OSCURAS PERVERSIONES
OSCURAS PERVERSIONES
Por: Demian Faust
LA MITAD OSCURA

El asesinato perpetrado en el Restaurante Dragón de Oriente había sido uno de los más sangrientos y morbosos que el investigador del Poder Judicial, Marco Navarro, había visto en mucho tiempo. La anciana pareja china dueña del local había sido amordazada y maniatada, tras lo cual les proporcionaron torturas horribles antes de matarlos. Sin duda, resultaba un caso monstruoso y siniestro, además de desconcertante.

Después de la recolección de evidencias forenses y de las rutinarias indagatorias con potenciales testigos que fueron totalmente fútiles, Marco dejó el área acordonada e iluminada por la intermitente luz de las patrullas para dirigirse a la cena familiar que lo esperaba en casa de su hermano Roberto.

Imbuido en su trabajo que le había vuelto una persona taciturna, Marco nunca se casó y no tenía hijos. Sus familiares más cercanos eran, casualmente, su hermano Roberto y su cuñada Cindy, una guapa mujer oriental adoptada por nacionales —por lo que no resguardaba ningún vestigio de su cultura natal— con quien Roberto había concebido dos hijos pequeños.

En la casa de su hermano fue bien recibido. Le entregó el vino que llevaba a su atractiva cuñada quien se lo agradeció cordialmente y se sentó en la sala a hablar con los demás invitados; el jefe y los compañeros de trabajo de Roberto.

Los sujetos eran ruidosos y contaban chistes soeces mientras bebían cervezas y tragos de licor. Tanto Marco como Roberto participaron de la escandalosa velada mientras Cindy constantemente sustituía los platos de bocadillos vacíos por otros llenos. Finalmente sirvieron la cena que fue muy sabrosa y pareció complacer mucho al regordete jefe de Roberto cuya enorme panza se movía gelatinosamente cuando se reía por algún chascarrillo.

Terminada la cena los compañeros de trabajo y el jefe se despidieron atentamente de la pareja anfitriona, felicitando particularmente a Cindy por su buena labor como cocinera y desalojando la casa de Roberto Navarro.

Marco se quedó un rato más para ponerse al día con su hermano y cuñada. Lo invitaron a quedarse a dormir pero él reclinó y prefirió partir a su solitario apartamento.

Dos semanas después todavía se comentaba aquella excelente cena y fiestón realizado en la casa de los Navarro. Cuando el regordete jefe y sus subalternos decidieron ir a tomarse unos tragos, por alguna razón Roberto no fue, pero si lo recordaron mientras recorrían en automóvil las calles de la ciudad iluminadas por los rótulos multicolores de bares, casinos y burdeles en la zona roja. También recordaron mucho a la guapísima esposa de Roberto de esbelto cuerpo y bellas piernas.

—¡Un momento! ¡Miren! —dijo uno de los oficinistas señalando por la ventanilla del vehículo en que viajaba hacia una esquina. —¡Miren a esa prostituta de allá!

Frente a un edificio esquinero se encontraba una mujer con ropa provocativa muy ajustada atisbando clientes.

—¿No es… la esposa de Navarro? —preguntó el sujeto.

—Sí… sí… —dijo el jefe mirando atentamente aquella extraña visión. No cabía duda de que la meretriz que vendía su cuerpo en la calle era, ni más ni menos, que Cindy de Navarro.

—¿Por qué estará trabajando de perra? —se preguntó uno de los sujetos.

—Debería aumentarle el sueldo a Roberto, jefe —bromeó otro— parece que no le alcanza.

—Di pues… —comentó el aludido— ¿Qué importa la razón por la cual está metida de perra? ¡Contratémosla! Siempre he querido cogerme a esa ricura de mujer…

Todos coincidieron con la idea y el automóvil se parqueó al lado de la mujer.

—Hola, mi amor —le dijo el jefe bajando la ventanilla— ¿Nos recuerdas?

La mujer arrugó el rostro intentando hacer memoria.

—No. ¿Por qué? ¿Debería? —respondió.

—Ah, no te hagas la maje. Sabés bien quienes somos…

—No me gustan los jueguitos. Van a contratarme o no.

—Sígale la corriente, jefe —recomendó uno de sus subordinados y a éste le pareció buena idea.

—Sí, está bien —le dijo— subite al carro que queremos contratarte para los cuatro por toda la noche.

