Capítulo 3

CAPITULO 3

Era día viernes y por primera vez en mucho tiempo mi cuerpo lo sabía. Con Raúl habíamos quedado de vernos antes de la junta con los ex compañeros de publicidad con el fin de hacer una previa pero el huevón me avisó a última hora que tenía una cita.

Me dediqué a hacer la hora. Hice un show en una 506 desde 5 de abril y pretendía bajarme en Parque O'Higgins pero pasé de largo sin querer y terminé en San Diego. Faltaban por lo menos un par de horas para la reunión de curso en el Barrio Bellavista y no tenía ganas de seguir cantando, por lo que eché la guitarra a la funda y me dediqué a caminar. Mis tíos me habían entregado la escuálida cifra que decidieron darme por lástima en términos de herencia por la muerte de mi abuela y apenas me había quedado una especie de cambio tras pagar un par de meses de arriendo atrasado.

Pensaba que por lo menos iba a poder tomarme libre el fin de semana. Pensaba en mis mini vacaciones como artista callejero y me daba lástima, lástima y risa de mi mismo al mismo tiempo y me alegré bastante por no hacerme dramas por mi mala situación. Seguí caminando. Vi un par de libros de Hemingway que tenía en el piso un vendedor ambulante y como estaban baratos los compré; Adiós a las armas y Por quien doblan las campanas. Tras proporcionarme una inesperada sensación de felicidad aquella compra no me di ni cuenta como llegué caminando hasta Pío Nono, fuerte y derecho por la Alameda.

Me detuve en el bar donde fue la primera junta la vez pasada. Recordé que no pude ir porque Ramona estaba enferma y me pidió por favor que durmiera con Santi esa noche. Excusas; Ramona sabía lo de la junta y después descubrí que nunca estuvo enferma y simplemente no quería que fuera porque estaba enojada conmigo por la última cagada que supuestamente me había mandado, según ella no pero yo sé que sí. Le pedí el baño prestado al mesero para lavarme las axilas, echarme desodorante y cambiarme la polera. Había un solsticio demasiado atípico para esa época del año y aquello me hizo sudar más de la cuenta, sobretodo tras haber detenido la caminata.

Aún había sol. Me senté en la parte de la terraza donde un árbol daba sombra y tras estar indeciso entre un happy hour de pisco sour o de Caipirinha para hacer la hora de espera paso Fabián ante mi, quien al parecer también se había adelantado a la hora de llegada.

— ¡Luis Felipe!— Dijo.

Hice un esfuerzo y me puse de pie para darle un abrazo en homenaje al año que llevábamos sin vernos. La última vez que coincidimos fue para el funeral de mi abuela.

— Siéntate pues hombre —Dije.

— Estaba buscando un lugar para almorzar y acá no venden comida. ¿Pediste ya algo?

— Aún no. No sabía que pedir así es que le dije al mesero que me diera un poco de tiempo.

En ese momento apareció el mozo. Se ofendió bastante cuando le pregunté si podía irme sin pedirle nada.

— Vamos a volver —Le dijo Fabián—Queremos ir a almorzar primero.

— Somos un grupo grande —Agregué—. Una junta de curso.

— Acá va a ser la junta. Vamos y volvemos, jefe.

—¿En serio quedaron en juntarse acá?—Preguntó el mesero venezolano, con la autoridad que le confería el hecho de haberme prestado el baño.

Tras una breve discusión que no quedó en nada cruzamos la calle. Nos dirigimos a ese restaurant que estaba al frente del cerro San Cristóbal.

— ¿Que vas a comer?— Me preguntó Fabián.

—Ya comí —Le dije—. Me pido algo para tomar no más.

— ¿Ah sí? ¿Y qué comiste?— Me preguntó Fabián, sonriendo— Cuando uno trabaja de artista callejero come puras huevadas. Lo sé por experiencia propia. Recuerda que yo toqué en las micros antes que tú.

— Si se. Pasa que este lugar es demasiado caro para mí economía actual.

— Pero si te estoy invitando pues Luis Felipe —Dijo, con esa sonrisa infantil que era tan suya—. Menos mal que te encontré. Ahora que andas sin celular no sabía cómo ubicarte para invitarte a almorzar.

