6

Luego de nuestra opulenta cena de bienvenida todos nos dirigimos a nuestras habitaciones. Las luces se apagaban a las siete treinta de la noche, aún era temprano. Al llegar a mi cuarto Will ya estaba ahí. Aún vestido, tecleaba en su celular tendido sobre su cama.

—Ethan —me saludó.

—Hola, Will —contesté.

—Adivina qué —dejó a un lado brevemente su celular para hablarme.

—¿Qué? —caminé hasta mi cama y me dejé caer de espaldas, exhausto.

—Volví a hablar con Valerie— sonrió, abrazando su almohada.

—¿Ah sí?

—Sí, y la invité a salir.

—Bien por ti —le dije con timidez—. ¿Con ella hablas ahora?

Asintió, mirándome con los ojos brillantes.

—¿Tú tienes algo qué contar? —me preguntó con curiosidad.

—Hay profesora nueva de Literatura, me dejó una tarea —dije con vivacidad.

—¿Eso es bueno?

—Me gustan las tareas de Literatura —me encogí de hombros mirando al techo con una sonrisa tranquila.

—Oh, en ese caso… —se desperezó y pasó una mano por su melena.

Nos quedamos por un momento en silencio. Él respondió un mensaje y yo me quité las zapatillas.

—¿Conoces a la amiga de Val? —me preguntó de pronto.

—¿A quién, Marie? —contesté.

—Sí, Marie O'Malley.

Cómo no conocer a Marie. Cualquiera que conociera a Valerie Mitchell la conocía a ella.

Marie era bajita, muy bajita y de contextura intermedia. Tenía la piel canela y una inocente nariz delicada y respingona. Usaba lentes con monturas de color azul noche y tenía una larga cabellera ondulada y voluminosa color castaño oscuro que siempre llevaba o suelta o atada en una coleta baja. No existía otro peinado para Marie.

Valerie y Marie eran, además, mejores amigas inseparables.

—Sí, ¿por? —dije.

—Pues… no sé… ¿te parece bonita?

Ya me comenzaba a dar cuenta de por dónde iba el asunto.

—No lo sé —respondí directamente—, ¿por qué?

—Porque… se me había ocurrido que tal vez… no estaría mal una cita doble…

Estampé la mano contra mi frente.

—¡Solo piénsalo! —rio ante mi reacción.

—No tengo nada qué pensar, Will. No-gracias —le dije.

—¿Pero por qué? —inquirió, arrastrando la última palabra.

—Porque no —dije.

El ingenio comenzaba a abandonarme.

—¿No somos amigos? —me preguntó.

—Claro que sí, pero…

—¿Y por qué no quieres explicarme?

—Es que…

—Por favor…

—Will.

—Por favor, por favor, por favor…

—Will, yo…

—Por favor, por favor, por favor, por favor, por favor, por favor, por favor, por favor, por…

—¡Will, maldita sea, soy gay!

Empecé a marearme por el miedo, la impotencia y la incertidumbre. Nunca lo había dicho tan abiertamente, mucho menos lo había gritado y menos aún a una persona que había significado (y aún lo hacía) mucho para mí.

Había recuperado y perdido a Will el mismo día, un récord bastante malo.

—¿Qué? —balbuceó.

—Me gustan los hombres, pateo para el otro equipo, soy homosexual, se me quema el arroz, bateo chueco, como quieras llamarlo —gruñí con una valentía desconocida.

—Pe… pero…

—¿Querías saberlo, no? Ahí lo tienes.

Las luces de todos los pasillos se apagaron al mismo tiempo. Se suponía que debíamos apagar ya las nuestras.

El coraje de repente me abandonó y tuve un miedo increíble. Acababa de decirle a Will… que era gay.

—¿Tío Elías… lo sabe? —titubeó.

Por un momento no recordé que él solía llamar como sus tíos a mis padres.

—No —dije, seguido de un temblor.

—¿Tía Sarah?

—No.

—¿Alguien?

—Johanna… y tú.

Hubo otra pausa.

—Ahora lo entiendo —dijo.

