Capítulo 5

CAPÍTULO 5

El cielo mostraba un panorama cubierto de grises promesas, la lluvia estaba asegurada y la tormenta era una certeza. El invierno soplaba sádicamente azotando los días. Y como tomar el almuerzo afuera era impensable, la cafetería comunitaria de la universidad estaba tan llena que, vista desde afuera, parecía que en cualquier momento iba a escupir algunos estudiantes.

Mientras observaba el cielo tomándome un café cortado con leche, pensaba en lo bastante picada que me encontraba por la huida inesperada de Amenadiel la noche anterior en el bar. Pero, me sentía orgullosa de mí misma por lograr, aunque sea, haber capturado su atención por un instante.

—Dios, que noche —llega Maddy, cayendo en una silla ubicada frente a mí y con una sonrisa jovial que ruboriza sus mejillas salpicadas de pecas.

De pronto me golpea la imagen de ella y Dante besándose, provocándome un nudo en el estómago.

—Te vi cómo le metías la lengua hasta la garganta a Dante, así se hace chiquita —choco los cinco con ella.

—¡Los dioses deben besar como él!

Porque es uno, pensé.

—Hay algo en sus manos cuando me acorrala contra la pared, cuando nos besamos siento que me enciende. Él tiene fuego, porque Dante es... no sé cómo describir a Dante, pero sé que sabe hacerme sentir más como una hembra que como una mujer —continua Maddy —. Incluso se volvió una adicción —su voz se apaga un poco al igual que su ánimo —, es como ser adicta al fuego ¿me entiendes? inevitablemente me va a consumir. Y claro que quiero que me consuma… aunque no creo que vuelva a suceder.

Asiento con lentitud a medida que sus palabras se clavan en mi pecho con la brutal crueldad de un cuchillo sin filo. Una y otra vez; Pero sé a lo que se refiere cuando dice sentirse una hembra porque mis bragas, que están habilitadas para todo hombre que me atraiga así lo confirman, mi corazón de hembra le pertenece profundamente a Dante. Él lo sabe, y no veo posibilidad alguna de que caiga a mis pies. Toda la perversión del infierno junto con toda la sensualidad y el placer del Olimpo puedo ser si Dante se rinde y admite que está enamorado de mí.

Bebo un sorbo de mi café con la intención de deshacer el nudo en mi garganta. —¿Vas a ir por más con él? —le pregunto esforzando mi entusiasmo.

—Sí, quiero que Dante sea para siempre. Aunque sea una locura, Aria, pero ¡es tan atractivo!. Es el chico de mis sueños.

Aguanto las ganas de gritarle en la cara que, tanto en mis sueños como en mi vida Dante me queda mejor a mí.

—Dante no es un chico al que puedes ponerle el esmoquin y presentarlo a tus padres, con eso no alcanza Maddy —le advierto —. Es mucho más jodido de lo que crees.

—Creo en las novelas que dicen que cuando el chico malo encuentra a la chica correcta cambia absolutamente.

—Esto no es W*****d, Maddy.

—¿Por qué eres tan negativa, Aria? —pregunta, molesta —Por poco anoche me hace el amor en el bar y tú te empeñas en apagarme las luces ¿Acaso piensas que Dante no puede enamorarse de mí?

Con los codos contra la mesa y mi vaso desechable en mis manos. Le clavo mi vista a sus ojos.

—Baja los humos que no te estoy atacando —arqueo una ceja —. Y todo esto te lo digo porque conozco a Dante hace años ¿o no te lo he mencionado?

Me mira, tajante hasta que asiente y me relajo un poco.

—Sí, lo siento —se disculpa suspirando —. Supongo que estoy tan obsesionada con ese chico que se me está metiendo demasiado en la cabeza.

—Fíjate si el café así enfría tus hormonas —le guiño el ojo mientras le sonrio, con la intención de relajar el ambiente.

