Capítulo 1

Narrador Omnisciente

Un día estás haciendo lo que mas te gusta, preparar pasteles para vender y al otro estás empacando para irte a la ciudad para pagar una deuda ajena. Si fuese a trabajar no habría ningún problema, pero no; es a enamorar a quien sabe quien.

Frustrada y alterada se sentía Marcelle mientras empacaba algunas cosas. ¿Se preguntaba a qué hora despertaría de la pesadilla? Porque para ella eso era lo que parecía, una maldita pesadilla. ¿Como habría aceptado enamorar a alguien que ni conocía? ¿Como habría renunciado a su vida normal y su sueño de ser la mejor pastelera de su barrio o quizás de la ciudad entera?

Pero todo lo había hecho por su familia, en especial su madre. Tenia claro que en cuanto viera a su hermano le rompería la cabeza hasta sacarle la sangre mala y hacerlo usar un poco más el cerebro. Sus travesuras eran cosas mínimas, como bromas, pero esta vez había rebasado los límites.

Mientras miraba la hora en su celular trataba de contener las magrimas, sabía perfectamente que ya todo había cambiado. Aunque no se imaginaba lo que le esperaba.

Continuaba mirando por el cristal como el barrio se quedaba atrás y le daba paso a la gran ciudad de Manhattan. Es como un barrio, pero adinerado, con casas enormes y muy sofisticadas. Todas son con diseños diferentes, pero extravagantes y llamativas.

El chófer no le ha dicho ni media palabra desde que pasó a recogerla a su humilde y acogedora casa. Marcelle quería ya despertar de la pesadilla, pero demasiado real para ser mentiras.

-Bienvenida que la mansión, señorita -dice el chófer dándole una sonrisa por el retrovisor del auto.

Si supiera que no se sentía a gusto y que la bienvenida se sentía como una patada en las costillas.

Marcelle quiso darle una sonrisa pero salió más como una mueca.

El auto después de recorrer la entrada se detuvo en un camino que conducía a la entrada de la enorme casa.

-Adelantese, en unos minutos llevarán sus cosas -habla el chófer luego de abrirle la puerta del auto.

Marcelle solo asintió y caminó hacia la entrada.

Cada paso que daba sentía el corazón más cerca de la garganta. No quería presionar el timbre, no quería entrar al infierno porque de algo si estaba segura, y era que nada sería color de rosa. Ni siquiera sabía el nombre de la familia para googlearlos.

Antes de tocar el timbre sacó su celular le envió la ubicación a su mejor amiga por si no daba señales de vida. Era la única persona que sabía la verdad, para sus padres, solo trabajaría tres meses para la señora. Mentira que duraría muy poco cuando la vieran en las revistas, periódicos y la televisión.

Tocó el timbre y limpio sus manos de su ya gastado pantalón de mezclilla.

Una señora de menos de 55 años abrió la puerta y luego de darle una mala mirada la hizo pasar.

Marcelle entró y de solo ver su alrededor sintió un olor a dinero invadir sus fosas nasales. Todo era para decir wow, pero en la situación en la que de encontraba, quería salir corriendo sin mirar atrás.

-¡Mamá llegó la nueva empleada! -gritó una chica de unos 18 años. Rubia, con el pelo ondulado sobre los hombros, iba descalzo, teléfono en mano y auriculares puestos. Ni siquiera saludó, siguió por su camino.

Marcelle torció la boca aunque prefería ser la empleada y no el títere de quien sabe quien.

La señora que apenas hacía un día había ido a buscar a su hermano y ahora sería su suegra por tiempo efímero, bajaba las escaleras sin ninguna expresión en su rostro.

-Perdona a la mocosa esa -dice la señora dándole una sonrisa torcida.

-Aquí tiene sus cosas, señorita -dice un señor delgado y alto dejando una maleta al lado de la chica.

- Gracias -se limita a decir.

-No creo que lo que esté ahí lo vayas a usar, teniendo en cuenta que somos una familia fina y de alto prestigio -dice la señora mirando la maleta con desprecio.