Lo bueno era que ya no me haría más preguntas y no seguiría tratando de conseguirme una novia. Lo malo era que había perdido a mi compañero de cuarto… y de paso a mi mejor amigo. Eso no se sentía bien.

—¿Y se puede saber por qué no me lo dijiste desde el principio?

Levanté la mirada de golpe.

—¿Qué?

—Si lo hubieras hecho desde el principio me hubieras evitado las preguntas estúpidas. Dios, me siento tan idiota…

—Pero…

—Omite mi ignorancia, ¿quieres?

—Cállate y escúchame, ¿de verdad no… estás asqueado por esto?

—¿Por qué lo estaría?

—Acabo de decirte que me gustan los hombres, Will —dije, como si fuera algo sumamente obvio… y lo era. Al menos para todos a los que se lo había dicho antes.

—¿Y? —preguntó.

—¿Como que "y"? ¿No vas a quemarme en una hoguera o algo?

—En realidad en las hogueras quemaban a las brujas.

—Lo sé, ni siquiera sé por qué dije eso —resolví con timidez.

—Estamos en el siglo XXI… yo no soy de la era arcaica como para juzgarte. Sigues siendo igual que antes, eres Ethan, mi amigo. Eso no va a cambiar, ¿o sí?

Negué con la cabeza, boquiabierto.

—No voy a negarte que me sorprende… pero no me desagrada. Eres valiente y eso es bueno.

—Yo… espera —balbuceé.

Me levanté y corrí rápidamente a apagar las luces del cuarto.

—¿Qué haces? —preguntó.

—Luego de que se apagan las luces de los pasillos alguien pasa verificando que las de los cuartos estén apagadas. A veces es el director el que pasa en persona. Es aficionado a las reglas, ya sabes —expliqué.

Hubo un silencio prolongado.

—¿Y bien? —instó la sombra en que se había convertido mi rubio amigo.

—¿Qué? —pregunté.

—¿Vas a contarme?

—¿Contarte qué?

¿Había algo qué contar? Acababa de abrirle mi alma a Will como usualmente no lo hacía con ninguna otra persona. ¿Qué más esperaba de mí?

—No lo sé… ¿cuándo descubriste que lo eras? —dijo.

—No… estoy seguro —titubeé.

—¿Entonces?

—Solo sabía que algo no era común en mí —expliqué—. Todos los demás sentían atracción por alguna chica y yo no. Creí que era cuestión de tiempo para que ellas comenzaran a gustarme… pero no fue así. Y sabía que no era asexual porque comencé a mirar a los chicos como ellos miraban a las chicas. Me fui dando cuenta de a pocos.

—¿Alguna vez has besado a un chico?

Por el tono de su voz sabía que esa pregunta había sido involuntaria. Pero esa cadencia era tan tierna y llena de curiosidad que no me importó.

—¿Qué? —dije de todos modos.

—Dijiste que Melanie era la única chica a la que besaste. Pero no se me ocurrió preguntar por chicos —musitó.

—Melanie Dickinson ha sido el único ser viviente al que he besado —sonreí en tono sarcástico, aunque él no me viera.

—¿Entonces no sabes qué se siente?

—Hasta ahora… no.

Mi corazón latía diez veces por segundo. Agradecía que la oscuridad fuera absoluta, porque la cara me quemaba tanto que yo juraría que estaba ruborizado en extremo.

—No sé qué decirte —confesó.

—Solo di que me aceptas —mascullé.

—Claro que sí —dijo, y su voz se tiñó de calidez—. Eres mi mejor amigo. Claro que sí.

Me sentí tranquilo luego de eso.

El sueño nos venció por fin. Adormeciéndonos, acudimos al baño a cepillarnos los dientes y caímos rendidos en nuestras camas, esperando nuestro siguiente día de clase.

***

Desperté, y lo primero que hice fue mirar a la ventana. Un manto negriazul se cernía sobre el internado.

Respiraba con dificultad y sudaba mucho. No recordaba en qué había estado soñando, pero sí recordaba la sensación. Una presión que atenazaba mi corazón estaba empezando a aturdirme y no me dejaba en paz.

