vii

     Un día sin una mínima señal, solo sucede, de la nada tomamos el primer arbitraje moral, y sentenciamos, así empezamos el camino por el maltrecho sendero de la vida; ahí en el umbral donde es el arranque, sin otra experiencia que haber elegido el sabor del cono para el helado, tomaremos las decisiones que a nuestra vida convenga desde el inicio cada una de las decisiones será una bifurcación, en la primera, por un lado, con evidentes escollos, afiladas piedras, más largo y siempre de subida, pero sabemos por memoria genética que ése es el camino, lleva por descontado al destino, y por la otra con adoquinadas calzadas, donde el tránsito es fácil, sin laceraciones, ni miedos, pero esa, nunca llega al destino, termina en una vacua y perenne soledad. en los caminos, en ambos, sin aviso, la vida nos devela vertientes, ligeros desvíos, son decisiones, que tomamos sin pensar, tan insignificantes que se difuminan en la memoria, y olvidamos, para aquellos que tomaron la ruta fácil, a veces, muy pocas veces, es la redención, mientras que para aquellos que llevan el camino de la virtud, muchas, muchas veces, pierden el camino, estas pequeñas decisiones, son de vida, de nuestra vida, dar al mendigo una moneda sin valor para ti, ignorar el pequeño que en bulín se burló de su compañero, ayudar al ladrón que desesperado está en huida e incluso escoger vainilla sobre chocolate, sonreír a un desconocido, tomar izquierda y no derecha, decir si, o no, no existe forma alguna de saber cuántas y cuales son correctas, o incorrectas, caminamos a tientas, y seleccionamos, las más de las veces, sin pensar para luego, ya tomando el rumbo, podemos seguir o regresar, y en ése último chance se define para nosotros el sendero que seguiremos.

     Así paso por paso, Candy oscila entre uno y otro, balanceándose en el filo de la navaja, soportando el pesado fardo en cada decisión, para bien o para mal, en este hoy. Después de pasar por una severa depresión, acorazada en el silencio, no ha querido hablar ni con Perla sobre su pena; sin saber qué hacer, se alejó de Alejandro, ya han pasado prácticamente dos semanas que poniendo su alarma minutos antes sale corriendo para ser la primera en llegar a la biblioteca, seleccionar libros para ella y su amiga, refrendar y entregar los que se debían. Así lograba escurrirse de Alejandro que, por minutos, a veces incluso por segundo se le escapaba, y regresaba a su departamento a estudiar sola.

     Para eso con tiempo y paciencia, consiguió una tabla que otrora fuera una repisa de Adrián, le atornilló un par de maderos y los sujetó a la mesilla de la estufa, con eso además de poder desayunar sentada en el filo de la cama, podía usarlo de escritorio, pese a lo incómodo se apañó, la paradójica situación donde ella no podía decidir qué hacer con Alejandro, junto con la terrible depresión la hundían, y sin otra cosa que la encarnizada; con furiosa tenacidad que no le permitía caer, la mantuvo a flote, y en contra de toda la perspectiva lograba una concentración absoluta, donde apaciguaba a sus demonios, hundiéndose en un frenesí de aprendizaje y libros.

     Hoy para ella sería así, como todas las mañanas al desayunar y antes de vestirse y salir, mientras taciturna revisaba los pendientes, se dio cuenta mientras ojeaba la bitácora, que había una tarea, y que no podía seguir postergando, si o si, tenía que ir a laboratorio de cómputo; lo dudó y regresó su pena, la posibilidad de encontrar a Alejandro era extremadamente alta, temía que eso sucediera, tendría por fuerza que confrontarlo e implícitamente confrontarse.