—Entiendo —Marcelle no tenía palabras, solo estaba analizando el infierno y repitiendo en su cabeza que solo eran 3 estúpidos meses  y ya luego todo volvería a la normalidad.

¡Que ilusa!

—Soy Carmen Anston, estoy para lo que necesites aunque estando aquí dudo que necesites o te haga falta algo —dice mirando todo a su alrededor.

—Un placer, Marcelle Smith —dice con amargura.

—Bien, te mostraré tu habitación, te instalas, le avisas a tus padres y en media hora te quiero aquí —dice caminando hacia las escaleras.

Marcelle caminó con nerviosismo,  con deseos de escribirle a su mejor amiga "guayaba" que era la palabra clave cuando estaban en peligro.

—Es ahí,  no tardes que el tiempo es dinero —dice la señora marchándose y dejándola con un nudo enorme en la garganta.

Entra y el olor a vainilla -y no la vainilla que usa para sus pasteles- inundó  sus fosas nasales. Proviene de una vela aromática junto a su cama. La habitación es hermosa y espaciosa. Una cama enorme con una mesita de noche a cada lado, un espejo enorme frente a la misma, dos sofá que lucen cómodos,  una lámpara bastante fina sobre el techo.

Hay unos pequeños cuadros  con captus y uno de piña.

Camina hacia donde hay dos puertas, abre la primera que está a su alcance y es un enorme baño con todo tipo de productos, toallas  muy bien arregladas, una tina hermosa y con velones aromáticos a su alrededor. Impresionante y hermoso. Sale cerrando la puerta detrás de ella. Abre la siguiente puerta y su mandíbula casi cae con lo que tiene delante de ella. Muchísimas ropas muy bien arregladas, todas nuevas. Los vestidos a un lado, las camisas, pantalones, ropa deportiva, todo estaba clasificado y bien organizado.  Abrió una de las gavetas y encontró trajes de baño, en la segunda bufandas y en la tercera ropa interior en conjunto bien bonitas y de encajes. Dentro del mismo clóset hay una puerta,  la abre y el asombro es aún más grande, hay un tocador con muchos maquillajes, espejos, luces, un perchero con joyas que a simple vista se ven que cuestan un riñón.  Está sorprendida pero no emocionada. Mira los maquillajes con el entrecejo fruncido ya que apenas se sabe aplicar el labial. 

Para cualquier chica sería como estar en el paraíso,  pero para ella es apena el inicio de un infierno.

Mira la hora en su pequeño reloj de muñeca y ve que le quedan dos minutos, cierra todas las puertas y corre hasta estar fuera de la habitación. Baja las escaleras casi corriendo y llega a donde estuvo anteriormente con la señora.

—Siéntate Marcelle —dice la señora señalando el sofá frente a ella. La mujer que le había abierto la puerta anteriormente les dejó un café a cada una y se marchó luego de poner mala cara. —. Me imagino que estás esperando que te oriente y te diga de qué va todo esto.

—Uh jum.

— Bien, te seré sincera mi hijo es un imbécil y estoy ya cansada de sus desastre —hace una pausa —realmente no sabía qué hacer y hace unos días se me ocurrió que tal vez le serviría una lección el cual le enseñara a valorar a las mujeres.

— Por favor, vaya justo al clavo —dice la chica ya desesperada.

— Quiero que te enamores le enseñes que puede estar con una sola mujer, que él es capaz de ser querido por una. Luego de que caiga te alejas así también sabrá  lo que es sufrir por amor —dice dando una palma.

— Esto es una locura —hace una pausa —señora estamos en el siglo XXI, su hijo está grandecomo para que usted lo quiera enderezar ahora, además; no creo que lo pueda enamorar.

— Claro que podrás espero que tú no te enamores de él —dice guiñándole un ojo.

— Aparte de que no me enamoro fácil, no está en mis planes enamorarme, usted dijo que su hija es un imbécil y yo de los imbéciles no me enamoro — dice la chica restándole importancia y robando los ojos.

— Bueno, si tú lo dices... te creeré —dice la señora poco convencida —. Bien —se pone de pie —,hoy habrá una cena él vendrán porque obviamente vive aquí y pues de paso se conocerán —dice sonriendo victoriosa.

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