II

—Solía ser parte de los militantes —explica sin dejar de pasar sus pupilas entre las líneas garabateadas de mi agenda—. Fui ingenuo y estúpido. Pensé que siendo como ellos podría vivir sin temor alguno y con lujos, hasta que comprendí lo extremistas que son. Son como las guerrillas. Justo eso. Se aprovechan, se creen los altos mandos… Por cierto, ¿cuál es tu nombre?

Poso mi dedo índice entre mis labios. Lo capta, mas no lo entiende como yo deseo, incluso parece intranquilo. Dejo caer los hombros y lo escribo.

—¿Quiet? —Asiento con una sonrisa—. Eso no es un nombre.

Me señalo una y otra vez. Alza sus manos sin querer discutirlo más.

—Pues bien, es tu nombre. Es un gusto, Quiet, me llamo Sam.

Sigo picando las zanahorias.

No ahondaré más en su pasado, sé que oculta algo y es mejor que se quede así. No quiero que me influencie o sentir más empatía de la que le otorgo ahora.

Parece querer ayudarme, así que le extiendo una pequeña navaja y empieza a cortar con dificultad. Tengo mis razones del porqué lo ayudé y él sabrá entenderlas. No dejaría morir a nadie fuera de mi hogar, más si no siento que me hará daño en un futuro.

—Entonces, ¿dónde puedo hallar animales para cazar? —Lo observo con las cejas enarcadas—. Vale, rastrearé alguno. ¿Sabes? En momentos de supervivencia sí o sí se tiene que matar para poder coexistir. Que sí, los vegetales podrán llenarte el estómago y aportarte minerales o vitaminas, qué sé yo, pero la carne te da proteínas y te dará más energía.

«No me gusta ver a los animalitos sufrir, eso es todo. La carne que comí hace dos días fue un intercambio que hice con una mujer que me encontré por ahí».

Le paso un cuenco para que deje caer las rebanadas en su interior. Corto en cuadritos unos rábanos, al igual que unas patatas. Después saco de una bolsa escondida en una esquina un poco de arroz. Cocinar arroz sin aceite es tedioso. Saldrá como una plasta o como gachas de avena. Menos mal hay un poco de sal, la cual ayudará un poco a pasar la sensación pastosa. Alzo la mirada; me está viendo y no parece avergonzarse cuando me entero. También sé que desconfía por mi falta de habla, que estará pensando en eso y que está con más peligro conmigo que afuera. Suspiro. El que sepa algo como aquello me inquieta. Se supone que era algo de clasificación alta. Sacudo la cabeza. Qué más da, al fin y al cabo, ando con más tranquilidad sin el habla. Se levanta, enciende la fogata y atiza la leña. Cuando ve que está como se debe, me indica que le pase la olla. En ella dejo caer todo lo cortado junto a las hojuelas.

Se sienta frente a nuestra próxima comida. Limpio los residuos de vegetales y también las hojas de las navajas. Siento que ve el hacha en mi cintura, mas no hago nada. Si desconfía hasta ese punto, es comprensible.

—¿Dónde consigues las zanahorias, rábanos y papas? —Extiendo los brazos y abarco el terreno imaginario entre ellos. Parece pensarlo—. ¿Un campo? —Niego—. ¿Una parcela de cultivos? —Vuelvo a negar—. ¿Un parque? —Asiento—. ¡Vaya! Eso sí es interesante. ¿Dónde está? Ah, no te esfuerces. Lo veré en la lejanía.

Me acomodo a su lado, quiebro algunas ramas y hago bolita unas hojas secas. Las echo al fuego, recojo mis rodillas y abrazo mis piernas. El bailar de las llamas es hipnótico.

—¿Por qué vives aquí? —Lo miro por el rabillo del ojo; está atento a que no se queme o pegue el arroz. Me pide permiso para sacar un poco de sal, lo dejo—. Quizás estás en la soledad como todos: los perdiste. —Junto los párpados y esquivo sus orbes al girar el rostro. Traga y deja caer la mirada. Aparenta arrepentimiento con una pizca de desosiego—. Yo vivía con mi pareja. Estábamos planeando tener una familia, uno o dos niños, tampoco hay que olvidarse del perro o gato, hasta que todo esto sucedió y ese sueño se esfumó.

Atrae mi atención.

Con duda, poso la mano en su hombro sano y le doy un suave apretón.

Me regala una sonrisa trémula.

