Sembrando esperanza

En el campamento todo marchaba según lo habían planeado el grupo de los cinco ángeles jóvenes que llegaron materializados en  adolescentes humanos, que después de un corto tiempo ya estaban recogiendo la cosecha de personas agradecidas y temerosas de Dios que venían sembrando pacientemente. Todos hablaban de estos niños que los trataban con una especial dulzura y que les hablaban de los caminos olvidados que el creador les señalaba desde su palabra escrita. El llanto de sus ojos al perder a alguien o al ver la alegría de una madre cuando sanaban a sus hijos moribundos, estremecía al alma más endurecida por la guerra y la muerte. Muchos volvieron a rezar diariamente y a tomarse de las manos antes de alimentarse; muchos acudían un día a la semana para escuchar a uno de estos jóvenes, disfrazados para no levantar sospechas, pronunciar bellos y esperanzadores discursos. Cuando podían, le clavaban sus plumas caídas a pacientes especiales, sobre todo a niños o a padres de familias que dependían de ellos para vivir. Por desgracia las mujeres eran las sacrificadas en casos donde había que elegir, pues la guerra primero, la violencia luego y el reclutar por los bandidos para sus pandillas, cobraron muchas vidas masculinas y la proporción subió a uno por cada doce féminas.

El viejo responsable del campo inexplicablemente recobró la salud y trabajaba por cuatro en la dirección del lugar, que veía cómo su pequeño huerto se expandía en todas direcciones y las personas volvían poco a poco a sonreír con un titilante brillo de esperanza en sus ojos. Casi nadie se extrañó que Robert Des desapareciera; solo el viejo lamentó su ausencia, pero con todo el trabajo que tenía pronto lo olvidó; de todas maneras con los nuevos inquilinos no necesitaba de ayudantes.

Un ambiente de tranquilidad activa se experimentaba por primera vez después de la gran guerra y las personas que allí vivían, empujadas por esa fuerza innata de los seres humanos por sobrevivir, mejorar y seguir adelante, comenzaban a olvidar los malos tiempos y a soñar con otros mejores. Allí, como en otras veinte partes del mundo, florecía la humanidad de entre los escombros y lo que era más importante todavía, florecía la esperanza y aunque los grupos humanos estaban casi sin comunicación, la semilla ya se estaba plantando.

 El hombre no necesita mucho para sobrevivir, pero precisa de algo que no le puede faltar para hacer con muy poco grandes cosas, la fe. Y no necesariamente la fe relativa a un ser divino, sino la fe en sí mismo, la fe en que se puede llegar cada día un poco más allá; la fe que dan la familia, los amigos, el amor y nos lleva a levantarnos cada día y trabajar hasta la noche por un futuro que sabemos que no vamos a ver, pero que otorgará a aquellos que siguen, la nueva fuerza de la continuidad. Ese tipo de fe estaba creciendo contra viento y marea en veinte lugares del planeta. Lugares pequeños e insignificantes, pero que si se cuidaban bien, podrían convertirse en la cuna de la nueva humanidad, una humanidad mejor que la que casi se pierde.

 En uno de esos lugares, cerca de la antigua metrópolis de Los Ángeles, se venía fraguando una pequeña batalla que podría poner en peligro todo ese florecimiento humano como consecuencia de la ambición de un solo ser y se ponía nuevamente de manifiesto la fragilidad del equilibrio natural de las cosas. Ignorantes a toda la madeja de acontecimientos que se venía formando y especialmente a la alianza entre demonios y bandidos que se fraguaba a su alrededor, los cinco jóvenes ángeles se reunían con el anciano para programar el próximo paso a dar para expandir la ayuda a otros lugares.

—Creo que ya es hora de crecer en número y extendernos en otras direcciones, especialmente hacia la ciudad que está creciendo pocos kilómetros de aquí —dijo Reilar al comenzar la reunión.

— ¿Ya estarán listos?

—Pienso que sí —le respondió a Feriles, el otro ángel masculino—, pero tenemos que someterlo a votación. Además, si algo sale mal siempre podemos posponerlo para luego.

—No tenemos mucho tiempo que perder —opinó Cornal, la más alta de todos y que lucía una larga y negra trenza.

—Entonces, ¿con cuántos podemos comenzar?

