Capítulo 5

Comenzó a tocar la banda y en un principio estaban todos sentados; Moviendo los pies, batiendo las palmas, bebiendo y sobretodo comiendo. El bajo sonaba perfecto a muy buen volumen y eso, en resumidas cuentas, hacía la diferencia entre una banda buena y una banda mala respecto a esos géneros musicales.

Poco a poco iba llegando más gente y el personal del recinto comenzó a atorarse con el trabajo de una noche que recién comenzaba. El vocalista de la banda, el que yo creí que tenía pinta de percusionista, se le veía contento cantando y recordé que rato atrás se quejaba de que andaba muy poca gente caminando por la parte norponiente del barrio, Bombero Núñez con Santa Filomena, esas calles. Se notaba que la gente de las otras mesas aún no se paraban a bailar para no pasar a llevar el servicio, puesto que las dos niñas que atendían iban y venían con vasos y platos con chorrillanas o papas fritas, y pese a que con Fabián comimos una brutalidad antes de la reunión, fuimos de los que más le dimos a la chorrillana y de hecho tuvimos que pedir un par de porciones más.

Una vez que terminamos de comer salimos todos a la terraza a fumar. Habían encendido unas luces de neón, muy parecidas a las que ponían en los antejardines de algunas casas de barrios bonitos en época de Navidad. La charla era alegre y distendida, y tanto Raúl cómo yo no tomamos parte en un principio.

Me miré la punta de la zapatilla izquierda, la parte de la suela comenzaba a despegarse y pese a que ese tipo de huevadas jamás me había importado, sentí un poco de lástima porque se venía el principio del fin para mis Nike. Me fijé en las del resto; Todo bien, impecable, sobre todo Fabián, quien debía tener una docena de pares, entre converse y vans. Por un momento sentía la tentación de obedecer a Raúl y comenzar a esforzarme al máximo para abandonar lo antes posible mi nivel de vida precario y al cabo de unos instantes me sentí bastante estúpido, sobretodo al estar consciente que todo ese pensamiento surgió en base al estado de mi zapatilla izquierda, huevada que años atrás ni siquiera me lo hubiese cuestionado porque era parte de mi esencia eso del despreocupe total por mi indumentaria, porque a mí no me molestaba y al mismo tiempo porque me importaba una m****a lo que pensara el resto de mi respecto a esas cosas.

— Igual me arrepiento de haber estudiado publicidad— Dijo Franchesca.

— Yo también —Dijo Miriam—.De hecho el próximo año me voy a matricular en ingeniería comercial si o si.

— Estoy pensando en esa idea, amiga. Igual sería rico volver a estudiar juntas.

— Yo igual me motivo a estudiar de nuevo —Dijo Juan Ignacio —Me importa una m****a mi edad.

— No seas así, Tatita —Le respondió Karla— Ni se te notan los sesenta años.

Todos rieron, incluído el mismo Juan Ignacio. A Karla siempre le salían divertidos esos chistes.

— Hablando en serio —Dijo Cristian —¿Cuantos años cumpliste?

— En octubre cumplo 41. A todo esto, no celebré los 40 así es que están todos invitados.

— Pasas terrible piola, huevón —Dije—. Con Fabián siempre te encontramos parecido a Mariano Martínez. Ese socio tiene como 50 y parece de treinta y tantos.

— Y tú te ves como de treinta y pocos, Tatita—. Dijo Marlon.

— Te ves como Raúl, más o menos —Dijo Fabián.

— Hasta te ves más joven que Raúl—. Agregó Karla.

Desde mi posición noté como a Raúl le afectó enormemente aquél comentario. También noté que los demás también lo notaron porque nadie se rió.

— Métete a Ingeniería comercial pues Tatita —Dijo Franchesca—. Así volvímos a estudiar juntos.

— Igual me sumo— Dije bromeando.

— ¿Me estas hueveando Lucho Pipe?—Preguntó Raúl.

— ¿Por que no?

— Eres bien huevón, hermano. Estas loquitas te boicotearon la vez que tuvieron la oportunidad.

