Capítulo Dos

—¡Vaya! —Exclamó Clara, la hermana melliza del hombre al que seguía amando, a pesar de haber resultado ser un cobarde traidor, y quién se había convertido en mi mejor amiga, mientras observaba mi habitación, fascinada—. ¡Este lugar es idóneo para ti! —Sonreí con timidez, siguiendo su mirada: había pintado las paredes de un cálido tono gris que combinaban perfectamente con el tono caoba claro de las puertas del armario empotrado y puerta de acceso a la estancia, y el tono caoba más oscuro del suelo del parqué; era una habitación algo pequeña, pero me encantaba el detalle de tener parte del techo inclinado al estilo de ático, pues había una pequeña ventana en medio que permitía comprobar qué tiempo hacía nada más despertar, o ver las estrellas mientras intentabas conciliar el sueño. En el centro se encontraba la cama de matrimonio, la cuál tenía un cabecero -también de color gris-, que iba a juego con las mesitas de noche.

—La verdad es que es una de mis estancias favoritas. —Le confesé, sin dejar de sonreír—. Le sigue la sala de estar y la cocina, dónde me pasaré horas haciendo cientos de pasteles cuando la inspiración me abandone... —Mi amiga alzó una ceja, al tiempo que parpadeaba con rapidez, gesto que solía hacer cuando algo rondaba por su cabeza, y preguntó:

—¿Y qué piensas hacer con tantos pasteles para ti sola?

—Tengo el lugar perfecto para cuando llegue ése momento. —Le aseguré, ensanchando mi sonrisa—. Para entonces, me subiré al desván, dónde crearé una especie de sala de fiestas, y que se ocupen los invitados de comerse hasta las migajas de los platos; por supuesto, estás más que invitada. —Clara inclinó ligeramente la cabeza hacia atrás, y dejó escapar una carcajada, divertida.

Yo simplemente, volví a sonreír.

—Veo que lo tienes todo bajo control. —Comentó entonces, volviendo a echar un vistazo a nuestro alrededor.

—Bueno, todavía queda bastante por hacer. —Admití, encogiéndome de hombros, para quitarle importancia—. Pero creo que este dúplex sí está hecho para mí, es justo lo que estaba buscando. —Clara asintió con la cabeza, como si estuviera de acuerdo con ello.

—Me alegro de que almenos vuelvas a sonreír. —Dijo entonces, ofreciéndome una triste sonrisa—. Y de que te hayas cogido todo esto con sorprendente calma; te mereces intentar volver a ser feliz. —<<Tu hermano era lo único que me mantenía feliz>>, le dije mentalmente, haciendo un esfuerzo por evitar que los ojos se me anegaran de lágrimas -en las últimas semanas, no recordaba ni un solo día en que no hubiera llorado-, pues lo último que quería en aquél momento, era que aquella chica que parecía encontrarse en medio de un complicado conflicto, dado en como habían acabado las cosas entre su hermano y yo, se sintiera todavía más mal.

—La verdad es que ha sido forzosamente precipitado. —Admití, mientras me pasaba una mano por el pelo, empezando a sentirme incómoda por tener que hablar sobre ello—. No era algo que quisiera hacer a corto plazo; pero supongo que a veces el destino tiene otros planes que no esperamos. —En mi caso, mi destino había resultado ser igual de decepcionante y dañino como Andrés.  Sacudí la cabeza, intentando borrar aquellos últimos horribles pensamientos sobre él -a pesar de que en cierto modo merecía que los tuviera-, y decidí hacer la pregunta que tantos días ansiaba por tener una respuesta—. ¿Cómo está... Él? —Clara cruzó una rápida mirada conmigo, y me di cuenta de que había logrado incomodarla también, y no la culpé por ello.

—Teniendo en cuenta como acabó todo entre vosotros, sé que es algo que no quieres escuchar. —Empezó a decir, tras tomarse unos segundos antes de responder—. Pero lo cierto es que ya no es el mismo. —Un tenso silencio se cernió sobre nosotras, y por un instante, algo dentro de mí me dijo que Clara me culpaba por la ruptura, a pesar de no haber mostrado ningún gesto ni palabra que me lo confirmara.

Sin embargo, era la hermana melliza de Andrés, tenían un vínculo especial, y aunque una parte de ella sabía que las mentiras y secretos de su hermano eran los verdaderos culpables de nuestra separación, su razonamiento le impedía aceptar aquel hecho: Andrés era la otra mitad que complementaba su existencia, era el hermano pequeño -había nacido tres minutos después- al que debía de proteger, costase lo que costase, y si aquello implicaba llegar a tener que romper lazos conmigo, lo haría.