—Lo que no entiendo es por qué tú y Dante no han tenido algo —frunce el ceño tras lanzarme una media sonrisa —. Digo, comparten la misma habitación, y ambos son muy atractivos. Es decir, mírate, eres perfecta Aria. Tu cabello es tan negro que resalta las facciones de tu rostro, tienes unos ojazos tan hermosos que dan ganas de beberse tu mirada y envidio tu nariz perfilada. Incluso a veces dudo de mi sexualidad cuando te veo —se echa a reír — ¿Nunca te preguntaste por qué tú y Dante no...?

—Porque le atraen las pelirrojas —le devuelvo sus encantadoras palabras, sin creer ni un poco en lo que le digo —. Dante y yo somos de mundos distintos, Maddy. Es un amigo y así se quedará.

Cómo deseaba ser Maddy.

Regreso a mi habitación para limpiarme la idea de ser Maddy, pero yendo a ducharme veo una carta de sobre blanco que se asoma por debajo de la puerta. Con el ceño fruncido miro a ambos lados del pasillo tratando de encontrar al misterioso mensajero (o mensajera) sin éxito.

La levanto o, la abro y hay un pequeño mensaje en ella, como si hubieras arrancado un pedazo de papel. 

Leo la nota:

“Penélope sabe que estás en la tierra, pero nada sabe sobre tus intenciones de dejar el Inframundo, sería una lástima que alguien se lo cuente”.

Hago un bollito de papel con la carta, estrujándola en mi mano y abro la puerta de la habitación con furia.

—¡Lo que me faltaba! —grito a todo pulmón.

Dante está acostado en su cama con los cascos puestos y se los saca, aturdido y con los ojos bien abiertos. Le arrojo la carta apachurrada contra el pecho, enfurecida.

—¿Amenazarme?¡Ni te atrevas! —carraspeo —¡Desatarás la ira de mi madre si te atreves a pasar sobre mí, pero me encargaré antes de demostrarte quién soy si lo haces, Dante!

—¡¿De qué m****a estás hablando, Aria?! —toma la carta, confundido y la vuelve a su estado normal con ayuda de sus manos para poder leerla. Se sienta en la cama. Termina y me mira —Yo no te mandé esto.

Cierro la puerta de un portazo, cierro con cerrojo y me acerco a él, sacada de quicio.

—Eres el único que conoce mi identidad. No soy estúpida —mascullo, mirándolo a los ojos y esperando que no me decepcione una vez más.

Chasquea con la lengua y se pone de pie. Me echo hacia atrás antes de que me lleve puesta con su cuerpo. Trago con fuerza.

—¿Siendo mi fan número uno no te diste cuenta que esta no es mi letra? Mí Aria, me sorprendes —se burla, meneando la cabeza.

Lo observo con mi pecho subiendo y bajando debido a la falta de aire que tengo por la adrenalina que corre por mis venas. Le saco la carta de la mano y repaso la letra. Trago con fuerza. Me doy cuenta que no es la letra de Dante.

De pronto me inquieta saber que no tengo al acosador frente mis narices para darle una golpiza.

—Oye —Dante me devuelve a la realidad, levantándome el mentón con sus cálidos dedos para que lo mire—, me encantaría delatarte ante Perséfone, pero perdería a una buena amiga y eso es lo que no quiero. – me dice mientras yo, trucando la ira en pasión ardo en deseos de que me tome en ese mismo instante.

Sus ojos se cruzan con los míos, más de la cuenta. La profundidad de su iris café es tan hipnotizante que me pierdo en ellos. Estoy tan cerca de él que no me doy cuenta. 

¿Cómo tanta belleza puede guardar mi tormento? La seriedad de su rostro se vuelve curiosa, entonces me percato que es él quien se pierde en mis ojos y la que está hipnotizando a Dante finalmente soy yo, irradiando aquella esencia que enloquece a los hombres. Su momento de debilidad ha llegado, pero es muy tarde para que nos demos cuenta porque sé, que en lo más profundo de su corazón, siente lo mismo por mí.

 Poco a poco Dante va acercando sus labios a los míos y sus ojos se entrecierran. Su respiración caliente empieza el incendio en mi piel.

