El plan

Cuando Galadiel llegó ya Gabriel lo esperaba con la puerta de la bóveda abierta, al entrar se percató que el oro acumulado había desaparecido.

—Ya lo mandé en una caravana a un lugar seguro a las afueras de Los Ángeles —dijo Satán adivinando el pensamiento de Galadiel.

—En las afueras no hay ningún lugar seguro.

—Lo sé; pero igualmente ya estaremos allí cuando ellos lleguen, si es que cumpliste bien con tu misión.

—Cumplí bien con mi trabajo; siempre lo hago. Sólo son cinco y son jóvenes, muy jóvenes. Están imponiendo las manos y curando a la gente con disimulo, sin descubrir lo que son. También forman poco a poco una especie de iglesia sin un líder obvio, algo bastante informal y podremos salir de inmediato dando un rodeo hacia el norte hasta llegar a la ciudad por el oeste; así no podrán sentir nuestra presencia.

— ¿Qué, no vas a descansar? ¿Acaso bebiste lágrimas divinas y no las compartiste conmigo?

Galadiel miró seriamente a Gabriel y entendió que bromeaba, aunque no le hizo ninguna gracia. Ambos entraron al interior de la bóveda y se sentaron frente a frente con una botella de whisky en medio. Se sirvieron sendos vasos y tomaron en silencio.

—Pensé que ya no quedaban de éstas —dijo Galadiel.

—Todavía tengo guardadas algunas para celebrar grandes ocasiones y hoy celebramos el comienzo de una nueva era. La humanidad está renaciendo y nosotros con ellos, pero ahora no entraremos en ella como extraños, sino que seremos parte de su fundación.

—Ya no somos tantos como al principio, la mayoría han muerto en manos de humanos o en peleas con iguales.

—Pero los que quedamos somos los mejores, ¿no? Además tengo un nuevo plan.

— ¿Y se puede saber cuál es ese plan?

—Hasta ahora solo nos aprovechábamos de nuestra fuerza y habilidades para disfrutar del placer de los humanos o para complacernos en sus sufrimientos. Ahora no solo haremos lo mismo, también vamos a posicionarnos en lo más alto de la sociedad...vamos a ser sus reyes y sus príncipes y prepararemos a todo nuestro reino para combatir a Padre si se decide a barrernos del universo.

— ¿Te has vuelto loco? ¿Humanos de nuestro lado luchando contra ángeles? ¡Qué idea más loca!

— ¡No, piénsalo! Sabemos lo suficiente para no cometer los mismos errores que han cometido el resto de los líderes humanos. Desde pequeños les inculcaremos el odio hacia Padre, a quien culparemos de todo lo que les ha pasado; de todas las guerras, del hambre y de las enfermedades. Crecerán con el corazón envenenado; aprovecharemos para destruir las pocas Biblias que existen y las iglesias que quedan en pie. ¡Podemos incluso inventar una nueva religión; la que queramos!

—No sé...quizás tengas razón —respondió Galadiel tratando de seguir la idea de su jefe y analizando lo que le pareció un disparate a la primera—. ¿Y si Padre se da cuenta y decide atacar antes que hagamos todo eso? Cosa que, dicho sea de paso, nos llevará algunos siglos. Si eso sucede estaremos perdidos.

— ¡Ya estamos perdidos, Galadiel! —gritó Gabriel como un trueno, desplegando sus alas en un arranque de furia—. ¡Mira nuestras alas! Están completamente negras; casi no podemos inmaterializarnos y cuando lo hacemos necesitamos descansar una semana; no fecundamos humanas hace siglos y nuestras heridas demoran el triple de tiempo en sanar que cuando llegamos a este maldito mundo. ¡Hasta nos emborrachamos con una sola botella!

Satán se volvió, aún enojado, pero aliviado de sacar su ira y siguió hablando de espaldas a su subordinado.

— ¡Ya estamos perdidos, amigo mío! Es solo cuestión de tiempo y la casi extinción de la humanidad nos está dando una nueva oportunidad. Podemos lograr que las personas se olviden de Dios, incluso que le odien, pero tenemos que eliminar a todos esos ángeles que han bajado a ayudar y comenzaremos por los que vinieron aquí.

— ¿Por los de aquí; es que hay más en otros lugares?

— ¡Claro que sí! Apuesto que son rebeldes, de lo contrario vendrían en hordas, no de a pocos y no serían jóvenes, sino grandes y fuertes. Seguramente temieron por las almas de los sobrevivientes; la juventud siempre es impulsiva y necia, incluso en los cielos.