—Pero eso les saldrá caro.

—No importa. Tenemos dinero de sobra. Subite…

Tres días después, uno de los involucrados en aquel sórdido incidente entró al baño presumiéndole el hecho a su amigo, uno de los contadores del Departamento Financiero.

—¿Y están seguros que era la esposa de Navarro? —preguntó éste.

—Sin dudarlo. La contratamos y le hicimos de todo en un hotel. Entre los cuatro no dejamos una sola posición sin explorar. ¡Debo decir que sabe chuparla como una campeona!

Dentro de uno de los baños estaba Roberto que escuchó todo y salió a confrontar a su compañero. Este intentó explicarle lo sucedido calmadamente pero Roberto le dijo que aquello era mentira y estuvieron a punto de llegar a los golpes.

—Lamento que te enteraras así, Navarro, pero habemos cuatro testigos incluyendo al jefe. Sorry.

Roberto se alejó de aquel sujeto, pero estaba atormentado. Su escepticismo se fue transmutando en angustia. Sin embargo, consideró que era impropio confrontar a su esposa con acusaciones tan graves sin estar seguro y recurrió a su hermano el detective para que investigara el asunto.

A Marco también le pareció muy extraño aquel asunto. Cindy siempre había sido cercana a él y no concebía la posibilidad de que pudiera estar practicando clandestinamente la prostitución. Además ¿con que sentido? No le faltaba nada. Pero decidió indagar el turbio incidente y durante el fin de semana tomó su vehículo y se digirió a recorrer las calles de la infame zona roja.

Tardó en encontrarla pero, al hacerlo, no podía creer lo que miraban sus ojos. No cabía duda que aquella era Cindy, su cuñada, esperando clientes en una esquina.

Sin embargo se controló. Tomó su celular y llamó a Roberto para preguntarle si su esposa estaba con él.

—No —respondió— se encuentra visitando a sus padres. O eso me dijo. ¿Por qué? ¿Qué encontraste?

—Hablamos luego —dijo Marco y cortó la llamada. Luego salió del auto inflamado de ira y confrontó a aquella traidora mujer.

—¿Qué haces aquí? ¿Cómo podés hacerle esto a mi hermano?

—¿De que me habla, imbécil? —respondió ella, airadamente y con un tono tan vulgar que parecía impropio de la delicada y discreta Cindy que él conocía. —¿Qué le pasa, hijueputa? ¡Yo en mi vida lo he visto!

Marco se rascó la cabeza.

—No finjás conmigo, mujer. Es obvio que sos Cindy, mi cuñada. Ya deja el teatro.

—No sé de que me habla, infeliz malparido. Lárguese ya y deje de espantarme los clientes si no quiere que lo mate —bramó sacando un cuchillo de su cinto. Marco, como investigador judicial que era, estaba armado pero prefirió dejar el asunto así de momento y se fue a su oficina en la sede del Poder Judicial.

Allí investigó diferentes expedientes juveniles mediante los archivos informáticos. Así dio con el de Cindy cuya adopción había sido tramitada por servicios sociales. Bajó hasta el área de archivos físicos. Como era tan tarde sólo el personal de seguridad se encontraba presente pero él pudo encontrar el expediente sin problemas. Allí estaba la foto de Cindy cuando era adolescente y un formulario con sus datos personales, su huella digital y la información acuñada por los trabajadores sociales sobre el caso.

Según la información del legajo, Cindy Wang —su apellido original— había sido sacada de un hogar violento y conflictivo donde se sospechaba que se cometían abusos físicos y sexuales. Fue adoptada a los doce años por una pareja caucásica y el resto de la información estaba sellada por ser confidencial.

Marco Navarro se recostó en su asiento y se acarició la barbilla con su mano derecha en un gesto pensativo. Debía conseguir el resto de la información declarada confidencial para saber más, pero al menos ya tenía suficiente para darse una idea. Cindy Wang debía sufrir de múltiple personalidad causada por el abuso que sufrió siendo niña. Eso explicaba por qué se prostituía. En realidad no era ella exactamente, si no una personalidad alterna que no tenía recuerdos de su vida como Cindy y viceversa y que probablemente tenía un nombre diferente. ¡Esa era la explicación más lógica! Debía decírsela a su hermano para que le dieran tratamiento psiquiátrico inmediato.

