Capítulo 5

(…)

Cinco de la mañana, y todavía sigue el bendito debate de ¿dónde mandaré mi mercancía? Puff, todo esto me provoca mucho aburrimiento, no puedo tolerar tanta ignorancia de todos estos pendejos sin cerebro, porque hay uno que tiene ese cerebro bien ejercitado y entrenado,  ya que solo sonríe ante tanta estupidez, y es cuando comprenden que ese momento es suyo. Obviamente aquí hay mucho dinero en juego y los muy imbéciles no tienen una asesoría personal, para que les explique cuáles son las ventajas y desventajas.

 En este negocio  hay altos y bajos, pero sobre todo tienen que ver más altos que bajos.

—Lo mejor que debemos hacer es una reunión con el mero, mero —se levanta Gabriel y dice en tono relajado.

Mmm… Esto no me huele bien, ¿qué tramaba?

Todos se levantaron de la mesa redonda, ¡oh, si! Estamos en la mesa redonda, literalmente estamos en una mesa redonda, y por lo que veo aquí hacen sus reuniones, lo más extraño de todo esto es que Máximo me permitiera estar a su lado.

Lo único que pido es que el imbécil de Gabriel no diga quién es mi padre, porque ahí sería carne fresca para estos malparidos.

Todos se despiden de Máximo, dando por hecho que quieren la reunión con mi padre.

Máximo se levanta de su cálido asiento, ofreciéndome su brazo con mucha amabilidad. De reojo veo que nos están observando. Con una sonrisa en mi rostro me levanto y tomo el brazo de Máximo.

—Vamos —Máximo susurra—, no quiero que estés más tiempo aquí.

—No se diga más —parpadeo un par de veces.

La mayoría ha salido del salón, Máximo decide sacarme de aquí antes que el hermano y el tal Gabriel vengan a despedirse o a decir un sin número de estupideces. 

No tardamos mucho tiempo y en un par de minutos estamos fuera del salón.

—Fffrrr… —froto mis brazos, y mi quijada resuena.

¡Por Dios! El frío se impregna dentro de mí, domándome por completo, ¿cómo es posible que olvidara mi abrigo?

—Ven —Máximo me abriga con su Esmoquin, y me acurruca en sus brazos.

—No hay necesidad que me abraces —me quejo, pero a la vez aprovecho el calor que poco a poco siente mi cuerpo.

—Ssshh… Limosnera y con garrote —me calla—. Nos vienen siguiendo, quiero que saques a la otra Liliam.

¡Siguiendo! Abro mis ojos de golpe.

¡¡¡Tengo una idea!!!

—Quiero que hagas una cosa —esbozo una enorme sonrisa—, quiero que me poseas, quiero que ellos crean lo que nosotros queremos que ellos creen—balbuceo, tratando de que mi quijada deje de temblar.

—¿Estás segura? —dice con tono asombrado.

—Sí, y no quiero más preguntas —asiento.

Sin separarnos el uno del otro, caminábamos acurrucados y con una que otra sonrisa fingida.

—Con su permiso —me quedo pensativa cuando termina la última vocal. Por distraída no me percate de lo que Máximo tenía planeado. Ahogó un grito de susto, el desgraciado me suspende y me lleva en sus brazos. ¡Mierda!

—Máximo…

Ambos nos quedamos congelados en el tiempo, deleitándonos de la travesía de nuestros ojos. Hasta minutos después obliga a sus pasos seguir, mientras que yo me he quedado congelada en el tiempo y espacio, mi lengua diabólica se ha quedado en un rotundo silencio.

—Liliam, hemos llegado —instantáneamente vuelvo a mi realidad—, creo que tenemos que aplicar el plan.

—¿Cuál plan?

Máximo me baja cuidadosamente en solo la entrada de mi cueva. De pronto siento que me empuja bruscamente contra la puerta. Me sujeta la cara entre las manos, obligándome a alzar la vista a esos hermosos ojos.