—Todo lo que pasó demuestra que la envidia es lo peor que podemos poseer los humanos. También está la hipocresía y la traición, pero querer lo de otro corroe y contamina. Estás joven, posiblemente en la puerta de la vida, no mereces este mundo tan deplorable, este resultado de esa envidia.

Ladeo la cabeza.

«Creo que tenemos la misma edad. Bueno, no dudo que me ganes con cinco años más… como máximo».

—Vivir sin compañía ha de ser feo, ¿cierto? —Niego—. ¿Es en serio? Vale, tienes ya la costumbre de estar en la soledad, supongo. Entonces…

Detiene su hablar al ver algo que atrae su atención.

Con la revista en manos, se gira en mi dirección y esboza una gran sonrisa.

—¿Es que sabes pelear?

Me encojo. Le echa un vistazo a las páginas que no parecen deterioradas con el tiempo. Entretanto, me sumerjo en mis divagaciones. Ni siquiera sé cuánto tiempo llevo en la soledad, tan así que mi vida pasó de extrovertida a introvertida sin siquiera tener algún atisbo de consciencia. Solía tener mucha diversión, ahora no es que me importe soltar alguna broma interna o reír. Contemplo cómo sus labios se ensanchan cada vez que lee un truco o halla una imagen digna de ver.

Me toco el pómulo con una mueca. Duele un poco.

Él nota mi gesto y parece avergonzado por ello. Soy indiferente ante su comportamiento. Me levanto y apago el fuego; el arroz ya está listo. Le sirvo un poco. Después de perder la paciencia en hallar una cuchara limpia, se la paso. Al tener mi plato listo, intento ojear un viejo periódico ya café por los años.

¿La guerra entorpecerá nuestro futuro?

La Unión Soviética se debate entre enviar sus fuerzas militares o quedarse quieta en cuanto a la bochornosa solicitud de Estados Unidos en pedir ayuda. La ONU no ha establecido nada, es muy posible que sea para no entorpecer los tratados de paz. México declara que no desea estar en medio de las decisivas contiendas. Mientras tanto, China y Japón se quedan al margen. Parece ser que apoyan la ideología de alzar las manos y decir basta. Si no hay una mejoría, ¿el mundo será sumido en hostilidad y muerte?

Lo demás es inentendible.

Bajo el corroído papel y me enfoco en cómo come Sam. Tal vez hace mucho que no se alimentaba como se debe. Suspiro y analizo el último encabezado.

Hace tres días que el cielo está gris, no como en tiempos de lluvia. Está de un gris enfermo e inducido. Desde que se tornó así las personas han empezado a sentirse enfermas, la mayoría de problemas respiratorios. Al analizar los cadáveres por este idílico momento, se ha podido evidenciar que los órganos colapsan. Además de ello, algunos sufren mutaciones inquietantes e incluso comportamientos erráticos, como si de rabia se tratase. Las autoridades intentan llegar a una explicación coherente. Sin embargo, no hay ninguna. ¿Acaso habrá algo parecido a los zombis que nos muestran en las cintas fílmicas? ¿El aire traerá algún virus que será un detonante para los siguientes días? ¿Será todo esto una consecuencia de una guerra biológica que oculta el gobierno? En cambio, la minoría de los afectados pierde…

Lo siguiente lo tacho con furia y con el corazón acongojado.

Me enderezo de un salto, dejo mi comida en la mesa, me pongo la mochila y salgo con Sam detrás de mí. Lo escucho preguntar qué sucedió para que tuviese un arranque de esta magnitud, así que me giro a medio camino e intento regular la respiración. Está algo azorado.

—¿Qué pasa? ¿Adónde vas?

Me cruzo de brazos y busco una manera de hacerle saber que iré a buscar alguna distracción. Alzo el índice como si atrapara una idea, paso por su lado y de la esquina cercana a mi cama, bueno, nuestra cama, agarro la caña de pescar que restauré a medias. La elevo y se la señalo.

—¿Adónde irás a pescar? —inquiere, ceñudo. Dejo caer los hombros—. Vale, pero… —observa el cielo— regresa antes del anochecer. Seguro habrá tormenta. A esas criaturas les encanta.

Me encantaría decirle que recién me conoce como para que se preocupe, de modo que lo único que hago es mostrarle el pulgar antes de regresar con mi caminata. Lo oigo recular y después cierra las puertas del container. Mejor así.

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