“¡Un momento!” pensó Navarro recordando otro misterio en el que estaba involucrado. De entre su mamotreto de papeles encontró el expediente de la pareja oriental asesinada y torturada. ¡Claro! El apellido de los occisos era Wang; Jon y Mara Wang. Aunque nacidos en el país, sus respectivos padres eran inmigrantes orientales que, según algunos indicios, estaban vinculados a turbios grupos de mafia china.

Indagó más en aquel asunto descubriendo que había registros de un parto llevado a cabo por Mara Wang en un hospital privado, sin que las autoridades supieran más ya que la criatura no fue a la escuela. Doce años después, la hija de la pareja era llevada lejos por los trabajadores sociales del Patronato Nacional de la Infancia y ubicada con una familia acomodada que le dio su apellido.

¿Habría sido Cindy, o mejor dicho, alguna de sus personalidad alternas, la que había torturado y asesinado a sus padres biológicos?

Al día siguiente llevó Marco la foto de su cuñada al vecindario donde estaba el Dragón de Oriente para mostrarla a los vecinos. La gran mayoría coincidió en que la habían visto unos días antes del homicidio saliendo airadamente del restaurante y gritando improperios muy groseros, e incluso amenazando de muerte a la pareja. ¡No cabía duda! Marco giró una orden de arresto contra Cindy Wang, muy a su pesar.

A la comisaría fue llevada Cindy con las manos esposadas y franqueada por dos uniformados. A su lado estaba Roberto compungido por el dolor y la confusión. Marco trató de calmarlo y le explicó todas las sospechas. Roberto seguía irritado por aquello pero encontró que los razonamientos y deducciones de su hermano detective eran, en efecto, lógicos.

Cuando introducían a Cindy a una de las celdas, una de las reclusas recién arrestada en una celda contigua comenzó a decirle cosas:

—¡Hola China! ¡Que gusto verte! —le gritó mordazmente— ¿Te acordás de mí? Nos conocimos en el Buen Pastor. Solíamos hacer cosas muy ricas en las regaderas. ¿No te acordás?

—¿De qué está hablando? —preguntó desconcertada Cindy— ¡Nunca la he visto en mi vida!

—¡Uy! ¡Ahora me vas a negar! ¡Si hicimos tortillas juntas durante dos años que estuviste en la chorpa y ahora me negás! ¡Hijueputa!

Marco volvió a ver a su hermano, con rostro pensativo.

—Algo raro está pasando aquí —declaró— revisamos las huellas digitales de Cindy y no están en el sistema. Además, no pudo estar dos años en una cárcel de mujeres como el Buen Pastor sin darnos cuenta.

—Sí. Aquí hay gato encerrado, mi hermano.

Marco y Roberto se dirigieron al Instituto de Alcoholismo y Fármaco-Dependencia donde entrevistaron al personal mostrándole la foto de Cindy. Uno de los médicos reconoció que, en efecto, habían tratado a aquella mujer por adicción al alcohol y las drogas pero que no lograron rehabilitarla y finalmente dejó el programa.

El examen toxicológico realizado a Cindy Wang demostraba que ni siquiera fumaba…

Estando Cindy aún recluida en una celda, Roberto y Marco se dirigieron a las turbulentas callejuelas de la zona roja. Nuevamente, encontraron a la prostituta que acababa de bajarse del vehículo de un cliente satisfecho y se dirigía a su casa.

—¡Increíble! —dijo Roberto— podría ser la hermana gemela…

—Talvez lo es —comentó Marco— sigámosla.

La prostituta llegó hasta una pensión horrible y derruida de mamposterías carcomidas por la inclemencia del clima. El dueño era un tipo gordo y sudoroso, que rara vez se rasuraba la cara.

—¡Wang! —le gritó saliendo de su habitación conforme la prostituta subía lentamente las crujientes escaleras. El tipo vestía en aquel momento unos pantalones jeans mullidos y una camiseta sin mangas manchada por la transpiración. —¡Zorra hijueputa, me debes un mes de alquiler!

—¿Cuándo quiere que le pague? —preguntó ella girándose cansadamente.

—Ya estoy harto de que me pagués con mamadas o con tu trasero. Ahora quiero que me pagués con plata de verdad.

—Está bien —dijo suspirando— le voy a dejar el dinero mañana.

Entonces el casero cerró de golpe la puerta de su dormitorio y Wang continuó su camino hacia su apartamento.