Agradecí el gesto y Fabián Velásquez fue extremadamente generoso con el pedido; Dos docenas de machas a la parmesana como entrada, un par de pisco sours para cada uno como aperitivo,  Fetuccinis con salsa de mariscos como fondo y una botella de Chardonnay, reserva. Tras contarme que le estaba yendo bastante bien con el negocio que le había dejado su tío en la costa nos pusimos a hablar las mismas estupideces de antes, como si nunca hubiese pasado el tiempo.

— ¿Y a ti cómo te ha ido? —Me preguntó después de depositar los cubiertos sobre su plato que quedó absolutamente vacío.

— Ahí, más o menos. Está difícil la cosa.

— Raúl me dijo que estabas hecho m****a. No te encuentro tan mal, un poco más delgado eso si no más.

— Ese huevón —Dije, por pura osmosis.

— Te veo más triste si también.Tienes que tirar para arriba pues Luis Felipe. O sea, sé que es difícil, pero que no se te olvidé que eres una persona brillante e inteligente. Uno de los mejores que he conocido.

Más aún que el gesto de haberme invitado a almorzar me conmovieron sus palabras y lo agradecí. Por primera vez en mucho tiempo no sentí lástima por mi mismo.

— Gracias, huevón— Dije.

— Arriba el ánimo, loco. Que lata que no hayas podido venir a la pasada junta. Hubo alguien que me preguntó toda la noche por ti.

— Era obvio —Dije, pensando que ese alguien tal vez era Karla.

— Y no era precisamente tu ex.

— Chucha. ¿Entonces si no era Karla quién pudo haber sido?

— Fabiana, loco. Nos preguntó harto por ti, a mi y a Raúl.

— Que raro, huevón. El borrachín González no me contó nada.

— Yo pensé que te había contado. Ahora Fabiana no viene. Te lo perdiste.

— Da lo mismo. Nunca me gustaron las minas demasiado inalcanzables. Igual hubiese sido bacán que Karla te hubiese preguntado por mí, y nada que ver porque aún esté enamorado de ella o algo así.

Hubo un silencio que interpreté asertivamente como una noticia sobre algo que no sabía.

— A propósito de Karla, tengo que contarte algo. Eso sí no quiero que Raúl sepa —Dijo Fabián

— ¿Onda así te prohibió contarme?—Pregunté sarcásticamente.

— Algo así.

De un minuto a otro la expresión de Velásquez cambió completamente. Pidió dos whiskys y la cuenta, que equivalía a unas cuatro o cinco de mis últimas y penosas jornadas laborales. Quise pagar aunque sea la propina pero no me dejó, argumentando que era una salida que me debía hace tiempo, y cuando lo quedé mirando con cara de expectativa se puso nervioso y comenzó a morderse las uñas, tal cual como lo hacía en clases antes de exponer en público.

— Cuenta pues huevón —Dije riéndome—.No creo que sea algo tan grave.

— Si que es grave —Dijo Fabián.

Miré mis libros de Hemingway. Estaban bonitos a pesar del uso. Fabián arremetió:

— Karla y Raúl se besaron. Después se fueron juntos. Raúl me contó todo.

— ¿Que te contó? —Pregunté, fingiendo que no me ha afectaba.

Fabián encendió un cigarro y luego me extendió uno. 

— ¿No te afecta saber esta huevada? Lo que es yo, preferiría no saber.

— ¿Entonces por qué me estás contando?

— Me sentiría muy mal si no lo hiciera. A veces todavía pienso que somos dupla y me sentiría super desleal si no te contara. ¿En serio no te afecta?

— No tengo puta idea que pasó —Dije—. Yo creo que si supiera estaría en condiciones de saber si la huevada me afecta o no.

Me dio pena Fabián. Se notaba que le afectaba más a el que a mí, pese a que me dió una leve taquicardia o una sensación de m****a muy parecida, pero al cabo de medio vaso de whisky me tranquilicé porque aquello realmente no era asunto mío.

Pese a que todo era una m****a, tenía el presentimiento de que la mala racha iba a acabar muy pronto. Solo me preocupaba la percepción que podía llegar a tener Fabián sobre Raúl desde aquella noche en adelante, puesto que era un ser humano al cual había admirado mucho en otros tiempos y de forma bastante indirecta me iba a sentir responsable si aquel concepto de vieja amistad se llegaba a alterar supuestamente por culpa de mis sentimientos.

— En todo caso con Karla no tengo nada en la actualidad —Dije para tranquilizarlo— Distinto hubiese sido si lo que me estás contando fuese cosa del pasado, cuando ella y yo estábamos juntos.

