Capítulo 4

Había estado despierta por lo menos unos treinta minutos antes de que sonara la alarma, un parpadeo después la apagué, me había despertado antes y solo esperaba que se activara. Había estado mirando el techo todo el rato, mi mente reproducía los hechos absurdos de ayer.

Con mucha pereza me levanté de la cama y me dirigí al magnifico baño, la cerámica y los azulejos eran una combinación entre blancos, grises y plateados, todo lo contrario al oro de la habitación. Sobre el lavabo había un espejo rectangular que me ofreció una imagen nítida de mí, parecía algo peor que un zombie. Fui hacia el retrete de porcelana blanca y vacié mi vejiga, me sentía cansada y estropeada, pero no podía ceder a esa sensación.

Regresé a la habitación para buscar ropa deportiva, tenía planeado buscar un espacio donde pudiera correr un poco, no me importaba si era en una maquina o afuera, solo necesitaba despertar esa energía.

Estaba recogiendo mi cabello cuando salí por la puerta. Jesús estaba allí, sus manos se entrelazaban en el frente y sus ojos vagaban por todo el pasillo.

—Buenos días, Jesús —saludé sorprendida—. ¿Cómo dormiste? —cuestioné.

—Buenos días, señorita Verona. He dormido bien, gracias —contestó con amabilidad.

—Es bueno escucharlo —dije—, ¿Podrías buscar a Sanya, por favor? Voy a estar en la habitación de mi hermano.

—Por supuesto, señorita.

Jesús pareció haber estado ansioso por moverse de ese lugar, desapareció tan rápido que apenas tuve tiempo para procesarlo.

Sacudí mi cabeza y fui hacia la puerta de mi hermano, quería avisarle lo que estaría haciendo para que no se preocupara. No esperé a que contestara a los toques en la puerta, abrí la puerta y me adentré en la habitación que estaba sumida en la oscuridad, Marco estaba roncando bajo las cobijas, dormido profundamente. Entorné mis ojos y lo sacudí un poco.

—Marco —llamé con suavidad, él hizo un sonido con su garganta—. Voy a hacer ejercicio —avisé.

Obtuve otro sonido por parte suya.

—Tarado —bufe alejándome.

En el pasillo me posicione frente a uno de los grandes ventanales, las vistas que ofrecían eran magnificas, afuera el día todavía estaba gris, había niebla ensombreciendo los terrenos de la casa Galger y una ligera llovizna golpeteaba contra el cristal de la ventana. Sin embargo, me seguía pareciendo hermoso y no podía evitar imaginar la vida aquí.

El sonido de pasos me hizo girar mi rostro. Jesús venía acompañado con una sonriente Sanya.

—Buenos días, señorita, ¿puedo ayudarla en algo? —fue lo primero que me preguntó. Era radiante, como el sol de la mañana.

—Buenos días, Sanya —imité su sonrisa—. Sí, en casa suelo hacer ejercicio temprano, no quiero perder la rutina y ayer una de las chicas que me ayudó dijo que tenían gimnasio. Quería saber si puedo utilizarlo.

La chica que me había ayudado había estado tan nerviosa, era evidente que el español no se le daba nada bien. Temía haberla entendido mal.

—El señor Galger me pidió que pusiera su disposición todas las áreas de la casa, estaré encantada de llevarla al gimnasio, Tomas es quien suele utilizarlo en las mañanas, la señorita Beatriz lo ocupa durante las noches —soltó esa información con toda la intención.

Le agradecí con una sonrisa, no tenía ganas de toparme con la bruja.

—Quisiera evitar a toda costa cruzarme con Beatriz —confesé. Sanya asintió comprensiva.

—La señorita Beatriz suele desayunar en la empresa y pasa allí la mayor parte del día.

—Gracias —suspiré.

Sentí puro alivio, no quería más situaciones incomodas. No tenía idea de lo que pasaría cuando nos volviéramos a encontrar, pero de algo estaba segura, no iba a permitir que me llamara “puta” y que su cara siguiera intacta. Nadie nunca había quedado sin un solo rasguño después de haberme insultado.

Sanya comenzó a llevarme por los pasillos, nos mantuvimos en el mismo nivel, pero fuimos hacia la otra ala. Ella se detiene frente a dos puertas dobles de madera y las abre para mí.

La habitación era grande y tiene varias máquinas de ejercicio que conozco, estaba cálido adentro y Tomas Galger estaba allí, tenía puesta una camiseta y unos pantalones sueltos. Cuando me topé con su rostro enrojecido y brillante de sudor me saludó con una sonrisa pequeña.

Se veía…como alguien diferente sin el traje puesto. Más joven.

—Buenos días, señor.

La voz de Sanya me hizo sobresaltar. Me había quedado observando a Tomas venir hacia nosotras, su cuerpo no era tan grande y lleno de musculo, pero me parecía que debajo de esa camiseta llena de sudor debía haber algo bastante atractivo para mirar.

Tragué saliva cuando lo tuve al frente.

Tenía que detener ese tipo de pensamientos, no eran correctos, no aquí, no con este hombre que apenas conocí ayer. Tenía que enfocarme.

—Buen día, señor Galger —saludé con voz cantarina, no pude evitarlo.

Tomas correspondió nuestro saludo con elegancia antes de agregar: —. Yo puedo ayudar a la señorita Verona desde aquí, Sanya.

Sanya asintió y se despidió de ambos intentando llevarse a Jesús con ella, mi guardaespaldas hacía bien su trabajo de pasar desapercibido, pero aun así Sanya lo abordó. Los ojos azulados del hombre buscaron una confirmación mía antes de marcharse.