Jadeo y su boca se abate sobre la mía, sin darme la oportunidad de improvisar. Me besa con violencia, Nuestros dientes chocan un segundo y luego mete su lengua entre mis labios. El deseo estalla en todo mi cuerpo, sin pensarlo respondo a sus besos con idéntica vehemencia, entrelazo mis manos en su cabello y tiró de él con fuerza.

Él gruñe, y ese sonido sexi inunda mi audición, Máximo desliza su mano por mi cuerpo, hasta la parte de arriba del muslo, y sus dedos hurgan con desespero en mi piel, a través del vestido.

Máximo interrumpe el beso, jadeante. Sus ojos hierven de deseo, encendiendo la ardiente pasión. Tengo la boca entreabierta e intentó recuperar el aire, con el fin de volver la respiración a mis pulmones.

—Es… momento… de… entrar —masculla con voz ronca.

¡Por Dios! ¿Qué ha pasado?

—Si… Si… Si —musito.

Se me seca la boca. Dios…

Me hago a un lado para permitirle a Máximo que abra la puerta. Mis nervios incrementan, mi corazón palpita a mil por horas, mi ego se ha dado una vacación completa, dejándome frágil ante un nuevo sentimiento.

—Listo —dice cerrando la puerta.

Ambos no quedamos mirándonos el uno al otro… El ambiente se ve demasiado cargado, casi saltan chispas, sin que ninguno diga nada, solo mirándonos. Relamo mi labio inferior cuando siento que una sensación extraña se apodera de mi sistema. Hmmm… Instantáneamente siento mi cuerpo arder, robándome el aliento, sintiendo una electricidad que recorre de mi cintura hacia abajo. Me percato que mis reacciones están reflejadas en su semblante, en sus ojos.

De golpe, me agarra por las caderas y me arrastra hacia él, mientras yo hundo mi mano en su cabello y su boca me reclama. Me empuja contra la puerta, pero esta vez dentro de mi cueva.

Yo jadeo en su boca, y una de sus manos sujeta mi cabello y me echa hacia atrás la cabeza mientras nos besamos salvajemente.

—Mmm… —jadeo.

Se separa para cogerme en brazos y me lleva de prisa y sin mucho esfuerzo a mi habitación. Me deja de pie junto a la cama, se inclina y enciende la luz de la mesita.  Echa una ojeada rápida a la habitación.

Se acerca a mí y nuevamente me tiene en sus brazos, besándome con fuerzas. Se inclinó y me levanto ligeramente por las nalgas, apretándolas como si tal fuera una esponja. Sus labios me rodearon con tanta avidez, como si se estuviera despidiendo de mí para siempre.

Siento como sus manos se dirigen a la cerradura metálica de mi vestido, lo desliza hacia abajo, hasta desprenderse de mi cuerpo, dejándome descubierta.

Entre besos y besos mis manos cobran vida y se van directo a desabrochar los vaqueros, luego bajó la cremallera de manera desesperada, asomándome de vez en cuando a la reacción de este hombre. Con un movimiento firme, agarrando los vaqueros, lo bajo y una impresionante erección apareció justo delante de mí.

Máximo sonrió con malicia y eso es un desafío para mí, no negaré que estoy asombrada, pero los retos son mi pasión.

Me inclino hacia su bóxer de Calvin Klein, con el fin de bajarlos por completo, hasta ver su enorme... pene... ¡Por Dios! Mis ojos se abren y mi boca se seca.

Máximo sonríe, mueve sus hombros y mete sus dedos en mi recatado cabello rubio.

Lentamente llevo mis manos a su nalga y la empujo suavemente hacia mí, de modo que estaba a solo milímetro de su pene. Agarre su falo y sutilmente empecé a besar la cabeza.

—Aaahhh—gimió. 

Introduce sus dedos en mi pelo con mucha fuerza, se tambaleaba. Lo acarició suavemente con la lengua y los labios hasta que se puso duro e hinchado. Abrí la boca y absorbí todo lo largo que puede sentir de cada pulgada de ella. Me movía de un lado a otro, jugaba, besaba y besaba hasta que sentía su líquido pegajoso que me llega hasta la garganta.

