Grosera". A mí me parece más grosero quedártele viendo a una extraña por tanto tiempo.

Cuando llegamos al instituto, me bajo tan rápido que apenas alcanzo a escuchar cuando Mano derecha dice que me vendrá a buscar a la salida.

Entro al instituto, prácticamente corro a mi salón de clases, antes de llegar me detengo, trato de controlar mi respiración antes de entrar al salón.

Cómo la puerta está abierta yo supuse que no había ningún profesor, ya que cuando hay uno las puertas se cierran, además mi primera clase es física me toca con la profesora Palmer.

Pues me equivoqué.

Entre y camine hasta la última mesa a mano derecha, queda justo al lado de una gran ventana que hay. Cuando noto que todos me están mirando, es cuando me percato de que hay un profesor al frente y que pase sin pedir permiso.

—¿Quién es usted, señorita? —pregunta el profesor.

Es un hombre bajito, con lentes de aumento y una gran calva en su cabeza. Es gordo, y viste con un suéter con el logo del instituto y un pantalón de vestir negro.

—Soy Tamara Duval —digo sin titubear.

—¿Duval? —luce igual de sorprendido que todos cuando digo mi apellido.

Cuando digo mi apellido, todos me asocian con el narcotraficante, José Duval; y si soy su hija, pero ¿Es el único hombre con ese apellido? No, no lo es. Que se sorprendan tanto causa molestia en mí.

—Si ¿Algún problema? —le digo a la defensiva.

—Ninguno, no tiene porque alterarse —reprende —. ¿Por qué llegó a esta hora? Tiene 10 minutos de retraso.

—Había tráfico.

—Que no se repita, señorita Duval. La próxima vez, la mandaré a castigos ¿Entendió? —este gordo ya me cayó mal.

—Sí, profesor. Una pregunta ¿Y la profesora Palmer?

—La profesora Palmer, quedó asignada a otras secciones. Este año yo les daré física y también seré su profesor guía.

—Debe ser una broma —murmuro.

—¿Dijo algo?

—No, nada.

—Siéntese y escoja un compañero.

—¿Un compañero para qué? —cuestiono confundida.

—Para realizar el primer trabajo del año, es dual. ¿Hay alguien libre? —pregunta en general.

Normalmente yo hago mis trabajos y deberes sola, no me gusta hacerlos en grupo.

Nadie responde.

—Parece que no hay nadie, le va a tocar hacerlo sola ¿No hay problema?

—No, para nada —si, podré hacerlo sola.

—Siéntese.

Tomo asiento. Antes de que el profesor Barrera, su apellido esta en el pizarrón, empiece la clase una de las coordinadoras de sección lo interrumpe, salen y hablan enfrente del salón.

Aprovecho para sacar mi libreta y tomar nota de lo que ha escrito en el pizarrón.

—Señorita Duval —me llama.

—¿Si? —levanto la cabeza de la libreta.

—Parece que no tendrá que hacerlo sola —no puede ser. Hay un chico a su lado, está sonriendo.

Creo que ya lo he visto.

—Chicos, él es su nuevo compañero de clases Mathias Pérez —lo presenta don barriga, ese será su apodo ya lo decidí.

Ya sé donde lo he visto.

—Hola —dice alegre.

—Joven Pérez, siéntese junto a la señorita Duval, ella será su compañera de trabajo —me señala don barriga.

Arrugó la cara con desagrado.

Camina hasta mí y se sienta a mi lado.

—Hola, grosera —¿Era necesario que me hablara?

Es el chico de la camioneta, al que le saque el dedo medio.

No lo observo, prefiero prestarle atención a don barriga.

—¿Me ignoraras? Te recuerdo que vamos a ser compañeros de trabajo —aprieto los dientes. Tiene razón no puedo ignorarlo.

—Solo olvida lo de hace rato y no te ignorare —le digo sin observarlo aún.

—Bien, mucho gusto soy Mathias —volteo a verlo, tiene una gran sonrisa y su mano extendida hacia mí.

—Tamara —estrecho su mano brevemente.

Vuelvo mi vista al pizarrón.

***

—Ya termino la clase, pero aún no se retiren tengo algo más que decirles —han pasado dos horas de su clase ¿Que más nos va a decir?

Ya tengo hambre, esa manzana no me llegó a ningún lado.

Recojo mis cosas rápidamente.

—Este año realizarán todos sus trabajos, exámenes y proyectos con el compañero de este primer trabajo —¡¿Que!? Yo no puedo pasar todo el año soportando a Mathias.

Algunos abuchean, a otros no les importa y a otros les alegra.

—No solo será mi materia, he hablado con los demás profesores y estuvieron de acuerdo en que trabajarán todo el año con su compañero, ya se pueden ir.

Este es mi final. Bueno, estoy siendo dramática ni siquiera conozco al chico, pero siendo sincera, no lo quiero conocer.