— ¿En serio no te afecta Luis Felipe? ¿Seguro que quieres saber?

— Ya me imagino el cuadro —Dije sonriendo—. El mismo Raúl me contó que después de la junta, una vez que la mayoría se había retirado a sus casas, se quedaron bacilando unos pocos, no me dijo quienes y no le pregunté tampoco porque como no fui, no estaba ni ahí con enterarme de los detalles. Después se supone que se enganchó una mina y se la llevó a la casa. Fui al día siguiente, creo, y aún estaban los condones usados en el piso. Me los mostró como si la huevada fuese una medalla de guerra.

— En fin —Dijo Fabián—. Esa mina era Karla y nos quedamos hueveando hasta tarde los tres. Se supone que nos íbamos a tomar un whisky que tenía en la casa de mí vieja pero se bajaron antes de la 210 y seguí solo. Raúl me contó que se siguen viendo.

— ¿Y esa era la supuesta cita que tenía ahora?

— Yo creo que sí.

— Rayos— Respondí, apagando el cigarro en el cenicero que nos habían llevado a última hora.

Lo más probable es que yo hubiese pedido dos whiskys más y hubiésemos seguido hablando del tema, pero llegaron sendos mensajes al grupo de w******p por parte de Andrea y Juan Ignacio, quienes anunciaban que casi todos quiénes se comprometieron a asistir a la reunión ya habían llegado. Como la cuenta ya estaba pagada nos pusimos de pie y volvimos a cruzar la calle. Ya era de noche.

—Luis Felipe, huevón —Dijo Juan Ignacio— Los años no pasan por ti.

Ahí estaban los que habían llegado: Andrea, Franchesca, Miriam, José, Marlon y María José que se habían casado, Cristián y Raúl. Daba la impresión de que estaban ahí hace rato, puesto que excepto González, cada uno de ellos fue demasiado eufórico para saludarnos, sobretodo a mi, que no había asistido a la primera junta.

— Puta que se demoraron, hermanos míos  —Dijo Raúl—. La gorda no viene al final. 

— ¿Que le pasó a la gorda Durán? —Pregunté— Venía a verlo a el prácticamente.

— La mina se enfermó y no alcanzaba a ir a dejar a sus niños chicos donde la mamá. Jorge está trabajando en Buin. ¿Y ustedes dónde andaban? Podrían haber avisado.

— Estábamos almorzando al frente —Dijo Fabián—  Nos estábamos poniendo al día con Luis Felipe y ni pesqué el teléfono.

— ¡Traiga dos vasitos más! —Le grito Juan Ignacio al mismo mesero venezolano con el cual habíamos discutido antes.

Los miré a todos, uno a uno. Excepto Juan Ignacio que ya era mayor que nosotros cuando éramos compañeros, me dio la impresión de que el tiempo había hecho m****a al resto desde un punto de vista expresión facial más que del físico, aunque también estaban todos con algo de sobrepeso, sobre todo Cristian, quien parecía una morsa en comparación a aquellos años.

— Supongo que después de estas cervezas nos vamos a ir a bailar —Dijo Andrea.

— ¿A bailar? —Preguntó Cristián, quien tampoco había ido la vez pasada.

— Tenemos que ir todos —Dijo Franchesca.

— Somos pocos pero buenos —Dijo Juan Ignacio—. Supongo que todos pidieron permiso.

Aún lo respetaban porque además de ser el mayor del curso, era una especie de líder para el resto. Se notaba que el había sido el responsable de la reunión.

— ¿Como te fue en tu cita? —Le preguntó Fabián a Raúl.

— Me pegue el manso rebote hermano. Sendo rebote. No tenía como avisarte porque se me descargó el celular. Hubiésemos hecho la previa al final.

— Igual me sirvió para ponerme al día con mi dupla y la verdad es que ni se me ocurrió llamarte.

En ese momento me fijé en el rostro de Fabián que miraba a Raúl casi con odio, quien a su vez no acusó recibo. Franchesca, que estaba al lado mío, me metió conversa.

— Te echamos de menos la junta anterior. ¿Cierto Fabi?

— Más que la cresta. Dijiste que íbas a venir.

— ¿Que edad tiene tu hijo Luis Felipe?—Preguntó Franchesca.

— Va a cumplir un año.