    Su corazón no estaba listo, asustada y sintiéndose atrapada, buscó alguna alternativa viable, lo primero que pensó fue en ir a un internet público para rentar un computador, se levantó y corrió a su mal llamado closet, jalando con ira la estridente cortinilla, y con desesperada fe, buscó su cajilla de dinero, con parsimonia meticulosamente lo contó, divagando entre posibilidades, especulando ganancias, proyectando la disminución en gastos, concluyó sin lugar a duda, aun cuando ese día podría sustentar ese gasto, no lo podría mantener, necesitaba a su disposición, un computador, con internet, muy barato o gratis, y comprendió que estaba en una encrucijada, buscó una salida cualquiera, y escarbó en su memoria, si, finalmente recordó.

     Había dos posibilidades, una era el laboratorio del centro educativo, donde había una maquina extremadamente lenta, vieja y le fallaban algunas teclas, nadie la usaba, nadie la quería, arrinconada al fondo del aula, permitía al usuario una visión panorámica del laboratorio, al mismo tiempo ocultarse detrás del obsoleto monitor, aun así el arcaico vejestorio no garantizaba con seguridad eludir a Alejandro, así que tomaría la segunda opción, y con determinación después de tomar un billete suficiente para los pasajes del transporte, guardo la cajilla con dinero y escombró la mesa, limpiando con cuidado, guardando con hermética mesura los alimentos y lavando los trastos, hecho y bien segura que no dejara ni una migaja sobre el suelo o la cama.

     De nuevo recorrió la cortina de flores viendo el interior, pensando si debía vestirse para no regresar, o regresar a comer, sin mucho divagar y con premura tomó la ropa de trabajo designada para ese día, se vistió y por último con serena precisión revisó el departamento, enlistó lo importante, los libros, arreglado la cama tendida, mesa y trastos limpios. El anticonceptivo lo había tomado, se puso el enorme suéter, se montó la mochila y salió con inusitada calma, caminó lenta en la penumbra del pasillo, escuchando nerviosa a través de las puertas cerradas los sonidos apagados de la intimidad, que iban desde una súplica de amor a una escandalosa trifulca marital, que al paso disminuían convirtiendo el fantasmal susurro en apabullante silencio.

     A medida que descendía los tres pisos hasta llegar a la puerta de salida que daba a la calle, ahí en el umbral se detuvo, fue el único millonésimo de segundo que lo dudó, y en un casi miró con desconsuelo en dirección al centro educativo e imaginó segregado en la esquina, el vejestorio electrónico que en realidad era la única legitima opción, y tomó sentido contrario, caminaría, pero ya sin duda, con su cuidador, mecenas y protector, su amigo Adrián; con esa certeza se metió al interior del edificio donde vivía él, con vergüenza pero ya sin vacilación, subió directo a su departamento, y así con la decisión ya tomada tocó a la puerta, por un instante pareció que no abriría, pues no se oía ningún sonido al interior, y fue que al fondo, el rasposo aullido de una silla arrastrándose le indicó con seguridad que ahí estaba. Bien sabía que lo primero que el haría, seria asomarse por la mirilla para cerciorarse que no fuera un perpetrador, así que levantó la mano y saludo sin saber con seguridad si en verdad la veía.

— ¡Soy Candy!

     Alzó la voz al tiempo que sacudía la mano a la mirilla, de inmediato se oyeron los pasadores de las tres cerraduras que una a una se liberaban, ahí apareció la mirada de Adrián y después su sonrisa pasiva pero expresiva.

—Hou —dijo apenas terminó de abrir la puerta — ¿Candy?, ¿por qué estás aquí?

    Ella sonrió con malicia al tiempo que lo miraba con ternura, y sin pedir más permiso que un ligero empujón entro parándose junto a la puerta para que él pudiera cerrar.

—Tú si haces sentir bien a las visitas.

    Adrián desconcertado la miró por un instante y después reaccionó, supuso con justicia que ella no saldría rápido y sería necesario cerrar la puerta, así que eso hizo, mientras aseguraba cada pasador, distraído buscó asimilar la situación, por un lado, no contestó la primera pregunta y por otro comprendió que su aseveración era un sarcasmo, que no entendía.

