EL ESCRITOR DE GORE

Alberto odiaba su vida.

Todos los días se dedicaba a trabajar en aquella oficina a la que detestaba, rodeado de personas que no soportaba. Las extensas y agotadoras horas de su tedioso y repetitivo trabajo no le dejaban mucho tiempo libre y su personalidad ensimismada y retraída le impedía socializar. Pasaba de ocho a doce horas diarias, seis días a la semana bajo la enfermiza luz nacarada de los fluorescentes del sótano catalogando y digitando interminables datos aburridos bajo la supervisión de un fanfarrón idiota insoportable.

Ese era su jefe, Jonathan.

Jonathan era el típico deportista descerebrado y musculoso que sólo pensaba en ligarse mujeres y que presumía con su automóvil último modelo y sus hazañas sexuales y deportivas. Jonathan era terriblemente estúpido pero aún así había logrado ascender a supervisor y se encaprichó en hacer

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