Capítulo 3

Su converse amarillo se movía a la par que mordía su lápiz. Su cabeza explotaría en cualquier momento. Hasta que por fin el timbre sonó, y Dhara lanzó todas sus cosas con brusquedad a su mochila. Se puso de pie y se giró hacia sus amigos.

—Andando. —demandó, tragando grueso.

Sylvaine le explicó como supo lo que suponía del asiático y la razón de su actitud algo... incómoda.

Resultaba que, al parecer, los compañeros del asiático se habían mostrado reacios a aceptarlo, por ende hacían hasta lo imposible para hacerle la vida cuadritos. Pero todo se remotaba desde un tiempo en específico, y por supuesto, el joven no hablaba respecto de eso a nadie. Pero la razón o la insinuación del por qué, lo descubririan ese día.

Por los pasillos se murmuraba, y los tres lo escucharon, que Nathaniel se encontraría de nuevo con el asiático castaño para moler su rostro angelical a golpes. Cosa que no pudo hacer el otro día por el director.

Dhara se sentía algo nerviosa. De alguna forma pensaba que aquel incidente quitaría las diminutas, por no decir inexistentes, ganas del joven de ayudarla con los trabajos. Dhara solo quería graduarse y demostrarle a su progenitora que era mucho más que una cara extraña y problemática.

Dhara mordía la uña de su pulgar, y le dieron náuseas cuando vió al castaño caminar hacia el patio a través del ventanal del comedor. Allí estaba, recostado al árbol, en la lejanía y con algo humeante entre sus manos. ¿Estaba...?

—Demonios. —el quejido de Dhara hizo que sus amigos despegaran la mirada de sus comidas para mirarla— Estoy que muero, Sylvaine. ¿Por qué debemos esperar a que Nathaniel lo muela a golpes? ¿No podemos sólo advertirle...?

—Nathaniel tiene neurona y media, y el resto falla, pero no creo que se levante un día cualquiera con ganas de borrarle la cara al bonito —dijo Jasper de repente, ganándose la mirada curiosa de Dhara—. Sabes a lo que me refiero, linda.

Dhara hizo una mueca, y Sylvaine puso una mano encima de ella.

—Sabes que si algo te emociona, nos emocionamos contigo. Pero fue por eso mismo que descubrimos que el mechitas no es del todo inocente... y tú lo sabes mejor que nosotros.

—No estoy diciendo que sea inocente —dijo Dhara, seria, tomando la mano de Sylvaine, jugando con sus brazaletes—. Pero tampoco debemos atacarlo, somos los únicos que lo tratan...

—¿Por qué será? —aunque sonaba a sarcasmo, el tono era todo lo contrario, Jasper hizo esa pregunta con total sinceridad.

—Estábamos bien antes de conocerlo, sólo harás tu parte de los trabajos y él hará la suya. No creo que debería existir una relación más allá de eso, ¿Qué crees tú? —la chica de cabellos cortos buscó la mirada titubeante de la rubia, y lo supo.

Dhara no pararía hasta conseguir lo que quería.

Y realmente no sabía lo que quería con exactitud, pero sí que aquel muchacho lo tenía.

Dhara se giró y sus ojos brillaron, un mal sabor se plasmó en su boca cuando vió a Nathaniel caminar con pasos largos en el patio hacia el castaño. ¿Por qué Nathaniel sentía tanta rabia de repente hacia él? No podía comprenderlo. Siendo honesta, jamás notó la presencia del asiático, pero tampoco recordaba que Nathaniel lo hubiese acechado antes.

Su corazón se estrujó cuando Nathaniel tomó al asiático por la camisa de su uniforme y lo estrelló contra el árbol con fuerza.

—Lo va a matar, no hay nadie en el patio que los detenga —susurró la rubia, viendo desde su asiento cómo Nathaniel le decía cosas y el asiático no respondía, sólo lo miraba.

Cuando Nathaniel le dió el primer golpe, Jasper saltó de su asiento. Él tenía un punto distinto a Sylvaine, aunque no le quitaba del todo la razón de que el muchacho no era alguien de quién fiarse, tenía una corazonada. Dhara se levantó junto a él, y a Sylvaine no le quedó más opción que hacerlo también.

Jasper trotó por los pasillos, seguido de sus amigas, hasta llegar al patio.

—Quiero que me des una maldita respuesta. —escuchó la voz enfurecida de Nathaniel— ¡Ahora!