Me besa para conocer aquello que alguna vez deseé. Y por un instante, tan sólo por uno, me pierdo en aquel beso suave, gentil, tímido. Con sus fibrosas piernas apoyadas en las mías, retrocedemos hasta sentir la madera de la cama contra mis gemelos. 

El beso se intensifica, doy paso a su lengua, lo dejo entrar en mí. Es más alto que yo, me veo en la obligación de hacer puntillas con los pies para poder alcanzarlo mejor. Mis manos viajan a su rostro, con temor a que se aparte. A que se marche. Y para exigirle que continúe con lo que empezó.

La lujuria nos envuelve en el despojo de nuestras ropas para que comience el ritual de liberación del alma, del espíritu; para que la intensidad de nuestras caricias fundan nuestros cuerpos en los moldes de la pasión.

Dante me arroja a la cama y caigo boca arriba, con mi ropa interior puesta lo recibo con ansias en cuanto se arroja a mí con su abdomen desnudo, sintiendo la textura de vientre marcado por tanto gimnasio rozando mi vientre. El roce de nuestras partes íntimas provoca la asfixia de las pieles que, desesperadamente buscan concretar la unión. Su calor anula al invierno y sus besos me rompen, me construyen. No comprendo que pasa, pero lo dejo ser. Sólo por un instante quiero echarme a llorar porque mientras que yo lo observo con ojos lleno de amor, sus dedos bajan hasta mis profundidades, para entrar primero con un dedo, luego dos. Necesito su piel, por eso clavo mis dientes en su labio inferior, para saborearlo. Suspirándole un gemido le hago comprender que estoy lista, y al fin lo tengo dentro de mí. 

Recibo su bestial embestida con el frenesí del celo, su ritmo y potencia me declara que hace tiempo quiere hacerlo. Su cuerpo me pertenece y yo soy suya. Aprieto con mis piernas su ancha espalda, atrayéndolo más hacia mí, adicta a cada movimiento.

Nuestros cuerpos se devoran mutuamente, en un movimiento, echando su cabello hacia atrás trazo con mi lengua una línea desde su garganta hasta la barbilla. Sensaciones en mi interior afloran en una feminidad pura... en el verdadero placer que la piel demanda tan imperiosamente.

Alguien toca la puerta. Dante y yo paramos de inmediato, petrificados.

—Aria, te olvidaste tu chaqueta en la cafetería —escucho a Maddy decir detrás de la puerta.

Tapo la boca de Dante con la palma de mi mano antes de que se le ocurra decir algo. Él sigue arriba mío, mirando la puerta, absortos. Es tan grande su inesperada presencia que no soy capaz de responderle.

Mientras el silencio se presenta, Dante me sonríe contra la palma de mi mano y comienza a hacer poco a poco movimientos rítmicos con sus caderas, introduciéndomelo más. Ahogo un grito de placer. Lo odio de inmediato. Sé que lo hace apropósito.

Unos eternos segundos después, escucho pasos alejándose. Maddy se ha ido. Hecho la cabeza hacia atrás y cierro los ojos, aliviada.

—Me amas, pero no quieres que nadie se entere de que estamos juntos. Un golpe al orgullo, me lo merezco—me dice Dante, pícaro, mientras se sigue moviendo.

Quería decirle que ahora era él estaba enamorado de mí y tardaría muy poco en saberlo.

Quería sacarlo de su nube de placer para bajarlo a la tierra y decirle que mis años de espera para que se fijara en mí ya habían terminado. Porque él me había herido de tal forma que ya no me interesaba conseguir ser una diosa del Olimpo a través de su amor.

Porque era una joven codiciosa que quería amar a alguien más, mucho más difícil que Dante. Porque a veces no llegaba a entender del todo lo complicado que era el amor terrenal.

Di vueltas las cartas en un intento de hacerle sentir lo que es el amor no correspondido.

Ahora era Dante el que debía rogar por mi amor.

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