Máximo se inclina, puso sus manos en mi brazo, suspendiendo y atrayéndome hacia él. Sus ojos se posan en mi cara, luego en mi cuello, hasta buscar el camino de mis senos. Con ambas manos desabrocha mi sostén, jalándolo con desespero, lo tira y nuevamente sus labios cierran en mi pezón. Chupa y muerde suavemente mis pechos, y sus manos se aprietan en mis nalgas.

En un momento dado, un dedo fue esculcando en mi parte más sensible, aparta las bragas, permitiéndose toda la libertad, su dedo quedo donde el imán de la sensibilidad y el placer lo llama.

—¡Cielo…! —grito. 

Su dedo comenzó a frotar mi clítoris rítmicamente. Lentamente lo introduce dentro de mí, y yo grito mientras lo saca y lo vuelve a meter.

Mi cuerpo reacciona, estremeciéndose de placer, gemí sin descontrol, echando la cabeza hacia atrás. Sus movimientos son firmes, pero suaves, son apasionados, codicioso y tierno a la vez. Su lengua penetra profundamente mi garganta y sus dientes mordieron mis labios con el poder que causó un dolor.

—Mmm... —gime entre labios.

Máximo me coge del brazo y me tumba a la cama, abro mis ojos de golpe, a tal inesperada reacción. Él se deshace de su camisa dejando ver todos sus atributos, quedando como el día que vino al mundo, muerdo mi labio inferior, disfrutando de la enorme vista. Se acerca, me coge un pie, quitándome los zapatos. Me apoyo en los codos y me incorporo para ver lo que hace, jadeo, muerta de deseo.

Me agarra él por el talón y con su dedo índice recorre cada parte de mi cuerpo, sintiendo el recorrido que se proyecta placenteramente en mi ingle.

—Oh… —jadeo. Sin apartar la mirada de mí, vuelve a recorrerme, pero esta vez con la lengua, y después con los dientes. 

¡Mierda!

—Eres exquisita, mmm… —escucho como jadea, disfruta al igual que yo.

Se inclina sobre mí, me agarra de los tobillos, me separa rápidamente las piernas y avanza por la cama entre ellas. Se queda suspendido encima de mí. Me retuerzo de deseo.

—Ay… —no puedo quedarme quieta, me retuerzo debajo de él.

Sigue besando besándome. Sus labios asciende. ¡Me arde la piel! Estoy sofocada y acalorada. ¡Ah!

Por mucho tiempo siento calor, luego frío. Araño la sábana sobre la que estoy tumbada. De repente me quita las bragas y las tira al suelo. 

Se inclina apoyando las manos a ambos lados de mi cabeza, de modo que queda suspendido por encima de mí.

—Te prometo que no lo olvidarás pequeña —dice en tono suave.

Coloca la punta de su pene duro, erecto y húmedo cerca  de mi sexo, lo coge con su mano y comienza a frotarlo  por toda mi área vaginal, abriendo con su glande mis labios y así mismo chocándolo con un roce atormentador en mi clítoris, provocándome terremotos lujuriosos en todo mi ser, haciéndome estremecer cada que roce en mi punto G, dese su glande hasta el rico grueso y venoso miembro viril, sin más preámbulos y delatándome por lo mojada que me tiene, lentamente lo introduce, abriéndose camino a mi rica cálida y deseosa cavidad sexual.

—¡Aaay! —grito.

Al desgarrar mi virginidad, siento una extraña sensación en lo más profundo de mí, duele, pero duele mucho, aunque al principio sentí como un pellizco, pero ahora siento un poco de incomodidad y dolor al sentir como me rompe, abriendo paso en las paredes de mi vagina.

Sin notar mis gestos de dolor y de incomodidad, Máximo me sigue penetrando, me embiste con fuerza, cada vez más deprisa, sin piedad, a un ritmo implacable. A medida de las embestidas voy acostumbrándome a la extraña sensación, empiezo a mover mis caderas hacia las suyas.

