CAPÍTULO I EL OCÉANO DE LA ETERNIDAD (II)

Si ha Tony le afectó aquella noche que compartieron juntos, a Saki le pareció que fue positivamente. En los días que trabajó en el llamado Proyecto Welles descubrió que Tony tenía novia (y muy bonita por cierto) una joven alemana llamada Heidy que trabajaba en el proyecto como secretaria de Krass, y que se había vuelto mucho más seguro de sí mismo.

 Aunque es posible que parte de esto se debiera a sus frecuentes roces con el director del proyecto designado por el gobierno, el Dr. Krass, ya que Tony tuvo la necesidad de enfrentarse a él en muchas ocasiones.

 Tony y Heidy, quien era rubia y de ojos verdes, llegaron hasta el área de las consolas de monitoreo del hangar en donde Saki trabajaba en la programación del software.

 —¿Cómo va todo, Saki? —preguntó el joven científico. La informática ahora también usaba la bata blanca de laboratorio pero sobre un vestido gótico de falda corta y pantimedias de encaje.

 —Bien, pero aún tengo problemas con el hecho de que, cuando la Esfera salta ella y su contenido se transforman en taquiones, no sé como evitar que el sistema se desprograme ante un cambio tan radical. Pero pensaré en algo.

 Heidy recibió un biper y se excuso aduciendo que el Dr. Krass la requería de inmediato, dejándolos solos.

 —Está muy bonita —le comentó Saki— y muy buen cuerpo. Soy bisexual por si algún día quieres experimentar con dos chicas.

 —De momento Heidy y yo mantenemos nuestra vida sexual discreta, aunque activa y feliz… sin cadenas ni sadomasoquismo.

 —¡Que aburrido!

 —Bueno… no he dicho que no.

 —¡Toooony! ¡Has cambiado!

 Tony y el Dr. Krass se reunieron unos días después con la junta directiva del Instituto Frankenstein, encargada de financiar y supervisar el proyecto.

 La junta se reunía en una sala de reuniones con una mesa negra, larga y casi tan reflejante como un espejo. Doce hombres y mujeres se sentaban sobre cómodas y grandes sillas forradas en cuero.

 —En las carpetas que les adjuntamos podrán leer los avances que ha tenido el proyecto así como el presupuesto para los próximos seis meses —informaba el Dr. Krass— estamos cada día más cerca de lograr controlar el viaje en el tiempo y enviar a un ser humano en un viaje seguro de ida y vuelta.

 —Dr. Krass —intervino Tony— reitero mi postura de que este descubrimiento debe ser informado a las Naciones Unidas.

 —Es usted muy idealista, Dr. Edwards —adujo Krass— pero en la realidad este descubrimiento debe mantenerse ultrasecreto, salvo por los países miembros de la OTAN y sus aliados… incluyendo su país, por supuesto.

 —Esto no es un asunto militar, Dr. Krass, el viaje en el tiempo debe ser compartido al mundo y regulado…

 —Esto no está en discusión, Dr. Edwards —insistió Krass— este proyecto seguirá en manos de los gobiernos aliados y sus instituciones militares, le guste o no.

 —Lamentablemente, Dr. Edwards —intervino el presidente del Instituto Frankenstein, una misteriosa figura vestida de negro y de la que Tony casi no sabía nada— el Dr. Krass como director del proyecto y representante del gobierno es el que tiene la última palabra sobre este tema, coincidamos o no. Aunque personalmente coincido con él. De todas formas admiro su idealismo.

 Tras la reunión ambos volvieron al trabajo, pero el asunto estaba lejos de ser saldado.

 —Sí, Heidy, hoy trabajaré hasta tarde, nos vemos mañana. Te quiero —le dijo Tony por teléfono despidiéndose de su novia. Ese día estarían hasta muy noche en el laboratorio él, Saki y el Dr. Krass, además del surgimiento de una inesperada y muy airada discusión.

 —Dr. Krass, este descubrimiento debe ser patrimonio de la Humanidad —insistía Tony— y debemos informar de él a las Naciones Unidas…

 —Eso pondría en peligro la seguridad nacional de los países de la OTAN y sus aliados. ¡Tiemblo al pensar en lo que haría Rusia o China con esto!

 —No es menos peligroso que lo que podría hacer Estados Unidos o Reino Unido, Dr. Krass. Este descubrimiento podría ser más peligroso para la humanidad que las armas nucleares y no creo que ninguna nación o bloque de naciones debería monopolizarlo.

