YO, LA SEGUA

 Contemplé mi desfigurado rostro en el espejo. Frente a mí se observaba una monstruosidad deforme y repulsiva, de largos y podridos dientes amarillentos, salientes y babosos. Una boca grotescamente hinchada y unos ojos carentes de humanidad. La antítesis misma de la belleza.

 La imagen que mostraba el espejo era tan horrible y repugnante que me provocó náuseas y pavor. Amargas lágrimas brotaron de mis ojos de animal, y fluyeron caóticamente entre las mejillas callosas y abultadas, repletas de tumores infectados. Sentí la desesperación más recóndita y maldije con todas mis fuerzas el día que nací. Maldije al Universo y a cualquier deidad responsable de su existencia. Pero la que estaba eternamente maldita; condenada a este infierno interminable, era yo.

 La muerte era la mejor solución a mi dilema. La anhelada muerte. Pero aún la misma Parca parec&iacu

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