ii

     Tal vez sea un fútil intento o tal vez de hecho, sea la fuerza vital que mueve al mundo, es esa necesidad con la que algunos elegidos son ungidos y que no entienden de límites, donde cada obstáculo solo es el siguiente peldaño hacia arriba, esa es Candy, que en tozuda resistencia a hecho de su vida una sólida rutina, donde a base de tenacidad, sin excusa se levanta cada día apenas se escucha el irritante cintilar de la alarma y con la precisión robótica de la costumbre se incorpora, en lo que pareciera es un solo movimiento se desnuda, mientras recorre la delgada cortina de baño que a base de sacrificar a otros lujos puntualmente cada quince días la cambia, ese es parte de un sin fin de pequeños detalles que le llenan y le ayudan a seguir.

     Con la sonrisa del triunfo en un íntimo ritual se introduce bajo la regadera,  antes de cerrar la cortina mira el entorno, recorre lentamente con la vista el pequeñísimo departamento, que tiene la regadera junto a la cama, la cual se encuentra junto a la estufa, en contemplación observa a detalle cada objeto desde las zapatillas de baño hasta el valiosísimo catre en metal, que le tomó casi un año en altísimas cuotas, sintiendo el orgullo de saber que cada objeto sin importar el tamaño y costo es íntegramente suyo.

     Después con malicia rápidamente cierra la cortina cubriendo cada pequeño intersticio, pues solo en esta semana en dos ocasiones se mojó su almohada, ahí se mentaliza, toma una bocanada de aire y la retiene, sin miramientos abre el grifo del agua helada, siente como la acoge deslizando y recorriendo con alivio su piel, regresando la paliativa sensación de limpieza, soltando el aire regresa a ella la calma; siente su cuerpo temblar, pero la felicidad supera por mucho el gélido roce, sin más prisa que el hambre que ya se empieza adueñar de ella, se limpia con aromáticos jabones, que a decir de Perla son un lujo vano, que para Candy valen cada centavo que les invierte.

     Finalmente, limpia sale, arropada por la gran toalla que casi es cómplice en su vida, pues eso fue lo primero que compró, y que la arropado desde siempre, que ha fungido de cobijo, chamarra, almohada, hasta de hombro del amigo donde pudo llorar cada pena, de todas es su prenda más querida la cual cuida con el esmerado respeto que merece. Apenas se la quita la pone a un lado evitando que toque el suelo, colgándola al burdo travesaño que construyo explícitamente para ella, lejos de los peligros de la cocineta, cerca de la ventilación donde cómodamente puede secarse sin ensuciarse.

     Lo hace rápidamente, toma una ligera pero tibia bata, cómoda y limpia se siente acunada por ella; sonríe con malicia y con descuido indulgente por debajo de la cocineta, extrae la pequeña despensa que en un maltrecho cajón de madera contiene una escueta provisión diaria. Al no contar con refrigeración, la compra de alimentos es una tarea diaria y metódica, que ella aprendió bien, no solo a que debía cuidar su físico para no enfermar, sino también que debía mantener su peso al tiempo que debía satisfacerse.

     Investigó a detalle y aprendió a consumir lo necesario, lo mínimo para estar sana; no se detuvo ahí, aprendió qué alimentos (sin mellar su economía) le nutrirían y no sólo la llenase. Así al tiempo que vertía un poco de aceite sobre una pequeña sartén encendía la pequeña parrilla eléctrica (que aprendió a reparar una y mil veces) satisfecha de sí y con alegría, vacía pequeñas porciones de verduras y de carne seca, agregando algunos condimentos que, si bien son un lujo, son muy baratos; así pletórica, pero con mesura se toma el tiempo a desayunar disfrutando de cada bocado.

     Al finalizar a de lavar los trastos, acerca una pequeña tarja con un balde con agua, que ya tiene perfectamente medida para limpiar a detalle, odia los bichos  no quiere darles el pretexto de anidar, ya limpios ordena los trastos para secarse y vacía el agua sucia al retrete; ahora debe acicalarse, la poca humedad se ha evaporado, ya puede desnudarse sin sentir frio, en un rito casi religioso empieza por untarse cremas con preparados que ella misma hace para enriquecer su piel, frotando con suavidad, revisando la más pequeña imperfección, atenta a cualquier síntoma de enfermedad.