 —El potencial geoestratégico y de seguridad de esta invención es enorme Dr. Edwards…

 —El acuerdo establecía claramente que este proyecto tendría solo fines pacíficos y científicos, Dr. Krass y no permitiré que se use con fines militares o para alterar el pasado a favor de ningún gobierno…

 —¡Dios! —exclamó Krass como frustrado— jamás estaría de acuerdo con alterar el pasado, las consecuencias son impredecibles. Pero se puede utilizar para fines de recabar información que pueda ser usada en el futuro…

 —Usted lo que quiere es enviar espías al pasado, Krass —espetó despreciativamente Saki con mirada desconfiada.

 —¿Espionaje? —preguntó Tony— no, Dr. Krass, eso jamás lo permitiré. Esta tecnología una vez perfeccionada solo deberá usarse con fines de investigación científica para arqueólogos, historiadores o paleontólogos… jamás por políticos o militares…

 —Yo soy el director de este proyecto y yo tengo la última palabra —recordó Krass ya alzando la voz.

 —Y yo soy su descubridor y tengo derechos sobre esta tecnología según las leyes.

 —Sin olvidarse de que no funciona sin mi Prometeo —carraspeó Saki.

 —Sé muy bien que ambos tienen derechos sobre la Esfera, sin embargo por razones de seguridad nacional puedo prohibirles que revelen cualquier información que consideremos confidencial y además…

 Pero las palabras de Krass se interrumpieron cuando sonó la alarma del laboratorio. Mientras discutían un grupo de veinte sujetos enmascarados lanzó un explosivo contra las instalaciones que destruyó la entrada principal. Mataron a los guardias e ingresaron. Estaban cubiertos de pies a cabeza, usaban pasamontañas negros y tenían armas de alto calibre.

 —¡Que demonios…! —bramó Krass y pronto recibió comunicación de la seguridad. Se aproximaron a las consolas donde abrieron un video de seguridad que mostraba a los sujetos que se adentraban al laboratorio.

 —¿Quiénes son? —preguntó Tony.

 Krass observó una bandera roja con siglas negras en los antebrazos derechos de los atacantes y los reconoció de inmediato.

 —Las Brigadas Rojas. Pensé que estaban disueltas. Son un grupo terrorista de extrema izquierda… deben estar aquí por la máquina del tiempo… ¿Cómo se enteraron?

 —Alguien debe haber filtrado información —sugirió Tony— si se adueñan de la Esfera ellos definitivamente que querrán alterar el pasado a su gusto.

 —Eso no lo podemos permitir —expresó Krass con convencimiento. El sonido de las botas aproximándose al laboratorio lo alertó de la cercanía de los terroristas.

 —Entremos a la Esfera —sugirió Saki— es resistente a presiones submarinas y erupciones volcánicas, será más que resistente a las balas.

 Todos estuvieron de acuerdo. La compuerta se abrió y se introdujeron pero en cuanto se estaba cerrando los terroristas llegaron al área de monitoreo y abrieron fuego. Las balas rebotaron en la estructura esférica.

 Desde el interior sus ocupantes podían ver lo que sucedía afuera a través de una pantalla que enlazaba con un video del exterior.

 Los terroristas trajeron a rastras a Hans Breman, uno de los técnicos del laboratorio que estaba trabajando hasta tarde, y lo colocaron sobre el panel de control. El que parecía ser el líder terrorista le dijo mientras le apuntaba con su rifle:

 —Abre esa cosa o te matamos.

 Breman comenzó a teclear las computadoras del panel.

 —¿Cuánto tardará Breman en abrir las compuertas de la Esfera desde el exterior? —preguntó Krass a Saki.

 —Pocos minutos. Solo lo que tarde en ingresar las claves de acceso. Pero aún así por seguridad nunca es inmediato. Las compuertas están diseñadas para esperar cinco minutos desde el momento que se ingresa la orden de abrirse.

 En efecto Breman anunció que ya lo había hecho y la pantalla de la computadora parecía confirmar que las compuertas se abrirían en cinco minutos. El líder terrorista le disparó a quemarropa inmediatamente después.

 Los crononautas observaron horrorizados desde el interior.

 —Tenemos que saltar —anunció Saki— o nos acribillarán a balazos en cuanto se abra la Esfera y, además, un grupo de psicópatas se adueñará de esta tecnología.

 —Pero aún no controlamos la Esfera —comentó Krass— nos perderemos en el tiempo… no podremos regresar…

 —¿Y que opción tenemos, Dr. Krass? —preguntó Tony, y el académico pareció acallar sus protestas.

 —Prometeo —dijo Saki dirigiéndose a la computadora que controlaba la máquina del tiempo.

 —Sí, Srta. Takamura —respondió la voz mecánica del ordenador.

 —Prepara los sistemas para realizar un salto en el tiempo de inmediato.