—¿Y cómo van las campañas? —Pregunté entonces, cambiando de tema para intentar liberar la tensión que se había adueñado de la habitación—. Si no recuerdo mal, pronto comenzarán los preparativos para la de verano, ¿verdad? —Mi amiga volvió a morderse el labio, nerviosa, y fue entonces cuando me di cuenta de que había ido hasta allí por una razón que nada tenía que ver con el simple hecho de querer verme, y lo cierto era que no sabía si aquello me preocupaba, o realmente molestaba.

—Estaba esperando el momento oportuno para hablar sobre ello. —Me confesó, con cierta timidez—. Pero como has sido tú la que has sacado el tema, no me queda otro remedio que contestarte. —Tragó saliva con esfuerzo, mientras parecía escoger las palabras que decirme a continuación—. Lo cierto es que estamos cayendo en picado, Hannah. —Abrí los ojos como platos, perpleja: ¿había oído bien? ¿El estudio fotográfico de mi exnovio estaba tan mal?

No podía ser cierto: Andrés siempre había sido un hombre excepcional, el cual había demostrado tener realmente la madurez necesaria para dirigir su propia empresa, a pesar de su corta edad; había logrado un éxito admirable, por no decir que cientos de diseñadores habían recurrido ya a sus servicios, pero lo más admirable, era que había conseguido que sus propias modelos hubieran conseguido desfilar para otros, incluyéndome a mí, por lo que no era de extrañar que me fuera imposible creer que realmente tuviera problemas.

—¿Qué sucede, Clara? —Quise saber, a pesar de que yo ya no tenía nada que ver con ello. Mi amiga apartó los ojos de mí, incómoda, mientras parecía decidir en si contármelo o arrepentirse por haber hablado demasiado.

Finalmente, soltó un profundo suspiro, y contestó:

—Al parecer, no eres la única que nos ha abandonado, Hannah. —La amargura con la que pronunció aquellas palabras, logró que la perplejidad se profundizara en mis facciones, y al darse cuenta de ello, sus mejillas no tardaron en ruborizarse—. Lo siento, no quería decir eso. —Se disculpó, con dificultad. <<Pero lo has hecho>>, repuse mentalmente, sin poder evitar que una gran parte de mí se sintiera dolida por ello. <<Crees que yo tengo la culpa de que tu hermano esté mal, y de que su empresa se esté yendo a la ruina, y lo cierto es que no sé el porqué de ambas cuestiones>>—. Lo cierto es que todo esto empieza a superarme. —Las lágrimas afloraron en sus ojos, logrando alarmarme—. He intentado hacer todo cuanto está en mi mano, pero no es suficiente. —Apretó los ojos con fuerza, tal vez para disipar así el agua salada de sus ojos, pero fue en vano: las lágrimas empezaron a rodar sin control por sus mejillas, y yo no pude evitar sentirme impotente por ello.

—Tranquilízate, Clara. —Le pedí con suavidad, acabando de acercarme a ella para darle un cálido abrazo, mostrándole así mi apoyo—. Ya verás como todo tiene solución... —Entonces, se abrazó fuertemente a mí, y rompió a llorar, desconsolada, y la sensación de que una mano invisible hundía un afilado puñal en mi pecho, hizo que el muro de mi serenidad temblara, amenazando con derrumbarse: ¿por qué de repente me sentía obligada a pedirle perdón?—. Si es por dinero, pudo devolveros el adelanto que tu hermano me dio por su autobiografía. —Sugerí, encogiéndome de hombros para quitarle importancia al asunto—. Lo cierto es que fue bastante generoso, y creo que empiezo a arrepentirme de haberlo aceptado. —Agregé entonces, en un murmullo.

Y no era para menos.

Tras cerrar el acuerdo con Andrés, este me extendió un cheque al portaor, y en cuanto yo había visto la cifra, tuve la sensación de que el corazón se detenía tan solo unos segundos: nunca me habían pagado tanto por un adelanto; de hecho, la cantidad que mi exnovio había puesto, solía ser el total que me pagaban por el trabajo realizado.

Claro que tampoco había tenido ninguna relación sentimental con ninguno de mis clientes antes, y si lo analizaba bien, podía llegar a sentirme incluso incómoda, pues me daba la sensación de que me estaba pagando por algo más que escribir sobre su vida.

Sacudí la cabeza, intentado borrar aquél último pensamiento de mi mente.