Una vez dentro se humedeció el rostro en el fregadero y se miró en el espejo. La dura vida que había llevado le había vuelto una mujer de semblante turbio y amargo, pero aún gozaba de la espléndida belleza física que la caracterizó desde niña.

Tocaron. Del otro lado de la puerta estaban Marco y Roberto Navarro, identificándose este último como policía.

—¿Qué quieren? —preguntó.

—¿Cuál es su nombre?

—Mindy Wang —respondió.

—¿Conoce a esta mujer? —dijo él mostrándole la foto de Cindy.

Mindy Wang miró la foto con una mueca de ira.

—¡Por supuesto! Es mi hermana gemela. Y la odio con todo mi corazón…

Quizás pocas personas podrían presumir de haber tenido una niñez tan amarga e infeliz como la tuvo Mindy Wang. Uno de sus primeros recuerdos, a los seis años, fue cuando accidentalmente ella y su hermana quebraron un valioso jarrón chino en el restaurante de sus padres mientras jugaban despreocupadamente. Aunque ambas habían sido equitativamente culpables, por alguna razón su enfurecido padre le quemó las manos en las rejillas de la cocina sólo a ella, y después la fajeó hasta sacarle la sangre. Después de dicha paliza, Mindy decidió ser más cuidadosa a la hora de jugar porque le temía a los castigos de su padre. Su hermana, naturalmente, no sentía la misma aprensión por lo que jugaba normalmente y hacía mucho ruido. El ruido despertó a su padre que pasaba toda la noche trabajando en el restaurante y se despertó de mal humor bajando las escaleras bramando furioso.

—¡Fue Cindy! ¡Fue Cindy! —gritó Mindy aterrada, pero su padre ignoró su alegato y la tomó del brazo. —¡No papá, por favor! ¡No me lastimes! ¡Yo no fui! ¡Por favor!

De nada sirvieron las súplicas. Su padre le abofeteó la cara una docena de veces hasta romperle los labios y luego le amarró los brazos a la espalda, le colocó una cinta adhesiva en la boca y la encerró en el armario para que aprendiera a no hacer ruido.

Cindy se dio cuenta que, por alguna razón misteriosa, gozaba de absoluta impunidad. Cada vez que gritaba y hacía escándalo para despertar a sus padres, la que recibía las tundas era Mindy. Si quebraba algo, la paliza la soportaría Mindy. En una ocasión tomó unas pinturas y dibujó en todas las paredes del restaurante e incluso, atrevidamente, puso su nombre como una especie de firma. Aún así, los padres golpearon a Mindy y la hincaron sobre granos de arroz con una pesada cubeta de agua en cada brazo, bajo el sol. Así estuvo toda la mañana y cada vez que sus fuerzas flaqueaban y derramaba líquido le daban diez azotes con una rama de bambú.

Mientras Mindy intentaba resistir el peso de los baldes que ya le habían acalambrado dolorosamente los brazos, y sentía sus rodillas atormentadas por el suplicio de los granos incrustados en su carne, y sudaba copiosamente por el insoportable sol que le quemaba la piel, y jadeaba sedienta y hambrienta pues no la habían alimentado en todo el día, se dio cuenta que su destino estaba en manos de su hermana.

Así que Mindy le suplicó a su hermana que, por favor, dejará de comportarse mal ya que ella sufriría el castigo. Cindy aceptó pero sólo a cambio de que Mindy la obedeciera en todo. Aunque era una niña, Cindy tenía edad suficiente para entender el poder que tenía sobre su hermana.

Así, Mindy se vio obligada a servir a su hermana como una esclava y hacía todo lo que ella le pedía. En realidad Cindy no tenía mucho que pedir. Sus padres sólo le compraban juguetes a ella y todas las labores físicas a realizar en el restaurante se las asignaban a Mindy, por lo que Cindy se dedicaba a jugar. Aún así, Cindy sentía un placer sádico en ordenarle a su hermana realizar tareas denigrantes y cansadas por puro morbo. De incumplirlas, bastaba con acusarla de alguna travesura aunque fuera imaginaria para que sus padres la golpearan.

Las gemelas no iban a la escuela y pasaban todo el día con sus padres, sin embargo, a Cindy le enseñaron a leer y escribir. Mindy observaba esto con resentimiento pero no tenía más opción que obedecer. Su madre la obligaba a realizar toda clase de duras labores domésticas en la casa y el restaurante, como cocinar y limpiar y era casi una esclava.