Volteé al otro lado de la habitación. Will descansaba tranquilamente sobre su cama, enredado entre sus sábanas y con un tenue rayo de luna cayéndole sobre la frente. Esa paz hermosa parecía regodearse a propósito frente a mi tormentosa noche de pesadilla.

No pude volver a conciliar el sueño tan rápido, pero lo hice luego de un par de horas.

***

A la mañana siguiente desperté sintiéndome más liviano. Me había quitado un grandísimo peso de encima y eso, por lo menos para mí, no solo se sentía de manera interna. Me sentía más sano, más vital, más enérgico. Fui el primero en despertar a pesar de la mala noche que había pasado.

Aproveché para ducharme antes que Will. Esperaba que a mitad de mi baño él descubriera que le había ganado el turno, pero, para mi sorpresa, cuando terminé y salí, lo encontré en pleno sueño de Bello Durmiente, aún tendido sobre su cama.

—¡Will! —reí. Era impresionante lo inocente que podía parecer cuando estaba dormido—. ¡Will, arriba! ¡Es tarde!

Will se revolvió un poco entre las sábanas para, por último, caer dormido de nuevo.

—¡Will! —repetí. Cogí mis almohadas y se las lancé una por una.

Era el colmo. Yo me había levantado, desperezado, duchado, vestido y preparado, y él aún ni se dignaba a concientizarse de su existencia.

Pasaron unos segundos al cabo de los cuales el rubio pareció dar señales de vida y entreabrió los ojos.

—Buenos días, señor Robinson —canturreé ceremoniosamente haciendo una pequeña reverencia—. El sol ya salió, ¿no querría usted levantarse para ir a clases?

—Cinco minutos más… —murmuró con gesto enfurruñado.

—Ni cinco ni nada, hombre —gruñí en tono divertido tirando de su sábana hasta quitársela por completo—. Vamos, levántate y dúchate, no falta mucho para el desayuno.

Will produjo con su garganta un sonidito de tierna protesta mientras yo me detenía a observar con curiosidad su pijama, el cual el día anterior por la oscuridad no había visto bien. Aunque no era un pijama como tal… solo era una camiseta holgada de color azul marino y nada más y nada menos que su ropa interior, lo que me dejó una vista panorámica de sus trabajadas piernas.

—Ya… ya levántate —balbuceé, ruborizándome por algún motivo inexplicable—. De prisa, vamos.

Sin dejar de protestar y de frotarse de una manera muy peculiar el ojo con el dorso de la mano, Will caminó a la ducha con una de sus toallas colgando del brazo y cerró la puerta detrás de sí. Al cabo de cinco minutos, los cuales yo había aprovechado para echarle un vistazo a mi horario y preparar mis cosas, salió.

—Oye, Ethan… —llamó.

Me volví hacia la puerta del baño. Will acababa de salir, con la piel fresca, el cabello húmedo y las pestañas empapadas. La camiseta azul había desaparecido… y al parecer la ropa interior también, porque solo contaba con una toalla atada a la cintura.

—¿Tengo algo aquí? Siento que me golpeé en la noche —dijo, dando media vuelta.

Tragué saliva ubicando mi mirada en ese punto de su espalda desnuda que señalaba con el índice. Señalaba a la base de su columna, unos dedos más arriba del borde de su toalla. Casi no pude concentrarme. Admiraba todos esos músculos tallados en su espalda, eran sumamente interesantes, no era como si hubiera visto muchos de cerca.

—Nada, Will —dije al final—. Un raspón, creo.

Se encogió de hombros.

Nuestras mañanas fueron de lo más tranquilas desde ese día. Las clases no estaban mal, nuestro desempeño era mucho más que satisfactorio y por nuestra parte ese año estaba resultando el mejor de todos.

En un abrir y cerrar de ojos ya había pasado un mes y estábamos en quincena de septiembre. Mientras que Johanna y yo nos manteníamos igual que siempre en cuanto a vida social, Will había hecho un progreso gigantesco. Había ascendido a la categoría de "ídolo" en el internado y, con la propia Valerie Mitchell como su reciente nueva novia, su popularidad se había garantizado el doble.

Pensaba que por fin tendría un año tranquilo y normal… hasta ese día.

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