5.

Convivencia.

Pasó el primer mes de convivencia con Roman. Tengo tantas dudas, tantas preguntas sobre él que no podría empezar a decirlas todas. Él es un espécimen no descubierto antes, es un chico que tiene tantos detalles en su personalidad que lo hacen único. Podría comenzar relatando sobre sus extrañas manías. Se levanta a estudiar todos los días a las cinco de la mañana, aunque en realidad primero limpia todo con un desinfectante que el mismo hace, ¡es una locura! El fabrica todo lo que usa, hace jabones naturales, así como desodorantes, shampoo y demás porque dice que los jabones comerciales lo dejan más sucio de lo que estaba originalmente. Luego se sienta en la alfombra de la sala y pone sus libros en la mesita de madera, siempre estudia sentado en la alfombra. Él dice que la alfombra de la sala es muy bonita, creo que ese es el único comentario positivo que he escuchado salir de su boca. Se pone sus audios y estudia, siempre lo hace escuchando a Chopin, Vivaldi y demás, aunque los usa todo el tiempo.

A veces se queda en el patio en la parte que está cubierta y sigue con su proyecto, él está haciendo un parque de diversiones miniatura que funcione de verdad. Me sorprendió lo bien que le quedó, hace poco terminó la rueda de la fortuna y fue genial cuando prendió. Lógicamente yo no estaba directamente con él cuando la encendió, lo vi porque veía escondida desde mi ventana, esta mira hacia el patio. No puedo negar el extraño suceso de que lo haya estado observando cada día durante este tiempo, es que hay algo en ese chico que me produce cierta fascinación pero más en el sentido crítico, quisiera saber por qué es así, por qué mueve sus manos de forma compulsiva, por qué escribe con ambas manos pero cambia su pulsera de estabilidad a la mano que vaya a usar, por qué no se inmuta cuando sus compañeros lo maltratan, por qué cuando ese chico, el tonto personero dijo en el auditorio delante de todos que él era un fenómeno no dijo nada, su semblante indiferente y frío no cambió ni siquiera un poco, él es como si no tuviera los mismos sentimientos que son innatos por naturaleza, él no tiene empatía, él no quiere a nadie y odia cuando alguien demuestra afecto hacia él.

Otra de sus manías es en la escuela. A la hora del almuerzo se sienta solo en las mesas de atrás, saca su comida porque él no come nada de la escuela porque no sabe cómo fue preparado ni bajo qué condiciones de salubridad, así que come lo que le preparo temprano (sí, me he tomado el tiempo de hacer su almuerzo antes de venir durante casi todo este tiempo), no sé ni porqué empecé a hacerlo, será tal vez porque Lucila me hizo notar a los cuatro días de vivir con él, que no comía absolutamente nada y sé que sí le daba hambre porque escuchaba su estómago rugir cuando se subía de regreso en mi auto cuando lo iba a recoger a veces en las noches, pero nunca pidió nada. Creo que lo hice por tener un buen gesto con él, no era mi obligación hacer el almuerzo para el a menos que fuera fin de semana porque su madre me dijo que él debía almorzar en la escuela. Entonces todos los días saca su almuerzo, sus cubiertos (que previamente ha desinfectado), saca su novela, (actualmente está leyendo la increíble levedad del ser) y come, alejado de todo y todos, en su propio mundo. Incluso cuando el malnacido de Antonio, que es el típico tonto que es popular porque va al gimnasio desde los catorce y tiene labia, le quitó la manzana que tenía junto a sus libros, no cambió nada. Todos rieron, pero a él no le importó. Siempre le roban las frutas que trae, esas las trae del laboratorio en que trabaja. Me enteré que hace tiempo trabajaba en el laboratorio del profesor Osorio, el enseña física y química, y es un hombre respetado por todos tanto por la edad, como por su didáctica, Roman es su ayudante desde hace unas semanas. De la escuela lo dejo ahí a veces, aunque últimamente no mucho porque el profesor lo lleva.

Lucila me dijo hace poco, que en su clase estaban en una prueba del libro la república cuando Catherine Díaz, hizo un gran berrinche cuando se enteró de que le tocaba hacer la prueba en parejas con él. Se quejó demasiado y amenazó con traer a sus padres por hacerle eso, Lucila dijo que notaba que a los chicos les avergonzaba que alguien creyera que tenían algún tipo de relación con Roman. Todos se alejan de él, como si tuviera alguna enfermedad que se pudiera pegar con solo sentarse al lado y los que no le tienen miedo son precisamente los que se dedican a fastidiarlo. Luis lo hizo caer adrede en la práctica de fútbol, Tony amarró su morral en el ventilador y lo encendió, haciendo volar sus libros por todos lados.

No sé qué se sentirá ser él. Mateo y Lucila dicen que no me preocupe, que a él no le afectan esas cosas, pero si yo estuviese en sus zapatos, la pasaría fatal. No creo que a él no le importe ni un poco, de alguna forma así sea inconsciente le debe afectar no tener amigos, ni novia, ni a nadie con quién conversar. He intentado conversar con él porque quisiera poder entenderlo un poco, él podría ser el objeto de mi primera investigación seria a la cual llamaría: La teoría de Roman. Sé que suena tonto, pero creo que sería una buena idea. Él es como una caja de sorpresas, a veces hace cosas que no tienen sentido o que no las esperaba.