Los amigos de su padre llegaban con frecuencia a jugar póquer al restaurante que, en realidad, era poco más que una cantina de mala muerte. Sentados, cinco jugadores —entre ellos Jon Wang mismo— en una mesa redonda realizaban sus partidas apostando onerosas cantidades de dinero. Jon Wang era, además de alcohólico, ludópata, y pronto perdió hasta la camisa.

—Un momento —dijo cuando ya se le había acabado hasta el último centavo— ¡Mindy! ¡Ven acá!

La joven obedeció. Su padre la colocó a su lado y la mostró ante sus amigotes que fumaban y tomaban mientras jugaban cartas.

—¿Qué les parece esta apuesta? Si pierdo, mi hija es suya. Háganle lo que quieran.

Mindy tragó saliva. Todos los jugadores aceptaron. Jugaron una nueva mano; decisiva para Mindy. Pálida y temblorosa de los nervios observó como su padre ganaba la partida con una milagrosa buena mano. ¡Se había salvado! Esta vez…

Pero, para cuando cumplió diez años, las cosas iban a empeorar.

Fue algo extraño, casi onírico. En la madrugada se abrió la puerta de la recámara donde ambas dormían y por ella entró su padre acercándose hasta el camarote donde ambas dormían. El sujeto hedía a licor y se dirigió de inmediato a la cama superior donde removió las cobijas y comenzó a tocar a la niña.

—¡Soy Cindy, papá! —susurró la muchacha instintivamente. Esto fue suficiente como para que el padre cambiara de opinión. Dejó a Cindy tranquila y centró su atención en la cama de abajo donde dormía Mindy. La descobijó, le quitó la ropa y abusó de ella.

Sería la primera de muchas veces. Su padre satisfacía sus impulsos sexuales asiduamente y con la plena complicidad silenciosa de su madre y hermana que nunca movieron un dedo para detenerlo. Además, siguió apostándola en el póquer pero ahora perdía con mucha frecuencia.

Cuando ella cumplió once años el dueño de la propiedad donde estaba ubicada la casa y el restaurante de los Wang llegó a cobrar la mensualidad. Las cosas habían ido mal y la familia tenía más egresos que ingresos. Jon Wang se dedicaba a embriagarse y no tenían dinero para pagar.

—O pagan o se largan —dijo el casero. Los Wang (tanto padres como hijas) estaban sentados en la mesa siendo encarados por el acreedor.

—No tengo dinero… —se lamentó Jon Wang con acento de borracho.

—Pues entonces se van a la calle —amenazó el casero.

—¡Espere! ¿Aceptaría usted un pago de otro tipo? —preguntó la madre, Mara Wang.

—¿A que se refiere?

—Pues… como puede ver… tenemos hijas muy bonitas…

El casero miró pensativo a las niñas sintiendo una pulsión sexual profunda.

—Está bien —dijo sonriente.

—A Cindy no la toque… —dijo Jon Wang reaccionando a pesar de que su mente estaba entumida por el licor.

Mindy, entendiendo lo que esto implicaba, se levantó de su asiento y comenzó a gritar, enfurecida:

—¿Por qué? ¿Papá, por qué? ¿Por qué yo? ¿¡Por qué me odias tanto!?

Su padre no respondió. El casero la jaloneó de un brazo y se la llevó hasta la habitación de sus padres a cobrar el alquiler.

Pronto, Jon Wang se dio cuenta que esa era una excelente forma de pagarle a sus muchos acreedores. Como ludópata que era tenía muchas deudas de juego y los usureros y corredores de apuestas que lo llegaban a buscar para cobrarle las deudas amenazando con quebrarle las piernas, eran fácilmente apaciguados con el cuerpo de su hija. Después de todo, era un excelente adelante.

—¿Pero por qué? —se preguntó— ¡Yo no soy la que apuesta! ¡Son tus deudas papá! ¿Por qué tengo que pagar yo?

Pero como respuesta, sólo recibía golpes a puñetazos de su padre que la acallaban y la obligaban a aguantar silenciosamente su dolor.

Como era lógico, las autoridades del Patronato Nacional de la Infancia escucharon los rumores sobre el hecho y prestaron una visita a los Wang. Mindy fue atada, amordazada y encerrada en un armario por lo que las trabajadoras sociales sólo encontraron a Cindy y la llevaron fuera de ese ambiente, para entregarla en adopción a una adinerada familia.

