Capítulo 1

Hice una pequeña coleta con mi corto cabello y puse unos lentes de sol sobre mis ojos. Sería una total vergüenza que me tomaran una foto en este estado tan desfavorable. Algunos hombres de mi padre me ayudaban a bajar mis maletas, yo llevaba mi pequeño bolso de manos y mi celular entre mis dedos.

Aún seguía enviado correo a mis empleados.

Afuera el clima estaba divino para ser tan temprano, prometía mucho y papá lucía triste, cuando estuve a su lado besó mi frente.

—Me llamaran cuando estén en el avión, cuando aterricen, cuando estén con el señor Galger y cuando finalmente lleguen a su casa. Y contigo, señorita, hablare todas las noches, ¿entendido?

—Sí, papá —lo rodeé con mis brazos—. Ya es hora de irnos.

—Yo le pago al capitán del avión, puede esperar unos cinco minutos más mientras me despido de mi bebé —besó mi cabeza—. Estoy arrepintiéndome de mi decisión…

—Papá, si llegamos tarde el señor Galger es quien se podría arrepentir de la decisión de dejarme quedar en su casa —sus brazos se aflojaron—. Te amo.

—Yo te amo más —me dejó ir para abrazar a Marco, era como ver el pasado y el futuro de un mismo hombre—. Hijo, cuídate mucho. Te amo.

—Tú igual padre, te amo.

Era así siempre, las despedidas no nos gustaban, éramos muy apegados a la familia, nos aferrábamos con uñas y dientes cuando era necesario.

En el auto envié mensajes a mis amigas anunciándoles mi repentina salida del país, revisé mis redes sociales repletas de notificaciones e investigué un poco acerca del hombre que conocería pronto, me sorprendí al no encontrar demasiado sobre él, solo algunos pocos artículos escritos en un idioma que no conocía y foto de unas tierras preciosas.

Levanté la mirada en busca de mi hermano, él estaba tan sumido como yo en su Tablet.

—¿Qué desea el señor Galger de nosotros?

Marco frunció su ceño sonriendo un poco.

—Él nada, nosotros somos los que necesitamos un socio como él.

Sus palabras me impresionaron, la última vez que me había fijado nuestro imperio no dependía de un hombre extranjero.

—¿Por qué? —interrogué con molestia.

—Queremos construir unas fabricas Robinson en Klayten, pero para ello necesitamos el permiso de sus habitantes. Tomas Galger tiene varias extensiones de tierra allí y las personas lo respetan. Si nos ganamos su confianza, ganamos la confianza de la gente y un trozo de tierra.

—¿Qué producirán esas fábricas?

—Principalmente nos enfocaremos en hacer productos para sus animales, alimentos, vitaminas, productos de limpieza. Llevaremos artículos de granjas y de ranchos. Después de la etapa de adaptación y aceptación, propondremos la idea de la fabricación de productos para el consumo humano.

Abrí mis ojos sorprendida, ya había leído sobre eso en el mail que me había enviado papá, solo que me había saltado la parte de hacerlo fuera del país.

—Para eso se necesitará más que un solo trozo de tierra —apunté. 

Marco asintió.

—Lo sé, es por eso que vamos para allá, para poder discutir los planes con el señor Galger.

—Hay mucho en juego con esta visita.

—Así es —volvió su atención al celular—. Sé que es innecesario que te lo pida, pero por favor no te metas en problema.

—Innecesario —concordé—. No pienso hacer locuras, me concentraré en trabajar, lo prometo, nada de meterse con guardaespaldas —bromeé. Mi nuevo guardaespaldas se tensó, era muy atractivo—. Cambiando de tema, ¿Qué tal Ginger?

Se removió en su asiento y no levantó la mirada de la pantalla.

—Ella está tan disgustada como yo por tener que separarnos —confesó.

—No tendrían que hacerlo si ya sabes…—le mostré mi dedo anular—, pusieras un anillo en su dedo —me ignoró mundialmente—. ¡Vamos, Marco! Tienes veintinueve años, ya deberías tener los huevos para hacerlo, ¿Qué esperas?

Sus mejillas se enrojecieron.

—Mi hermanita de veinte años no me dirá qué hacer con mi vida —gruñó—, y no te expreses de esa forma tan ordinaria.

Chasqueé la lengua.

—Ginger no esperara por siempre —mascullé y me arrepentí al ver fuego en sus ojos.

Me quedé callada por el bien del viaje, pero era la verdad, Ginger era la única novia que le había conocido a Marco, eran almas gemelas y él no quería pedirle matrimonio. Era un tonto.

