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Tarde.

Tarde, tarde, tarde.

—Mierda, mierda, mierda, mierda, mierda… —gruñí calzándome las zapatillas y sin haberme dado siquiera una ducha de dos minutos.

El sudor me corría por la frente y esa mañana en particular mis manos se habían vuelto especialmente torpes, lo cual convirtió la simple tarea de atarme los pasadores en una lucha titánica.

—¡Ya, joder, ya! —chillé antes de terminar.

Me levanté de la cama como un rayo, tomé mi mochila del suelo y corrí hacia la oficina de Gibson con el celular en la mano para tener la oportunidad de ver la hora en el camino.

¿Pero para qué carajo he traído la mochila?

Quizás había sido el reflejo que usualmente tenía cuando me levantaba tarde para ir a clases. Hubiera bastado que llevara el trabajo para Gibson entre las manos y y

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