Hasta el domingo pasado Roman y yo solo habíamos cruzado algunas palabras, pero nada importante, era más yo preguntándole cosas cómo si necesitaba algo, o cosas así, pero ese día, a eso de las dos de la tarde, todo fue diferente. Estaba aburrida, no tenía mucho que hacer, ya había dejado todo listo lo de la escuela y Diego estaba en Tunja, había venido un par de veces esos días y le presenté incluso a Roman, pero él solo lo fulminó con la mirada. Entonces estaba aburridísima y me senté en el patio. El cielo estaba despejado, no había ni una sola nube cerca. Sería un día perfecto para ir a la playa, pero no tenía con quién ir. Mis amigos están la casa de los papás de Mateo. Me senté en una silla y abrí mi novela favorita que es El amor de Clara, que es una historia de amor prohibido en Cartagena en la época de la conquista. Me distraje un poco al leer de nuevo la historia de Clara y Gustav, cuando vi a Roman salir al patio. Llevaba un suéter blanco y sus jeans azules. Se detuvo en la mesa en que tiene su proyecto, se puso un momento sus gafas de seguridad y lo vi usar sus herramientas, lo hizo por unos quince minutos, en que ocasionalmente lo observaba, pero no le dije ni una sola palabra.

Lo vi quejarse cuando al parecer se golpeó con un destornillador.

-¿Podrías dejar de mirarme? Me desconcentras. –Exclamó sin mirarme.

-No te creas tan importante.

Guardó silencio unos segundos. Intenté concentrarme, pero hacía mucho ruido. Guardaba sus herramientas.

-Neptuno.

-¿Mmm?

-Quiero una cerveza. –Dijo al fin y me quedé atónita, eso no era lo que esperaba escuchar de él o en realidad, no pensé escuchar nada. ¿Una cerveza? ¿Él? ¿Qué carajos? No era que viera extraño que un chico de esa edad bebiera, sé que eso es muy normal en casi todos los países y mentiría si dijera que no bebí de más mucho más joven que él, pero vamos, era Roman. Él no es cualquiera, no sabía siquiera que tuviera una afición al alcohol.

-¿Me estás tomando el pelo?

-No, de verdad quiero una cerveza.

-Pero, ¿tú bebes? –Pregunté esperando que en algún momento me dijera que estaba bromeando, pero no lo hizo.

-No, solo lo hice una vez de una botella que tenía papá en casa.

-¿Te gustó?

-No. –Resopló fuertemente. –A ti como que te sobran cromosomas.

-¿Qué carajos? Creo que ni siquiera sabes lo que estás diciendo, ¿sabes lo que implicaría que me sobraran cromosomas?

-Claro que lo sé. –Se quitó las gafas y se acercó a mí. Hizo mi novela a un lado y jaló mi muñeca haciéndome poner de pie. Me solté de inmediato, pero volvió a sujetar mi muñeca son firmeza. –Vamos.

Salimos y caminamos por las calles sin un rumbo fijo, no entendí que demonios le pasaba, porqué actuaba de esa manera, eso es lo que quiero descubrir. El fuerte sol daba contrastes dorados en su cabello negro, su camisa se movía por la brisa de febrero y caminaba rápidamente, como si tuviera prisa.

-Oye, para ya. –Me solté y el giró a verme. - ¿Qué tramas?

-Conseguir cerveza.

-Eres menor, no te la venderán.

-Por eso vienes tú conmigo. –Bufé.

-¿Me utilizas solo para conseguir alcohol?

-Si quieres te puedo poner un violín de fondo, Saturno. –Chasqueé la lengua. –Eres melodramática.

-Mejor no me hagas hablar, vamos por tus cervezas antes de que me arrepienta.

Caminamos por unos minutos hasta que llegamos a un viejo estadero, papá solía venir a beber entre semana aquí. Una costumbre muy barranquillera es beber de día, con sol sobre todo, por las altas temperaturas. Las personas mayores lo hacen aún más que los jóvenes, incluso una vez bebí con mis padres en la mañana, fue divertido. Sentí un poco de melancolía al recordar eso.

-Cuidado se le caen. –Le dijo el señor entregándole dos grandes bolsas blancas llena de varios paquetes de cerveza de seis. Lo miré fijamente.

-¿Por qué me miras así? –Preguntó.

-¿Cuántas compraste?

-Veinticuatro.

-Vamos Roman, nunca has bebido cerveza. No soportaras beber tanto.

-¿Quién dijo que bebería yo solo? –Qué extraño, ¿pensará traer a algún amigo? ¿Tendrá uno?

-¿Traerás a algún amigo? –Rodó los ojos.

-No eres más desesperante porque no eres más grande. –Lo miré confundida. –Para eso tengo a Mercurio.

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