—Aun así, un solo arcángel podría matar a millones de humanos apenas sin esfuerzo con una espada celestial.

— ¡No podrán hacerlo! No si son todos; no si eliminamos la fe de sus corazones. Si nacen sin Dios, si crecen sin Dios, si nadie les habla de Dios, ninguna espada divina los podrá matar. Serían inocentes al no tener un espejo donde ver sus pecados y un ser espiritual no puede matar a un ser inocente, ni siquiera Padre lo puede hacer. ¡Nadie puede ser juzgado si no sabe que el pecado existe! Es una regla dorada creada por él mismo y él no puede mentir, ¿recuerdas?

—Es un poco enredado, pero...parece bastante lógico. Tendría que pensar en eso.

—Piensa, piensa, pero piensa por el camino, ya tenemos que partir.

Galadiel se puso de pie y luego de mirarse a los ojos se dieron un fuerte abrazo. Salieron de la bóveda y cerraron la puerta detrás de ellos. Salieron a la superficie y buscaron un edificio lo suficientemente alto para ganar energía cinética con la caída y así ahorrar la suya propia, pues el viaje era bastante largo y necesitaban toda la que pudieran.

El viaje.

Al fin llegaron a la planta más alta; allí les esperaban los doscientos cuarenta y cinco demonios que le seguían fielmente desde hacía ya varios siglos. Habían muchos otros desperdigados por la faz del planeta que prefirieron  optar por otros caminos, aunque muy raras veces se convertían en errantes solitarios y más bien se reunían en grupos para apoyarse entre ellos y no sentirse tan solos en ese mundo tan brutalmente humano.

—Hoy vamos a comenzar lo que podría ser nuestra salvación definitiva —comenzó Gabriel su discurso en voz alta—. Nos dirigiremos a la ciudad de Los Ángeles, donde está naciendo la cimiente de una nueva civilización. El plan es hacernos con la jerarquía de esa civilización y guiarla por los caminos que más nos favorezcan; después les comunicaré los detalles. No les voy a mentir, si nuestro padre decide atacarnos, cosa que no creo que suceda por eventos que han llegado a mi conocimiento, estoy casi seguro que nos vencerá en pocos días; pero si llevamos a cabo un plan que he ideado para el futuro, es muy probable que nos tenga que dejar en paz para siempre; y cuando digo para siempre es para toda la eternidad. Los detalles los sabrán a su debido tiempo, ahora síganme y demos el primer paso de nuestra próxima vida.

Los demonios escuchaban sin mirar a su rey, ya estaban acostumbrados a su labia cada vez que emprendían una aventura en conjunto. Hacía mucho tiempo que decidieron seguirle y abandonar para siempre a sus hermanos celestiales y ahora darían sus alas y hasta sus propias vidas por Gabriel si él se los pidiera. Todos les dieron una o más de sus plumas al llegar y por eso podía sentir lo mismo que ellos y saber incluso lo que pensaban. Por ese hecho estaban ligados para siempre y aunque tenían la libertad de marcharse a dónde quisieran, siempre podía acudir a ese lazo y tirar de el para influenciarlos. Esperaron que Gabriel y su comandante fueran los primeros en lanzarse y les siguieron. Al alcanzar cierta velocidad, desplegaron sus negras alas y batieron con fuerza, acelerándose la caída enormemente.

Desde muy lejos se podían ver cómo bajaban rápidamente en un inmenso grupo frente a la fachada destruida del rascacielos. Los puntos que descendían comenzaban a brillar intermitentemente y justo antes de estrellarse contra el suelo, aumentaban su brillo como pequeñas estrellas lejanas en el cielo y desaparecían, creando una explosión sónica que se podía escuchar a kilómetros de distancia.

Una vez inmaterializados siguieron a su jefe, quien iba a la cabeza del grupo. No se elevaron mucho para evitar que los ángeles puros pudiesen verlos desde la distancia. Dieron un gran rodeo hacia el norte, pasando incluso por una zona “caliente” que permanecía inhabitable por la radioactividad. Luego giraron al oeste y siguieron un poco al sur, llegando precisamente al lado opuesto de donde estaba el refugio de humanos que querían evitar. Gabriel escogió un lugar bastante aislado para volver a materializarse, deteniéndose en un antiguo estadio de fútbol, donde crecían árboles jóvenes y no había nadie. Allí cayeron y la mayoría permanecieron acostados sobre la hierba, reponiendo la fuerza empleada en el viaje.

Galadiel aguantó el desgaste y fingió bastante bien delante de Gabriel, quien por supuesto se percató de su esfuerzo y lo tomó del brazo.