— ¿Y quien va a ser el padrino? ¿Raúl o Fabián?

— Me gustaría que tuviera una madrina pudiente como tú, así es que yo creo que Fabián.

Miriam se rió a carcajadas. Debe haber recordado aquella historieta. Ella era mejor amiga de ella y yo me llevaba como la m****a con Franchesca, el eterno amor platónico de Fabián, el otrora más calladito del curso.

— ¿Y a ti como te ha ido? —Le pregunté.

— Me ha ido bien igual. Llevo dos años vendiendo vestidos por internet y hace un par de meses renuncié a la pega. Tengo una buena cartera de clientes y ahora puedo vivir de esto tranquilamente.

— No hay nada mejor que ser tu propio jefe. Te felicito.

— Igual tuve que renunciar a ganar más lucas, pero no me arrepiento. Tengo harto tiempo libre.

— Mientras te alcance para vivir está todo bien.

— ¿Y a ti Luis Felipe como te ha ido?— Me preguntó Miriam.

— No tan bien como ustedes. Es una puta mala racha no más en todo caso.

— ¿Pero terminaste la carrera?

— Al final no la terminé nunca.

— Mal ahí, Luis Felipe.

— Déjalo, huevona —Dijo Franchesca— ¿Y que tiene? Ahora el loco se dedica a hacer música, es lo que siempre le gustó.

— En todo caso —Dijo Fabián.

Pensé que me iba a sentir como un gusano cuando los demás me preguntarán cómo me iba y yo les respondiera que era artista callejero. Daba igual. Raúl debía haberse encargado de contarles, puesto que tenía f******k cerrado y nadie sabía nada de mí. Rato atrás me veía a mí mismo mucho más intimidado ante ellos que en esos años, pero tras volver a familiarizarme con ciertos gestos y con ciertas voces me relajé bastante.

—  Y a ti Miriam, ¿Cómo te ha ido?— Le preguntó Cristian.

— Me ha ido bacan. Soy gerente de marketing en una cadena de panaderías. ¿Y a tí?

— Seguí trabajando en el call center. Ahora soy de los que hace capacitaciones. Terminé de pagar el  pie del auto y ahora voy por el departamento.

— Parece que a nadie le sirvió el título— Dijo Raúl, burlescamente.

— A mí si me sirvió, compadre —Dijo Juan Ignacio— Puse un par de food tracks y me ha ido la raja con el negocio. Vendí bien mí marca. Aprendí caleta en la agencia dónde hice la práctica.

— Huevadas —Dijo Raúl— ¿O no Lucho Pipe?

— Ya no somos tan niños chicos como para andar subestimando lo que los demás hacen con sus vidas —Dije—. Por lo que veo les fue bien a todos y me alegro por ellos. Al final fue nuestro seudo intelectualismo el que no nos sirvió de nada.

— Voy a que a nadie le sirvió el título, hermano. Al final nadie está ejerciendo.

— Yo si estoy ejerciendo— Dijo Miriam.

— Nosotras igual —Dijo Andrea. ¿O no María José?

— No es necesario el cartón de publicista para tener una imprenta, hermana —Dijo Raúl.

— ¿Por qué no cambiamos el tema mejor?—Dijo Juan Ignacio, poniendo una mano sobre el hombro de Raúl, quien daba potentes señales de que el iba a ser el primero en embriagarse.

Juan Ignacio estaba eufórico y de verdad no estaba ni ahí con hablar del tema, y cuando llegaron más cervezas siguieron cuchicheando cada uno con quién estaba al lado. El mesero venezolano me sonrió y yo miré para otro lado y como estaba haciendo frío nos trasladamos al interior del bar.

La parte interior del bar tenía la música bastante fuerte. Al parecer los días viernes  se habititaba como sala de baile, puesto que las mesas estaban amontonadas en una orilla con el fin de dejar libre una buena cantidad de espacio. Con Raúl, Fabián y Jorge siempre íbamos ahí antes, pero solo frecuentabamos la terraza.

Cuando entramos estaba absolutamente vacío, puesto que no era un lugar habilitado para aquella actividad desde un punto de vista legal. El mesero venezolano nos dio a entender que no nos preocuparamos de nada y el mismo transportó vasos de plástico, ceniceros y botellas.

— Está buena la música pero está muy fuerte —Dijo Juan Ignacio una vez que terminó Last traín to London.