Nathaniel molesto, le dió otro golpe al muchacho, y otro, ¡y otro! Hasta que cayó al suelo, y una patada fue directo a su estómago. A ese punto, Jasper, Sylvaine y Dhara fueron corriendo hacia ellos. Jasper era alto, y tenía su fuerza, por ende pudo empujar a Nathaniel lejos, o lo suficiente como para que Sylvaine y Dhara tomaran al asiático en el asfalto.

—Nath, es suficiente... —Jasper tenía la respiración agitada, y una mano frente a él—. Te meterás en más problemas si sigues así.

—No intentes defenderlo, Fergus. —amenazó Nathaniel, refiriéndose a Jasper.

—No lo hago —replicó Jasper—. Pero si sigues así, lo matarás. Te van a castigar de prácticas y de las nacionales, ¿quieres eso? ¿Perderás eso por pelear?

Nathaniel se mostraba enfurecido por algo que sólo él y el asiático sabían. No quería meter a más nadie en ese brollón. Y, pensándolo así, no podía seguir con aquella riña por más que quisiese borrarle la sonrisa de cínico al asiático del rostro, si alguien se enteraba de la razón le iría peor. Prefirió dejarlo así, le dió una mala mirada al castaño, y se alejó con los nudillos magullados y los humos por los cielos. Después arreglaría cuentas con el chico, y de eso se encargaría con seguridad.

—Blair... —el susurro de Dhara hizo al asiático estremecerse. Su estómago dolía como los mil infiernos, y su pómulo, tenía de nuevo el labio roto.

Una charla más para esa tarde. Eso era seguro, porque incluso si el director no llamaba a sus padres, de alguna u otra forma se darían cuenta de sus moretones.

El asiático se soltó bruscamente del agarre de las muchachas, sintiéndose furioso pues sabía que estaban ahí por lástima, todos se acercaban a él por lástima,  era como si nadie fuese capaz de sentir algo más que eso hacia él, Sylvaine lo miró con los ojos entrecerrados, mientras que Dhara se sorprendió, ¿Qué hizo? Sólo lo estaba ayudando.

Su labio roto sangraba, y su mirada molesta fue suficiente para que Dhara dejara caer sus brazos y lo viera alejarse hacia el lado contrario con el uniforme descolocado y el cabello rebelde, recién salido de una pelea.

El asiático buscó su mochila y se escapó del instituto.

Lo pensó muy bien cuando tomó el autobús de camino a su casa, pero al llegar a la parada, se desvió hacia su lugar seguro.

Boo se paró frente a él en cuando lo vió entrar, con una sonrisa, y ésta desapareció en cuanto vió su estado; malogrado, el labio roto, su pómulo y su ceja magullada. Boo entre suspiros lo invitó a sentarse en uno de los sofás de la sala principal, mientras que colocaba el cartel de "Abierto" a "Cerrado" y caminó a paso rápido en busca del botiquín.

Se sentó frente al muchacho, y comenzó a untarle crema en sus heridas.

—Tendré que cambiar tu apodo de Ro, a Rocky. Realmente pareces Rocky bersión más joven y rebelde —intentó hacerlo reir, pero solo consiguió una mueca forzada, Rory Blair no estaba de humor en ese momento, su cabeza era un nido de problemas sin fin—. ¿Y Sol? Es raro que no esté contigo.

Blair decidió dejar su juramento de lado por un instante, pues conocía a Boo desde hacía muchos años; él fue su primer refugio cuando se escapó de su casa por primera vez a los trece años. Boo sabía muchas cosas sobre él, y cuando se habla de muchas, son realmente muchas, cosas triviales como sus datos personales, hasta sus problemas actuales, e incluso los incidentes.

Oh, y sus marcas de nacimiento.

—¿Pasó algo? —insistió Boo, dejando de lado las curas para mirarle a los ojos.

—Posiblemente, no me hablará más —dijo Blair, omitiendo algunas cosas no tan importantes—. Está enojada.

—Debe tener una razón, ¿o no? —Boo lo conocía perfectamente, se esforzaba cada día para comprenderlo mejor, pero el chico realmente era una caja de sorpresas. Una auténtica Joyita.

En vez de contestar, ladeó la cabeza, como si estuviese calificando en una fila numérica el porcentaje de la gravedad del asunto.

Está demás decir que sobrepasaba incluso los límites imaginarios.

Boo suspiró, mientras ponía una tirita en su ceja, y otra en el pómulo.

—No te diré que le des una oportunidad porque es algo personal, y recién la conoces, supongo —Boo abrió sus ojos, mientras se levantaba—. Tú  mismo lo dices todo el tiempo, que no te gusta involucrar a nadie en tu vida porque puede terminar mal.