     Satisfecha del minucioso examen con parsimonia indiferente se sirve un vaso con agua, ahora si, ya puede sentarse a la orilla de la cama al tiempo que deja el vaso, toma del pequeño banco en madera que hace las veces de tocador una caja que por identidad reconocemos como medicina, extrae con cuidado de una de las pequeñas burbujas una píldora, que a ojos expertos es evidente, son anticonceptivos, que con metódica precisión consume.

     A diferencia de sus compañeras, ella y Perla mantienen una severa vigilancia médica, más que por ellas mismas hacen extensiva su preocupación a Beto y sus clientes, después dejando el vaso ya vacío maquinalmente del mismo banco se hace de un espejo, que es tan sólo un pequeño cuadro de treinta centímetros, sin marco, medio oxidado y cortante en los bordes, es aun así el más preciado regalo de Perla, refleja primero sus ojos que, a veces miel, a veces en oscuro café, dejan ver esa mirada limpia y sin malicia que incorruptible se mantiene más allá del dolor.

     Después tras de sí, su pelo revuelto se desliza en una vorágine de intrincados risos, ella de solo verlo se asusta y rápidamente toma el cepillo de su improvisada cómoda, que con la destreza de la práctica lentamente acicala con suavidad, ordenando, que no embelleciendo la frágil silueta de su alma, satisfecha se siente lista.

Con mesura se acerca a lo que ella refiere como el closet, que no es más que un travesaño de madera que recolectó literalmente de la b****a, eso cada mañana detona el recuerdo, rememora como a consejo lo pulió con una hoja de lija que devastó hasta matar el filo, dejándola tan tersa como una caricia a las mejillas, sin una sola astilla, así aun con la hinchazón en las muñecas, y con el costo de una semana de comida, compró unas pinzas multiusos que sirvió además de desarmador y martillo, afianzándola con gruesa hilaza, la puso en diagonal en una esquina, sosteniéndola sólidamente de dos tornillos que tardo horas en enroscar a la pared, cuando al fin terminó, sintiendo las ardorosas ampollas en su mano, vio su ropa ordenada y dispuesta, pero notó que le faltaba un toque, con una de las sábanas llena de flores en chillantes colores que traía de regalo la cama cuando la compro hilvanó una cortinilla, que colgó con dos pequeños clavos, la misma que a partir de ese día, todas las mañanas recorría, como lo hace hoy, para tomar su ropa ya preparada desde el día anterior.

     Arrogante la feminidad se liberta y se deja llevar por la vana sensación de ser mujer, y vistiendo prenda a prenda modelando para sí, disfruta con hedónica placidez el ser, resaltando sus facciones, ocultando con holgadas prendas eliminando del todo el erotismo, y si, ahora es una pequeña adolescente de apenas veintiuno.

     Se dispone hacia a la calle apagando tras el tinte de la inocencia la fétida sensación de su vida, toma su mochila que en un batidillo de brillantes colores pareciera tan infantil como su aspecto, así abre la puerta, con la cabeza baja y la sonrisa ajena camina con velocidad buscando llegar temprano, pues sabe que después abra una fila insufrible, puede llegar sin problemas a pie, pero prefiere soportar los incómodos tumultos del transporte y ser manoseada, pero la recompensa lo merece, al llegar prácticamente es la primera a la ventanilla, encuentra a la adusta y regordeta secretaria de siempre, que con indiferencia atiende a un joven que lerdo sonríe con agradecimiento a la secretaria, mientras ella explica con fastidio las posibles soluciones a la consulta del joven, pero al momento en que sesgada y de reojo ve a Candy sonríe, con una rápida e indolente perorata hace a un lado al joven, haciendo espacio para la pequeña.

—Ya llegaron.

     Dijo con alegría la secretaria, mientras quitando los documentos del chico hacía espacio para depositar un gran fajo de documentos, separados escuetamente por una grapa uno tras otro parecía idénticos.

— ¿Y lo viste?, ¿ya lo abriste?