—No es solo cuestión de dinero, Hannah. —Replicó mi amiga, entre sollozos—. Es... ¡Es todo! —Volvió a esconder su rostro en mi hombro cuando el llanto volvió a invadirla, y aquello hizo que la sensación de culpabilidad pesara cada vez más sobre mi hombros.

—Tranquila, amiga. —Musité, acariciando su espalda para intentar reconfortarla, aunque aquel gesto hizo que su llanto se volviera más fuerte—. ¿Qué te parece si preparo dos tazas de café, y me explicas todo con calma? —Le pregunté, esperando que aquella idea la animara un poco—. Sea lo que sea, encontraremos una solución; además —agregué, mientras la apartaba unos centímetros de mí para que nuestras miradas se encontraran, mientras yo dibujada una reconfortante sonrisa en mis labios—, tengo unos dulces tan tiernos que será imposible que te resistas a probarlos... —Clara se limpió las mejillas con las yemas de los dedos con timidez, y me devolvió una forzada sonrisa, asintiendo con la cabeza—. Decidido entonces. —Dije, animada—. ¡Marchando dos cafés con leche, y algunas calorías en forma de bollo!

*   *   *   *   *

Desde niña, siempre me había fascinado vivir en la enorme casa que mi padre había reformado con tanto esmero y mi madre se había dedicado a decorar con un gesto extraordinario, y era por eso que siempre había soñado en que llegaría un día en que yo tendría mi propia casa, y sería igual de maravillosa, con niños corriendo y gritando de un lado para otro, seguidos por perros y gatos.

Veinte años después, había logrado mi casa, pero no todo lo demás, lo cuál resultaba en cierto modo ridículo, aunque había decidido no decepcionarme por ello: tal vez la vida había puesto algunas piedras en mi camino, obligándome a tener que tomar otras decisiones, pero estaba convencida de que tan solo era un pequeño bache en mi camino, y que llegarían tiempos mejores: seguiría el curso de mis días, adaptándome a una nueva rutina, y antes de que quisiera darme cuenta, la felicidad me regalaría dulces despertares y momentos inolvidables.

—Ahora entiendo porqué la cocina es tu segundo lugar favorito. —Comentó entonces Clara, mirando con curiosidad a nuestro alrededor mientras sostenía la taza entre las manos—. Lo cierto es que tampoco está nada mal. —Tenía razón: a pesar de tener una distribución rectangular y algo estrecha, lo cierto es que estaba muy bien; de suelo de linóleo blanco a juego con los azulejos de las paredes y muebles, la encimera y electrodomésticos eran gris oscuro, por lo que no era de extrañar que los cajones principales resaltaran con su tono caoba claro.

Además, tenía un pequeño cuarto adjunto donde se encontraba el calentador y los utensilios de limpieza, el cual no había pasado inadvertido para mí: lo cierto es que, aunque era bastante pequeño, me había planteado montar un pequeño despacho donde poder escribir cuando me apeteciera disfrutar del calor del sol de verano; tal vez fuera una tontería -como montar fiestas en el desván- pero el enorme ventanal con vistas a la calle me animaba a ello.

Y el desván como sala de fiestas temporal, también.

—Bueno, lo cierto es que es mi tercer lugar favorito. —La corregí, ofreciéndole una tímida sonrisa, mientras me acercaba la taza a los labios, despacio—. La sala de estar es mi segundo lugar favorito. —Di un breve sorbo a mi café, notado como el exceso de azúcar que había mezclado impregnaba mi paladar. Clara puso lo ojos en blanco y repitió mi gesto—. ¿Te sientes mejor? —Le pregunté entonces, observándola detenidamente.

Asintió con la cabeza, cohibida.

—No deberías dejar que te monte ese tipo de escenas. —Bromeó, todavía sin atreverse a mirarme a los ojos—. No quiero que pienses que soy una mujer débil. —Yo simplemente continué mirándola, sin saber muy bien qué decir—. Lamento haberte preocupado, Nah. —Se disculpó entonces, al ver que yo seguía callada, volviéndose finalmente hacia mí—. No era mi intención venir a tu casa a contarte mis problemas. —Mi casa. Eran tan solo dos palabras: mi casa.

Sonaba tan irreal, que todavía no podría creer que así fuera, pero lo era, y debía de acostumbrarme a ello.