—No es necesario aparentar, querido amigo. Vayamos a ese lugar que escogiste para encontrarnos con nuestro hombre.

No respondió con palabras a la invitación, pero dejó que lo tomara y guiara sin oponerse. Caminaron unos minutos por las ruinas inhabitadas hasta llegar a una edificación bastante bien conservada, penetraron en ella y se sumergieron en un sinuoso laberinto de pasillos oscuros. Luego de un tiempo se detuvieron ante una enorme puerta de acero. Gabriel esperó unos segundos y desde adentro se escuchó cómo se corrían los cerrojos. Cuando terminó de abrirse entraron en el lugar, donde esperaban seis de los humanos que trabajaban para ellos y en una esquina, amarrado por las manos, colgaba la figura de otro, golpeado y maltrecho.

—Ése es quien sabe todo los detalles —le dijo Galadiel señalando al hombre amarrado.

—Bonito lugar haz escogido, amigo mío. ¡Ustedes, acérquense!

Los seis rodearon a Gabriel y cuando se aseguró que el hombre amarrado lo estaba mirando, en un segundo desplegó sus alas e hizo un movimiento circular, partiendo a los que le rodeaban con sus alas de un solo golpe. Los cuerpos cercenados cayeron pesadamente mientras convulsionaban entre un mar de sangre. Galadiel ni se inmutó, acostumbrado a los actos crueles y sin sentido de su líder; pero el que estaba amarrado en la esquina comenzó a temblar inmediatamente de miedo. Con las alas aún desplegadas y brillosas por la sangre, Satán se acercó a él y le dijo con una voz suave y calmada que contrastaba con la anterior masacre:

— ¿Me dices cómo te llamas, querido?

—Ro...Ro...Robert D...es —consiguió balbucear antes de desmayarse.

— ¡Parece que tenemos un ganador! —gritó Gabriel girándose con una risa en sus labios hacia Galadiel.

Otro interrogatorio.

Al recobrar la conciencia, inmediatamente recordó lo último que había vivido y un espasmo recorrió todo su cuerpo, encogiéndose involuntariamente en el suelo donde estaba tendido.

— ¡Al fin despertaste! Ya me estaba aburriendo —le dijo Gabriel en tono sarcástico—. ¿Qué tontería hiciste para acabar enredado entre mafiosos y demonios, hijo mío?

El hombre en el suelo no sabía si responder o no, pues todavía estaba confundido y aterrado. Lentamente fue atreviéndose a mirar a los ojos a su nuevo dueño, aparentemente peor que el anterior. Al ver que permanecía esperando una respuesta pensó que lo mejor era dársela.

—Solo quiero salir con vida de todo esto. Se pueden quedar con las plumas y con los mismos ángeles si quieren; solo quiero seguir vivo, no le diré nada a nadie, se lo juro.

—Sí, ya me han dicho que te gusta mucho jurar y no sé si lo sabes, pero nosotros odiamos eso; por tanto será mejor que no jures tanto. Además, no necesitamos un juramento para creerte o no. Llevamos tantos siglos lidiando con ustedes que podemos saber en un segundo si mienten o no, entre muchas más cosas. Sé que dices la verdad, así que seré breve y directo, ¿qué sabes de los ángeles del campamento y cuántas personas además de ti saben algo?

—Son...son ángeles; jóvenes, callados, hermosos...nada más.

— ¿Y...?

—Solo lo saben el jefe del campamento y Gibaros...él mató a sus hombres de confianza delante de mí para que más nadie lo supiera.

— ¿Gibaros es el señor de la tierra del que me hablaste? —le preguntó a Galadiel volteándose un poco. Éste asintió con la cabeza y regresó al interrogatorio—. Ya me está cayendo bien ese Gibaros, podríamos usarlo para hacernos con nuestros hermanitos, ¿no te parece?

Era una pregunta retórica, pero Galadiel respondió con un gruñido. Gabriel se levantó sin dejar de mirar al prisionero.

— ¿Has visto dormir a los ángeles que dices?

— ¿Qué?...sí, sí, los he visto dormir, muchas veces los he visto.

— ¿Cuándo duermen se le ven las alas?

— ¿He? Sí, sí, a los cinco. Siempre se les ven sus preciosas alas.

  • ¿Seguro?

— ¡Seguro, seguro! Se lo ju…

Gabriel giró sobre sus talones y con un suave movimiento, casi sin darse cuenta, le cercenó la cabeza y caminó hacia su subordinado.

—Vayamos a ver a ese Gibaros —dijo al pasar por su lado, mientras el cuerpo de Robert Des perdía toda su sangre.

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