El mesero venezolano debe habernos escuchado porque el volumen de la música disminuyó. De pronto se encendieron unas luces y un grupo un poco más grande que el de nosotros también entró.

— Pensé que iban a cambiar la música —Dijo Andrea.

— ¿Y si vamos al Jaming club? —Propuso Franchesca— ¿O prefieren karaoke? Yo igual prefiero karaoke.

— Más tarde podría ser —Dijo Juan Ignacio—Pongámonos al día primero.

— Pero si igual hay asientos para quiénes quieran conversar y no bailar— Dijo Andrea.

Empezó a sonar un trap de moda y comenzaron a bailar sentados y yo me fui a la intemperie a fumar. No hacía tanto frío como decían y la música se oía fuerte igual, puesto que las terrazas aledañas habían incorporado parlantes en sus dependencias. Poco a poco iba llegando gente al barrio y calculé que en un par de horas más la calle Pio nono iba a estar atiborrada de gente. Una banda de rumba callejera arremetió contra la música envasada y comenzaron a tocar. Me gustó la banda. Los vientos del trío americano sonaban bastante bien y de una carrera me fui a servir un vaso y me instalé en el umbral de la vereda a escuchar y a mirar. Las canciones de Buena Vista social club calzaban perfecto con el estilo y un acordeonista que iba de transeúnte se incorporó y comenzó a hacer las voces principales con su instrumento. Una chica se acercó al mesero venezolano a preguntarle algo y cuando volteó su rostro en dirección a mí ubicación descubrí que era Karla. La halle realmente bonita y sentí una especie de constructivo amor propio al recordar que alguna vez fue mí novia. No me vio. Encendí otro cigarro antes de entrar y cuando ya me había vuelto a concentrar en la banda callejera apareció Fabián.

— ¿Estás muy aburrido?

— Para nada —Respondí— Está banda suena de puta madre.

— Te tengo un regalo, Luis Felipe. Denante se me olvidó.

Acto seguido Fabián sacó un celular de su bolsillo. Era un J7. No tenía ningún desperfecto y estaba impecable.

— Olvídalo, huevón —Dije— Eso si que no lo puedo aceptar. 

— Pero si ya no lo ocupo.

— Vendelo entonces.

— No soy vendedor.

— Además de que estoy súper feliz sin celular.

— Pero no tengo como puta ubicarte, así es que acéptalo.

— Fabián, huevón.

— Acéptalo pues Luis Felipe. Necesito ubicarte de vez en cuando. No es necesario que le des tu número a todo el mundo. A veces me dan ganas de llamarte para contarte mis cosas y no tengo donde.

— Puta. Gracias, huevón.

 En ese momento salió Franchesca.

— Entren pues chiquillos —Dijo— Adentro se puede fumar también.

— Cuando terminé la banda —Dijo Fabián.

— Por cosas como está soy adicto a las terrazas —Agregué.

— En todo caso —Respondió Franchesca —No debimos haber entrado. Ahora ya no hay mesas acá afuera.

Franchesca entró enseguida y me quedé solo con Fabián.

Pese a que daba el asunto por superado hace tiempo, me ponía nervioso la llegada de Karla. Esa sensación no se redujo en lo más mínimo pese a la satisfacción que me provocó la reciente adquisición tecnológica, que debía reconocer que ya me estaba haciendo falta. Pensaba en el affaire que tenía mí ex novia con Raúl y ese no era el tema exactamente, me hubiese puesto nervioso igual tras verla después de cinco años.

El amor propio que había agarrado un rato atrás se iba desvaneciendo y me sentía mal, y no precisamente por estar como espectador in situ ante ese vínculo reciente entre mi ex y mi amigo precisamente, sino que era más bien por mí autoestima, altamente dependiente de gente anexa, de percepciones anexas, aunque sabía que esos estados mentales eran subversivos para mi paz interior. Debido a eso caminé hacia la esquina y compré una cajetilla de Lucky Strike corriente. Encendí uno y me di cuenta de que ya me había acostumbrado a los cigarros americanos. Cuando volví al bar no había música y me senté en el opuesto extremo en el que estaba Karla, a quien saludé desde lejos haciéndole una seña con un énfasis  y una sonrisa bastante teatral. Respondió mí gesto, aunque prácticamente no me tomó en cuenta y siguió en lo suyo, muy sonriente y comunicativa con sus vecinos de silla.

