Capítulo 6

Capítulo 6

Me metí a la ducha en cuanto tuve la posibilidad de escapar del abrazo cálido de Dante. Se había quedado dormido en mi cama para mi sorpresa. Tomé ropa interior, unos jeans, una chaqueta del mismo material y mis vans negras. Las únicas que tenía. Nota mental: comprarme zapatillas.

Lavaba mi cabello bajo el agua tibia mientras analizaba qué había pasado en la última hora; Dante sobre mi cuerpo, disfrutando de mi goce mientras me observaba con una lujuria que antes no había tenido oportunidad de ver en otros hombres. Algo le había hecho, lo daba por seguro.

Pero me preocupaba saber hasta qué punto había afectado en su corazón para que me correspondiera solo esta vez.

Me enjaboné el cuerpo, disfruté hasta la última gota y salí de la ducha. Luego tendría tiempo para pensar en Dante, ahora tenía cosas más importantes que mi estado sentimental. Aunque era difícil sacarme de la cabeza su rostro contra el mío, nariz con nariz, reflejando el inicio de un orgasmo en sus gestos faciales, contrayéndose. Apoderándose de mi ser. Aunque yo me estaba apoderando del suyo.

Una vez lista, salgo del baño y veo que Dante sigue en mi cama, durmiendo boca abajo con su brazo extendido hacia una almohada. Los músculos de su espalda desnuda se ven tan suaves y pálidas que tengo la tentación de ir a besarla, pero me contengo.

Su espalda finaliza al llegar las sábanas blancas que tapan su trasero y cada tanto veo que sus ojos se mueven por debajo de sus parpados cerrados, impulso de un sueño inquieto.

¿Cómo puedo estar perdidamente enamorada de él sabiendo el gran daño que me hace? Quiero conseguir la gloria a través de su corazón. Conquistar aquello que no quiero que muera en una lucha en vano.

Mis ojos se decaen mientras me abrigo lo suficiente para ir a buscar a quién me tiene amenazada. Tomo la nota que quedó tirada en el suelo entre mis manos congeladas, buscando en ella algún indicio de quién podría tratarse.

Para mi sorpresa, doy vuelta la nota y veo que ha puesto en letra muy pequeña: 8 p.m biblioteca.

En la pantalla de mi celular figuran que son las siete y cuarto. La biblioteca queda lejos. No quiero que mi acosador piense que soy impuntual. Observando a Dante por última vez me despido de la belleza masculina. Abro la puerta y hay varios estudiantes en el pasillo, sentados, riendo, ajenos.

Observo cada rostro, cualquiera de ellos podría ser sospechoso. Desconfio de todos.

Me dirijo a la biblioteca. Su alrededor está vacío, nadie pasea por ella a esa hora porque siempre se encuentra cerrada. A medida que avanzo todo se torna más oscuro, la luz no ingresa y la de emergencia titila con un ruido molesto, como si estuviera a punto de cortarse para no iluminar jamás.

Avanzo, parece una escena de película de terror. No tengo miedo, no suelo tenerlo con facilidad. He presenciado cosas en el Inframundo que nadie puede borrarme de la cabeza y las cosas terrenales no me afectan.

Lo que si me aterra es una mala calificación, eso sí es inquietante.

Las dos puertas monstruosas de madera oscura y antigua están cerradas. No puedo ver su interior debido a las cortinas que cubren sus dos ventanas e incluso, los mismos carteles de los honorarios y advertencias pegados en ellas las tapan.

¿Por qué demonios las puertas tienen ventanas si las cubren?

—Temprano, me gusta.

Me sobresalto al escuchar la voz y miro hacia atrás, dándome vuelta en dirección a la voz masculina. Trago con fuerza al ver los ojos secretos de Amenadiel, quien tiene apoyado el hombro contra la pared, está de brazos cruzados y me mira con una media sonrisa traviesa, oscura, de doble sentido.

Tiene un saco largo que le llega hasta por debajo de las rodillas, pantalones oscuros. Todo su maldito atuendo es negro.

—Me suelo decepcionar de las personas, pero tú. Simplemente tú eres una sorpresa —suelto con gran pesar, mirándolo con detenimiento.

No deja de sonreír y eso me resulta inquietante.

—No me conoces.

—Pero lo que si conozco es que dejas plantadas a las personas en el baño de hombres, prometiéndoles un revolcón para luego marcharte —espeto, recordándole lo que hizo.

—Suele ser desconcertante ser rechazada cuando no pasas por eso con regularidad ¿no? —se divierte, se cree superior y no puedo permitir eso.

—No me duele el rechazo mundano —me encojo de hombros, fingiendo desinterés.

Me lanza una mala cara. Ups, lo ofendí.

—Entra a la biblioteca —me ordena, autoritario.

Aunque la verdadera Aria le hubiera dado una patada en las partes bajas, eso hubiera generado un conflicto que no me daría una respuesta. Así que, obedecí, conteniéndome por dentro para no atacarlo.

Para mi sorpresa, las puertas se encuentran abiertas. Supongo que Amenadiel, al ser tutor, tiene acceso a ella cuando él quiera y las abrió antes de que yo viniera.