— No sea huevón, compadre —Dijo Juan Ignacio—. Han pasado hartos años ya como para estar acordándose de esas tonteras.

— Si, Raúl, no seas tonto —Dijo Fabián— 

Me extraña que le creas a Luis Felipe. Nadie se lo imagina estudiando ingeniería comercial.

— ¿Por que no? —Preguntó Miriam— Luis Felipe es súper inteligente y no porque no haya podido titularse de publicidad significa que no tiene capacidades. 

— No se trata de eso —Dijo Fabián—. Se trata de que sería la última cosa que haría en la vida este loco.

— Métete a estudiar con nosotras, Tatita —Dijo Miriam—. A la Fran la tengo casi convencida.

María José fue a bailar con Marlon y el resto entró, excepto Raúl, quien encendió un pito que yo rechacé. La niña que nos atendió salió y ordenó que lo apagara. Raúl obedeció y encendió un cigarro.

— Buena, hermano Luis Felipe. ¿De cuando acá tan amigo de estos larrys? 

— Que yo sepa nadie es amigo ni enemigo de nadie. Para de tomar un rato, huevón, te está haciendo mal.

— Huevada mía, hermano.

— La idea es que sigamos bacilando, huevón.

— Yo estoy bacilando, hermano. No sé qué onda tu y Fabi que están más correteados que la m****a.

— Nadie anda correteado, huevón. Te estás pasando puros rollos estúpidos.

En el momento justo que me iba a poner de pie para regresar con los demás llegó Karla. Sonreía por todas partes.

—Ya Raúl, ven —Dijo—. Vamos a bailar.

— Yo no bailó esa m****a, cumbia de cuicos. Paso.

— No seas fome. Ven, bailemos. 

— Yo bailo contigo, Karla —Dije—Vamos.

La tomé de un brazo y la arrastré hasta la improvisada pista de baile. Mientras me movía al son de un ritmo que si bien no era salsa ni merengue pero se le parecía la miraba bien; Esa misma cara como de ardilla que me encantaba. Siempre se quejó, durante nuestra relación, que yo jamás la sacaba a bailar. A ella le gustaba ese tipo de diversión, mientras las mías se remitían a comer, a ver películas, a leer y a cosas que en general uno no necesita de compañía para disfrutarlas. Me reclamaba eso; Que yo no había hecho ningún esfuerzo para adaptarme a ella y eso se le había ido acumulando. Karla al contrario; Se adaptó a mis gustos, a mis creencias. Trató de digerir mis preferencias musicales, por ejemplo. Y ahí estaba yo, cinco años después, concediéndole su primera pieza de baile, con bastante atraso. Ella me miraba y sonreía como si le estuviese cancelando una vieja deuda, proporcionándole una felicidad momentánea que simulaba ese hipotético e inesperado caso.

Una vez que terminaron las primeras canciones fuí a la mesa a servirme un vaso y me lo iba bebiendo a sorbos lentos, al ritmo de u a cumbia villera que comenzaba a sonar. Un par de tipos de otras mesas invitaron a bailar a Karla, pero al verme nuevamente sobre la pista se acercó a mí. El baterista tenía un excelente sentido de su instrumento desde un punto de vista utilitario, puesto que se preocupaba mucho más del público y que la gente se moviera más que del virtuosismo,a diferencia del timbalero, quien hacía arriesgadas maniobras que si bien no estaban mal, eran innecesarias. El guitarrista sí que daba gusto escucharlo; Nada de figuras ni efectos cabrones, el tipo se preocupaba solo de marcar el ritmo, dejándole ese trabajo al tecladista. Danilo sí que tenía clase, sabía darle a los tumbaos. Pareciera como que sus dedos tuviesen vida propia y que al mismo tiempo fuese ambidiestro. Lo que no me gustó fue el sonido de los vientos, puesto que por las características del espacio no necesitaban un micrófono cada uno como para donar bien. En general la banda estaba bastante bien.

—¿Donde aprendiste a bailar? —Me preguntó Karla, extrañadisima y feliz.

