vi

    ¿Quiénes somos?, ¿somos lo que hicimos?, ¿lo que haremos?, ¿lo que hacemos?, en un reclamo de la vida estamos en perenne incordia con el deber y el hacer; sin importar estatus, condición, sexo, edad, en una bizarra combinación de ética y moral, siempre en la orilla, balanceándonos entre el deber y el ser, en una eterna lucha entre lo que debemos y hacemos, con el resultado del soy, con el pesado fardo de fui, y la arrogante esperanza de seré.

     En esta sutil línea en un precario equilibrio, Candy vive cada día sintiendo su soy. Buscando no ser el odioso monstro que en incómodas miradas le reprochan o que en lastimera compasión la ignoran, por eso en escapada, prefiere con énfasis trabajar en la biblioteca, donde en el peor de los casos perdida en el contexto, simplemente la desconocen; bien cierto que la indiferencia apática era refrescante, prefería sobre ella la mirada de aquel joven, que desde que la dejó con la palabra en la boca se desapareció y ya va para dos semanas que no se presenta.

     Un sentimiento ambiguo la invade, al mismo tiempo se pregunta si él regresará, y con nostalgia extraña el sutil acoso, donde ella de la nada encuentra las respuestas a los deberes ya respondidas en su mesa banco o el libro que desesperadamente necesitaba; extraña la mirada limpia, sin la promiscua obscenidad del deseo, pero por otro lado, siente ira, donde ofendida ella no tolera que la dejara, sin excusa ni miramientos, la relación oblicua pero entrañable la llenaba, y le daba un tantito de belleza a la inmundicia de su vida, si bien sentía que en paliativo alivio tenía la dadiva de la amistad con Adrián, su cuidador, no era suficiente, así con todo y el coraje volteaba con centinela anhelo cada que alguien cruzaba el umbral de la puerta en la biblioteca, donde con tristeza en el mejor de los casos encontrar el difuso contorno de otra persona.

     Con tenacidad propia a su yo, baja la cabeza y continúa, se concentra al punto de silenciar el más estridente alarido, solo la necesidad de información la mueve y se levanta en busca de libros. Hoy por primera vez, sin darse cuenta, no volteó, solo se levantó, sin mirar el umbral de la entrada, ella empezó olvidar, tomó sin pensar los objetos valiosos, como las plumas de gel en brillantes colores, que cada una triplica el valor de una común, la pequeña calculadora que le costó semanas de ahorro, así, sin pensar, se dirigió taciturna a los estantes, meticulosa buscó entre los miles de títulos hasta encontrar alguno que refiriera su necesidad, abriendo uno a uno hasta encontrar candidatos que apilaba en su brazo, para finalmente regresar con ellos a su mesa, sin ver, ni saber, ahí lo sintió.

    Fue hasta después, cuando casi corrió a su lugar que pudo oler, ahí estaba un pequeño panecillo, junto a una tacita de papel con aromático café; él había regresado, no estaba a la vista, pero ella sabía de cierto que no estaba lejos, así que solo era esperar con calma, con aparente indiferencia, tomó asiento y sin girar la cabeza revisó con detenimiento su entorno. Por eso no prestó atención hasta que ya era tarde, no era una taza ni un panecillo, eran dos, su mochila, la de él, estaba en la silla contigua, él se sentaría junto a ella, solo entenderlo sintió miedo, ese por mucho era un cambio radical, en su mente cruzaron alternativas, dimensiones donde quizá el café y el panecillo no fueran para ella, tal vez no era él, ¿y si alguien más quisiera sentarse ahí? pero.