     Apresuró Candy a la de si acuciosa mujer, pero aun así ella lentamente pasaba uno a uno cada segmento engrapado, teniéndose a leer con paciencia las referencias del encabezado.

—No apenas llegaron ayer por la tarde.

     Tan ansiosa una como otra esperaban y no prestaron atención al joven que en medio de la expectación descuidado tiro algunos papeles, al agacharse sin querer rozó la cadera de Candy, la sensación de inmediato hizo reaccionar a la joven que volteo a ver con desconfianza que pasaba.

—Disculpa.

     Reparo él de inmediato mientras en cuclillas recuperaba los documentos, Candy avergonzada simplemente sonrió sin molestia.

— ¡Aquí está!

     Gritó la robusta secretaria mientras de un tirón se hacía de un fajo de papeles, al tiempo que Candy disparaba una amplia sonrisa y buscaba arrebatar los documentos de la secretaria.

—Dámelos, ¿qué dicen?

     La secretaria con malicia escudriñó brevemente los documentos alejándolo de Candy, que manoteaba con desesperación empujando el endeble marco en la ventanilla.

— ¡Tranquila!

     Suspiró la secretaria, sujetando y retrocediendo todavía más alejando con malicia los papeles de Candy.

—Pero, ¿qué dice?, ¡ya dime!

     La secretaria sonrió con el orgullo maternal y con ternura posó con altiva dignidad los papeles sobre su pecho.

—Lo lograste estas dentro del programa.

     Candy pareció congelada atrapada en un limbo entre una inmensa felicidad e incredulidad, respiraba agitada sin poder asimilar el momento, si, lo había hecho, un pequeño triunfo que lo cambiaba todo y que le permitiría soñar, pero ya sin límite.

—No.

     Atinó a decir en un hilo de voz, asustada, no podía creer lo que sucedía, en un maremágnum de emociones se sintió aplastada, podría ser, quizá una brecha se habría al frente, sonrió.

—Si corazón, solo te falta un año más e inmediatamente podrás tomar una plaza, de verdad lo lograste.

     Enredada en la madeja, no sabía cómo reaccionar, volteó primero a ver al chico que aún estaba parado junto a ella, después en pequeños brincos de entusiasmo miró a la secretaria, que a su vez le miraba con una sonrisa y de improviso, estiró la mano le arrebató a la secretaria los papeles, buscando asegurar que no fuera una broma.

— ¿Verdad?, ¿sí?, ¡dime que es cierto!

     La secretaria le miraba con efusiva alegría, departiendo la felicidad de la joven, ahí y de reojo encontró el morboso escrutinio del chico, que introspectivo pero atento observaba con desconcierto, rastreando con atención los papeles que con sigilosa incertidumbre revolvía Candy rebuscando para asegurar que no fuera un error.

— ¿Y tú qué esperas? —preguntó la secretaria, indignada pero dispuesta a prestarse y ayudarlo —ya te dije que tienes que llenar el A4.

    El muchacho de si nervioso sonrió en un espasmo mientras agradecía sacudiendo la cabeza, de repente negó con efusiva alegría mientras estiraba la mano.

—Sí, yo, sí, es que —dijo entre cortado mientras abría los ojos buscando alcanzar la mesilla de entregas —mí, mí, mí, acta está ahí.

     La mujer impaciente pero comprensiva, sondeo con la mirada lentamente sobre la mesilla, y si, casi rozando los pechos de Candy un documento oficial se deslizaba de un lado a otro, rápidamente y con enfado la secretaria lo tomó y se lo entregó al joven.

— ¡Mi promedio! —exclamo Candy con entusiasmo —subió casi un punto.

— ¡Si! —se apresuró la secretaria —porque tuviste tres sobresalientes, tienes que seguir así —reclamó con énfasis la mujer irguiéndose con petulancia —porque ahora ya tienes la beca completa.

     Candy la miró extrañada, tratando de interpretar, tal si no hablaran el mismo idioma.

— ¿Beca?

     Enzarzadas en la ignorancia de la otra mantuvieron por un par de segundos el vilo sosteniéndose la mirada.

— ¿No te lo dijo el asesor?