— Cállate— Respondí, tomándola de la cintura ante la intro de una canción que sí que era una salsa.

Me fijé que los demás de nuestra mesa habían ido a sentarse, puesto que había llegado el otro pedido de comida. Le hice un gesto a Karla, indicándole lo que acontecía, pero sus manos sobre mi cuello me hicieron interpretar rápidamente que no tenía ningunas ganas de comer y que prefería seguir bailando conmigo. Mis ex compañeros de publicidad sí que comían y se dedicaban a mirarnos, en especial Fabián, quien sabía que yo no sabía bailar y por ende, hiciese lo que hiciese, no se fijaría en mis progresos, puesto que mis papelones del pasado en aquella materia debían ser la instancia de realidad más cercana para alguien que me vio bailar en esa época en la cual era más tieso que la m****a. Juan Ignacio me sonreía y seguramente por otros motivos, porque pese a que no éramos lo que se dice amigos fue uno de los que más lamentó el fin de mi noviazgo con Karla, quien en ese momento me tomó de un brazo y me llevó hasta la barra.

— Suficiente —Dijo— Me cansé.

— Yo igual— Respondí sudando.

— ¿Se quieren servir algo?— Preguntó el barman.

— ¿Te quieres tomar algo aquí conmigo? —Me preguntó Karla— Yo te invito.

— Prefiero volver a la mesa— Dije.

— ¿Seguro?

— Seguro

— ¿Seguro seguro?

— Ya no me gusta esa huevada de hacer grupitos aparte.

— Aceptame un cigarro por lo menos. Ahí volvemos a la mesa.

— Por ahí sí.

Salimos nuevamente a la terraza ubicada en el antejardín. La miré una vez más y me dieron ganas de besarla pero no me atreví. Más que no atreverme, una voz interior como que me dijo que no lo hiciera.

— Ya pues, cuenta. ¿Quien te enseñó a bailar?

— Nadie.

— No te creo. Yo cacho que tomaste clases. Es imposible que alguien que antes bailara tan mal ahora lo haga bien.

— Es mentira que nadie. La verdad es que me da vergüenza decirte.

— ¿O sea que conozco esa persona?

— No te voy a decir, ya te dije.

— Que mala onda —Dijo Karla, tras echarse a reír.

Una vez que volvimos a la mesa, nos dimos cuenta que no había nadie, excepto unos restos de chorrillana que con Karla nos dedicamos a devorar, por travesía más que nada. Cristian bailaba con Andrea, Juan Ignacio con Miriam, María José con Marlon y Fabián con Franchesca. Raúl no se veía por ninguna parte. 

— Sigamos bailando— Propuse.

— Otro día. De verdad que me cansé.

— ¿Como que otro día?

— Que eres pesado. No se. Quiero tomarme algo ahí —Dijo, refiriéndose a la barra— ¿Me dejas invitarte?

— No lo se.

— Si es un trago no más. No te pases películas.

— Dale. Está bien.

Karla pidió dos cortos de pisco con coca- cola. Era agradable estar en esa barra tan bonita, pero hubiese preferido estar afuera.

— Voy al baño —Dijo Karla— Ni se te ocurra moverte de aquí.

Me quedé ahí, pensando. Me preguntaba cómo iba a ser mi vida de ahí en adelante después de eso. Por lo general la gente volvía a sus realidades y olvidaba todo, pero a mí me costaba ser así y me dolía que fuesen así, pero no hacía nada por evitarlo. Por lo menos asumía que no era algo bueno y tras girar mi cabeza para ver si venía Karla vi acercarse a Raúl.

— ¿Que onda huevón?— Le pregunté, poniéndole mi mano sobre su hombro.

Tras retirarme la mano bruscamente intentó escupirme directamente en la cara.

— ¿Que te pasa huevón tonto?

Siguió intentando escupirme y no podía, quizá porque tenía la boca demasiado seca y de seguro porque estaba muy borracho. Como no logró hacerme daño tomó el vaso de Karla y lo arrojó contra el suelo, en el momento justo que pasaba la mesera que nos atendió.