— ¿Estás de visita?

    Ella alegre se adaptó, percibió que la situación se le escapaba a Adrián, así reculó y trató de ponerse a la altura.

—Bien —dijo con calma —no exactamente, hem, son reglas de cortesía, ¿sí recuerdas que hablamos de eso?

—Hou, si, no hacer sentir a las personas que son indeseables —respondió con alegría Adrian, al tiempo que haciéndose a un lado cerraba el último pasador —¿qué sigue?, tengo que invitarte un café y galletas? —agregó descuidado moviéndose rápidamente a la cocineta —pero creo que no tengo galletas.

    Candy parada junto a la puerta lo miró con piedad negando un poco con la cabeza.

—Conserje, ya desayuné —replicó con calma acercándose a él y poniéndose al frente para detenerlo —en realidad no estoy solo de visita, tengo que pedirte un favor.

—Hou, si —respondió Adrián alzando la cabeza hacia atrás —bien —agregó pensativo —ya no tengo otro suéter.

    Candy divertida lo miró con ternura y sacudiendo las manos extendidas frente a él negó con la cabeza.

—No —replicó en medio de una risilla insolente —solo necesito que me prestes tu computador y el internet.

    Extrañado volteo donde su computador en ese momento apagado, y regresó la vista a Candy intrigado.

— ¿El computador? —repuso al tiempo que parecía reflexionar tratando de descifrar un puzle —pues en realidad lo uso poco, ¿cuánto tiempo te lo llevarás?

    Solo oír la respuesta abrió los ojos y dio un paso atrás, y en risa abierta movía la cabeza asustada.

—No —dijo a media carcajada —no me lo voy a llevar —objetó feliz, pero tratando de dar un toque de seriedad se acomodaba el pelo nerviosa —también necesito el internet, lo voy a usar aquí —solo decirlo sintió vergüenza y ya no pudo seguir viéndole a los ojos —prometo no dañarlo, ni borrar nada, es para estudiar.

    Adrián la vio aún más intrigado, pero hecho a resolver, su cabeza jala esa hebra que era la punta de la madeja, y sin querer lo descifró de inmediato.

—Hou, pensé que en tu plantel…

—No preguntes —impugnó de inmediato Candy, apretando la mandíbula y respirando entre cortada, le miró suplicando —por favor, no preguntes.

   Adrián sorprendido notó por primera vez que algo extraordinario venía pasando con ella, entendía con solo verla y de súbito comprendió, que en realidad la pequeña estaba sufriendo, que de buena gana ella no estaría ahí;  no era una de esas situaciones donde a él se le escapaba por la natural falta de empatía, ella se guardaba el motivo con toda intención, y ni siquiera Perla podría resolverlo, así que usando el único código moral que él tenía, a ciegas, se dejaría a ella, permitiría que decidiera por los dos.

—Hou —dijo sonriendo al tiempo que alzaba los hombros —pues tómalo.

     Ella por un segundo vio el computador que con la pantalla abatida estaba dispuesta lista para encenderse, sin arrepentirse, pero con el remordimiento al pensar que tomaba sin poder de ninguna manera pagar, se sentó, poniendo la mochila en el suelo a un costado recargándola en la silla, levantó la pantalla y de inmediato la maquina por si sola se activó, encendiendo varias pequeñas luces y el teclado con luz retro alimentada matizaba las diferentes zonas en colores, la pantalla de inmediato desplegó la bienvenida del sistema, a los ojos de la adolescente que nunca había visto una maquina tan moderna y cara, le pareció que entraba en un carrusel, donde en un vaivén cromático destellaban los comandos con trepidante velocidad, toda esa actividad le pareció sofocante. Así y en un tris le pedía que se identificara, pidiendo la clave para dar acceso, atónita ella que nunca había visto eso no supo que hacer, y miró con desconsuelo a Adrián que sin otra emoción que lo cotidiano, miraba parado tras ella.