   Reclamó con suspicacia la secretaria que negaba lentamente mientras ordenaba los documentos de Candy.

— ¿Decirme?

    Respondió la joven, que además ya empezaba a sospechar que serían malas noticias.

—Si corazón, ¿qué te dijo el asesor?, porque por lo que veo no te dio la información completa.

—Pues él… —pausó Candy mientras tomaba sus papeles y los acomodaba revisando su promedio de nuevo —dijo que mis calificaciones eran muy buenas y que podía ser que entrar a el programa de “Alumnos con Futuro”.

—Bien hasta ahí.

     Interrumpió la secretaria mientras le tomaba a Candy el acta donde aparecía la calificación.

—Y dijo que al final cuando terminara alguna empresa me contrataría de inmediato —al solo decirlo se llenó en una fatua ilusión donde ella se veía en una mañana checando su tarjeta de entrada, sin otro atavió que un sencillo y discreto vestido con zapatillas bajas, acicalada en un velado maquillaje natural, limpia, libre del hediondo olor a licor y sexo —que la institución me daría los libros y que ya no tendría que comprarlos.

     La secretaria la vio negando con suavidad, en la actitud de la madre que con lástima está a punto de sacar a su hija de la fantasía del primer amor.

—Pues en realidad es mucho más —apuntó con firmeza mientras ordenaba de nuevo el fajo de documentos —además de los libros se te da una despensa de artículos escolares —continuo indiferente —ya sabes, lápiz, cuaderno, ya sabes cosas de esas, podrás usar el salón de cómputo sin límite de tiempo, tendrás derecho a sacar de la biblioteca hasta seis libros, ¡y también!… —pauso con alegría acercando la mirada a la joven en malévola complicidad —una pequeña beca en dinero.

     Candy que a cada palabra ampliaba la sonrisa, casi brincó en alegría solo oírlo, estupefacta trataba de asimilar las palabras que ya le parecían increíbles.

— ¿Dinero? —respondió atónita deletreando cada sílaba —me van a dar dinero.

—Bueno pequeña, no te hagas tantas ilusiones, no es para tanto —remarcó la secretaria atenuando el momento —no es mucho, apenas sería para pagar los pasajes, y no más, con decirte que algunos, simplemente se ahorran el engorro y no lo tramitan.

     Pero para la pequeña era un gigantesco cambio, al fin tendría una retribución al simple trabajo, sin acudir a la humillación para comer, la emoción de plena felicidad la invadió en una lánguida calidez, por un momento le costó reaccionar.

— ¿Qué más?

     La secretaria que empática comprendió el sentir de Candy también se detuvo al borde de las lágrimas, acariciando la misma furiosa necesidad de la joven por cambiar su vida.

—Pues en realidad —respondió la adusta señora — deja voy por las formas para que las llenes y te voy explicando.

     Así empezó la carrera al futuro, en medio del pequeño salón vacío, mientras un joven distraído adormecido en un rincón requisaba las formas y la regordeta secretaria explicaba con paciencia monástica cada inciso en el infinito ramal de documentos, la vida le abrió una puerta con una tibia caricia al corazón, como es, ahora que había logrado el primer paso empezó una carrera que ya nadie podría parar; un segundo después de terminar de llenar todos los incisos en aquel alud de insulsas preguntas salió corriendo, introduciéndose al plantel que albergaba en medio de raídas paredes pequeñas oficinas que a manera de cubículos hospedaban a los asesores, que lo mismo eran hombres que mujeres y que en la frustrada expectativa de ejercer una carrera habían terminado ahí con un sueldo que bien era suficiente para vivir.

     Ellos lo consideraban risible, así que con ese pesar fungían de académicos, que en pedantes ínfulas de dioses acosaban a los estudiantes descargando en ellos la frustración de sus vidas, más adelante ensortijado en apariencia al centro de aquel enjambre de miseria Candy encontró la biblioteca, muy parecida a un almacén donde se apilaban en herrumbroso desorden libros, bien eran casi todos referidos a la ciencia o el arte; ahí cerca de una ventana lejana a la incordie suspicacia del resto de los asistentes, Candy rápidamente ubicó el lugar que para ella era el de siempre, y sin más en paso rápido se dispuso ir a él, pero en el tránsito algo le pareció fuera de su lugar, una sensación de nostálgica felicidad y vergüenza la invadió, y sin perder la vertical pero con nerviosa seriedad rastreo con discreción.