—Valiera, pienso que doce tendría un buen efecto en los escogidos. Estaba pensando en cuatro varones y ocho mujeres, entre los que estarán dos de nosotros. Los otros tres se quedarán aquí para seguir formando apóstoles y reforzando el prestigio del campo.

Chamira respondió:

—Quisiera ir yo, soy la mayor y puedo cuidar de Feriles.

— ¡No necesito que nadie me cuide, ya sé volar solo!

Todos rieron, incluyendo a Nicolás Reed. Después de varios chistes derivados de la situación, Reilar retomó la palabra.

—Escojamos entonces a las diez personas que creamos mejores para la misión. Recuerden que deben de ser solteros y sin hijos, así no tendrán que dejar a ningún ser querido atrás y dedicarse por completo al trabajo por lo menos unos cinco años, ¿de acuerdo?

Todos asintieron y escribieron una lista con los veinte nombres que a sus pareceres, reunían todas las cualidades para ser los mejores evangelistas y comenzar la primera de las olas que deberían ir creciendo con el tiempo, extendiendo a todo el mundo la nueva esperanza. Sabían que no iba a ser una sencilla tarea, pues tantas guerras, muerte y hambre, habían terminado por doblegar el alma de casi todos los sobrevivientes, ocupando el miedo y la desesperación el lugar de la fe.

También sabían que, desde su creación, los seres humanos tenían un espacio en su corazón para un deseo sempiterno compartido con los demás seres espirituales que habitaban el cielo y por el cual eran admirados por todos; el deseo de vivir. Sabían que, a pesar de sus defectos, los seres humanos eran criaturas muy fuertes y capaces y entre ellos vivían muchos especialmente dotados para resistir pruebas realmente imposibles, siendo los más valientes los que tenían una misión que cumplir para con sus congéneres. Cuando creían en algo, aunque ese algo fuese equivocado, dejaban incluso la vida por defenderlo. Eran seres increíbles que ahora buscaban para poder llevarle esa fe al resto del mundo y sería riesgoso y difícil sin duda alguna.

Se compararon las listas y se sacaron los diez nombres que más se repetían. Luego los citaron a una reunión en la carpa personal del anciano. Tenían una pluma para cada uno que con gran trabajo habían podido acumular en todo el tiempo que llevaban allí. Una vez sentados delante de los jóvenes, los ángeles se quitaron las prendas superiores y desplegaron sus magníficas alas en todo su esplendor y les explicaron a los estupefactos escogidos la razón por la que fueron llamados. Después de estar todos de acuerdo, los bautizaron en una bañera traída especialmente para la ocasión y se les clavó las plumas directamente en el corazón.

Las reacciones fueron un poco más violentas; pero al recuperarse, todos se sintieron como nuevos y llenos de fe. Una última y fervorosa oración fue hecha en voz alta por Reilar. Casi al terminarla se sorprendió invadido por una sensación muy conocida, pero que no experimentaba desde que descendió de los cielos con sus amigos. Sin dejar de hablar abrió los ojos y quedó sorprendido, entonces vio que sus cuatro iguales se habían percatado antes que él de la situación. Un fuego tenue y azulado bailaba suavemente sobre los diez misioneros que mantenían gacha la cabeza en señal de respeto durante la oración. El fuego desapareció y todos fueron abriendo los ojos poco a poco.

Los ángeles no les dijeron nada a los escogidos del fuego, pero se sintieron emocionados al comprobar que Padre había derramado parte de su espíritu santo sobre ellos, en una clara señal de que estaba de su lado, aunque eso no les corroborara que serían perdonados y mucho menos autorizados por él a continuar con sus deseos. Estaban seguros de que una buena reprimenda les esperaba cuando regresaran a las alturas y quizás perderían privilegios de por vida, mas ahora no podían retractarse ni retroceder. Como habían acordado, Cornal y Chamira partirían con ellos a la mañana siguiente, no sin antes guardar en frascos de vidrio las abundantes lágrimas que brotaron de sus divinos ojos durante la despedida.

Momentos después dejaron ir a los hombres para que descansaran y se prepararan para la misión y quedaron ultimando los detalles de lo que harían en un futuro cercano. Pidieron que les sirvieran la bebida que degustaban dos veces a la semana durante estos cónclaves y se recostaron cómodamente mientras la degustaban.

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