—Aquí estas —escuchó Candy a su espalda, y si, era él — por un momento pensé que sería otra persona —agregó indiferente a la asustada Candy que lo miraba con seriedad —esa libreta no te la había visto —agregó tomando asiento en la mesa —aunque bueno la verdad no esta tan mal, deberías adornarla un poco —decía el joven abriendo su mochila mientras ella lentamente se hacía de su silla para al igual tomar asiento —por eso te traje estas imágenes, estoy muy seguro que alguna te gustará, son auto adheribles, no tienes que ponerles nada solo escoger las que quieras —extrayendo de su mochila una pequeña bolsa, puso a su alcance en atractivos y brillantes colores, pequeñas postales en un sin número de imágenes que lo mismo eran paisajes, pinturas, dibujos a mano alzada con frases en cliché que la asombrada Candy boquiabierta contempló por un instante a detalle el fajo compacto de tarjetas sin saber que hacer — ¿no te gustan?

     La pequeña ya había tomado las imágenes, cohibida y con lentitud las puso sobre la mesa, regresando a su natural altivez, arremolinándose ligeramente en su silla.

—Sí, son muy hermosas,

    Esa fue su voz, que por primera vez regaló a él, mientras que seria, mantenía una distancia gélida; para él en cambio, fue una melodiosa sensación de felicidad, la distancia galáctica a la chiquilla había desaparecido, ella, ahora estaba a su alcance.

—Bien, ¿por qué no escoges algunas?

    Candy dudó, sin tomarlas de nuevo reviso las imágenes, sintió la extraña sensación de vergüenza, no sabía con certeza si debía aceptar las dadivas de aquel joven, pero sabía que rechazarlas seria mucho peor que una afrenta y buscando tiempo para decidir encontró un punto medio.

—cuando termine de trabajar.

    Él había pasado horas interminables, seleccionando entre mil opciones, pensando que regalarle para presentarse y que sin ser íntimo ni muy caro le permitiera acercarse. Satisfecho no sintió el rechazo, pero si entendió que su oferta no era del todo aceptada, así que prefirió no presionar.

—Me llamo Alejandro, estoy en educación abierta ya estoy en segundo.

     Arremetió con alevosía, levantando su mano y ofreciéndosela, la franca felicidad apañada de esa audaz intrepidez, la abrumaron, y fue peor cuando cayó en cuenta, ella tendría que decir su nombre, ¿o no? Hecha a soportar en silencio, se repuso de inmediato y al igual que él levanto su mano; decidió que no debía perder el piso, mantener la verdad de su soy, y así, cada que oyera su nombre lo sabría, le recordaría quién es.

—Candy, también estoy en educación abierta, casi termino, solo me faltan tres exámenes.

     El joven por un momento dudó, él estaba muy cierto de haber leído su nombre sobre alguno de sus papeles y no era ese, pero sin más pruebas que un recuerdo fugas tan solo sonrió con amabilidad y la saludó con empatía.

—Jem —dijo al tiempo que tomaba su mano —eres muy seria.

    Ella bajó la cabeza, tomó conciencia de sí misma, de alguna manera se sintió descubierta en fechoría, y reculó, ella en realidad no era así, pero en ese momento, a pesar de sentirse feliz, en su interior, había algo que le molestaba, y no estaba segura de saber qué, pero sabía dónde buscar.

— ¿Sí?, ¿y qué se supone que tenga que hacer?

     Él de inmediato, (y no por sus palabras) sintió su ira, aunque estaba seguro de no haber hecho nada malo, ese era el mejor momento para resarcir el daño antes de que se extendiera.

—No creo que no —respondió dudando alzando los hombros —pero parece que te hice enojar y no fue mi intención.

    Ahí ella encontró la punta de la madeja, solo era cuestión de jalar la hebra y desenmarañar su corazón.

—Es que —respondió tomando aire —me temo que si me volteo para trabajar te desaparezcas y me dejes hablando sola.

     Al principio incomprensible, él trató de razonar las palabras e hilar los eventos recientes, recordó que la última vez que la vio tenía prisa y se tuvo que salir muy rápido, eso al parecer la importunó, mucho.

—Sí, bien, ese día tuve que irme porque tenía examen, de hecho, así todo llegue tarde —la excusa que a su parecer era suficiente, pero a decir de su mirada, para ella no y esperaba una explicación completa —y, bien, yo no soy de aquí, al día siguiente me fui un tiempo al pueblo.