     Apenas a un par de metros de su lugar sentado y descuidado al entorno, un joven llamó su atención, él sentado ensimismado copiaba distraído de un libro a su cuaderno, apuntando con el índice a su izquierda para no perder la secuencia y  escribiendo a la derecha, Candy asustada supo que lo conocía pero no ubicaba de donde, se avergonzó pues tal vez la reconociera ejerciendo en su trabajo, por un décimo de segundo lo dudó, fue que tomó otra decisión de vida, sin saber por qué, el miedo pasó a la timidez de una adolescente nerviosa que buscaba sentarse junto al chico solo por sentir aquella compañía libre de lascivia, con lenta parsimonia tomó la silla que ella incluso había moldeado para hacerla suya, la arrastró ligeramente hacia atrás buscando liberar el espacio que ya consideraba propio, al hacerlo un ligero pero penetrante chirrido atrajo la atención del entorno, si claro, incluso la del joven, que en una frívola mirada volteó a ver a Candy.

     La fría indiferencia de sus ojos golpearon a la joven, que sintió una extraña felicidad y desasosiego, la ambigua espiral de sentimientos la perturbaron por un momento, sin pensar en un solo movimiento se irguió al tiempo que con suavidad despejaba su rostro pasando su brillante pelo por detrás de sus orejas, pero el chico anodino la miró sin otra emoción y regresó a lo suyo, bien cierto que el joven estaba en la mesa adjunta y no tendría en verdad porque acomodarse, pero en una acto reflejo se recogió para liberar el espacio sobre la mesa, la escena fue un destello en el tiempo, tan intrascendente, tan lejana a la cotidiana realidad de Candy, que agradeció a la vida por el regalo de ese segundo.

    Con la sensación de ser tan solo una joven estudiante, así parada y sin intención de sentarse lentamente en una metódica sobriedad extrajo sus accesorios de trabajo,  con la rígida disciplina que ya empezaba a departir triunfos, Candy se hizo del control y con sistemática puntualidad revisó las tareas para el día, analizó por dónde empezar, con decidida determinación arremetió al interior del cataclismo bizarro de la consulta de libros, dejó sus cosas que carentes de valor no le dio pendiente que las robaran y con sosegada paciencia en un vaivén entre la maraña caótica de estantes seleccionando temas tomaba volúmenes de un estante a otro.

   Así, uno a uno se empezaron a acumular en la mesa donde debía de trabajar hasta formar una pila de libros, que al sentarse sobrepasan su cabeza, con metódica y síncrona empezó su labor, cada texto se diluía en sus manos, tomando apuntes, pasando por un severo escrutinio antes de pasar al estante de regreso, segundo por segundo, se fueron los minutos, después las horas; llegó la tarde y con ella, el cansancio, el hambre, una pausa se hizo necesaria, arqueando el cuello hacia atrás lo giró pasándolo de hombro a hombro, hasta entonces sintió el ardor de la fatiga en la espalda, cerró los ojos con hastío abriéndolos rápidamente, y fue entonces que se dio cuenta que aquel joven seguía ahí, a su lado, al igual que ella ensimismado en el estudio.

     Recapituló y notó con felicidad que casi terminaba, sería apenas un poco más de labor, la sensación de triunfo la recogió y se detuvo a mirar su trabajo; se sintió satisfecha, se le fue el hambre y el cansancio, se dejó atrapar por el placer del triunfo, fue cuando sucedió, en la periferia de sus ojos sintió la mirada de aquel chico, un recuerdo perdido experimentó la simple sensación de ser mujer, la diáfana contemplación de un joven, que sin morbo ninguno la busca, fundiéndose en ese milenario ritual donde el ave danza en acrobáticas escaramuzas mientras erguido despliega en brillantes colores el hermoso plumaje, ella toma su papel, se deja llevar en el remanso tibio de la vida, disfruta a plenitud cada milésimo de segundo, si, el chico la corteja, y ella le ha correspondido.

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