— ¿Clave?, ¿cuál clave?

—Hou —replicó de inmediato Adrián sonriendo —pues la clave de acceso: uno, dos, tres, cuatro.

    Ella volteó y lo miró un poco con desconfianza, incómoda se dio cuenta que él le confiaba a ella sin miramientos el acceso a información personal, y quién sabe hasta qué punto íntima, aun así, dudando y con suspicacia digitó la secuencia. De inmediato la maquina retomó la frenética actividad, desplegando por primera vez algo conocido para ella, habría llegado al panel donde tenía acceso a los programas y aplicaciones, sintió una especie de felicidad triunfante, al fin tenía lo que necesitaba, podría trabajar, en su primer instinto buscó el mouse, que no encontró, pero ya conocía aquel insufrible dispositivo, que lejos de ayudar era incómodo y difícil de usar, el puntero táctil, solo para no darse por vencida, rápidamente y por instinto se hizo del dominio; empezó a manipular con torpeza, indecisa pero resuelta a no perder, comenzó a reconocer, que aunque ligeramente diferente, eran los programas que ella utilizaba, básicamente eran lo mismo.

     Y con centinela paciencia Adrián, parado tras ella la contempló sin intervenir, lentamente ella localizó con tozuda perseverancia los elementos que en cotidiana familiaridad usaba, de repente y sin más aviso, saltó de la nada un mensaje, que en insidiosa discreción le requería atención, que inteligible remarcaba una serie de datos, que a sus ojos rayaban en lo absurdo, sin realmente comprender que sería dio un pequeño brinco sobre la silla, y volteo de inmediato buscando en su espalda a Adrián, pero él hacía rato que se había retirado y estaba en la cocineta limpiando los trastos.

—Oye —llamó con timidez señalando con poquedad la pantalla —un tal Alvin97 me dice que si el SSD entrará en una DV5.

     Adrián lejano sin prestar real atención continúo lavando trastos, entre dientes y como hablando para si se detuvo por un instante.

—Hou —respondió con desidia —pues no sé, creo que esa máquina usaba IDE, dile que tendría que abrir la bahía del disco y verificar.

     Ella navegó un poco, buscando el formato para respuesta, a traspiés después de varios intentos logro acceso a la interfaz y responder, ahí notó que él tendría un gigantesco acervo de contactos, con una gigantesca y pintoresca cantidad de Nick, que iban de lo divertido a lo obsceno, encontró que intercalados había casi a partes iguales de hombres y mujeres.

— ¿Quiénes son estas personas?

    Preguntó Candy un tanto alarmada, pues al parecer Adrián podría ser algún tipo de pervertido, y ella se estaba poniendo a su merced.

—Pues en realidad no lo sé, de muchos solo conozco su Nick, algunos solo me han consultado un par de veces.

— ¿Consultado?

    Adrián que finalmente habría terminado de limpiar los trastos, los ordenaba en anaqueles, tomando uno a uno.

—Si ellos me consultan sobre fallos en los computadores, yo hago lo posible por ayudarles, algunas veces son búsquedas, otras les mando los documentos traducidos, y así, siempre que es posible les doy una mano.

    Candy estupefacta encontró eso fascinante, atónita no podía imaginar como aquel sórdido personaje fuera capaz de lograr tanta empatía sin proponérselo, con solo el puro deseo de ayudar.

—Pero entonces, ¿tú tienes todos estos amigos?

    Adrián reflexionó por un momento mientras guardaba un trasto sobre la repisa, pareció analizar con detenimiento la pregunta, y retrocedió mentalmente un paso.

—Hou, bueno, no lo creo —respondió con calma —ellos me piden auxilio, y solo conozco de voz o en persona a unos pocos, mi psicólogo me ha hecho comprender, que para que una persona sea en verdad un amigo debe cumplir parámetros muy complejos —y de nuevo reculó, se detuvo mirando de fijo a Candy, que boquiabierta escucha en silencio cada palabra —bueno, mmm, pensándolo bien parece que bajo esos términos tu serias mi única amiga.