    Candy le miró por un segundo, entonces lo comprendió, ella en el fondo sentía que había otra mujer, una novia o peor una esposa, su corazón herido por el abandono no podía perdonar, hasta no saberlo con certeza no podría libertarse y entregar ni un poco de ese cariño que ya sentía por él; sin embargo y de momento la explicación era lo suficiente para darse la oportunidad de conocerlo, así que sin prisa ni meta, pensando que con él no solo sería el hoy, habría un mañana, sin soltarse en medio de una pedante altivez ella no replicó, empero amable y buscando pretextos consiguió una plática sesgada, donde a mitad entre trabajo escolar y breves chispazos de intimidad ella lo empezó a conocer.

    Con el inminente miedo de alejarlo al saber quién en verdad era, ella permitió que entrara un tantito en su yo, así en ese ligero remanso en la corriente de su caótica vida, ella disfrutó en plenitud la compañía de aquel chico, que con la simpleza de la vida pedía a ella, lo más valioso de su ser, de su yo, su corazón, que no su cuerpo, comprándolo con una insulsa plática y simples baratijas, como es, fue y será, ese es el único pago aceptable.

—Es que no entiendo, el número atómico es número de electrones, ¿no?

   Candy miró con indiferencia a Alejandro que preguntaba con ansiedad manoteando sobre los apuntes de la mesa.

—Si

     Respondió estirando el cuello hacia tras con paciencia, acomodándose en la silla, mientras Alejandro la veía con inquietud, pero feliz, disfrutando de ver la belleza de Candy que en ese momento egoístamente era solo para él.

—Entonces, ¿por qué dices que Silicio y Carbón tienen la misma cantidad de electrones?

     Candy que también disfrutaba de la compañía del chico, ese día había trabajado al doble y quizá más, pues habría tenido que ayudar a Alejandro, hacer sus deberes, además en el inter, flirtear, que aun con el cansancio prefería quedarse ahí y seguir.

—Si en la última capa, la capa de valencia… —ahí a reojo noto que el pequeño tragaluz al centro de la biblioteca estaba ya pardo y saltó de su asiento revisando el reloj en su teléfono —Ay, ya se me hizo tarde, tengo que irme.

     Y al tiempo que ella recogía sus accesorios de trabajo, se levantaba en un intempestivo impulso, Alejandro extrañado la vio intrigado, buscando entre dudas un pretexto que le obligara a quedarse, pero bien era cierto, Candy no había terminado el total de sus deberes para ese día, pero aún tenía un par de días, tiempo suficiente y de sobra.

—Te acompaño.

     Ella sorprendida por una fracción de segundo se detuvo, la oferta le pareció tentadora, al punto en que casi aceptó, pero en un destello vio la esquina del bar y Perla saludándole, la angustia de verse explicando su verdad, implorando a él para que entendiera, si, tendría que cruzar ese puente, ella ahora era muy consciente, pero ese día, no.

—No quédate y estudia la capa de valencia, yo me tengo que ir, nos vemos después, ¿sí?

     La petición a manera de orden lo contuvo, sin otro remedio, él se quedó sentado, aun así, buscando algún pretexto que por más infantil la obligara a quedarse.

—Bien, pero …

—Por favor.

     La mirada tierna en esos ojos ahora miel lo desarmó, por lo que no pudo por más que quiso desobedecer.

    Como antes Candy siguió acomodando con prisa, seguida por la tozuda y entristecida vista de Alejandro, pero haciendo acopio de valor ella simplemente se sobre puso sin miramientos, finalmente acomodándose el pelo puso algunos libros sobre su brazo y lo miró.

—Cuídate.

     Dijo para Alejandro sentado viéndola de frente, que aun con el pesar de su partida, estaba muy feliz.

—Cuídate.

    Como fue durante el día su mirada feliz que no coincidía con esa adusta seriedad, fue lo último en ver por Alejandro, que vio su brillante pelo columpiarse al darle la espalda e irse, que si no fuera por la tristeza que le obligó a bajar la cabeza la hubiera visto voltear hacia atrás, hacia él, ahí ella lo entendió, su vida, su ser, ella, no podía ser para él, quizá cuando al fin ella tuviera su sueño cumplido, podría pensar en formar el futuro con alguien, pero no en este ahora.