Conecté mis audífonos a mi celular y puse el volumen de la música al máximo. Un largo camino nos esperaba

*****

Catorce horas en un avión no eran nada agradables, ni siquiera en uno privado.

Mi reflejo era un asco, no apto para dar una primera impresión al señor Tomas Galger. Cepillé mi cabello y reacomodé mi coleta, treinta segundo me tomó decidir no querer retocar el maquillaje e hice lo contrario, lo retiré por completo.  

—Verona, no podemos hacer esperar a Galger.

Acomodé mi vestido alisando las arrugas.

—Ya salgo —avisé colocándome los lentes de sol para salir del baño.

—Quítate eso —riñó mi hermano—, es de mala educación saludar a alguien así y ya son como las nueve de la noche.

De noche, de día, eso no importaba, las cámaras de los reporteros tenían flash.

—No me los quitaré hasta estar segura de que no hay ningún paparazzi.

Tomé mi bolso de mano caminando hacia la puerta ya abierta del avión, di un paso afuera y el aire que me tocó me hizo respirar profundamente, hacía frío, mucho frío.

—Señorita.

Jesús —mi guardaespaldas— me hizo a un lado delicadamente para salir él primero, extendió su mano y me ayudó a bajar por las escaleras inestables. Mis piernas temblaban como gelatina, me sentía en otro mundo y no podía decir eso de muchos lugares. Desvié la vista de las impresionantes montañas arropadas por la oscuridad y miré la pista de aterrizaje. Estaba vacía. Ni una cámara en mi dirección.

Solo un par de hombres vestidos con trajes negros.

Al pisar tierra firme Jesús me soltó y se posicionó a mi lado, escuché los pasos de mi hermano bajando por donde lo había hecho yo anteriormente, me sentía algo insegura, pero aun así retiré mis lentes oscuros para mirar los rostros de los hombres frente a mí, eran guapos y altos, uno de ellos dio un paso vacilante al frente, tenía ojos oscuros  y me ofrecía una sonrisa genuina.

Le correspondí algo abrumada por su altura.

—Bienvenidos —saludó amablemente con un acento exótico.

Di un par de pasos para acercarme a él y le extendí mi mano

—Hola, soy Verona Robinson.

El apretón que me dio resultó ser firme y agradable.

—Un gusto poder conocerla finalmente,  señorita Verona. Yo soy Tomas Galger —sus ojos marrones miraron en dirección a donde estaba mi hermano—. Marco, un gusto verte de nuevo.

El señor Galger le extendió su mano y le dio un amistoso apretón a Marco.

—Igualmente, Tomas.

El hombre volvió a mirarme por solo un segundo antes de mirar hacia el gran avión.

—Deben estar cansados —adivinó.

—Sí —afirmé, mi voz salió extraña—. Fue un largo viaje hasta aquí.

Marco me codeó con disimulo y me vio con severidad, no entendía que había hecho mal, solo había sido sincera.

Tomas Galger rió con suavidad.

—Hay un auto esperándonos para llevarnos a mi casa, al llegar podrán ponerse cómodos.

El señor Galger lideró nuestra caminata por el aeropuerto, muchas personas giraron sus rostros en su dirección y a pesar de estar rodeada de guardaespaldas seguí sintiéndome insegura, bajé mis lentes oscuros y me sujeté del brazo de Marco.  Afuera el aire volvió a sorprenderme, rebusqué en mi bolso mi chaqueta.

—Jesús, pásame mi celular, por favor —pedí, Jesús sostenía mi bolso mientras acomodaba la cálida chaqueta en mi cuerpo. El hombre no tardó en extendérmelo.

Marqué el número de papá, pero el wifi del aeropuerto estaba pésimo.

—Lo mejor es que espere a llegar a la casa, señorita —aconsejó Tomas viendo a sus hombres subir nuestras maletas a la camioneta.

—Claro —suspiré.

Tomas abrió la puerta de la camioneta para que yo subiera, me sonreía con cortesía.

—Gracias —respondí sonriendo.

Sin duda era un caballero en todos los aspectos.

Me agradaba.

Jesús se subió al igual que Marco y su guardaespaldas, para mi sorpresa el señor Galger fue al asiento del copiloto. El viaje inició y con cada kilómetro que recorríamos me sentía extasiada por la belleza de las tierras, era de noche, pero la buena iluminación de la carretera hacia que no me perdiera de nada. Todo era muy verde, vivo, no podía esperar verlo a la luz del sol.

Quise sacar mi celular y grabar los preciosos sembradíos, pero me sentía cohibida.

El celular del señor Tomas sonó rompiendo el silencio que se había instalado dentro del vehículo.

