Capítulo 1

Zoe.

—Zoe, hay que entregar un pedido de almuerzo en la dirección: 736 Granville ST, piso séptimo —entrando al restaurante me hacen el llamado.

Aaahhh… No me dejan respirar, aunque todo sea por la causa.

—Sí, señora —tomó la orden y con una enorme sonrisa fingida salgo del restaurante, encaminándome a mi motocicleta deportiva.

Esta es mi vida. ¡Mi gran vida! Soy repartidora de comida de día y de noche estudio para ser una gran enfermera.

Mi nombre es Zoe, tengo la edad de veintitrés años, nací en la ciudad de Jabárovsk Rusia, pero hoy en día estoy emigrando en la ciudad de Vancouver Canadá, vivo con mi hermana Shara; ella es la única familia que tengo, puesto que soy adoptada y mis padres de adopción fallecieron. Shara ha dedicado su mayor tiempo a mí, ambas decidimos viajar de nuestro lugar natal, puesto que a ella le propusieron un trabajo en una de las editoriales más prestigiosas de Vancouver, y como ambas no estábamos en condiciones de decidir si quedarnos o no, así que tuvimos acostumbrarnos a otras costumbres y vivir con ello.

Efectivamente el tiempo pasa rápido, cinco años tenemos de vivir en esta hermosa ciudad, y por el momento no nos arrepentimos de haber tomado aquella decisión tan apresurada. 

¡El que no arriesga, no gana!

Hace dos años, mi hermana ha estado posponiendo su boda, ya que no quiere dejarme sola. Me siento mal por ser su tropiezo de futuro porque mi hermana tiene que ser feliz y por eso hace meses decidí trabajar las doce horas de repartidora para luego estudiar de noche. Al principio no le gusto nada, nadita, pero luego tuvo que resignarse, puesto que ella no puede estar todo el tiempo para mí. Yo quiero que ella sea feliz y que por un momento deje de pensar y preocuparse por mí.

El trabajo de repartidora es demasiado cansado, pero es un trabajo y un trabajo siempre será un trabajo.

Después de unos minutos de estar manejando mi tierna moto he llegado a mi destino, parqueo mi moto frente al edificio, “Bufetes Ston”. Veo mi reloj de mano y por lo que noto, solo he demorado cuatro minutos por lo que el restaurante queda cerca del edificio, antes de entrar veo la hora de la orden y dice que fue pedido a las once y media, y ya son las once y cincuenta. Lo bueno es que tengo tiempo, ya que la hora del pedido fue hace media hora.

Me encamino hacia el edificio, tiró un bufido de lo cansada que me siento. Amablemente saludó al guardia de seguridad, él aceptó el saludo con una sonrisa para luego darme el pase. Me adentro y es ahí que apresuro mi andar, ya que las horas avanzan cada vez más.

—Buenas tardes, Srta. —me acerco hasta donde está la recepcionista—. He venido hacer entrega de este pedido—le extiendo el sticker junto a mi gafete de repartidora.

—A mano derecha está el ascensor, y de ahí sube a presidencia —esboza una sonrisa.

—Muchas gracias —ella me entrega la orden con mi gafete y yo le exijo a mis pies andar antes que me toque a mí pagar este pedido tan caro.

¡Gracias, Dios! He llegado al ascensor y he marcado el piso.

Esperando impaciente a que llegara a mi destino, empiezo a titubear una música de Billie Eililish

Uno… dos… tres… y el sonido del ascensor se hace presente. Las puertas se abren e inmediatamente salgo de ahí encaminándome hacia mi destino, ¡No hay nadie! Veo por ambos lados buscando algún ser humano que me reciba la orden y me pague.

Doy un par de pasos adentrándome más, lo único que veo es una mesa de escritorio, un par de sillas y dos puertas, por lo que deduzco esas dos puertas son un par de oficinas de unos hombres sabrosos. Sin esperar más, ya que el tiempo es oro, me encamino a paso ligero sin que el sonido de mis deportivos resuenen por estas cuatro paredes. Mis ojos escanean y se percatan inmediatamente que una de las oficinas está entre abierta y cerrada.

Llegando a la dichosa oficina y antes de abrir completamente la puerta o que mi bocotá delatara mi insignificante presencia, me detengo en seco al escuchar unos sonidos y murmuro. Mmm... un poco raros y un tanto curiosos. Con una sonrisa entre atrevida y malévola asomo mi cabeza con mucha discreción, para ver que rayos ocurre dentro del lugar.

