Capítulo 4

La música le golpeaba con fuerza en los oídos. La cerveza que llevaba en su mano era una verdadera m****a por lo que la dejó sobre una mesa abarrotada de cosas. Observó en todas las direcciones, intentando encontrar a su amigo que le había dicho sobre esa fiesta. No estaba por ningún lado, aunque la iluminación era tan poca que prácticamente todas las habitaciones estaban a oscuras y difícilmente podías ver más allá de las sombras que delimitaban los cuerpos de esas personas que estaban tan perdidos como él quería estar en un par de horas. Se mordió nervioso el labio inferior, sintiéndole reseco, y acomodó mejor la capucha de su campera, cubriendo bien su rostro de algún curioso que esté medianamente consciente y lo reconociera entre toda ese inmundicia humana. Volvió a buscar entre los presentes y por fin lo encontró, al final de la sala, sobre un mugriento sillón, compartiendo besos con esa pelirroja a su derecha y el rubio a la izquierda. Se lo notaba divertido y excitado, pero poco le importaba a él, solo quería que le de ese paquetito que tanto necesitaba. Cuando estaba por dar el primer paso sintió un golpe seco a su derecha. Giró la cabeza y ahí lo vió. Un sujeto se encontraba tirado en el piso, convulsionando a los pies de esas personas que seguían bailando a su alrededor como si nada pasara. Pudo ver como lentamente espuma comenzó a salir entre sus labios mientras el cuerpo se seguía agitando con fuerza. Algo en su mente le pedía hacer algo para ayudarlo, pero sus pies parecían clavados en el piso con tanta fuerza que no pudo moverse ni un centímetro. Solo se quedó observando cómo el muchacho se movía con violencia, hasta que clavó sus dilatados ojos en los suyos y finalmente pudo ver como el brillo de los mismos se apagaba con lentitud, al mismo tiempo que su cuerpo dejaba de sacudirse. Podía sentir desde su posición el frío del cuerpo del muchacho que aún lo observaba desde el suelo, podía sentir como ya no estaba allí con ellos sino que había viajado a un lugar del que jamás volvería.

Por fin su cuerpo reaccionó y pudo salir a toda velocidad a ese sucio patio lleno de chatarra en cada esquina. Respiraba con dificultad y sentía cómo el sudor caía por su espalda, causándole tanto frío, tanto miedo. Con lentitud sacó el teléfono de su pantalón. Le llevó bastante tiempo, debido a sus temblorosas manos, pero finalmente pudo hacer esa llamada, pudo marcar ese número que lo ayudaría a salir de esta m****a.

— ¡Por fin! — escuchó esa voz tan grave, tan seductora, que pudo por fin respirar.

— Ma-Maiiia. Neces… Yo necesito que vengas por mí — le pidió sin dejar de temblar. La temperatura no era baja pero él se sentía como si estuviese dentro de un congelador.

— Alex, tranquilo — le dijo con calma —. Envíame la ubicación y espérame allí — él asintió aunque ella no lo viera. Cortó la llamada y se dedicó a buscar en su confundida mente, cómo enviar una ubicación.

Los quince minutos que tardó en llegar la morocha con su auto se le hicieron los más largo de toda su vida. Sólo quería salir de allí y ella parecía no llegar jamás. Ni bien vió su negro auto doblar en la esquina, caminó directamente en su dirección, acortando lo más rápido posible la distancia. Se subió aún confundido y temblando. No dijo nada, solo se sentó al lado de la morocha, con las manos apretadas entre las piernas y la vista clavada en el piso. No podía dejar de ver con extrema nitidez esos ojos dilatados, sin brillo, sin vida. 

— Vamos — susurró la morocha a su lado. Estaba tan concentrado en sus pensamientos que no notó cuando ella llegó a su edificio, detuvo el auto y se bajó para caminar hasta su puerta, abrirla y hablarle con una dulzura que jamás utilizó con él.

— Vamos — asintió saliendo del vehículo y caminando rápido al ascensor. Sentía la urgencia de llegar a su hogar y encerrarse dentro, donde nadie lo pudiera herir.

En cuanto la puerta de su hogar se cerró a su espalda pudo sentir que por fin volvía a respirar. Se sentó en su cómodo sillón y dejó caer la cabeza hacia atrás, dejando que su mente se relajara un instante antes de enfrentar a la enfadada mujer que lo miraba fijamente con los brazos cruzados.

— ¿Y bien? — preguntó ella volviendo a su habitual tono de fastidio.