     Candy primero lo vio llegar y pensó que se seguiría de largo, pero no, la emoción acunó y creció, Adrián lo habría dicho sin reflexión, con estoica indiferencia, él de un plumazo sin preguntar se habría puesto a la altura de Perla, y lo impactante no era que él lo supusiera, lo extraordinario, es que era la simple verdad, y su pesar terminó, todo lo que le daba sin pensar, no era para todos, si, esos beneficios egoístamente solo eran para ella, su amiga, la única forma de retribución aceptable era lo que ella habría ya hecho, ser para él incondicional, extender la mano limpia para cuando él la necesitara, pero hoy, ahora era su turno, ella lo necesitaba, absorta en la vorágine de las divagaciones, viendo sin ver fijó la vista en Adrián, perdiendo toda atención al computador, al fin se libertó y por primera vez en su vida lo dijo.

—Ayúdame.

    Adrián anodino se giró y la vio intrigado mientras revisaba el contexto, y claro, no vio nada anormal.

— ¿El computador está mal?

    Protestó Adrián acercándose rápidamente a Candy, al verlo, sorprendida volteo a la pantalla regresando la vista rápidamente hacia él.

— ¡No! —respondió con alegría —todo bien, necesito ayuda con otro problema —al tiempo que con una mano lo hacía retroceder y con la otra abatía la pantalla —quiero platicarte algo.

     Él la vio consternado, pues supuso que habría cometido algún terrible error y estaba a punto de enfrentar un regaño, con pena él buscó a su alrededor una silla, mientras a su interior trataba de recordar, registrando qué había pasado, y si, en los eventos recientes había una palabra que le cambió el semblante, amiga, comprendió el error, y trato de enmendar antes de soportar una larga perorata sobre relaciones personales.

—Hou —replico aproximándose para sentarse frente a ella —disculpa no quise insultarte, solo que pienso que podríamos ser amigos ...

— ¡Que! —chilló Candy al tiempo que se acomodaba en su lugar para poder verlo de frente —no seas tonto —respondió en medio de una risilla divertida —tú y yo somos amigos, buenos amigos —de repente ella salto y con cariño se levantó para con ternura abrazarlo —y no se te ocurra pensar lo contrario.

     El efusivo pero cálido abrazo solo duro unos pocos segundos, que fueron suficientes para dejar en claro el punto, así ella satisfecha y mirando con ternura, regresó a su asiento sin perder la mirada fija a sus ojos, para así ratificar, y sin lugar a duda hacer tangible esa verdad.

—Hou —respondió en medio de esa ambigua sensación de felicidad y duda —pero entonces, ¿por qué estas molesta?

    Candy en un espasmo similar a una sonrisa negó con delicadeza, decidida a compartir y abrir a él su desconsuelo, bajó la cabeza buscando las palabras, se debatió por dónde empezar, sabía que él por su incapacidad tardaría en comprender, pero una vez que lograra asimilar tendría todas las respuestas, y mirando de fijo a los ojos empezó directa y sin rodeo.

—En la biblioteca donde estudio, normalmente estoy sola, no platico con nadie —ahí se interrumpió, y bajo la vista con vergüenza —pero hace poco un chico se empezó a sentar junto a mí, al principio pensé que era casualidad, pero un día, fui a sacar copias en la máquina de la biblioteca, al regresar a mi lugar encontré mi cuestionario casi resuelto —apenada se pausó, sonriendo con picardía —después al día siguiente al llegar a mi lugar encontré un pastelito, muy rico, así que decidí pagarle un poco el favor.

—No entiendo —interrumpió Adrián —¿el chico te dejaba cosas en tu lugar? —dijo entre dientes — ¿y qué favor le tienes que pagar?