Blair buscó interrumpirlo, pero Boo se le adelantó.

—Imagino que aplica la misma para la rubia, recuerda tus propias palabras Rory —supo que hablaba en serio cuando su nombre dejó los labios del mayor—, termina los trabajos lo antes posible  y aléjate de ella. De todas formas, si los problemas con Nathaniel siguen, es posible que te cambien de instituto.

Rory Blair soltó un sonoro suspiro.

—Eso haré.

Se quedó sentado allí todo lo que restaba de tarde, Boo siguió atendiendo sus asuntos detrás del mostrador, y aunque el asiático no quiese reconocerlo, en un lugar muy recógnito de su pecho, guardaba la esperanza de que la rubia se apareciese allá para regalarle un chillón "Hola" y fastidiarle como siempre.

Pero no pasó, jamás llegó.

Se hicieron las siete, y Rory decidió ir a casa.

Se despidió de su amigo con la mano, y se encaminó hacia su casa. Incluso cuando iba de caminó, miró hacia ambos lados en busca indirectamente de esa melena larga y amarillenta, pero no la vió por ningún lado.

Vió a lo lejos, la entrada de su enorme casa y suspiró, sin embargo una mueca de confusión se plasmó en su rostro en cuanto vió las luces de los despachos de sus padres apagadas, jamás estaban apagadas pues pasaban gran parte de su apretado tiempo ahí. 

Agarró con fuerza la correa de su mochila y terminó de llegar, cerró la puerta principal con cuidado, y se quedó parado en medio de la enorme sala: no pasó nada. Extrañado, procedió a caminar a las escaleras, pero fue interrumpido por una cabeza curiosa que salió de la puerta de la cocina. 

—Joven Blair —dijo la mujer de cabellos oscuros y delantal rosado—. ¿¡Pero qué le pasó!? ¡Mire su pómulo! ¿Estuvo metido en una pelea de nuevo?

El asiático hizo una mueca mientras negaba lentamente, hizo ademán de querer preguntar algo, entonces Chloe John, la mujer que cuidaba de él desde hacía ya diez años, suspiró para explicarle.

—La señorita y el señor Blair tuvieron que salir, su madre fue convocada a una reunión con su abuelo en casa —Corea, quiso decir, su abuelo hacía esas reuniones cada tres meses—. Regresarán la próxima semana. 

Y eso fue suficiente para que Rory Blair cantase ¡Hurrah! Pues podía salir y regresar sin tener que dar tantas explicaciones. La mujer que cuidaba de él no solía preguntar mucho ni menos decirle a sus padres. Se sentía en confianza. 

Blair asintió y continuó su paseo hacia la segunda planta de su casa. Chloe no se molestó en preguntar si cenaría pues ya sabia la respuesta; cenaría en la madrugada. Así que dejó bien guardada su cena para que no se enfriase. 

Rory Blair cerró la puerta de su habitación con seguro, y se lanzó hacia su acolchada cama aspirando su olor. Su lengua picó de repente, miró la hora en su celular y pensó que aún era muy temprano, decidió esperar un poco más. Pero en ese momento de espera, un par de esferas grisáceas que reflejaban un pacifico mar debajo de una tormenta. Ese pensamiento atinó a su mente y no quería despegarse, el joven asiático se sintió mal de repente, ¿debería llamarla? No, implicaba dar más de una palabra. ¿Tal vez, un mensaje?

El muchacho dió un largo suspiro descartando todo de forma inmediata. No, no, no y no. ¿A caso estaba perdiendo la cabeza? ¿Por qué le interesaría disculparse con la rubia?

Se levantó y se acercó a su ventana: las personas pasaban ensimismadas en sus propios mundos, cada persona extraña que pasaba era como una pequeña estrella escapando del enorme agujero negro que se la quería llevar, llamado Vida. 

¿Cómo eran sus vidas?

¿Fáciles, monótonas, rutinarias, horribles tal vez?

Él quería comprenderlo. Pero intentándolo se le fue una hora. Para entonces, decidió caminar en silencio a su armario, de la tercera gaveta al final guardado entre sus prendas. Sacó entonces la pequeña bolsita con un papel blanco enrollado, lo observó durante un momento, y al final se decidió. Lo sacó junto a su encendedor y se encerró en el baño de su pieza, se sentó dentro de la bañera vacía, y encendió aquel papel. 

El humo se llevaba los vagos recuerdos del par de ojos oscuros, pero en su lugar eran sustituidos por un par de ojos claros, una sonrisa enorme de conejo con los dos dientes de adelante un poco más sobresalientes, y una melena larga y amarilla.