—Estás tan apretada —masculla. 

¡Es porque era virgen!

Me agité y me ahogué con él, clavándole las uñas en la espada. Su pene se extiende y me invade por dentro implacablemente.

—¡Máximo…! —gritó con fuerza. Esta vez lo siento más profundo, exquisito. 

Vuelvo a gemir, y aun ritmo muy lento, traza círculos con las caderas y retrocede, se detiene un momento y vuelve a penetrarme.

Repite el movimiento una y otra vez. ¡Me vuelve loca! Sus provocadoras embestidas me vuelven extremadamente perdida y loca a la vez.

—Todavía no muñeca —me advierte. Mis entrañas empiezan a temblar.

—Muévelo —grito con desespero. 

Él aumenta gustosamente el ritmo, su respiración se vuelve irregular.

Empiezo a temblar por dentro, y Máximo acelera las acometidas.

—Eres… tan… mmm… —murmura al ritmo de sus embestidas.

—Aaahhh… ¡Máximo! 

Cierro los ojos intento controlar mi respiración, intento absorber las desordenadas y caóticas sensaciones.

—Eres… mía… —ruge.

Sus palabras son mi perdición, me lanza por el abismo. Siento que mi cuerpo se convulsiona, y corro gritando una balbuceante versión de su nombre. Máximo embiste hasta el fondo dos veces más y se queda paralizado... Se desploma sobre mi cuerpo, con la cara hundida en mi pelo.

—Liliam… —jadea.

Se retira despacio e inmediatamente y cae rodando a un lado de la cama.

(...)

Lentamente abro mis ojos y veo a Máximo sentado a mi lado, viéndome con una fría mirada. Ahora que le pasa al malhumorado de Máximo. ¿Qué hora es? ¿Qué ha pasado?

Cómo qué, qué ha pasado... ¡Eres una estúpida! Diste nuestra virginidad y a un... ¡Mafioso! Tú prometiste que jamás te entregarías a un mafioso.

Mi conciencia me reprende, pero mi justificación es que fueron demasiadas las ganas y los deseos, que mantenerme en castidad para toda la vida.

—Máximo —hablo, un poco soñolienta—. ¿Pasa algo? —lancé una mirada asustada, tratando de levantarme.

—Eres menor de edad —pregunta.

—¿Qué? A qué viene todo esto —me siento de golpe, y de pronto me percato que estoy completamente desnuda, y en un parpadeo me cubro con la sabana.

—¡Que me digas…! —grita, las fracciones de su cuerpo se tensan—¡Que me digas de una puta vez!

Oh, pero que le sucede a este hombre, no comprendo por qué me hace una pregunta estúpida, ¿por qué piensa que soy menor de edad?

—No… No soy menor de edad —exhalo, rompo el contacto visual—, tengo veintiuno y eso creo que te responde a tu gran pregunta.

—¡Por Dios! —se levanta de golpe, ahora veo terror en sus ojos—… ¡Eres una niña! ¡Mierda! Yo tengo treinta y... —guarda silencio por un momento, pero no deja de verme con una mirada de preocupación, de impresión y a la vez de susto.

Me levanto de golpe, corro hacia el armario. No me importa si me ve desnuda, ¡total! Ayer me quito mi virginidad. Con temblor en mis manos agarro el chándal rosa de Victoriaˈs Secret que me regaló Samantha el día de mi cumpleaños número veintiuno. En un momento después me encaminé hacia el baño. Cierro la puerta y le pongo el seguro, pero antes de ponérmelo tengo que limpiar el poquito de sangre derramada en mi entrepierna. 

En un desvío me quedo perdida ante al espejo, mirando todo el maquillaje corrido y no se diga como está el tono de piel en este momento. No me importa mi aspecto, ya que lo único que quiero es exterminar a Máximo. Tomo una toallita húmeda y empiezo a limpiarme el maquillaje derramado, y después de unos minutos tengo que decidir salir de la habitación.

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