    Candy lo miró con calma y trato de no desesperar, por lo que decidió retomar adecuando las palabras para él, suspiró con resignación y buscó con tiente a cada letra.

—Bien, recuerdas, ¿cuándo quisiste ayudar a la chica en el cine sin que ella te lo pidiera? —preguntó Candy con seriedad, al instante con felicidad Adrián asintió con la cabeza y quiso responder, pero ella ganó la palabra —bien el chico buscaba agradarme, porque yo le gusto, y … —ella lo supo, lo tendría que reconocer en voz alta, decirlo sin rodeos para que Adrián lo entendiera, así que lo hizo —el me gusta a mí.

—Hou

—Y como yo quería agradarle también a él, le empecé a regalar cosas, le ayudaba es sus deberes, le regalaba dulces, incluso un día le dejé una flor, se la dejé en su libro —dijo con inusitada alegría, que inmediatamente se apagó, regresando a una tétrica seriedad —pero, hace algunas semanas el me habló directo, me regaló unos pegotes muy bonitos, me llevó café y un pastelito, fue muy agradable, platicamos, trabajamos, por poco no llego con Perla por quedarme con él, fue increíble, estaba muy feliz…

    En silencio ella mantuvo con tristeza la vista baja, hundida en una turbulenta masa de recuerdos pareció perdida al punto que no regresaría.

— ¿Y por qué estás triste?

    Ella de súbito regresó a la vida y lo miró, pero taciturna retomó con calma.

—Al salir del centro de estudios, comprendí que él se encariñaría, y querría estar conmigo, entonces, tendría que decirle la verdad, en donde vivo, en que trabajo, eso lo lastimaría, y se alejaría muy triste, y yo también.

—Hou, ¿estar contigo?, pero está contigo en el centro de estudios.

    Agregó el con descuido infantil, en medio de una expresión de intriga.

—Sí, bien, quiero decir tú sabes, el sexo, ser pareja.

    Adrián examinó un poco el problema, recapituló mentalmente, y en un destello llegó exacto a la misma conclusión que ella.

—Y si le dices antes de que se encariñe, el no estará triste, pero te dejaría y tu estarías triste… —pero es Adrián, en su lejanía a la psique normal, vio una pequeña fisura, que para Candy ni siquiera era opción —¿y si no te deja?, ¿sí le dices y el decide quedarse?

    Candy miró hacia Adrián extrañada, ladeo la cabeza y sin percatarse su inocencia encontró el camino lateral que nadie más podía ver.

—No en cuanto sepa que soy…

—No entiendo —agregó interrumpiendo a Candy — ¿por qué tendría que dejarte?

—Pues porque yo no podría ser su pareja —respondió ella con desprecio —que pregunta tan tonta.

—No entiendo.

—Pues sí, tu pareja es solo para ti, y yo cada noche salgo con al menos dos, ¿cómo crees que él va a estar a gusto con eso?

    Adrián abrió los ojos sintiendo que habría entendido.

—Hou, entonces tener sexo y amor es la misma cosa...si él se entera que tú tienes sexo con muchos te va a dejar, y como sabes que se va ir, tú decides que lo mejor es que no sepa.

— ¡No!, no, no, no —negó Candy con fuerza mientras sacudía las manos frente a él —el sexo y el amor no son…

     Si, ella ahora era consiente, de frente se abrieron los caminos, y vio las posibles vertientes, advirtió que por descontado caminaba por el peor, dudó, analizando si habría forma de cejar, sí ella de hecho habría sentenciado, marcando una línea para sus clientes, apenas comprendía que aquellos pedían algo más allá, los alejaba y no volvían a tener servicio de ella; se repetía para sí que ellos solo eran clientes, no amigos, mucho menos pareja, si Alejandro sabría comprender la diferencia, no era su decisión, era únicamente de él, ella solo podía darle a él la verdad y luego esperar.