— ¿Que pasó con la música?— Preguntó Cristian.

— Ya vuelve, papi —Contestó el mesero venezolano— Se quemó el parlante, pero ahí fueron a buscar otro.

Por andar pensando en Karla, no tome parte de la conversación que sostenían Miriam, Franchesca y Fabián respecto a esa campaña semestral en la cual a mí me tocó ser jefe de todo el curso. Recordaban de forma hilarante el boicot que me hicieron esa vez  y hasta yo me reí, antes de volver a mí ensimismamiento. Me daba rabia Karla, y me sentía un cerdo asquerosamente machista porque al mismo tiempo no le guardaba ninguna clase de rencor a Raúl mientras el resto hablaba de cambiarse de local, pero Juan Ignacio decía que aún quedaba cerveza y que el traslado debía efectuarse si o si una vez que se consumieran, puesto que Cristian intentó devolverlas y tras excusarse el mesero venezolano con que la música volvería muy pronto, se terminó aceptando aquella sugerencia de quedarnos, que en realidad fue casi una orden.

— Falta música —Insistía Cristian.

— Tranquilo buey —Respondió Raúl— La ausencia de música sirve para comunicarnos.

—Hay una guitarra ahí —Dijo Andrea— ¿Es tuya Fabi?

— Es de Luis Felipe.

Bastante excitada Andrea se puso de pie.

— Ya pues Luis Felipe —Dijo—. Cantate algo.

— Que paja —Dijo Raúl

— Yo creo que si hay una guitarra debería usarse —Opinó Marlon.

— Que toque Fabián— Sugerí.

— No puedo. Tengo un dolor en el brazo derecho que me impide tocar guitarra. Toca tú, Luis Felipe. Nunca te he escuchado cantar.

Mis ex compañeros de curso se giraron hacía mí y comenzaron a proferir cánticos que me animaban a huevear con la guitarra.Tenía la voz hecha m****a porque la garganta se me iba a la m****a cuando bebía. Me negué. Insistieron. Capté que iba a ser mucho más estresante hacerme de rogar que hacerles caso, por lo que tras abrir el estuche y afinar la guitarra a oído me puse a hacer lo mío. No creí que mí performance iba a tener tanto éxito entre mis ex compañeros, cuyos gustos musicales asociaba más que nada al rock en inglés o a la música urbana y no a las canciones populares que solía interpretar. Mí fórmula era solo hacer medleys, jamás canciones completas, y cuando terminaba el trozo de una, me quedaba pegado en el acorde para comenzar inmediatamente a cantar otra que empezará con el mismo acorde con el cuál me había quedado pegado en la canción anterior. Me aplaudieron bastante, incluso quienes estaban en otras mesas.

— Me cansé— Dije. 

— Buena compadre —Dijo Juan Ignacio—

No cachaba que eras músico.

— Buen mix —Dijo Cristian— Cualquier talento.

—Me encanta el rock latino —Dijo Miriam—La de Soda Stereo te salió bonita.

Acto seguido Fabián abrió su mochila. Sacó una cajita que contenían armónicas y un pandero que se amarró al pie.

— Quiero probar estos juguetitos nuevos —Dijo—. Sigue tocando pues, Luis Felipe.

Me lancé hacía las baladas de los años 70; Leo Dan, Camilo Sesto, Juan Gabriel y huevadas de la nueva ola. Cuando se me acabó ese limitado repertorio pasé a las baladas de principios de siglo; Sin Bandera, Reik, Luis Fonsi y Ricky Martin. Fabián era bueno en la armónica y pese a los varios años de amistad era primera vez que hacíamos música juntos. Me gustaba que marcará los acordes en vez de hacer figuras y dibujos, cuestión que dejaba solo para los intermedios. Traté de no mirar a Karla en todo ese tiempo y tuve la suerte de que mí determinación pesó mucho más que la tentación. Sobretodo tuve la fortuna de que estaba realmente concentrado en lo que hacía, puesto que para mí la presión era mucho mayor cuando la audiencia estaba compuesta por personas que conocía a diferencia de los viajeros del transantiago, cuestión que me era indiferente en términos de pánico, vergüenza, ansiedad y ese tipo de aburrideces que por lo general sufrían los músicos aficionados como yo. Dejé un acordé en suspenso con el fin de beberme un vaso de cerveza y Fabián rellenó el vacío con una serie de semi corcheas y fusas. 