     Sin lamento, con la simple carga de hacer lo necesario, miró al pasillo que hoy le parecía eternamente largo y caminó con calma pero rápido, los anodinos fantasmas de lo cotidiano la envolvieron en su casual apatía, donde los rostros amorfos la ignoraron, paso por paso, mirada a mirada, lo sintió, su corazón se estaba desmoronando, conteniendo las lágrimas en acopio de fuerza respira en jadeos, pero con la rabiosa tenacidad el orgullo la mantenían erguida, así, entera, llegó a la salida, donde una bocanada de aire fresco fue el placebo, le trajeron sosiego; por un instante se quedó parada, ordenando sus ideas, buscando aliviar el inmenso dolor que ahora sentía, habló para si en voz alta, porque solo así dejaría de ser una pesadilla y lo haría real.

—No le voy a hacer daño, no puedo.

     Ese pensamiento, fue el último que realmente tuvo, en obsesión, pensando que debía o no hacer, la realidad, su realidad era simple, ella y su vida eran deleznables, estaba sucia, cada día se enlodaba, transitando de la simple y hermosa niña al légamo pútrido de su trabajo, apenas supiera quien era la decisión era obvia, la dejaría, y ella no podría soportarlo. La posibilidad de esa simpleza era la que a su corazón le causaba más dolor, y peor, con el tiempo infringiría ése mismo dolor a él, cosa que no podía hacer, este era el momento de parar y la solución tenía dos vertientes, ella trastabillaba entre las posibilidades, revelar su vida a él o simplemente alejarse.

   En una catatónica estabilidad ella robóticamente, simplemente, continúa su camino, sin conciencia de sí, adormilada divaga; sin pensar se deja llevar tomando la ruta que por tácita costumbre la lleva a su casa, luego de reflexionar, esa sería la decisión que hubiera tomado, pero con suficiente dinero y con la prisa que tenía quizá lo hubiera hecho en transporte público, en cambio lo hace caminando, entrampada en el limbo de la incertidumbre, omite sin pensar el estridente aullido de una patrulla que en carrera desenfrenada pasa junto a ella. No es hasta que es tarde que nota a los oficiales que corren dirigiéndose en su dirección, de nuevo la fantasmal sombra del pasado se apodera de ella, asustada se contrae y se hace a un lado buscando el camuflaje mimético en el entorno, pero el terror se apodera de ella, palidece, su estado evidente llama la atención de inmediato, un oficial se detiene con tranquila paciencia.

— ¿Estás bien?

     Ella cierra los ojos bajando la vista, la voz templada que en el fondo le recuerda a la de Adrián la tranquilizan y recupera el control, sin palabras lo mira con gratitud y asintiendo con la cabeza le hace saber que no hay de qué preocuparse.

—Sí, todo bien.

     El oficial   a verla poco mejor, sin conformarse del todo trata de poner una mano sobre su hombro, pero ella se hace a un lado repudiando con recelo el gesto de empatía, el oficial entiende que la pequeña temerosa no sabe qué y en quién confiar, erguido y con autoridad toma el dominio de la situación, ve que no puede hacer nada, así que simplemente observa que ella se encuentra bien.

—Bueno, asaltaron a una casa, están huyendo, corre a protegerte y no salgas.

     Ella asintió levemente con la cabeza, tratando de razonar la situación y encontró que justo el camino a su domicilio estaba en sentido contrario a los problemas; sin percatarse ni verificar el momento en que el oficial se había ido, libertándola para seguir, paradójico, el incidente la despierta y lo primero que hace es sacar su diminuto teléfono para ver la hora, si, ya es muy tarde, Perla esta por pasar por ella, de inmediato se ubica, ve que casi llega a su departamento, así  que literalmente corre en medio de jadeos busca la llave de la puerta.