— ¿Lo mismo?

    Y despertó, su mente en fuga regresó, lo primero que vio fue a su amigo en suspenso, viéndola en una inquieta sobriedad, tal cual lo hizo el día que la conoció, sonrió para él.

—Sí, correcto, no es lo mismo

    Él pensativo dirigió la mirada hacia arriba, luego frunció el ceño.

—Hou, no entiendo.

    Candy empática río, y con picardía lo miró compasiva.

—No, claro que entiendes, eres el único que entiende… —sorprendido ante la extraña reacción, la miró con desenfado, se dispuso a la salida evasiva para él tradicional y alzó los hombros —me hiciste comprender mi trabajo es el sexo, pero eso no es amor, él tiene que decidir sí importa, aunque yo no me puedo compartir, para mí no es tan fácil, yo solo quiero ser solo para uno y falta tan poco, él tendría que esperarme a que me titulara, y entonces si podríamos estar juntos, uno solo para el otro.

    Adrián muy apenas y dejando más preguntas que respuestas, comprendió, ahí, justo ahí, sucedió, él había ascendido a un nivel que nunca en su vida había logrado, encontró empatía, una conexión humana, esta niña abría de vencer aquel inmenso muro, y al fin pudo experimentar el sentir de otro ser.

—Hou, quizá él tampoco pueda compartirte, y por eso dudas, pero, ¿cómo vas a saber si no se lo dices?

     Ella satisfecha vio que el tiempo se le escapaba y tenía que seguir, tenía que confrontar a Alejandro, pero sería otro día, tenía un examen en puerta, cuando eso pasara ella estaría ya libre para enfrentar cualquier decisión.

—Si se lo diré, el próximo domingo tengo examen, al salir será lo primero que haré.

     Él no encontró que tenía que ver el examen con hablar con Alejandro, pero lo asimiló, y resolvió que ella debía ser la única que podría tomar esa decisión, se levantó, con una fría indiferencia para continuar con su quehacer. Candy sorprendida se sintió por un lado abandonada y por otro libre, el simplemente no preguntó más, y eso la inquietó, quizá lo haya ofendido sin querer, él de repente cesó, levantó la vista como recordando, se detuvo, giró a verla y luego sonrió.

—Hou —dijo exaltado —el DV5 utiliza SATA, no tendrá problema en ponerle uno.

     Así ella entendió, el problema había sido zanjado, no era necesario decir otra cosa y por eso se alejó, aunque de momento el problema persistía, ya tenía respuestas para aplicar, esto la liberaba, ya podía concentrarse en sus deberes sin pesar; de hecho, eso hizo, para su bien, tanto el computador exageradamente rápido como el internet estaban enteramente a su servicio y lo que de otra forma le hubiera tomado muchas horas en ese lugar fue sencillo, por lo que en tan sólo unas pocas lo hizo. Si no fuera porque no llevó más libros, hubiera podido adelantar más deberes, pues podría hacer investigación ahí con Adrián en su computador.

    En cambio, se entretuvo respondiendo las consultas imparables que recibía dirigidas a Adrián, así que con una intachable ortografía y mientras él respondía en forma técnica y desparpajada, ella interpretaba y adecuaba los conceptos en forma pueril y simple, sin alterar el significado. Lentamente mientras él no salía de la cocina ella continuó alegre aprendiendo de la experiencia de Adrián, así en medio de la verborrea interminable de él y con la fascinación se dejó llevar por el gusto de la mecánica electrónica, embriagada por aquella espiral sin percatarse, que sería en adelante ése su camino.