—Correré un poco, puedes regresar después, no olvides que practicaremos la defensa —me encogí de hombros.

En casa tenía un entrenador personal que me enseñaba defensa personal, pero cuando viajaba no podía acompañarme, pero me encargaba de hacer que cada uno de mis guardaespaldas aprendiera sus técnicas para que pudieran practicarlas luego conmigo. C

Jesús se marchó escuchando los comentarios que hacía Sanya sobre lo tercos que eran algunos de sus chicos, pero que ella podía dominarlos tan bien como a cualquier caballo salvaje.

Eso me hizo soltar una pequeña risa.

—No esperaba que se levantara tan temprano, señorita.

Fijé mis ojos en los suyos.

—No quiero descuidar mi rutina —dije—, espero no incomodarte —carraspeé—. Por cierto, pensé que dejaríamos atrás las formalidades.

—Para nada, puedes usar lo que gustes —sonrió—. Por cierto, tú empezaste, Verona —acusó.

Mi nombre nunca me había parecido tan interesante, pero la forma en la que él lo decía con ese acento suyo que golpeaba mis entrañas era…electrizante. Y no de la forma extraña, era…algo bueno, divertido y que me hacía sonreír.

Caminé hacia la máquina de correr sintiendo sus ojos sobre mí todo el camino, entraba mucha luz natural al lugar y me sentía cómoda. Antes de comenzar con la maquina hice una foto con mi celular y la posteé en mis redes sociales, recordándoles a las personas quienes me leían que pronto habría un maratón de recaudación de fondos para un centro de animales que estaba en problemas. 

Segundos después las notificaciones comenzaron a llegar. Apagué el teléfono para no incomodar a Tomas.  Subí a la máquina  tomando una respiración profunda y comencé.

Correr era una de mis actividades favoritas, no era como si mi mente se apagara, sino que iba a otra parte, como si corriera dentro de mí, alejándome de aquellas cosas que no conseguía detener. El sonido de mi corazón y de mi respiración era lo único que era capaz de escuchar.

Correr era mi escape de muchas cosas y a veces perdía la noción del tiempo por completo, no me detenía hasta que mis piernas vacilaban y me caía.

Como ahora, solo que lo que me hizo vacilar esta vez fue la visión de Tomas. Parpadeé varias veces y reduje la velocidad de la máquina, mis piernas quemaban, ardían.

—¿Sueles correr tanto? —cuestionó.

Bajé del aparato y terminé en el suelo, respirando con dificultad. Tomas se quedó quieto frente a mí, pude ver en sus ojos la confusión sobre lo que debía hacer, si ayudarme o mantenerse alejado. Reí.

—Amo…correr —jadeé.

—Pude notarlo.

Sonrió como si le sonriera a un pequeño, debía parecerlo, y terminó por ofrecerme su mano cuando Jesús entró en la habitación. La tomé y fue un tacto resbaloso, ambos estábamos sudados.

Estando de pie sentí mis piernas protestar, Tomas soltó mi mano y se alejó un paso hacia atrás, no se molestó en disimularlo.

—En cinco minutos estaré lista —le dije a mi guardaespaldas.

Había perdido el control, tenía que admitirlo, mis piernas apenas podían sostenerme, pero me empeñaba en ser una necia. Sabía que no iba a resistir un solo movimiento por parte de ese cuerpo musculoso, no cuando mi propio cuerpo parecía gelatina.  

—Te escuché decir algo sobre “la defensa” —comentó Tomas, viendo entre Jesús y yo—, ¿puedo preguntar a qué te referías? —terminó con una expresión confundida.

—Defensa personal, tomo lecciones desde…—me interrumpí a mí misma—. Desde hace varios años.

Los ojos de Tomas se agrandaron.

—¿Puedo ver?

Enrojecí.

—Si quieres —encogí mis hombros.

Jesús estaba estirando frente a nosotros, yo me quedé de pie, tomé agua e intentaba controlar mi respiración. Tomas le hizo preguntas a Jesús sobre el tema, mientras que yo los veía. Cuando dejé de sentirme temblorosa le informé a Jesús que estaba lista.

Extendimos un par de colchonetas que habían estado recogidas y nos posicionamos sobre ellas.

Tragué saliva, respiraba, me fijaba en Jesús, él estaba esperando la señal para empezar. Se la di, aun sabiendo que no estaba lista, todas mis extremidades pesaban y mis brazos reaccionaron demasiado tarde al ataque de Jesús. No pude. No pude defenderme, dejé que me inmovilizara, por el estúpido cansancio. 

Justo como había pasado aquella vez.

¡Dioses, seguía siendo una inútil!

Sacudí mi cabeza, estaba en el suelo.

—¿Se encuentra bien, señorita?

Jesús se apartó de encima de mí. No me levanté de inmediato.

—Estoy bien —mascullé entre dientes.

Tomas me miraba desde donde estaba, tenía una expresión preocupada.

—¿Segura? —insistió Tomas.

—Estoy bien, solo me desoriente un momento —admití. Ambos hombres se acercaron al verme reincorporándome, me ayudaron a poner de pie.

—Creo que necesitas descansar —sugirió el hombre de ojos oscuros, no lo contradije aunque me sentí impulsada a hacerlo. Él tenía razón, necesitaba descansar.

Recogí mis cosas bajo la mirada de ambos hombres perplejos y me dirigí hacia la puerta siendo seguida por uno de ellos.

—Pasa un buen día, Tomas —me despedí, avergonzada.

No usar el “señor” era extraño, pero podía acostumbrarme.

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