     Tan rápido como entra, ve que no le da tiempo para comer, por fortuna guarda un par de frutos y los consume a grandes bocados, mientras recorre la florida cortina que oculta el travesaño que ella llama ropero, toma la cajilla de cartón oculta al fondo, ahí guarda su dinero, toma solo un billete, suficiente para comer algo ligero en la calle y con la misma prisa revuelve con ansiedad el armario, busca un poco de ropa, al tiempo que parcialmente se desnuda para ponérsela, mientras da otro bocado a las frutas.

     Se arregla el pelo frente al recuadro sin marco que hace las veces de espejo y se ve, ahí observa una joven de finas facciones que con delicadeza acomoda los delgados jirones de cabellos ligeramente ensortijados, que enmarcan sus pequeños ojos ahora café, que en melancólica mirada la contemplan y se confronta; advierte como en suaves líneas, se dibujan sus hombros, encuentra sus pechos sofocados por el entallado corsé, sujeto con fuerza por un pequeño brochecillo que al mínimo toque se libera, exponiendo y dejando su cuerpo desnudo a merced de cualquiera que lo pagara, si, ese día en especial sintió su soy y como nunca le dolió saberlo, era una prostituta, hasta que lograra su sueño no podría proyectar una vida compartida, tendría que olvidar y dejar en el pasado esa insinuación de pareja, que hoy era Alejandro.

El triste recogimiento se alarga por minutos, fue el chirriante silbido en su teléfono que la despierta haciéndola saltar, recuerda que ya se hizo tarde. Es Perla que le llama, en un escueto mensaje avisa que ella está retrasada, pero que no tarda en llegar, solo eso le da los minutos que necesita y rápidamente termina de arreglarse, consumiendo los frutos, envolviendo los sobrantes en una pequeña bolsa, dejándolos en el cesto de la b****a, una vez más se asoma a su closet para rebuscar uno de los suéteres, que a base de artimañas ha conseguido como dadivas de Adrián, se siente culpable, en verdad sin la malicia del hurto, cada que se pone uno se promete que encontrará la forma de pagarlos.

     Finalmente, esta lista, ya solo es recoger los apuntes y libros, ya que Perla también estudia, pero como tutora de Beto casi no tiene tiempo para ir a la biblioteca, así que lo hace en su casa con los libros y apuntes que Candy le lleva. Precario pero suficiente, se siente acicalada y sierra el zíper del pequeño morral, ahora esta lista, saca su teléfono apunto de llamar a su amiga, escucha en la puerta la distintiva señal, ella llegó, feliz de saber que terminó justo a tiempo, la recibe, antes de salir le entrega la mochila, ella contenta, pero con fastidio la saluda, le exige irse tan pronto como sea posible, así ambas salen en anodina charla sobre los libros que son pocos y que Perla supuso serian muchos más.

     El derrotero de la plática simple es suficiente para intuir, algo ocupa la mente en Candy, que sin distraerse parece algo lejana, pero sus contestaciones lucidas y centradas la engañan, así que atribuye la anomalía al golpe en la cabeza, que ciertamente por un tiempo fue un incómodo fardo, pues constantemente olvidaba los nombres de los objetos más comunes o perdía la secuencia en el razonamiento e incluso en un examen estuvo a solo dos décimas de perder el promedio y la beca, un pequeño desliz no era nada, por eso simplemente lo omitió.

    Caminando sin prisa, ambas lentamente se introducen y acoplan a lo cotidiano, arriban al bar, ahí las reciben la música átona, la pestilente combinación de cigarro, sudor y alcohol; ese olor que era para ellas habitual, le indicaban que ya era hora de trabajar y rápidamente dejaron sus cosas en custodia con Ceci. Para Candy como ritual ya se había hecho costumbre sacudir la mano en dirección a la tienda y saludar a Adrián, algunas veces, como hoy, si él estaba a la vista ella a lo lejos veía como le respondía al igual sacudiendo la mano, este pequeño instante la distrajo más de lo normal, por lo que perdió de vista a Perla y sucedió de nuevo, la vida abrió sus manos, con doloroso amor entrego para ella el regalo enlazado con moño negro, al buscar a su amiga se aproximó donde las demás en la esquina junto al bar, las mujeres que como ella se disponían para la espera de un cliente, provocativas y distraídas comentaban los cotilleos, ahí Candy como las demás se enteraba de los devenires y porvenir de la zona.