—Para eso están las amigas. —Le recordé, removiendo el azúcar con la cucharilla, mientras clavaba la mirada en el fondo de la taza, y por un momento, recordé el día en que había sido yo la que había ido a su casa para informarle de que había terminado con su hermano, antes de echarme a llorar. Parpadeé con rapidez, volviendo a la realidad: no quería recordarlo—. Para cuidarse y apoyarse. —Agregué, intentando que mi voz sonara lo más tranquila posible, mientras volví a clavar la mirada en los ojos de mi amiga, quién parecía estar de nuevo inquieta.

—Y poder contar la una con la otra, sobretodo cuando se necesite un favor... —Inquirió entonces, haciendo que yo arrugara la frente, empezando a impacientarme: no me gustaba tanto rodeo para llegar a una cuestión en concreto, era algo que lograba provocarme un mareo mental que acabaría en una tremenda jaqueca; en mi opinión, las cosas se debían de decir de un modo claro y directo, sin tapujos, tal y como yo narraba la vida de la gente que me contrataba en sus biografías, ya fueran detalles escabrosos o confesiones imperdonables, la vida era como era, y cada uno había escogido el camino que había querido, algo que los demás debían de aceptar y respetar, a pesar de no ser de su agrado.

Así pues, no era de extrañar que el titubeo de Clara lograra exasperarme, teniendo en cuenta todo lo que yo llevaba cargando sobre mi espalda desde que me había mudado a aquél lugar.

—Claro. —Convine, haciendo rodar la taza entre mis manos—. Ese es uno de los pilares fundamentales de la amistad; pero, ¿a qué viene tanto misterio? ¿Qué es lo que realmente sucede? —Mi amiga volvió a morderse el labio, y por un momento, creí que volvería a echarse a llorar.

—Algunos de nuestros clientes más importantes, han rescindido el contrato. —Empezó a decir, apenas con voz audible—. Y eso ha provocado la pérdida de una cantidad considerable de dinero. —Cerré los ojos unos segundos, incapaz de no sentir cierto pesar por aquella noticia: que Andrés no hubiera resultado ser el hombre que yo esperaba, el hecho de que su estudio fotográfico estuviera prácticamente en quiebra hacía que se me encogiera el corazón dentro del pecho: no merecía aquello.

El tenso silencio volvió a cernirse sobre nosotras durante unos largos minutos, y mi cabeza no tardó en parecer un hervidero de pensamientos que iban y venían a una velocidad de vértigo, mientras intentaba buscar una posible solución para que los mellizos superasen aquél bache, pues, sin saber muy bien porqué, me sentía responsable de ello.

—Mi ofrecimiento acerca de devolver el adelanto que me dio tu hermano, sigue en pie. —Le recordé entonces, dejando la taza sobre el mármol para cruzar los brazos sobre mi pecho, nerviosa—. Creo que podrá ayudaros por el momento, y si me doy prisa con el manuscrito...

—Necesito que vuelvas a ponerte frente a la cámara. —Me pidió entonces, haciendo caso omiso de mis palabras. Abrí los ojos como platos, sorprendida por su petición, aunque no dije nada; de hecho, no podía articular palabra alguna: ¿volver a posar enfrente de la cámara? ¿Dejar que Andrés me observara a través de un objetivo, antes de inmortalizarme para alguna campaña? <<No, no puedo>>, me dije, notando como la acidez se adueñaba de mi estómago, haciendo que me fuera incluso imposible tragar la saliva. <<No puedo volver al estudio y mirarle a los ojos como si nada hubiera pasado>>. Le odiaba por lo que me había hecho, pero al mismo tiempo, le seguía amando, y aquella mezcla de sentimientos podría acarrear terribles consecuencias—. Es la única manera de que ésos idiotas vuelvan a contratar nuestros servicios: te quieren a ti para representar sus productos, quieren que sea tu rostro el que represente a sus empresas. —Aquello me halagó, al tiempo que me cohibía en una agria vergüenza: de todas las modelos que trabajaban en Aguilar Design, ¿yo era la que más llamaba la atención de un gran porcentaje de diseñadores? <<Pero yo soy una simple escritora que se mantiene en el anonimato>>, me dije, perdiendo la mirada en los azulejos blancos de la pared de la cocina. <<Prácticamente, soy invisible a ojos de la sociedad>>. Era. Había sido invisible, hasta el momento en que dejé que mi exnovio me convenciera para fotografiarme y exponer algunas de las fotografías que habían logrado cautivarle—. Entonces, ¿qué me dices? —Preguntó Clara, interrumpiendo mis pensamientos, haciendo que me volviera de nuevo hacia ella, y cuando nuestras miradas se encontraron, la acidez que había nacido en la boca de mi estómago, no tardó en subir hacia mi garganta—. ¿Puedo contar contigo?

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