Maldijo por lo bajo sin poder sacarse a la muchacha de la cabeza, el pequeño trozo de papel enrollado estaba a punto de acabarse y él seguía sintiéndose igual, no tenía chiste. 

Se dió una ducha de agua fría, y se colocó unos jeans negros rotos algo ajustados, con una camisa negra y una chaqueta de Jean negra también. Incluso sus vans eran negras. Descolocó su cabello verdoso, dejándolo encima de su frente, y se vió listo para salir. Salió por su ventana, como siempre, cuando dieron las once en punto. Chloe ya estaba dormida, y estaban solos en casa junto a los demás empleados que ni remotamente se interesaban en la vida del muchacho.

Se sentó un rato largo en la parada de autobús buscando tranquilidad.

Tranquilidad que no duró nada cuando, de pronto, la cabeza amarilla regresó a su mente. El autobús pasó a la estación y el muchacho procedió a obligarse a moverse, pagó su pasaje en cuanto entró, y arrastró sus pies hasta los últimos asientos.

Dhara le guardó un puesto. Fue la primera persona desde que estaba en aquel chiquero, que se molestaba en guardarle un asiento. Tomaba el bus tarde, o iba en bicicleta, para evitar pasar por ese desagradable momento en el que subía al bus junto a los demás estudiantes y no podía sentarse ni tan si quiera ir cómodo de pie pues lo empujaban o decían cosas, incluso a la salida debía irse tarde o tomar otra ruta.

Pero ese día, Dhara guardó su asiento junto a ella para él.

Eso lo hacía aferrarse a la idea de que la chica era diferente.

Rory se bajó en una parada a diez minutos de su casa, sabía que por ese barrio estarían haciendo una fiesta, un conocido le mandó la dirección y la chequeó mientras caminaba con una mano en el bolsillo de su chaqueta, a lo largo de aquella gélida calle. Sintió varias miradas curiosas de parte de los residentes de las viviendas, así que apresuró su paso. Cuando encontró la casa, ralentizó su paso, y caminó con relajo a la entrada.

Sin embargo, por alguna razón, su mirada se desvió hacia la segunda planta de aquella polvorienta casa, y su corazón se zarandeó cuando vió el perfil de la rubia que robaba espacio en su mente. Asustada, sus ojos brillaban y su melena amarilla bailaba con la brisa que se colaba por aquel balcón. Ella retrocedía, y el engendro frente a ella daba esos mismos pasos hacia ella, hasta que la espalda de la rubia chocó contra el marco de la puerta del balcón.

Rory Blair no perdió tiempo, corrió al interior de la casa sin importarle llevarse un par de hombros al pasar, incluso un par de muchachas que buscaron jalarlo se vieron afectadas por la fieresa del muchacho asiático. Se apresuró lo más que pudo, sintiendo como el Deja Vú chocaba contra su pecho rasgándolo sin piedad, estaba reviviendo ese momento, sólo que en una situación algo distinta,y con una persona completamente diferente.

Blair se apresuró a abrir las puertas que conseguía en el pasillo de la segunda planta, topándose a un muchacho vomitando en el baño, y a otros dos besándose en la pieza; sólo quedaba la puerta del fondo. Sin perder tiempo, corrió y la abrió, tenía una silla puesta para trancar el paso pero el asiático fue más rápido y la empujó con fuerza para quitarla.

Cuando alzó la mirada, se encontró con el rostro de Dhara girado a todo dar, y a ella forcejeando para que el idiota frente a ella la dejase, y se alejase.

Rory Blair caminó hacia ellos con pasos largos, y empujó al muchacho que había dañado a Dhara, se sentó sobre su abdomen y comenzó a lanzar golpes al azar, atinando la gran mayoría de ellos al rostro del muchacho desconocido. Rory no había terminado de salir de una pelea cuando ya estaba metido en otra.

Su cabello se alborotaba con cada puñetazo que le propinaba al muchacho, no podía parar, era una acción casi automática. Pero cuando Dhara salió de su trance, y notó la presencia intensa del asiático, lo tomó por los hombros intentando separarlo del cuerpo del muchacho debajo de él.

—¡Es suficiente! ¡Ya basta, Blair! —el grito de Dhara hizo que Rory se detuviera, alzó la vista lentamente, y se encontró con los ojos brillosos de Dhara.