El restaurante Dragón de Oriente comenzó a decaer cada vez más. Poco a poco se fue convirtiendo más y más en un sucio chinchorro visitado por borrachos, indigentes y adictos. Sus padres gradualmente se despreocupaban más del asunto y le correspondía a Mindy atender aquel negocio sola, aunque era una adolescente. Como es lógico, los clientes —en su mayoría malhechores— aprovechaban la soledad de la joven para abusar de ella. Mindy no soportó más y escapó de su casa a los quince años.

Pero era realmente poco lo que podía hacer. Su única opción era la prostitución, la cual la llevó a las drogas y el alcohol. El IAFA fue incapaz de rehabilitarla y salió de dicha institución totalmente adicta. Después de todo, sólo las drogas y el licor podían acallar el rencor y el odio tan profundo que la embargaban desde muy niña y eso nadie podría cambiarlo.

Fue arrestada a los veinte años por tráfico de drogas y enviada a la cárcel de mujeres del Buen Pastor, donde conocería una vez más lo que era el abuso físico y sexual más terrible. Una vez que salió terminó dedicándose a prostituta esperando simplemente que le llegara pronto la muerte.

—¿Entienden ahora por qué odio a mi hermana? —preguntó Mindy.

Y en realidad, tanto Marco como Roberto Navarro entendieron.

Aunque conmovido por su historia, era claro que había sido Mindy la asesina de sus padres así que arrestó allí mismo a la mujer y ordenó por teléfono que liberaran de inmediato a Cindy Wang.

Todo parecía haber vuelto a la normalidad en el hogar de Roberto Navarro. Si bien Shriley se deshizo en explicaciones de por qué nunca le había hablado de su hermana gemela, estas no convencieron mucho a Roberto, pero obvió el asunto por el bien de sus hijos.

No obstante, la pesadilla estaba lejos de terminar.

El teléfono de Marco Navarro sonó y el adormilado detective observó en el reloj digital que era de madrugada.

—¿Aló?

—¿Marco?

—Sí.

—Soy Efraín, tu compañero.

—¿Qué pasa?

—Malas noticias. ¿Recuerdas que enviaron a Mindy Wang al Hospital Psiquiátrico por haber matado a sus padres?

—Sí.

—Escapó. La seguridad en ese lugar es pésima.

—¿¡Que!? ¡Eso es terrible! —dijo espabilándose completamente debido a las implicaciones del hecho— ¡Lleven una patrulla que custodie la casa de mi hermano Roberto y a su familia!

—Ya lo hicimos.

Marco se levantó de inmediato, se bañó, vistió y preparó su pistola. Era lógico que Mindy Wang pretendiera vengarse de todos los que le hicieron daño. Para más horror descubrió que la fuga se había dado más de cuarenta y ocho horas antes y la lerdura de los trámites había retrasado el aviso.

En su vehículo y acompañado de Efraín, su compañero, se dirigió a los lugares donde Wang podría posiblemente buscar venganza. En la vieja pensión donde vivía encontraron al regordete y grasoso casero asesinado a cuchilladas, con su sangre encharcando todo el piso y sus pantalones abajo. Sin duda que Wang lo había seducido antes de matarlo. Una anciana retirada fue encontrada degollada en un asilo de ancianos y, tras algunas investigaciones, descubrieron que había sido trabajadora social cuando joven. Debió ser la trabajadora social del PANI que había llevado el caso de los Wang y había salvado a Cindy —pero no a Mindy— del infierno.

—No cabe duda de que intentará vengarse de mi hermano y cuñada —dedujo Marco y se dirigió con su compañero hasta la casa de los Navarro. Marco fue a hablar dentro de la casa y su pareja lo esperó en el auto.

—Pasa, Marco, adelante —le dijo Cindy— todo está bien. Marco está dormido y los niños también. ¿Quieres hablar con ellos? Los despertaré.

—No, no los despiertes. Mi compañero y yo montaremos guardia en un vehículo afuera ¿OK?

—Pero… ¿por qué mejor no pasas la noche aquí? —dijo ella seductoramente y comenzó a realizar una serie de avances eróticos. Primero le estampó un beso y luego su lengua bajó por el cuello del policía.