 —Sí, Srta. Takamura.

 —No sabía que la computadora hablara —comentó Tony y unos segundos después la Esfera y sus ocupantes desapareció entre ases de luz azulada.

Germania, año 15 D.C., siglo I.

 En medio de las nevadas montañas germanas, justo entre unos matorrales cubiertos por la nieve en los casi vírgenes bosques alemanes de hace dos milenios, apareció la Esfera en medio de luz nacarada derritiendo la nieve y quemando las plantas. Abrió sus compuertas y de ellas emergieron los primeros crononautas de la historia (si bien accidentales) Tony, Saki y el Dr. Krass.

 —¡Dios! —exclamó histérico Krass— ¡Maldita sea! ¡Estamos perdidos! ¡Perdidos! ¡Mi vida! ¡Mi carrera!

 —¡Ya cálmese Krass! —gritó Saki y le proporcionó un sonoro bofetón en la cara que le dejó doliendo la palma de la mano. Krass se calmó, sorprendido, e incapaz de dilucidar si debía enojarse o no por el golpe. Aunque Saki no lograba ocultar enteramente que lo había disfrutado.

 —Prometeo ¿En que época estamos? —preguntó Tony a la computadora de inteligencia artificial.

 —En el año 15 después de Cristo, Dr. Edwards. Unos dos mil años en el pasado del punto de partida. No nos movimos en el espacio así que estamos en el mismo sitio.

 —¿Hay forma de controlar el viaje para regresar a nuestra época? —preguntó Krass.

 —No, Dr. Krass. Ese problema no fue resuelto antes de nuestro salto. Solo podemos realizar saltos en el tiempo aleatorios…

 —Eso es terrible —se lamentó Krass— estamos hablando de millones de años de posibles saltos…

 —No precisamente Dr. Krass —corrigió la computadora— la cantidad de energía necesaria para viajar millones de años en el pasado o el futuro es muy superior a la que me proporciona mi motor de plutonio. A lo sumo podríamos saltar algunos miles de años en ambas direcciones.

 —Siguen siendo cientos de posibles saltos antes de regresar al siglo XXI —sentenció.

 —Puedo reducir las posibilidades —adujo Prometeo— haciendo que una vez realizado un salto a una época nunca más volvamos a ella ni a un margen de tiempo relativamente cercano.

 —¿Hay riesgo de que se te agote la fuente de energía y nos quedemos varados en una época? —preguntó Tony.

 —No, Dr. Edwards —respondió Prometeo— el plutonio que me da poder es una fuente de energía que puede durar unos ochenta años antes de agotarse. Pero si requiero tiempo entre salto y salto o la Esfera podría fundirse.

 —En ese caso estamos en problemas —comentó Saki quien fumaba un cigarrillo y, al igual que sus acompañantes, estaba empezando a sentir el frío invernal en el ambiente nórdico, ya que se encontraban cubiertos solo por su ropa casual y sus batas de laboratorio. —No había provisiones en la Esfera pues no estaba planeado ningún salto con un ser humano, así que no tenemos víveres de ningún tipo, ni agua, ni medicamentos, ni abrigos o tiendas de acampar.

 —No tenemos más remedio que ir en busca de ayuda —expresó Tony con preocupación y abrazándose a sí mismo, ya comenzando a temblar un poco— y tratar de contactar personas que nos puedan ayudar… asumiendo que no nos maten o algo así.

 —¿Cómo nos comunicaremos con ellos? —preguntó el Dr. Krass— en esta época y lugar la gente habla germánico antiguo… al menos yo no lo hablo ¿alguno de ustedes sí?

 —Yo hablo latín —mencionó Tony— que debe ser la lengua común en estos tiempos.

 —Yo también hablo latín —dijo Krass— pues asistí a una muy tradicional escuela católica.

 —Yo aprendí algo —reconoció Saki con una sonrisa— cuando pertenecí a una secta ocultista que lo usaba en sus misas negras. —Al decir esto Krass la observó con recelo. —Y también tenemos la ayuda de Prometeo que tiene en su archivo de memoria todas las lenguas muertas y vivas conocidas así como una basta enciclopedia de datos históricos.

 —A propósito de eso —adujo Krass— si bien no tenemos más remedio que buscar ayuda para sobrevivir sugiero que tratemos de ser lo más cuidadosos posibles para no provocar ningún cambio en el desarrollo histórico normal pues no sabemos que efectos podría provocar en el futuro.

 Todos estuvieron de acuerdo.

 —¿Y dejaremos la Esfera aquí? —preguntó Krass ya comenzando a titiritar.