El morocho no pudo evitar sonreír de costado. Se sentía tan extraño que todo retornara a su habitual rutina que se sentía fuera de lugar. Le parecía irreal que, hasta hace unos minutos, estaba en aquella espantosa choza que se caía a pedazos y ahora podía descansar en su lujoso departamento. Dejó salir el aire lentamente y grió su cabeza para mirarla directo a sus furiosos ojos celestes.

— Y bien — respondió pinchándola un poco más solo por diversión.

— Desapareciste dos días y ahora vienes con esta m****a — masculló ella rodando los ojos.

— No me comuniqué contigo por dos días. No desaparecí, sólo me tomé un pequeño respiro.

— Oh, disculpa. Disculpa por buscarte en cada puto rincón de esta ciudad de m****a para encontrarte. Perdón señor, no sabía que necesitaba vacaciones — exclamó furiosa.

— Maiia, hoy no — le pidió. Estaba agotado, exhausto.

— No me vengas con mierdas como si fuéramos una puta pareja. Dime qué carajos pasó y si te tengo que cubrir el culo de algún modo — Y ahí Alex lo notó.

Si alguien, aunque sea una persona, sabía que él había estado allí podía meterse en graves problemas. “M****a”. Cerró los ojos con fuerza, no tenía opción, se lo tendría que contar. Bueno, depsués de todo el infierno le iba a caer sobre la cabeza en algún momento.

— Tal vez debas llamar a Jeff — le indicó volviendo a girar la cabeza para contemplar su blanco techo. Ella frunció el entrecejo. Ese Jeff siempre traía problemas.

— ¿Qué hizo ahora el hijo de puta?

— Me invitó a una fiesta — suspiró él volviendo a cerrar los ojos. Sentía como si su cuerpo hubiese sido atropellado por un camión. Le dolía cada-maldita-parte.

— ¿Y?

— Un chico murió en esa fiesta — Maiia no esperaba aquello. Abrió sus lindos ojos muy grandes mientras se dejaba caer al lado del morocho. Alex giró la cabeza y abrió los ojos nuevamente para ver la expresión de horror de la mujer —. Creo que solo yo lo vi. Él… él simplemente… — tuvo que respirar con fuerza.

La imagen lo estaba perturbando demasiado, seguramente no podría dormir sin volver a sentir auqel frío que lo devoraba sin piedad. Sintió la mano de Maiia posarse con suavidad sobre la suya que apretaba con fuerza su rodilla.

— Alex, ¿qué pasó? — preguntó calmada.

— El chico simplemente se desplomó delante mío. Comenzó a convulsionar y luego… eso fue todo — Bajó la mirada, no quería ver lástima en los ojos de Maiia. Ya no soportaba que lo vieran así.

— Dame tu teléfono — le ordenó. Él la miró confundido pero obedeció —. Desbloquéalo — dijo extendiendo el aparato. Volvió a obedecer y cuando Maiia tuvo el aparato en sus manos comenzó a rebuscar entre los contactos. Encontró a Jeff y no dudó en marcar —. Escúchame maldito imbécil — dijo apenas alguien atendió la llamada. Se veía tan adorable cuando estaba enojada y con ese caracter de m****a desplegado en toda su esplendidad —, la próxima vez que encuentre a Alex intentando escapar del departamento para ir a tus m****as de fiestas te juro que te denuncio en la policía y les cuento que estás siempre cargado de droga. Asique mejor no vuelvas a contactarlo. Idiota.

— ¿No vino a la fiesta? — la voz de Jeff sonaba aliviada. Maiia sonrió —. Excelente.

— ¿Qué pasó? — preguntó ella con fastidio. Necesitaba comprobar la historia.

— Un sujeto… Dios, ni siquiera sé quién era. Un sujeto simplemente se desplomó… él…

— Está bien. No hace falta que expliques más. Lo lamento y espero que recuerdes mi amenaza — finalizó la llamada sin darle tiempo a replicar.

Alex la observó completamente perdido en sus facciones. No podía negarlo, ella era jodidamente hermosa y su dura forma de ser le resultaba estúpidamente intrigante. Ella había manejado con tanta naturalidad la situación que jamás podrías sospechar que mentía. “Es una buena mentirosa” se dijo a modo de recordatorio.

— ¿Lo creyó? — preguntó. La mirada de autosuficiencia de la morocha fue respuesta suficiente —. ¿Qué crees que le haya pasado? — Su mirada se volvió a perder en esos horribles recuerdos.