¡Santo Cristo! ¡Qué carajo pasa aquí!, ¿qué es lo que mis ojos ven?

No me muevo quedando perpleja. ¡No puedo respirar! Mi cuerpo y mi ser completo reaccionan ante lo ocurrido ahí dentro, momificándome en un parpadeo e inhalando y exhalando muy sensual e involuntariamente. 

Me quedo boquiabierta al ver que una rubia extremadamente sexi, con un vestido de escote abierto, dejando la imaginación de cualquiera, muy guapa y elegante, ¡más sexi que elegante...! Ella se encuentra postrada encima del escritorio con su culo muy firme, haciendo unos movimientos muy seductores y sensuales sobre la mesa, y un hombre alto, con buen… De muy buen porte, buen mozo, fornido, papacito, un bombonazo de hombre, todo un semental, un espécimen delicioso. 

¡Me he quedado corta al describirlo!

Él disfruta manosearla tanto como a ella. Mi respiración se agita más al ver lo excitada que se siente la chica y que su cuerpo pide a grito que ese espécimen la castigue. De un momento a otro veo como él la coge del cuello con su mano izquierda mientras que la mano derecha se posa en sus senos voluptuosos, tocándola y apretándola. En un arrebató su mano baja hasta sus caderas deslizando ascendentemente el vestido de la mujer y ella obedientemente solo lo observa con ojos de fuego, mordiéndose los labios, deseando que ese espécimen la destroce.

Él comienza a devorar sus labios, para luego hacer un rico recorrido desde su cuello bajando a sus pechos mientras que con sus manos controla la situación dentro de las bragas de la chica, sin más preámbulos sus manos bajan en la entrepierna, abriendo más las piernas de la rubia y dándose pasó al sitio donde se deleitará con los jugos de la deseosa mujer. Ella se estremece al sentir esos labios atormentadores que de a poco a poco la recorren hasta llegar donde ella desea que el macho llegue.

Mientras ella gime de placer, mi cuerpo tiembla de ser descubierta o de que me guste ver esta escena en primera fila. Cierro mis ojos, pero en un par de segundos los abro, ya que la curiosidad de seguir viendo me carcome.

—Me puedes explicar qué hace usted espiando la oficina del presidente de este bufete —una mano se posa en mi hombro estrujándolo.

Reprimo el grito del susto, automáticamente empiezo a palidecer, a sudar y deseando desaparecer. La persona que está detrás de mí me jala con fuerza del lugar de mi entretenimiento.

—Di… di… disculpé —tartamudeo—. Solo he venido a dejar el servicio de comida que han pedido—extiendo el paquete.

—¡Nada que disculpe!—grita eufórica—. Usted es una metiche y solo por eso no le pagaré el mal servicio que ofrece—brama con furor.

—Pero no he hecho nada malo —inhalo, exhalo.

Necesito este trabajo, aunque las ganas de callar a esta vieja no me faltan.

—¡Nada malo! —me sacude el brazo—. Es este momento se irá sin paga y no dude que llamaré para que la despidan. 

¿Qué m****a está hablando? Me despedirán por espiar al cochino de su jefe. Eso es injusto porque deberían de pagar una terapia porque ese hombre me ha dejado traumada.

Aaahh… No soporto a esta vieja chillona, es insoportable. «¡Calma Zoe!». Si te vuelve a gritar, bájale los humos de un solo puñetazo, aunque eso implique quedarse sin trabajo.

Aunque para ser sincera... “Ya siento que estoy sin trabajo”.

—No se pase de majadera y mejor págueme o ya verá —habló entre dientes, reprimiendo la furia que incrementa exigiendo salir.

—¿Majadera? —dice con tono ofendido—Verás quien soy maldita perra.

Oh, no… Esto si no se lo perdono... ¡Maldita su abuela!

Bueno, aunque la abuela no tiene la culpa de tener a una nieta tan majadera.

—¿Se puede saber que es lo que está pasando aquí? —una voz imponente resuena cerca de mis oídos.

La vieja empieza a palidecer y en un santiamén suelta de mi brazo quedando con la boca abierta y toda estática. Giro mi cuerpo hasta quedar con... «¡Oh, por Dios!». Es más ni menos que el hombre… Sexi.

—Ella es una fisgona Sr. Ston —la pata de urraca me señala, delatándome con el sexi de su jefe.