 —La Esfera puede hacerse invisible —comentó Tony. —En cuanto estemos listos para viajar podemos hacer que llegue hasta las cercanías de donde estemos ya que, como todos sabemos, también se puede mover en el espacio.

 —Sí, y yo tengo esto —les dijo Saki— un control remoto para la Esfera que además nos conecta directamente con Prometeo y nos permitirá mantener la comunicación con él.

 El control remoto parecía más un reproductor de audio con pantalla táctil, capaz de emitir sonido e imágenes.

 Sin más que discutir, los crononautas ordenaron a Prometeo que volviera la Esfera invisible y esta desapareció de la vista humana reflejando el exterior como un espejeo. Luego comenzaron a caminar por entre los fríos bosques germanos.

Tres científicos abocados a la labor intelectual en medio de un bosque virgen durante el invierno del siglo I tenían pocas posibilidades. Tras horas (o lo que les pareció horas) de caminar empezaron a sentir el intenso frío, el agotamiento, el hambre y la sed, azuzados además por los gélidos aullidos de una manada de lobos en la lejanía.

 El más azotado, quizás por la edad, era el Dr. Krass. A cada rato debían detenerse a esperarlo. Saki sugirió encender una fogata:

 —Suerte que soy fumadora y tengo un encendedor… pues dudo que alguno de nosotros sepa encender una fogata al estilo prehistórico…

 Pero en ese momento escucharon los desesperados gritos de una voz femenina. Corrieron hacia el origen de la misma y se parapetaron tras unos matorrales.

 En un claro del bosque pudieron observar como tres soldados romanos estaban golpeando a una joven bárbara germana que se rebatía furibunda y clamaba a todo volumen por auxilio en su lengua ininteligible para ellos, pero fue rápidamente acallada por el puñetazo de uno de los romanos en su rostro.

 La joven tenía unos veinte años y era esbelta, de ojos azules y cabello rubio ondulado. Vestía ropas abrigadas de la época incluyendo una capa de piel de lobo gris y botas de cuero. El bofetón la dejó notoriamente aturdida y escupiendo sangre por la boca. Uno de los romanos la colocó sobre la nieve, boca arriba, mientras le sostenía los brazos y otros comenzó a desnudarla desgarrándole la blusa.

 —Mostrémosle a esta bárbara como son los hombres romanos —dijo, en latín vulgar, uno de los soldados que le colocaba la espada cerca del cuello, en amenaza.

 —Pero no olvidemos matarla después —adujo el que le retenía los brazos— no vaya a ser que corra a acusarnos con su tribu de salvajes y luego estos sucios bárbaros nos declaren la guerra.

 Los gemidos de la mujer y las risas de los soldados eran acompañados de los graznidos de unos cuervos muy negros que comenzaban a aproximarse y revolotear por los árboles cercanos, como presintiendo la inminente muerte de la muchacha y el consecuente festín.

 Saki apretó los puños con mucha ira.

 —Hay que salvarla —declaró decididamente.

 —¡No! —le retuvo Krass sosteniéndola del antebrazo— por trágico que esto es, Srta. Takamura, una intervención como esta podría causar incalculables consecuencias en la línea del tiempo…

 Pero Saki no lo escuchó. Se desligó del académico y se lanzó al claro.

 —¡Hey! —grito— ¡dejen en paz a esa mujer! —dijo en un latín pésimamente pronunciado. Los romanos se detuvieron momentáneamente observando a aquella extraña figura con rasgos asiáticos (que nunca antes habían visto) vestida y maquillada casi toda de negro.

 —¿Qué es? ¿Una ninfa del bosque o algo así? —se preguntó uno de los romanos.

 —Sea lo que sea, creo que quiere un poco de los mismo que la bárbara —dijo vulgarmente otro.

 Saki sonrió maliciosamente, tomó el control remoto en sus manos y lo programo en modalidad de reproductor de sonido, lo puso a todo volumen y seleccionó del archivo la más escandalosa pieza de música rock metal que pudo encontrar. Luego le dio play.

 El estruendoso ruido hizo volar a los cuervos espantados y lastimó los oídos de los romanos, que no estaban acostumbrados a tan ensordecedor volumen, ni a ese tipo de música, que para ellos sonó como si rugiesen truenos de las manos de la mujer. Se cubrieron los oídos y entre gritos unos de ellos dijo:

 —¡Una bruja! ¡Es una bruja! ¡Larguémonos de aquí! —tras lo cual desaparecieron entre los ramajes.

