Capítulo 8

La noche había sido el mismísimo infierno. La fiebre lo atacó con fuerza apenas oscureció y su cuerpo no dejó de temblar durante todo el horario nocturno. La necesidad de consumir le comía las entrañas mientras le suplicaba a esa enfermera, que custodiaba su sueño, algo que lo calmara. La mujer, sin ninguna pena en su rostro, se negaba una y otra vez y simplemente le repetía que ya todo pasaría, que pronto ese calvario finalizaría. Era sencillo decirlo cuando su mente estaba clara y despejada, algo de lo que carecía en ese momento el morocho. Era fácil llamar a la calma cuando no tienes un deseo tan fuerte de arrancarte hasta la piel con tal de calmar ese horrible sentimiento que te oprimía el pecho y no te dejaba pensar. 

Alex necesitaba, rogaba, que las horas transcurrieran a una mayor vel

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