Marco era un hombre tremendamente solitario y que no había disfrutado de una mujer hermosa en mucho, mucho tiempo. Además, había sentido siempre una profunda atracción por su bella cuñada, así que permitió que aquella mujer continuara. Ella bajó hasta desabrocharle los pantalones, se puso su pene en la boca y le proporcionó el más placentero disfrute sexual que había recibido en décadas, haciéndolo eyacular rápidamente.

La mujer, cuando sintió la eyaculación en su boca, sonrió y miró hacia arriba complacida con su obra. Pero su gesto pasó de complacencia a susto cuando observó el cañón de una pistola en su nariz.

—Tú no eres Cindy —le dijo Marco.

Aquella mujer se levantó y encaró al policía que se cerraba la cremallera sin dejar de apuntarle.

—No, no lo soy. Soy Mindy —reconoció— pensé que podía vivir por algún tiempo la vida que mi odiada hermana me arrebató.

—¿Dónde están mi hermano y mis sobrinos?

—Está bien. Aún no les he hecho nada.

—¿Y Cindy? ¿Qué hiciste con ella?

—Esa desgraciada maldita sí va a pagar por todo lo que me hizo…

Dicho esto Mindy Wang se lanzó contra Marco y éste disparó, pero falló el tiro. La bala atravesó la ventana y alertó a Efraín. Para cuando el compañero subió las escaleras y llegó a la habitación se encontró con Marco herido de bala en el suelo y sin rastro de Mindy Wang a la vista.

Mindy había dicho la verdad; Roberto y sus hijos estaban vivos aunque atados en una recámara. Los paramédicos se llevaron a Marco, cuya herida no era mortal y se recuperaría. La que corría verdadero peligro —de estar aún viva— era Cindy Wang.

Poco después de haber escapado del horror en que vivía, Mindy Wang se había refugiado en una vieja casucha abandonada rodeada por un lote baldío. Conocía bien el lugar y era perfecto para hacer lo que planeaba.

Allí había llevado a su hermana Cindy a la que tenía sentada en una silla, maniatada y amordazada.

—¿Sabes por qué nuestro padre me odiaba tanto? —le preguntó con una mirada de psicópata al entrar a la habitación. Su hermana Cindy tenía las mejillas empapadas de lágrimas y negó con su rostro angustiado.

—Dicen que porque su madre, nuestra abuela, era bruja y profetizó que de tener gemelas la segunda hija sería un demonio que traería la mala suerte y la maldición a su hogar. Y esa segunda hija era yo. ¡YO! —gritó irritada. —Y por esa estúpida superstición mi vida fue convertida en un infierno. ¡Todo por la casualidad! ¡Todo por nacer de segunda! ¡Maldita! ¡Maldita sea!

“Y no sé si fuera cierto, pero parece que después de que escapé el negocio de nuestros padres comenzó a prosperar y acumularon una buena fortuna. Robé todo su dinero después de matarlos, aunque no podía usarlo de inmediato porque hubiera llamado la atención. Sin embargo, ahora que me escapé sí le voy a dar buen uso. He contratado a unos tipos que conocí cuando me dediqué a vender droga. Ellos se van a encargar de torturarte y violarte por días antes de matarte. ¡¡Para que sientas lo que yo sufrí, desgraciada hijueputa!!

Lo que Mindy no sabía era que su hermana Cindy era muy inteligente. Súbitamente su rostro dejó de ser una mueca de temor y la miró fríamente. Había logrado romper sus ataduras contra la oxidada silla y asirse con una barra metálica. Luego se había sentado y fingió continuar atada para esperarla.

Cindy saltó y le propinó un golpe contundente con la barra en la cabeza a su hermana que se desplomó. Luego cambió de lugar con ella atándola a la silla y escapó a toda velocidad.

Los tres gandules contratados por Mindy llegaron al lugar con sonrisas sádicas.

—No… —gimió Mindy medio aturdida por el golpe en la cabeza— no… no me hagan nada. Yo soy la que los contrató… yo… no soy… la que tienen que matar.

—¡Sí, claro! —burló uno de los matones y todos se rieron. Las súplicas de Mindy fueron inútiles. Aquellos hombres que ella misma había contratado la desnudaron y la violaron por la vagina y el ano, luego la torturaron y la molieron a golpes, para volverla a violar, y así repitieron la faena hasta que se cansaron y le prendieron fuego aún viva.

Y mientras padecía todo este sufrimiento indecible, Mindy sólo podía pensar: “¿Por qué yo?"

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