Esa escena le traía recuerdos desagradables a la muchacha, dolorosos. Se sorprendió al ver al muchacho, ¿cómo la encontró? ¿cómo pudo llegar en el momento exacto? se sentía tranquila y segura a pesar de que se hacía notar que Blair no tenía control alguno sobre sus emociones o acciones.

Blair se levantó, sin despegar la mirada oscura y fría del muchacho, el que estaba en el suelo no podía mover ni un músculo de lo adolorido que se encontraba. Blair tomó la muñeca de la muchacha, Dhara localizó su celular en el suelo y lo tomó preocupada de que se hubiese dañado, y en silencio, se dejó llevar por el muchacho de ojos rasgados y nudillos magullados.

Blair la sacó de aquel espantoso lugar, aún podía sentir su cuerpo temblando por la adrenalina, y el cuerpo de ella tembloroso por el miedo. Sabía que le debía una disculpa, pero pensó por un momento que salvarla era una buena forma de demostrárselo.

Dhara se sintió aliviada; todo aquello sucedió pues, casi llegando a su casa, su hermano la llamó y tuvo que salir corriendo a una telefonía pública cerca de su casa donde solía contestar a las llamadas de su hermano, sin embargo un idiota le arrebató el celular y lo tuvo que seguir hasta aquella horrible casa, y he ahí la situación en la que gracias al universo Rory la encontró.

A Blair se le quitaron las ganas de ir a esa fiesta a fumar o beber, llevó a Dhara al parque viejo abandonado que estaba detrás de la casa de la chica sin saber que estaban cerca de la casa de ella, y la sentó en uno de los banquitos occidados, revisando con delicadeza sus piernas y brazos, al igual que su rostro.

—Estoy bien. —le aseguró Dhara, con voz suave, tomando ambas muñecas del muchacho y haciendo que se sentase a un lado de ella.

Dhara sostuvo ambas manos pálidas y venosas del muchacho entre las suyas suaves y blancas, suspirando. 

—¿Cómo llegaste? —preguntó Dhara, refiriéndose a la casa, pero no obtuvo respuesta alguna del muchacho—. ¿No piensas hablarme nunca?

Rory mordió su mejilla, y tragó lento.

—Iba a una fiesta. —murmuró, con voz ronca.

Dhara se sorprendió, sus mejillas se enrojecieron, pensó que la voz del muchacho era demasiado bonita, ¿por qué nunca hablaba? se sintió serena su voz, varonil.

—Yo recuperaba mi celular —dijo Dhara, aún con las manos del asiático entre las suyas, y explicó—; ese muchacho me lo quitó de camino a casa, no podía perderlo, así que fui tras él.

—Eso fue peligroso. —dijo Blair, con un tono algo molesto.

Dhara lo miró con una sonrisa sarcástica y sus ojos claros bien abiertos.

—¡No me digas! —chilló, riendo—. ¿Es que lo que tú hiciste fue por deporte? ¿Algo de siempre? ya sabes, es muy normal que interrumpas una habitación desconocida para moler a golpes a alguien.

—Te estaba ayudando —le aclaró el muchacho, irritado, pero manteniendo su voz baja.

—Y te lo agradezco —replicó Dhara, ladeando su cabeza, y sus cejas se doblaron en preocupación, mientras alzaba las manos del muchacho—, pero ¡mira tus manos! te lastimaste mucho, no era necesario.

Blair guardó silencio, la luz del postal alumbraba al par de jóvenes sentados en aquel banco, se detuvo un momento para guardar en su memoria cada rasgo, cada facción del rostro de la muchaha. Tenía un par de pecas, su nariz era pequeña en la punta y recta en el puente,de perfil podía verse bien perfilada y respingada, sus labios eran alargados pero bien formados, como si fuesen sido pintados con un pincel fino, moldeables. El final de sus ojos eran un poco inclinados por la forma de la línea de sus pestañas, lo que le daba un aspecto adorable al rostro de la joven rubia.

Dhara, en silencio, se detuvo también a detallar al muchacho encantada. ¡Era demasiado bonito! sus rasgos, su cabello salvaje pero bonito, sus labios rojos, su mirada oscura y fría, Dhara comenzaba a adorar su brillosa y pastelosa piel.

Blair rompió aquella burbuja que prometía ser infinita poniéndose de pie, debía seguir su camino y mantener su palabra, sólo entregaría su parte del trabajo.

Sus manos se congelaron cuando las de Dhara se alejaron, y su pecho le gritó que se diese la vuelta cuando comenzó a alejarse con pasos largos dejando atrás a Dhara, con el corazón confundido y la cabeza vuelta una maraña de emociones.

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