     Así en este hoy Adrián le dio el regalo más preciado para ella, la misión de ser secretaria terminó, en adelante sin importar el tiempo, el cansancio, ni dificultades, como su amigo, ella seria sin lugar a duda, ingeniero en informática, claro que aunque la decisión estaba ya tomada ella no lo sabía, se limitó a disfrutar de aquel momento, al punto de no darse cuenta, cuando él terminó de cocinar, y servir la mesa, en un emplatado sin coherencia sirvió dos porciones, con la misma medida para cada uno, porque si, la había convidado a departir con él, arrinconada y sin escapatoria, se sentó a comer, la comida simple con el único condimento de un poco de sal, los insípidos alimentos fueron el medio de una conversación, que como era entre ellos, sin ambages, mentiras o dolo, descubriendo a pedacitos la intimidad del otro.

La sobre mesa se extendió, en la manía de Candy sobre los desperdicios y limpieza, recogió la mesa, recogió la b****a y escombró del cuarto, y sin saber cómo, solo así, sin pensar, Candy se hizo del control, se apropió de la estancia, mientras Adrián se hizo de la logística y en coordinación milimétrica, ambos salieron del apartamento, ella rumbo al bar y él a la tienda; bien ella llego temprano, para Adrián era su horario habitual. Al simple arribo se dividieron, ambos retomarían la habitual ruta de sus vidas, él se fue directo al almacén, para acomodar la mercancía que recién llegaba, mientras que ella fue a dejar sus cosas, luego llamó a Perla para informar que ya había llegado al bar, sin ser el propósito.

     Candy envuelta en una burbuja de felicidad, por fin pasó horas sin la pesada sombra del recuerdo de Alejandro, así llegó a la noche y final de la jornada, en una perenne sonrisa, donde tal cual se había hecho costumbre Adrián esperaba a Candy y Perla, las acompañaba, caminando con descuido y entre bromas; las pequeñas abusaban de la paciencia, él las toleraba con imperturbable indiferencia, hasta llegar al cruce, donde por fuerza ellas tomaban sentido contrario a su camino, ahí Perla se dio cuenta que a lo lejos las parpadeantes luces de la torreta en una patrulla hacían evidente que algo pasaba, en la zona era, para decir lo menos, una cotidiana realidad, por eso simplemente ella lo filtró e inconsciente lo omitió, pero Candy, no, para ella era perturbador, solo su emblemática significancia, la sobrepasaban, y aunque nerviosa trataba de guardar compostura, se despidió de Adrián primero para después despedirse de Perla, que tan solo una calle más adelante la dejó so pretexto que tendría que pasar a la recaudería.

    Y así ella se quedó sola caminando cada vez más cerca de la torreta que cintilaba silenciosa, no fue hasta tarde, que notó con tristeza que era inevitable cruzarse con la patrulla, pues estaba literalmente frente a la entrada a su edificio, por un décimo de segundo lo dudó y pensó en alcanzar a Perla, para dar tiempo a que se fuera, pero a base de coraje levantó la vista y erguida paso primero junto a ella y su fastidiosa torreta, después, rebasó a los oficiales que interrogaban a un par de vecinos, que al parecer daban testimonio, despacio caminó sin voltear ni escuchar, tres metros más adelante lograba la meta, estaba la escalera, ahí su pie al solo roce con el primer escalón, en un susurro al oído, la vida se lo dijo, con infame crueldad, le daría en proporción el más hermoso de todos sus regalos, sin prisa, con calma lentamente subió peldaño a peldaño, cada descanso, cada piso, se convirtieron en un eterno pasillo, que a cada zancada alimentaba una rasante penumbra de dolor; llegó a su piso, con calma incluso con tedio, caminó a su pequeñísimo cuarto, pero hoy sin buscar las llaves, flotando en la desesperanza dejó de sentir, su cuerpo ingrávido avanzó al umbral de su apartamento, ahí, parada de frente, sin saber vio la gran avenida que ahora sería su nuevo camino, la puerta compelida, entre abierta y cerrada había sido forzada, derrotadas la aldaba y picaporte, retorcidos apenas se sostenían ya no la cerraban y sus contras montadas sobre el marco estaban hechas astillas.

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