Me pasé a la cumbia villera. Ahí si que Fabián comenzó a hacer figuras, mientras marcaba el compás con el pandero, de forma muy eficiente. Varias parejas se pararon a bailar, entre ellas Karla con Cristian, María José con Marlon, Andrea con Juan Ignacio y Miriam con Franchesca, ignorando olímpicamente a Raúl, quien quedó solo sentado. Unos personajes de las mesas vecinas imitaron a nuestros ex compañeros de curso y me di cuenta de que iba a ser difícil parar. Me estaba cansando, pero era viernes y mí cuerpo lo sabía después de mucho tiempo, y como mí repertorio en la cumbia villera era bastante limitado también, pasé a El Murguero y al Tu Prisionero, ambas de Los Auténticos Decadentes. Ahí si quedé realmente impresionado por la intuición musical de Fabián, capaz de adaptarse magistralmente hacía un repertorio que el desconocía, y como yo ya me había prendido lo suficiente me pasé a las canciones del reggaeton del recuerdo, aunque como la cosa estaba sonando bien, continuamos con el compás de la cumbia villera. La primera fue Me Matas, de Rakim y Kem y, tema que fue recibido con unos evidentes gritos que simulaban escándalo, sobretodo de las mujeres. El mesero venezolano apareció de no sé dónde y se puso a bailar con Miriam y Franchesca, quienes se meneaban con entregado entusiasmo ante las dotes del tipo ese, quien en ese momento me sonreía como si fuésemos viejos amigos. Luego pasé a Igual que ayer, perteneciente al mismo grupo reggaetonero. Continué con clásicos de clásicos; Tu príncipe de Daddy Yankee, Zundada de Zion y Lennox, Ella y yo y Pobre Diabla de Don Omar y Despacito de Fonsi para terminar. Quedé agotadisimo y al parecer se notó, puesto que nadie me exigió que siguiera y el sonido de los aplausos se transformó derechamente en ovación.

— ¡Grande Luis Felipe, huevon! —Gritó Juan Ignacio, aplaudiendo— Bien, huevon.

— Te pasaste —Dijo Miriam— Eres seco.

— No fue gran cosa —Dije sudando—Toqué todo el rato las mismas notas.

— Que chistoso —Dijo Franchesca, riendo— ¿De cuando acá tan humilde?

— El Fabi no existe parece —Dijo Raúl.

— Bien ahí, Luis Felipe —Dijo Andrea— Voy a estar de cumpleaños el próximo mes. ¿Cuanto me cobrarías por ir a tocar a mi casa?

— Mi hermano Fabi no existe parece —Dijo Raúl— El si que es buen músico.

— Bien Fabián, huevón —Dije.

— Yo cacho que antes tocaban siempre— Dijo Juan Ignacio— Eran re amigos ustedes.

— Primera vez que tocamos juntos- Corroboró Fabián.

— No les creo— Dijo Franchesca.

— Y como siempre, Lucho Pipe robandose toda la atención —Dijo Raúl— Y Fabián como siempre en segundo plano.

Se acercó un tipo de una de las mesas vecinas. Estuvo todo rato al lado mío y de Fabián. Cuando luego lo vi pasear por todas las mesas el jockey que se había sacado pensé que estaba hueveando y que era parte de su show personal porque lo hacía bailando. Me lo entregó a mi, repleto de monedas y algunos billetes.

— Olvídalo, hermano— Dije.

— Recibe, hermano —Dijo— Te veo siempre tocando en las micros de Pajaritos. La huevada es tu trabajo.

— ¿Tocas en Pajaritos? —Preguntó Franchesca— Yo ando en micro siempre ahí y nunca te he visto.

— Olvídalo, hermano— Le dije al tipo del jockey—.Yo ahora no estaba trabajando. 

— A lo mejor mi hermano Fabi quiere las monedas —Dijo Raúl— Córrete, Lucho Pipe.

— Devuelvalas, amigo —Dijo Fabián— Yo tampoco estaba trabajando.

— No sean así, cabros —Insistió el tipo del jockey.

— Olvídalo hermano —Repetí, bastante enfadado—.No pienso recibir esa plata.