—Yo solo he venido para entregar el pedido y obviamente que me pague —contraataco, relajo mi mirada y alejo todo pensamiento perturbador, puesto que ver esos ojos azules intensos me hacen perder la cordura, mmm… jadeo en el fondo de mi deseo carnal, dejándome perder antes sus encantos e hipnotizándome con esa mirada misteriosa pero a la vez encantadora.

—¡Por Dios…! Parecen un par de viejas mercaderas —vocifera con ímpetu, haciendo que ambas diéramos un respingo del susto.

—Lo siento jefe —musita agachando la cabeza.

¿Qué? La vieja urraca baja la cabeza, y eso es entendible, pero yo no tengo nada con este malparido. Dios lo hace como un Adonis, pero con su carácter de bipolar que desperdicia todo lo que Dios le dio.

—Págueme y verá como en un santiamén desaparezco de su vista —extiendo mi mano derecha con el paquete de comida, y luego extiendo mi mano izquierda para que me pague.

—¿Qué? —abre los ojos saliendo de órbita.

—Que me pague y prometo que no me volverá a ver —entre abro y cierro mi mano, indicando que me pague.

Quiero irme de aquí, no negaré que su cercanía me descoloca por completo y lo último que quiero es ser su presa o mejor dicho su víctima.

—Sra. Marcela —alza la voz, y ella levanta la mirada—. Quiero que vuelva a su sitio de trabajo—ordena sin ninguna emoción en su rostro.

La vieja patas de urraca no espera que le digan dos veces y sale tirada a su escritorio gris, así como lo es ella.

—Y yo —abro la boca para luego arrepentirme, puesto que él no tarda en penetrar la mirada encima de mí, intimidándome con su mirada de hielo.

—Usted sígame —ordena.

El guapísimo da media vuelta encaminándose a la oficina, la misma oficina en la que él estaba fornicando, follando o haciendo cositas de cositas con la rubia. Antes que el imbécil se arrepienta o me diga algo delante de la pata de urraca mejor lo sigo.

Respiro profundo antes de dar un paso dentro de la oficina. Me encomiendo con todos los santos, dioses y el universo entero, necesito que me protejan de cualquier pecado, lujuria y aún más de la ira.

Oh, la ira es mi enemiga y mi número uno, ya que explotó en un par de segundos, empezando por hablar en Ruso y no hay nadie que me pueda controlar, y dudo que un Adonis prepotente lo pueda ser conmigo.

—Jayden —ronronea la rubia.

La rubia se sorprende al ver que voy detrás de los pasos de su hombre, amante, amigos con derecho, novio, esposo, ¡lo que sea!

—Vete Lucinda —espeta—. Por lo pronto quiero que desaparezcas de mi vista hasta que decida nuevamente llamarte.

¡Qué maldito cabrón! ¿Qué se cree para hablarle así a una mujer?

La rubia alisa su vestido y arregla su cabello, para luego desaparecer ante la mirada de nosotros. Siento lástima por ella porque eso me confirma que es más que una quita calentura.

«¡Quédate callada Zoe!»

—¿Por qué trata así a una mujer? —¡Y ahí estoy yo! La heroína de las mujeres, quien me manda abrir la bocotá.

—Así que de mercadera y repartidora de comida, pasaste hacer la vocera de las mujeres —frota su quijada, y con su mirada me lanza fuego—. Deberías trabajar para mi Bufete.

—No veo ningún problema en defender a las mujeres —contraataco—, además es mi persona no la suya.

—Qué haré con usted Señora del pueblo y para el pueblo —levanta una ceja—. Debió ser diputada, alcaldesa o gobernante, ya que ese puesto de mercadera le queda muy chico—me señala con el dedo moviéndolo de arriba hacia abajo.

—No me busque porque me encontrara —le advierto—. Págueme y me voy.

—Creo que no hay necesidad de buscarla, ya que la tengo frente a mí —esboza una sonrisa—. Creo que se me olvida algo que agregar—no tarda mucho y ya lo tengo frente a mí.

—¡No me diga! —volteó los ojos.

Ya me duele mi brazo de estar cargando esta bolsa, puesto que contiene tres platillos, variedades de postres y bebidas también.

—Es una chica curiosa, y por lo que veo le gustó lo que sus ojos se deleitaron hace unos minutos, y ni se diga más de lo que su cuerpo sentía —alza su mano derecha llevándola a un mechón de cabello que está por mi mejilla, acomodándolo detrás de mi oreja. Trago grueso al sentir su cercanía.

—¡Ty nakhalˈnyy tupay! (Eres un tonto descarado) —empiezo hablar en ruso.

¡Sí! También hablo ruso cuando estoy nerviosa.

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