—Hey Susy —llamó Candy a una compañera de años conocida — ¿viste a Perla?

Susy volteo indiferente y miro a Candy, al tiempo que sin querer se apartaba del grupo, al reconocerla sonrió y contestó aburrida alzando los hombros.

—Pues creo que la esperaba un cliente, tal vez ya está con él.

    De la nada una mujer en realidad ya madura, que con malsana mansedumbre se acercó, la vio de lejos, y con malicia alzó las cejas.

—¿Qué? —dijo insidiosa dirigiéndose a Candy — ¿tu novia te dejó por otro?

    Algunas de las compañeras incluyendo a Susy sonrieron con malicia, lo cierto es que existía el rumor sin fundamento que Perla y ella eran lesbianas, pareja, la chanza poco o nada pareció divertir a Candy que simplemente sonrió con disgusto mientras bajaba la cabeza negando con suavidad.

— ¿Tú eres Candy?

    Se oyó una voz femenina a su espalda, que la hizo voltear dando un paso atrás, al hacerlo encontró una mujer madura ligeramente pasada de peso, bien vestida pero fuera de lugar, notablemente alterada entre el miedo y la desesperación, parecía indecisa.

—Si so…

     De la nada las imágenes se convirtieron en manchones multicolor que giraban en su entorno, el vértigo y miedo le obligaron a cerrar los ojos apretándolos con fuerza, para cuando reaccionó y retomó, un creciente escozor en la mejilla empezó a crecer, al abrir los ojos se encontró inclinada protegiéndose con una mano la cara. Quizá fue el ardor o la sensación de indefensión, pero ahí comprendió lo que pasaba y vislumbró lo que pasaría, la mujer la había abofeteado, la razón era simple, ella debía ser la conyugue de alguno de sus consumidores.

— ¡Me dejó! —vociferó enfurecida — ¡me dejó por ti! —en gritos cada vez más destemplados —¡me dejó por una puta!, ¡una puta! —repetía con rabia mientras manoteando al aire, asustando a Candy que avanzaba en pequeños tropezones  hacia atrás, protegiéndose, la dócil reacción hizo recapitular a la mujer que pareció tranquilizarse —¿Por qué? —preguntó en medio de un sollozo ahogado —tiene dos hijos —murmuró con desconsuelo —era un buen padre y te lo llevaste, despedazaste mi familia, un matrimonio de veinte años...todo por ti, no eres más que una niña, ¿qué no lo puede ver?

   Su voz que amainaba sumida en lamentos se cortó al llanto franco, que lentamente la fue venciendo, y vacilante se recargó a la pared en amargos gemidos, Candy parada de frente contemplando la doliente escena sintió la impotencia, la rabia de la mujer que en su angustia no comprendía y buscaba una razón para su abandono.

—Perdón —replicó Candy al tiempo que se limpiaba una lágrima —yo no sé quién sea tu esposo —agregó con calma —yo solo me paro en la esquina, y espero,  ellos llegan, no conozco sus nombres, no sé si tienen hijos, si tienen hogar, si tienen veinte años casados, para mí son solo sombras, yo aquí no tengo novios, tengo clientes, los recibo les doy la tarifa, ellos me llevan a un mugriento cuarto y sin más caricia que el importe completo, me usan y me hacen lo que para ti es amor, y que yo llamo servicio, después se van, algunos, en realidad muy pocos, regresan cuando el servicio les satisface, aun menos son los que se detienen o que se disculpan y me explican; me hablan de su soledad, de sus novias o esposas, pero, la verdad, a mí no me importa, los escucho por cortesía, luego termino por decirles lo mismo que a ti, “si tienes algún problema con ella arréglalo con ella, a mí solo págame”.

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