— ¡Eso sí que no!— Gritó.

El barman, quien había visto todo, primero me hizo un gesto de compasión. Luego le entregó una escoba y un trapero que Raúl no tardó en tirar al piso. La niña que nos atendió me miraba feo a mi, como si yo fuese el responsable de todoaquello. Yo mismo limpié la cagada que había dejado y no era primera vez que lo hacía. Fabián y Juan Ignacio acudieron en el acto e intentaron ponerlo de pie, y una vez que lo lograron, lo primero que hizo González fue cumplir su objetivo; una blanca y espesa baba cayó en mi pelo.

— Anda a limpiarte —Dijo Juan Ignacio— Nosotros lo cuidamos

— Traten de pasar desapercibidos por favor.

— No te preocupes, Luis Felipe —Dijo Fabián. 

La baba se quedó colgada en un mechón que sobresalía del casco y me dio bastante risa mirarme al espejo. Mi cabello era bastante grueso y al parecer, mi jopo resistía cualquier clase de peso. Me revisé el resto de la ropa y nada. Otro tipo que vio todo me quedó mirando con cara de preguntarme si estaba todo bien. Hice como que no me di cuenta y al mismo tiempo me di cuenta de que hacía años que no iba a un boliche en el cual el baño estuviese tan limpio. Cuando salí estaban todos en la terraza, aún desierta de otros parroquianos. 

— Si ya estoy bien— Decía Raúl.

— Puta la huevada —Dijo Andrea— Pensar que lo estábamos pasando tan bien. Este borracho todavía se manda cagadas. Pensé que había madurado.

— Lo siento chiquillos— Dijo la otra mesera— Pero el no puede estar más acá.

— Nos vamos a tener que ir todos —Dijo Cristian.

Raúl intentó incorporarse pero se fue al piso. Yo que lo conocía bien tenía claro que estaba inconsciente; Demasiada marihuana y demasiado alcohol juntos. Eran las consecuencias de no consumir dosis normales.

— Habrá que irse —Dijo Juan Ignacio.

— Igual es tarde —Dijo Marlon, mirando el reloj.

— Yo quería seguir bailando —Dijo María José.

— Pero quedemos más rato pues chiquillos —Dijo Franchesca—. Aún es temprano. ¿Que onda?

— Yo no me quiero ir —Dijo Miriam, mirándome.

— El punto es que hacemos con Raúl —Dijo Juan Ignacio—. No lo podemos dejar solo. Yo tampoco tengo ganas de irme.

— Que se vaya solo el huevón- Dijo Andrea- Nos cagó toda la onda.

Agradecí bastante que, salvo los precisos, nadie se haya dado cuenta de que Raúl tenía problemas conmigo. O quizás lo sabían y no lo demostraron y eso igual se agradecía.

— Yo me lo llevo —Dije.

— Te acompaño —Dijo Fabián—. Después volvemos.

— Chupalo Fabi —Dijo Raúl—.Chupalo, Luis Felipe.

— ¿Que onda este loquito? —Me preguntó Cristian—. Se está mandando manso show.

— Que vergüenza —Dijo Karla.

— Llevenselo —Dijo Juan Ignacio— 

Después podrían volver.

Raúl se puso de pie violentamente. Intentó agredir a Fabián pero no pudo porque fue esquivado rápidamente. La especie de administrador que también se las daba de animador nos pidió que saliéramos a la calle excepto alguien que fuese a pagar la cuenta. Alguien le dijo que aún no se iban a ir todos. Nos sentamos en la vereda, Fabián, Karla y yo.

— Voy con ustedes— Dijo Karla.

— Olvidalo —Dijo Fabián— Te puede hacer algo.

— Déjame, si no me va a hacer nada.

— Es mejor que te quedes con nosotros, Karlita- Dijo Juan Ignacio, quien salía casi corriendo—. Este loco de m****a te puede hacer algo.

— No me va a hacer nada.

