Capítulo 4

Capítulo 4 

La cola de la botella de mi cerveza repiquetea contra la madera de la barra. Un choque seco, pero incomodo, nervioso. Como lo estaba yo. Observaba un punto fijo del bar, en mi mundo.  

¿En qué momento me centré tanto en Dante como para que él descubriera quién era? De tan sólo pensarlo quiero cortarme la garganta con una navaja.  

Sí, he salido del Hades para poder enamorar a alguna divinidad del Olimpo. Cualquier hijo de allí me vendría bien. Incluso, llegué a amar a Dante, el hijo de Hera, la diosa de la familia. Creí que su debilidad por la familia y el amor eterno podría debilitarlo un poco, volcándolo a mi favor. Pero todo para nada. Tantos años en vano.  

Me llevo el pico de la botella a los labios y le doy un largo sorbo a mi cerveza mientras cierro los ojos. 

He alterado mi historia, con la intención de autoconvencerme que amaba a Dante, que él me había seguido hasta la universidad, que siempre habíamos coincidido en cada sitio. Pero, me he mentido un poquitito. La que ha seguido a Dante todo este tiempo fui yo. 

Es tan sencillo engañar a las personas. Sólo debes combinar las palabras correctas para crear una magnifica mentira. Una mentira que el imbécil de Dante no tardó en descubrir hace ya tiempo. 

Golpeo la cola de la botella contra la barra, tras lanzar un gruñido de labios cerrados. 

—¿Todo marcha bien, Aria? —me pregunta Maddy, tras regresar del baño.  

Se siente en una butaca junto a mí mientras continúa desenredándose las puntas de su cabello pelirrojo. Ella y su manía de tocarse el cabello a cada momento. Bueno, yo también lo haría. Tiene un cabello precioso y largo. 

—Sí —le miento con una estúpida sonrisa en el rostro —. De maravilla. 

—No soy idiota ¿qué te pasa? —apoya sus codos sobre la barra, acunando su mentón en las manos, dispuesta a escucharme —¿Sigues mal porque peleaste con Dante? Me contaste que han discutido, pero no mencionaste el motivo. Así que gracia tiene el chisme, chica. 

Cuando estaba a punto de responderle con otra mentira que no involucrara al Inframundo y al Olimpo, siento unas manos posarse sobre mis hombros. Me sobresalto al sentir que me apretujan con suavidad. 

—Que lindo verlas—aparece la voz de Dante y le da un beso en la mejilla a Maddy sin soltarme los hombros con sus pesadas manos. Lo que me faltaba—. Yo invito la próxima cerveza —veo que llama la atención del barman levantando su brazo y dejando un par de billetes sobre la barra. 

Maddy frunce el ceño en mi dirección, no entendiendo si él está enojado conmigo o no. M****a.

—Felicidades a ambas por aprobar uno de los exámenes más complicados del semestre —el ánimo de Dante me da nauseas. 

—¿Por qué estás tan contento si desaprobaste el examen? Yo estaría muriendo en mi cama, llorando y escuchando a Ed Sheeran —le menciona Maddy, tomando en su mano la botella que le compró Dante. 

—La vida es muy hermosa como para estar pensando en eso, Maddy —le suelta él —. Oye, ven, baila conmigo. 

Sin que ella pudiera negarse o hacer algún gesto, Dante la arrastra a la pista con la botella en su mano y ambos se unen a todos los cuerpos que bailan al ritmo de una canción que ínsita a follar. Estoy segurísima que él se tomó un energizante antes de entrar al bar. 

De pronto me veo sola, pasmada. Los celos me queman el pecho y asiento, me lo merezco. Me lo merezco por fijarme en un maldito semidios egocéntrico que no es capaz de adorarme y hacerme suya. 

¡Soy perfecta como diosa maldita sea! 

En una esquina del bar se encuentran acomodados un par de sofás rojos con sus respectivas mesas ratonas. El sector de los fumadores parece bastante cómodo y tengo la tentación de ir a fumar allí, pero cuando detengo la mirada, observo que aquel chico que había atravesado el pasillo de la universidad aquella mañana está sentado, bebiendo y con una cara de pocos amigos. 

En un rincón, solitario y sin intenciones de charlar con nadie se encuentra Thiago Amenadiel. Lo que más me sorprende es su actitud de hombre adulto. Las luces de neón rojas y azules de los tubos que están colgados en la pared hacen contraste contra su chaqueta y rostro, creando una mezcla de colores extraños. 

Su mejilla azulada se hunde luego de darle una pitada a su cigarrillo. 

¿Rondara los veintiséis? No lo sé, pero me muero por saberlo. Tengo la tentación de ir a seducirlo y hacerlo mío en el baño, pero por una extraña razón, me siento incapaz de hacerlo. 

Es...intimidante. Tan intimidante que asusta. 

Chaqueta azul oscuro, cabello rapado y su rostro perfecto me hacen dudar de su existencia. Incluso me pregunto si se trata de algún semidios, no soy capaz de descifrarlo.  

Quizás pueda refugiarme en sus brazos para evitar llorar por Dante aquella noche. 

Bajé de la butaca y caminé hacia Amenadiel con paso despreocupado, por supuesto que no me conocía. Saco de mi bolso un paquete de cigarros y me siento junto a él, a una distancia determinada en el asiento para que no piense que lo estoy acosando. 