—Mantén tus manos quietas si no quieres que grite y que el mundo se entere la clase de tutor que eres —le advierto con frialdad.

Ingreso, pero está todo oscuro, apenas puedo ver. Mis ojos se van adaptando poco a poco a la falta de luz.

Hace tanto frio en la biblioteca que me abrazo a mí misma. Aunque mi chaqueta más abrigada me la olvidé en la cafetería y ahora la tiene Maddy.

—Piensas que todo hombre tiene la intención de poseerte. Incluso si no lo hacen es un golpe a tu ego —continúa atacándome con sus palabras.

Enciende la luz y toda la biblioteca se ilumina.

—No es mi ego herido, es mi esencia deambulante que te dice que te apartes antes de que caigas a mis pies y pierdas el control de tus sentimientos —le advierto con tranquilidad mientras observo el desolado sitio —. No es un juego. Suele ser una maldición.

—¿Y por qué lo haces? —se sienta en el borde de la mesa, se cruza de brazos y me mira, como si tratara de entenderme.

—Busco a alguien que me lleve a la gloria —me apoyo en la mesa de enfrente, rival —¿No tienes una meta que desees alcanzar, Amenadiel? Porque veo que no. Digo, no estarías aquí conmigo para joderme la existencia si tuvieras una.

—Si asesinar para conseguir el ascenso al Olimpo es una meta... —carraspea, irónico —. Estás mal de la cabeza, Aria.

Lo miro, sin expresión en el rostro. Nada me afecta por el momento. Tengo la mente tan fría que ese comentario tampoco logra lastimarme.

—Sólo alguien que no es del Inframundo diría eso —concluyo —¿Quién eres y qué quieres?

Saca una caja de cigarros del bolsillo de su saco y me lanza uno que atrapo rápidamente. Luego de encender un cigarrillo para él, me lanza el encendedor el cual atrapo también y enciendo el mío.

—No voy a devolverte el encendedor, es muy bonito —le aviso al ver el metal gris y frio de este. Me lo meto al bolsillo de la chaqueta —. Que irónico que algo tan frio como el metal pueda tener en su interior fuego.

—Asesina y ladrona. Eres encantadora —sonríe, meneando la cabeza —¿Cómo alguien como tú puede tener tanta oscuridad?

—¿De quién eres hijo? ¿De Ares, Hefesto, Hebe...? —trato de descifrar viéndolo con el ceño fruncido —¿Bajaste por algo en particular desde Olimpo para aterrarme? Si quieres ir de chismoso a mi madre, anda, ve, eres libre. Pero deja de darme sermones.

—No voy a decirte quién soy.

—Por supuesto que me lo dirás —le doy una calada a mi cigarro, sintiendo como el humo ingresar en mi sistema. Exhalo, creando una nube gris que tiñe su imagen, difuminándola por unos segundos —. Alguno de los dos debe sacar provecho de la conversación ¿o me citaste aquí para pasar el tiempo conmigo? Eres un dulce de leche, Amenadiel.

—Quiero que regreses al Inframundo antes de que asesines a Dante —espeta, manteniendo la calma.

Se me detiene la respiración por un instante. Meneo la cabeza, tajante.

—No es asunto tuyo —le advierto nuevamente, apartando la mirada.

—¿Vas a asesinar a ese pobre semidios para conseguir un puesto en el Olimpo? —camina hacia mí con lentitud, incrédulo —¿Mataras a uno de los hijos de Zeus para apoderarte de su puesto? ¿A qué costo, Evans?

—Yo no regresaré al Inframundo —de pronto me tiembla la voz, sabe más de lo que pensé —. Tú no sabes lo que es ese sitio. Mi tiempo aquí está contado. No lo entenderías.

—¡Eres una semidiosa del Inframundo! —me grita —¡¿Por qué lo haces si ya eres una?!

—¡Porque en las tierras de Zeus está la persona que amo! —exploto, al borde de las lágrimas—¡Y mi única manera de llegar a ella es haciendo lo que hago!¡¿Pero tú qué demonios sabes lo que atravieso?!

—¡Eso no justifica un asesinato! —de pronto lo encuentro tan cerca que no sé en qué momento se acercó tanto. Me acorrala contra la mesa, se inclina apoyando sus manos en ella. Sus ojos multicolor intimidan los míos—. Detente y deja ir a esa persona. Primera advertencia, Aria Evans. No quiero una muerte más.

Se me congela la sangre. El pánico me irradia el rostro ante sus palabras finales. De pronto sentí que Amenadiel me lanzaba a emociones demasiadas profundas.

—Sí, sé sobre tus victimas pasadas como también sé que no eres tan joven como aparentas —masculla, apartándose.

Se aleja con intención de marcharse. Veo su espalda tensarse, cabreado.

—¡Tú no me conoces! —grito detrás de él, al borde del pánico —¡Tú no sabes quién soy!

Se detiene en seco y eso me atemoriza un poco.

—Yo fui tu Dante alguna vez. Y eso es difícil de olvidar —suelta sus últimas palabras, que son recibidas como una abofeteada en mi mejilla.

Abrí la boca, pero el conducto entre mi cerebro y las palabras no lograban conectarse. Debía decirle algo, pero no sabía qué.

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