 Saki detuvo el ruido y se aproximó hasta la germana que estaba tirada en el suelo y le ofreció la mano para ayudarle a levantarse. El estruendo también le había asustado y lastimado los oídos, pero sabía que le habían salvado. Miró sospechosa a Saki, y más aún cuando llegaron Tony y el Dr. Krass. Nunca antes había visto a un hombre de color negro y pensó que se trataba de un trasgo o algo así.

 —¿Qué son ustedes? —preguntó en latín aunque con un fuerte acento germano— ¿magos? ¿demonios?

 —Somos seres humanos —expresó Saki— bueno, sí, somos como magos en cierta forma. Pero no queremos hacerte daño.

 La germana le aceptó la mano y una vez de pie Saki notó que aquella joven nórdica era mucho más alta que ella. Astrid recogió un arco y unas flechas que le pertenecían y que sus enemigos romanos habían lanzado al suelo.

 —Quienes sean ustedes les debo la vida y por mi honor que seré su leal sirviente hasta que pueda salvarles la suya.

 —Bueno, eso es más fácil de hacer de lo que crees —dijo Tony— estamos perdidos y si pudieras ayudarnos a conseguir alimento y abrigo puedes dar por saldada la deuda.

 —Eso será fácil, soy la mejor cazadora de mi tribu. Estaba cazando cuando esos malditos romanos me encontraron. Vengan, los llevaré a mi hogar donde serán bien recibidos. Mi nombre es Astrid.

 —Yo soy Tony Edwards, ellos son Saki Takamura y el Dr. Arthur Krass.

 Súbitamente Astrid se puso tensa, como si olfateara algo malo en el aire.

 —¡Lo sabía! —exclamó— ¡estamos en peligro! ¡Corran!

 Los romanos en realidad no habían huido, habían ido por refuerzos, y una fuerza de respaldo de diez soldados se les aproximaba a toda velocidad enarbolando sus espadas. Los crononautas y la bárbara escaparon entre los árboles.

 —Tengo un bote cerca del río… si llegamos allí escaparemos…

 El río en cuestión era el Danubio, que estaba a medio kilómetro del punto en que se encontraban. Astrid cubrió la huída de sus amigos usando su destreza como arquera y matando a dos romanos con sus certeras flechas. Aún así, falló la mayoría de los tiros o fueron retenidos por los escudos de sus adversarios.

 Los crononautas atravesaron caóticamente los árboles boscosos perseguidos por los romanos hasta salir del área forestal y caminar a través de un claro costeño en el enlodado margen del Danubio y pudieron divisar el rudimentario bote de madera atado a una piedra en el caudaloso río.

 Pero aquella loca carrera provocó que Tony se tropezara con la rama de uno de los árboles y cayera al suelo doblándose el tobillo. Gimió de dolor y Saki se detuvo a ayudarle a levantarse. El grave problema era que ahora, con Tony cojeando, su velocidad se redujo notoriamente y los romanos se les acercaban inminentemente. Uno incluso preparó la espada para atacarlos pues era el que estaba más cerca, pero murió ultimado por una flecha de Astrid.

 —¡Esto es ridículo! —murmuró Tony y se separó de Saki— me atraparán de todas formas. ¡Vete! ¡Yo los distraeré!

 —¿¡Que!? ¿¡Estás loco!?

 Pero Tony empezó a correr en dirección contraria, hacia sus perseguidores. Saki intentó detenerlo pero Tony la disuadió.

 —¡Saki! ¡Vete! ¡Sabes lo que te harán si te atrapan viva!

 Saki cerró los puños en señal de frustración y corrió hacia el bote donde estaban ya subidos Astrid y el Dr. Krass.

 En cuanto la joven entró a la embarcación Astrid comenzó a remar alejándose de la costa y escapando de los romanos. Estos atraparon a Tony y comenzaron a darle tal paliza que Saki tuvo que cerrar los ojos.

 —¡Maldita sea! —escupió— ¡pobre Tony!

 —Un joven valiente —dijo Krass nostálgico— se sacrificó por nosotros… pobre Dr. Edwards… que muerte tan horrible.

 —No lo van a matar —explicó Astrid— si lo quisieran muerto ya lo habrían matado. Lo van a torturar para sacarle información y probablemente luego lo conviertan en esclavo ya que es un hombre joven.

 —Eso es terrible —dijo Krass.

 —Pero si lo mantienen con vida entonces debemos rescatarlo de alguna manera —concluyó Saki.

 —Sí —coincidió Astrid— pero solo hay un hombre que puede ayudarnos… mi señor Hermann, el rey de mi tribu, los queruscos.

 —Hermann… —masculló Krass— ¡Arminio!

 —Sí, así lo llaman los romanos —reconoció Astrid— el único hombre que tiene el valor de enfrentarse a Roma.

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