Me había dado calor y decidí salir a la calle. Encendí un cigarro y lo fumé casi con furia, puesto que el tipo ese del jockey me puso de bastante mal humor. No era primera vez que me pasaba que me ponía a cantar en un bar después de mi horario laboral y andaban esos tipos, quienes recolectaban plata y luego me la entregaban. Odiaba esa especie de superioridad moral que les concedía el hecho de valorar al artista callejero. Me entró sed nuevamente y no quise entrar por mi vaso plástico de cerveza, por lo que fui hasta la botillería que había en la esquina y me compré una lata. La huevada sabía a agua pero estaba fría. Cuando decidí volver al bar ya se me había quitado esa amargura y Karla me atajó en la puerta.

— Hola Luis Felipe.

— Hola Karla.

Me dió un beso en la mejilla. Más cerca de la boca que de la mejilla.

Una vez que la miré de frente sin la necesidad de tener que estar disimulando sentí como que me volvía a enamorar, aunque sospeché que solo era una huevada momentánea. Llevaba calzas, un short de mezclilla y el pelo absolutamente lacio. La polera roja que llevaba, de un indefinido material que invitaba a tocarlo, le proporcionaba un escote mucho más generoso que lo que mis manos recordaban. Sus hombros y sus piernas, mi parte favorita de ella, estaban en un estado intacto. Me gustaba verla así, sencillamente vestida. Se veía muy bonita. 

        -

— Mejoraste harto en la música —Dijo— Yo creo que tu primo Alberto ya no te debe hacer bullying.

— No creas —Dije— Te ves distinta.

— Tu igual te ves distinto. ¿Que te hiciste?

— Llevo como dos años sin cortarme el pelo. Ya no hay nadie que me diga que tengo que cortarmelo.

Karla se echó a reír.

— ¿Tan traumado quedaste porque terminé contigo? 

— Nunca me ha traumado nada.

No quería dejarla hablando sola por lo que preferí decirle que entraramos. El tipo del jockey seguía dando la lata con las monedas pero yo ya no estaba malhumorado.

— Gasta toda esa plata en cervezas —Dije— Y repartela entre todos los que te dieron plata.

— Y con nosotros— Dijo Fabián.

El tipo se fue como contento con la orden y Karla, quien aún estaba al lado mío, empezó a reírse.

— Sigues siendo mandón Luis Felipe. Pensé que habías cambiado.

Mientras seguí conversando con Karla me fijé que Raúl, absolutamente borracho, me miraba con odio.

— Que onda tu con Raúl? ¿Ya no son amigos? 

— Estoy condenado a ese borracho ser. ¿Y tú?

— ¿Yo qué?

— ¿De quien eres amiga?

— ¿Yo? De todos. Siempre fuí sociable, no como otros.

Juan Ignacio se ponía de pie para anunciar que nos íbamos a una disco o a otro lugar.

— Hay que pagar esto primero —Dijo Franchesca— ¿Cuantos somos?

— Ya pague— Dijo Fabián.

— Pero Fabi. Déjanos ayudarte.

— No está incluida la propina —Dijo el mesero venezolano.

— Ahí lo arreglamos, fascista del caribe —Le dijo Raúl—. Hermano Fabi. ¿Cuánto hay que aportarte?

— Nada. La otra vez pagó Juan Ignacio.

— Puta la huevada —Dije— Lo que es yo preferiría ayudarte a pagar.

— Tranquilos —Dijo Fabián—. Me ha ido bien últimamente así es que filo.

Luego de que todos los de nuestra mesa  ovacionaramos a Fabián, el tipo del jockey trajo unas dos botellas de cerveza de las que compró con la colecta y llenó los vasos de todos nosotros, para luego continuar con las mesas restantes. Me fijé que alcanzó para todos los que estábamos en el interior del bar y tras vaciarlas todas y hacer una especie de baile con las botellas vacías, el tipo recibió gritos de apoyo y aplausos de ellos y de nosotros. Fabián y yo éramos los últimos en salir, puesto que varios desconocidos comenzaron a pedirnos que tocasemos las últimas canciones, pese a que había vuelto la música envasada. El mesero venezolano nos miró bastante feo porque entre la euforia y las cervezas nuestros ex compañeros de curso se olvidaron de la propina, excepto Fabián y yo, quienes le hicimos una burlesca seña de despedida para demostrarle que de el no nos habíamos olvidado. Nos devolvió el gesto con un soberbio corte de mangas y luego de eso alcanzamos al resto.

La noche prometía bastante. 


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