Señor Robinson —fruncí mi ceño intercambiando una mirada con Marco—. Así es, están conmigo en este momento —mis mejillas comenzaron a calentarse, sabía lo que sucedía—. No los culpe, la señal es muy mala por aquí. Por supuesto —Tomas se giró en mi dirección, levanté mis lentes viéndolo apenada—. Tu padre desea hablarte.

Estaba segura de que Marco moría de vergüenza al igual que yo.

Tomé el celular intentando calmarme.

—¿Hola? —contesté disgustada.

Me preocupé al no recibir sus llamadas, ¿va todo bien?

Sí, así era papá, no podía culparlo del todo por ser tan atrevido.

No debes preocuparte, todo va bien, te llamaré más tarde, ¿de acuerdo? —mordí mi labio evitando a toda costa la mirada de Tomas.

Me parece bien, discúlpame con el señor Galger —dijo—. Cuídate, mi niña.

Sonreí sin poder evitarlo.

Hasta pronto, papá.

Colgué y le devolví el celular al señor Galger. Mis orejas se habían calentado al igual que mis mejillas.

—Lamento eso, señor Galger.

Me disculpé ante la incapacidad de hablar de mi hermano.

Tomas movió su mano quitándole importancia, sonreía con suavidad.

—Nunca me interpondría entre un padre y su hija.

El viaje continuó con normalidad, mi hermano y el señor Galger iniciaron una conversación bastante aburrida por lo que mi atención se desvió hacia la ventana. Benditas montañas tan bellas.

Varios minutos después, los terrenos y sembradíos se aplanaban dejando ver a caballos correteando y siendo dirigidos por hombres. Mi corazón latió fuerte, como si les perteneciera y no lo dudaba.

Jadeé ruidosamente.

—Marco, mira —llamé a mi hermano señalando a los caballos majestuosos.

—Mi hermana ama los caballos —me excusó con los presentes.

Parpadeé ubicándome y recordándome quienes me rodeaban, mis mejillas se calentaron nuevamente, no me gustaba tener esa sensación. Me acomodé en mi puesto.

—Que gusto saber que le gustan mis terrenos, señorita —enderecé mi postura—. Estoy seguro de que en algún momento podrá salir a montar.

Mi boca se abrió con emoción.

—Eso sería excelente, gracias.

Controlé mi alocado corazón, se volvía loco cuando llegábamos a lugares nuevos y salvajes, sobre todo con caballos, me gustaban. Mi padre desde muy pequeña me había enseñado a montarlos y a quererlos, me regaló algunos en un par de ocasiones, los tenía a todos en la hacienda familiar. Siempre intentaba abrirme un espacio en mi horario para poder ir a verlos. Eran mis regalos más preciados, además de mi auto y de las joyas.

El auto se detuvo frente a una casa impresionante, Jesús me ayudó a bajar del auto, en el porche de la hermosa mansión se encontraba una mujer que lucía solo un poco mayor que yo. Su rostro era serio cuando nos miró, iba vestida muy elegante —demasiado diría yo— y tenía un collar con un precioso diamante negro colgando de su cuello.

Debía ser la esposa de Tomas, era obvio que quería marcar su territorio. Asentí un poco dándole crédito por su tan evidente ataque hacia mí, de inmediato podía reconocerla como una mujer que no se andaba con rodeos.  

La castaña se acercó a nosotros, junto a Tomas y esperó en silencio.

—Ella es mi hermana Beatriz Galger —la mujer levantó sus comisuras levemente, como si le costara sonreír—. Beatriz, ellos son Verona y Marco Robinson.

Bueno, bueno, era su hermana.

—Pensé que solo recibiríamos al señor Robinson —su voz tenía el mismo acento que su hermano, pero en ella no sonaba bello. Tomas murmuró algo en un idioma que no conocía y eso me pareció grosero.

—Cambio de planes —aclaré sonriendo dulcemente. La clase de sonrisa que sabía podía derretir a cualquiera.  

Los ojos castaños de Beatriz Galger me escudriñaron con seriedad.

—He escuchado mucho de ti, Verona Robinson.

Ignoré la insinuación.

—Todo el mundo me lo dice —dije como si lo considerara un cumplido.

Fue el turno de hablar de mi hermano, yo ya no diría nada más a esa mujer, había sido despectiva y eso no me gustaba. No me gustaba como me miraba, como me hablaba, ni como estaba parada frente a mí.

—Que placer conocerla, señorita Beatriz.

La mujer asintió sin mucho interés, era definitivo, no la quería cerca de mí o de mi hermano.

Mi rostro se mantuvo tan serio que el señor Galger se percató.

—Entremos, Sanya los espera para mostrarles sus habitaciones —invitó Tomas comenzando a guiarnos nuevamente.

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