Pasaron unos cuatro o cinco taxis que no nos quisieron llevar producto del evidente escándalo que protagonizábamos. Era horrible. Traté de ser lo más resuelto posible y le pedí a Juan Ignacio que hiciera parar uno en otra esquina y al cabo de veinte minutos que se hicieron eternos lo consiguió. Todos nuestros ex compañeros de publicidad estaban en la calle y nos costó bastante trabajo echarlo arriba.

— Voy a pagar con tarjeta de crédito —Dijo Juan Ignacio— Después me transfieren.

Prometimos volver con Fabián, quien se mordía las uñas. El taxista, por suerte, fue bastante comprensivo con la situación. Quizá fue comprensivo porque se metió por Constitución y aquello significaba que lo más probable era que se incrementara la tarifa de la carrera. Fabián se mordía las uñas.

— ¿Que pasa huevón?— Pregunté. 

— Me acaba de m****r un mensaje la Fran —Dijo—. Se van todos al final.

— ¿Y es cierto que te ibas a quedar allá?

— Si. Pero no es lo que crees. Me quedo allá porque me tengo que levantar temprano para tomar el bus. Filo. Me iré a mi casa no más yo creo ¿Donde te vas a quedar?

—Donde Raúl, supongo.

— A la m****a. Nos vamos donde mi mamá. Me tengo que levantar temprano si.

Miré a Fabián, quien estaba más que triste. Se notaba que no quería estar con nosotros en ese momento, ni conmigo ni con Raúl.

— Maestro —Dije, refiriéndome al taxista— ¿Podría parar un poco?

— ¿Que onda? —Preguntó Fabián.

— Llama a la Fran y dile que te vas con ella. Yo me llevo a Raúl.

— Olvídalo. No te pienso dejar solo. Además, Raúl dijo denante que no recibía a nadie.

— A la m****a. No pienso cagarte el panorama. Usted viene a Santiago a pasarlo bien, así que bajese.

— Igual la Fran dijo que me esperaría si volvemos luego.

— ¿Esperarte? Va a ser un escándalo horrible bajar a este huevón. Olvídalo. Va a pasar un montón de rato y es imposible que los chiquillos te esperen tanto.

Fabián se bajó. Traté de sonreír para que no se sintiera tan mal.

— ¿Y puedes volver después? La Fran igual quiere seguir disfrutando. Demás que te esperamos.

— No creo que esté mucho de ánimos, pero andate tranquilo.

— No huevees, Luis Felipe. No pienso dejarte solo.

— Vela por ti, hermano.

Mientras conversabamos el taxista hablaba por celular. El taxímetro estaba encendido y al parecer no estaba ni ahí con estar parados afuera del zoológico. Fabián se comunicaba con Franchesca.

— Ya —Dijo—. Voy con la Fran. Anda a dejar a Raúl a la casa y te vienes en el mismo taxi para acá. Te vamos a estar esperando.

Fabián me dijo su número y me pidió que lo registrara. Mi teléfono nuevo estaba equipado con Internet y saldo para llamar.

Tras despedirnos se fue casi corriendo y aproveché de encender un cigarro, puesto que el taxista me hizo una seña de que lo esperara unos minutos y al cabo de un rato partió, reiniciando el taxímetro. Me quedé triste un buen rato mirando hacia Chucre Manzur, esa calle- cerrito donde estaba el bar Constitución. Recordé cuando tenía acceso muy de vez en cuando a esos oasis bohemios primermundistas del tercer mundo; bares al aire libre con terrazas iluminadas, música electrónica, gente linda por todas partes y cierto aire cosmopolita que dejaba en evidencia todo mi resentimiento social. Me sentía más pobre que nunca. Mi miseria se amplificaba al lado de Raúl, quien estaba igual de perdido que yo, en un mundo en el cual creíamos que nuestra genialidad iba a ser suficiente como para ponernos de pie en un universo lleno de gente falsa e indiferente.

La huevada era una soberana m****a porque al paso que íbamos, demostrabamos que quienes estaban equivocados no eran ellos, sino que huevones tóxicos como nosotros.

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