Tengo a mi favor que todos los sofás están ocupados excepto el suyo y el que tiene en frente. 

De pronto me siento tensa, pego mi espalda contra el respaldo y miro despreocupada a la gente bailar en un intento de parecer desinteresada de su presencia, aunque me caga de miedo.  

De golpe aparece un encendedor frente a mí. Lo miro. Me está ofreciendo su encendedor metálico sin siquiera mirarme, ya que ha sacado su celular y está revisando su I*******m.

Maldición no logro ver su nombre. 

Tomo su encendedor y me atrevo a rozar sus dedos con los míos en un intento de llamar su atención, pero claramente no lo consigo porque sus ojos siguen puestos en su pantalla que ilumina su rostro. 

Enciendo el cigarro y me lo llevo a los labios. Gracias a dios mi labial rojo no queda marcado en él. Le tiendo el encendedor y para mi sorpresa, la yema de sus dedos roza los míos. 

Su contacto repercute en mis partes bajas. Trago con fuerza. 

¿De qué trata todo esto? ¿No se supone que yo debería seducirlo a él? Estoy perdiendo el control. 

—¿En el baño? 

Entonces por primera vez escucho la voz más profunda y lujuriosa que pude oír jamás. Lo miro y por fin me clava sus intensos ojos. Dios mío, no me equivocaba. Tiene un ojo de distinto color. Uno lo tiene un profundo azul cielo, casi blanco, como si le faltara algo de color y el otro café.  

Es increíble lo que me sorprende que me haya dirigido la palabra. Una propuesta interesante. Creí que yo tendría que dar la iniciativa. 

Un punto para Amenadiel. 

Una sonrisa maliciosa florece en mis labios. Paso mi brazo por el borde del asiento. 

—¿No te da la billetera para pagar un hotel? —me burlo mientras le doy una calada a mi cigarro. 

Sonríe, apartando la mirada. Es difícil descifrar lo que piensa. 

—No necesito un hotel para lo que tengo pensado hacer —contraataca. 

—¿Qué pasa por tu mente, señor Amenadiel? 

—Así que sabes mi nombre. 

—Tienes el privilegio de destacar. Felicidades. 

—Destaco en otros sentidos —su mirada se oscurece —. Pero no de la forma en que esos dos se están besando. No se me da —apunta con un gesto de cabeza a una esquina del bar. 

Entonces veo lo que está viendo Amenadiel. Se me va el calor del rostro y siento que todo se desmorona a mi alrededor. Mi corazón se me acelera mientras la rabia aparece de golpe. 

Dante tiene acorralada contra la pared a Maddy. La besa de una forma salvaje, suave. Muerde su labio inferior y veo que la respiración de ella se detiene, lo veo en su pecho.  

Maddy pasa sus brazos por los hombros de él y sus manos viajan a su nuca, con la intención de no soltarlo. Dante se le mete entre las piernas, la roza, íntimamente y ella encantada. 

Levanto la barbilla tras sentir una lagrima caliente deslizándose en mi mejilla izquierda. Muerdo mi labio inferior, mientras lucho con deshacer el horrible nudo en la garganta. 

—Noto que los conoces —adquiere Amenadiel —. Eso tiene que doler. 

Me pongo de pie tras darle una calada a mi cigarrillo y soltando el humo con un gran pesar. Aparto la vista de semejante espectáculo. 

—En el baño de hombres —le aviso con frialdad. 

Con un dolor en el pecho paso por el grupo de personas bailando hasta que llego al baño de hombres. Tengo el rostro frio, distante y mis cejas se arquean de cierta forma, con un aire de superioridad para no caer bajo la tentación de la tristeza. 

—¿Quién será tu próxima víctima, Aria? —me pregunta Travis apenas entro al baño, mi compañero de Historia social, quien se encuentra lavándose las manos y mirarme a través del espejo. 

—Tú no claramente —me burlo fingiendo buen ánimo. 

—Vigilaré que nadie te delate con el dueño del bar. 

—Por eso eres unos de mis favoritos, bebé —le lanzo un beso fugaz despegando de mis labios mi mano y un guiño de ojo super bonito. 

Travis desaparece y finalmente el baño queda en silencio a pesar de que aún se escucha la música a todo volumen. Es increíble lo vacío que se encuentra y sé que tengo sólo segundos para meterme en un cubículo antes de que vuelva a llenarse de chicos. 

Me encierro en el último sin antes pintar con el pintalabios una cruz pequeña por encima del cerrojo. Espero que Amenadiel se percate que estoy allí y no se equivoque de cubículo. 

La puerta se abre y deja entrar un poco de música con aquella acción. La música vuelve a opacarse y unas botas resuenan contra las baldosas, aproximándose lentamente. Hasta que queda ante mi cubículo. 

Tocan dos veces la puerta. Tres golpecitos para ser exacta. 

Devuelvo dos golpes con mis nudillos contra la puerta. 

La puerta se abre un poco y con una sonrisa lujuriosa recibo a...¡¿DANTE?! 

—¡¿Qué demonios haces aquí?! —le grito, furiosa al ver que asoma su cabeza. 

—Me ha enviado un tal Amenadiel —parece igual de consternado que yo —. Para avisarte que se fue. Creo que no soy el único hombre de la universidad que te ha rechazado. 

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