Salgo prácticamente corriendo del salón.

Voy hacia la cafetería, que se encuentra al aire libre. A uno de los costados del instituto, hay una cafetería, nos dan lo que pedimos y nosotros decidimos en qué parte del patio nos sentamos.

Pido dos arepa huevos, que consiste en una arepa con un huevo adentro, hacen la arepa, la fríen, la dejan medio cruda, luego la sacan y la abren, le echan un huevo crudo adentro, para luego volverlas a freír. Son muy sabrosas. También pido un jugo de naranja y una manzana.

Tomo lo que pedí y me siento en una mesa de cemento, alejada de todos.

Desayuno tranquilamente, hasta que llega Sofía y se sienta a mi lado.

Sofía es una chica con muchas curvas, tiene grandes senos y un gran trasero, es operada. De rostro también es muy linda, pero tiene un ápice de maldad en los ojos. Ella es una proxeneta.

—Hola, Ara —me saluda.

—Te he dicho que no me digas Ara, Sofía —termino mis arepas y empiezo con la manzana.

—Claro. ¿Cómo estás?

—Estaba bien hasta que llegaste —le sonrió falsamente.

—Eres tan graciosa —dice con ironía.

—Lo sé, yo soy muy graciosa.

—¿Cómo está tu papá? —ella es la única que sabe quién es mi padre.

—Pregúntale tú, para eso tienes su número ¿No? —la miro levantando una de mis cejas. Me mira con los ojos entrecerrados.

—Sabes muy bien que ese número es para otras cosas.

—Claro, es para avisarle que tienes "niñas" nuevas —hago comillas con mis dedos.

Cuando digo "niñas" me refiero a mujeres prepago. Son mujeres que se prostituyendo, pero que les pagan antes de tener relaciones con los clientes.

—Déjate de juegos, Tamara. Sabes que no puedes decir eso aquí.

—Vamos, todos saben que eres una... —no lo termino de decir— bueno, que eres lo que eres.

—Cambiemos de tema.

—¿Que tema podemos hablar tu y yo? —inquiero.

—¿No te apetece ganarte un dinero? —debe estar bromeando.

—No quieras pasarte de listilla, Sofía, sabes muy bien que si mi padre llegará escuchar eso, tú no vivirás ni un minuto más en este mundo —le digo en tono amenazante.

—¿Por qué tienes que ser tan complicada? Solo tenías que decirme que no —se levanta para marcharse.

—¿Quien? —la detengo.

—Nadie, pero si dijeras que si, no tardaría ni un día en conseguirte al más duro de los duros —alardea. La observo.

—Yo ya conseguí al más duro de los duros, no sé si lo recuerdas, pero es mi padre y con él me basta y sobra, así que no vuelvas a preguntar estupideces —la veo poner los ojos en blanco.

—Todos creen que eres una santa, pero yo sé quién eres.

—¿Y quién soy? —pregunto con petulancia.

—El diablo en persona —pongo los ojos en blanco.

—No exageres —se vuelve a sentar a mi lado.

—Sabes muy bien que no exagero, eres hasta peor que yo.

—¿Peor que tú? Imposible —suelto una risa irónica.

—Tamara, tú matas personas —susurra.

—Personas malas, que no se te olvide.

—Es igual.

—Y tú prostituyes a niñas, somos iguales.

—Yo no las obligó a hacer nada —mira hacia el frente.

—Pero las manipulas.

—Así es este negocio, sino lo hago yo, lo hace alguien más.

—Claro. Y no soy ningún diablo, no me compares —le digo haciendo una mueca de desagrado.

—Ok, está sonando el timbre, entremos.

Boto la b****a en su lugar y entramos. Sofía no estudia en la misma sección que yo, así que nos separamos en el camino.

Ella y yo no somos amigas, pero supongo que somos las únicas con las que podemos hablar de nuestras vidas.

Mi vida no es fácil y mucho menos después de la muerte de mi madre, sin embargo, lo sobrellevó, pero para Sofía es aún más difícil.

Su padre es un alcohólico que lo único que hace es pedirle dinero. Cuando tenía 15 años, empezó a prostituirla por licor. Ella reunió contactos y empezó de prepago, así ganaba más dinero, pero vio algo mejor, algo en lo que ella no tenía que vender su cuerpo sino el de alguien más, así empezó como proxeneta.

Esto me lo contó ella en una de las fiestas que le prepararon a mi padre, ella lleva a las "niñas" y las espera. Ese día yo bajé para beber un poco sin que mi padre se diera cuenta, me la encontré y nos sorprendimos mutuamente, ella era proxeneta y yo la hija de un duro. Nos sentamos y hablamos de todo, quedamos en que ninguna de las dos diría algo sobre lo que sabíamos una de la otra.

Supongo que es mi amiga, que raro.

Y si ella me considera el diablo, entonces ella es la amiga del diablo.

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