— Alex, tuvo una sobredosis. ¿Nunca viste a nadie en esa situación? — El morocho negó —. Bueno, alguien ha tenido una bonita suerte — exclamó con un poco de fastidio y otro tanto de tristeza.

Alex la observó desde su lugar. ¿Qué historia había entre ella y la droga? Tal vez alguien muy cercano que no pudo salvar. Tal vez alguien que fue tanta carga para ella como lo estaba siendo él en este momento. Tal vez por eso la habían buscado explícitamente a ella. Una opción era que la muchacha estuviese académicamente preparada para la situación, otra era que tuviera experiencia con estos temas y la última es que fuera un poco de ambos. Necesitaba saber, por eso preguntó:

— Maiia, ¿eres enfermera? — La muchacha lo miró sonriendo y negó. Jamás se le hubiera ocurrido estudiar esa carrera, odiaba la sangre —. ¿Psicóloga? — ahora rió estrepitosamente. No tenía la paciencia para escuchar las quejas de los demás cuando su propia vida era una m****a —. ¿Entonces?.

— Relacionista pública — confesó con seriedad. 

La cara de Alex fue todo un poema. Esa chica había estudiado una carrera que en nada se parecía a lo que él esperaba, aunque sí explicaba un poco su actitud desafiante. Tanto la observó con sus brillantes ojos oscuros, que Maiia se vió obligada a aclarar su garganta para sacarlo del trance en el que decidió internarse. Alex parpadeó un par de veces y volvió a la realidad.

— Perdón. Debí sospechar que tu carrera era una típica de niña bien — se burló acomodándose en el sillón.

— Esta niña bien salvó tu culo y te organiza la m****a de vida que llevas.

— ¡Me quieres internar Maiia! ¡Qué organizar ni nada! ¡Solo me quieres sacar del medio! 

— No te voy a decir que no estoy de acuerdo con la internación — dijo ella calmando el tono de la discusión —, pero no te voy a obligar. Si no te quieres internar no lo hagas, pero no quiero ver tu cuerpo como el de aquel muchacho — terminó caminando hacia la puerta y dejándolo a solas en ese gran departamento que ahora se le antojaba más frío y enorme que nunca.

No lo pensó, jamás se le pasó por la cabeza que su vida misma podía terminar en una escena tan morbosa como la de aquel joven. Tembló de miedo. Con esfuerzo, y algo confundido, caminó hacia su habitación, dejándose caer en la enorme cama. Su cuerpo estaba tan pesado, se sentía tan agotado de luchar con todos y todo. Ya no quería pelear a cada hora, solo deseaba un día de sol, comiendo juntos a sus amigos en el extenso patio trasero de la casa de Donato mientras a Matt se le ocurrían las letras más locas. Solo quería poder volver a sentir el gusto por la comida, el sabor de una fresca limonada bajando por su garganta y reír… reír hasta que doliera la cara y el estómago. Rayos, hace tanto no reía de verdad. Suspiró cansado y se dejó llevar.

Su cuerpo flotaba sobre el piso. Sus manos estaban frías y temblorosas pero una extraña sensación de bienestar lo recorría. Algo pasaba en su mente que no conectaba con su físico. No se podía mover, no podía gritar, solo sonreía débilmente mientras se sentía arrastrado por una fuerte corriente helada. Giró su rostro para ver a su costado. Esos ojitos celestes lo contemplaban con terror. Le decían algo y él no podía entender qué. Cada vez era más fuerte la corriente que lo alejaba de ella. A su lado sus amigos, sus hermanos, lo miraban con tristeza, con los ojos rojos de tanto llorar y el rostro deformado por el dolor. Algo no estaba bien pero él no se sentía mal, todo lo contrario, se sentía fuerte, feliz, calmado. Otro tirón muy fuerte y otra vez el frío que lo recorría completo. Maiia abrió aún más grandes sus ojos y gritó su nombre con fuerza. Seguro se había lastimado la garganta de la fuerza que reflejó en aquella exclamación. Alex sintió otra vez el tirón y lo comprendió. Se estaba yendo, yendo muy lejos, yendo a donde ya no habría marcha atrás. Sintió terror, tanto terror y tanta soledad. No quería. Los quería a ellos a su lado, como siempre fue. Miró de vuelta a sus amigos que ya no podían mantenerse en pie y se dejaban caer en sus rodillas, con las cabezas agachadas. Trató de zafarse de esa abrumadora fuerza y no pudo. Ya era muy tarde.

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