LA BRUJA Y LA GUERRERA

Provincia romana de Britania, año 71 d.C.

 Los rayos del sol se filtraban a través de las tupidas copas de los árboles en aquel Bosque Sagrado al que nunca habían talado o profanado de ninguna manera. En una hermosa gruta cercana a una cascada y a un riachuelo, podía apreciarse a la singular pareja constituida por un viejo druida y su aprendiza.

 El Druida era un hombre mayor, de larga barba tan blanca como su túnica y su capucha. Se sentaba sobre una piedra con un rústico báculo de torcida madera en su mano derecha. A sus pies y sobre el suelo se sentaba Vivian, una joven de cabellos rubios, ojos verdes y tersa piel blanca que escuchaba con atención las enseñanzas de su maestro.

 —Y así, la muerte no es el final del camino —le dijo el anciano— sino simplemente un cambio porque al morir nuestro espíritu renace una vez más en un nuevo cuerpo, y una nueva vida, en un ciclo interminable hasta que no tengamos nada más que aprender y no haya entonces otra razón por qué volver a la Tierra, al mundo material, al Abred en cuyo caso morará su espíritu por siempre en el Gwynfyd

 Esta lección en particular distrajo a Vivian.

 —¿Crees que mi madre ya renació? —le preguntó bajando la mirada.

 —Tu madre fue una gran guerrera que dio su vida por la libertad y la dignidad de su pueblo, mi pequeña —le respondió el Druida— sin duda los dioses la premiarán en su próxima vida sea cual sea.

 La reputación de la madre de Vivian era bien merecida como la describía el Druida pues Vivian era la hija menor de la Reina Boudica, soberana de los icenos y líder de la peor revuelta contra el poder romano en Bretaña. Tras la derrota en batalla de su madre en el año que hoy denominamos 61 d.C., ésta se suicidó bebiendo veneno para no ser tomada prisionera de sus odiados enemigos, pero el destino de sus hijas es aún desconocido para la mayoría de los historiadores. Estos no saben, sin embargo, que ambas muchachas escaparon de la fulminante derrota y fueron criadas por un Druida en el bosque.

 —Tu consagración se acerca —anunció el Druida poniéndose de pie. Vivian le ayudó levantándose de inmediato y tomándolo de la mano, aunque no era necesario pues el Druida podía parecer viejo pero gozaba de una excelente salud, era una muestra de respeto.

 —¿Seré una bruja?

 —Sí. Y una druidesa muy pronto. Pero aún tienes algunas pruebas que superar, mi niña.

 Tras un largo camino a través del sendero llegaron finalmente hasta la vieja cabaña que ambos habitaban. El lugar estaba repleto de animales domésticos como gallinas, ovejas, cabras, gatos y caballos. La crujiente puerta se abrió y en el interior estaban las modestas pero cómodas instalaciones donde Vivian y el Druida pasaban sus humildes vidas… alejados lo más posible del violento y cruel entorno donde la guerra y la maldad eran cosa de todos los días.

 En la oscuridad de la noche dormía Vivian sobre su lecho cómoda y cálidamente. Fue despertada por pasos felinos sobre su cuerpo y al abrir los ojos observó un gato atigrado que nunca había visto antes, de frondoso pelaje gris. El gato maulló y saltó inmediatamente al suelo. De su lenguaje corporal era claramente asumible que deseaba que lo siguiera.

 Vivian se levantó y persiguió al gato cuando éste salto por la ventana y se dirigió a lo profundo del bosque. Una vez allí llegaron hasta el extenso lago que reflejaba las estrellas del firmamento como un segundo cielo. De entre las aguas emergió un inmenso dragón pero Vivian no le tuvo miedo… conocía bien aquel espíritu ancestral que había sido un benévolo dios para su pueblo por muchas generaciones, mucho antes de que el primer invasor romano pisara tierras de los celtas.

 El dragón marino posó su hipnótica mirada de serpiente en la de ella y esto le provocó una visión remota…

 Vivian observó a su hermana Rianon enfrascada en la batalla. Rianon jamás había sido ni lejanamente tan espiritual como Vivian y ambas se habían separado en sus respectivas vocaciones desde temprana edad. Las dos hermanas que alguna vez habían cabalgado en el carruaje de guerra junto a su madre y observado las sangrientas batallas, y que habían sido criadas por aquel Druida en quien Boudica había depositado la confianza para ello, no siguieron los mismos caminos. Mientras Vivian permaneció con el Druida para continuar su formación mágica, Rianon a los quince años pidió autorización a su padre adoptivo para viajar a Irlanda a entrenarse como guerrera y él se la concedió: “No tiene sentido luchar contra el corazón de Rianon” había explicado. Tras su entrenamiento fue bien recibida en el ejército de los brigantes, una tribu rebelde enfrentada a Roma y liderada por el rey insurgente Venutio.

 Vivian tuvo una visión en donde observó a su hermana, una hermosa guerrera pelirroja de veinte y tantos años con tatuajes en la piel y un cuerpo esbelto, preparada junto a otros feroces combatientes brigantes todos armados con espadas y los rostros pintados, listos para aprestarse a la batalla contra las legiones romanas que marchaban a través de los páramos norteños de Bretaña en un ataque a la inexpugnable Fortaleza de Stanwick, corazón de las fuerzas rebeldes de Venutio. 

 Aunque los celtas tenían catapultas con las cuales lanzaban pesadas piedras contra las legiones romanas y sus arqueros producían una lluvia de mortales flechas hacia el ejército enemigo, los romanos estaban bien equipados y preparados. Sus máquinas de guerra eran más avanzadas, eficientes y resistentes. Lanzaron con sus catapultas árboles encendidos en fuego recién talados que provocaron incendios, enormes pedregones que aplastaron muchas cabañas y mataron con estas acciones bélicas a varias personas. Pero la peor y más temible máquina de guerra era la torre móvil que los romanos acercaron al muro mediante grandes ruedas y por medio de la cual pudieron penetrar a través del muro. Aunque muchos soldados romanos fallecieron ultimados por las espadas de los guerreros bárbaros o insertados en flechas como un alfiletero, pronto las legiones de Roma fueron capaces de tomar la Fortaleza y con ello derrotar a los bárbaros. Observó, ella misma, a su hermana siendo atravesada por la espada de un legionario y desangrándose lentamente en el suelo hasta morir.

 Vivian salió del ensueño y observó al dragón.

 —Debo salvar a mi hermana —le dijo— haré lo que sea.

 El dragón entonces le concedió a Vivian un nuevo don mágico para luego desaparecer dentro de las aguas y el gato atigrado se desvaneció como si estuviera hecho de sombras.

 Cerca de ella estaba el Druida que había observado todo.

 —Ve —le dijo. Vivian se transformó entonces, y por primera vez, en un gato atigrado y corrió a través de los boscosos senderos con la velocidad y la agilidad felinas que le habían dotado.

 Las fatídicas visiones de Vivian aún no se habían materializado. En Brigantia, donde residía Rianon y que era una de las pocas comunidades rebeldes britanas libres de la tiranía romana, los guerreros del Rey Venutio entrenaban, festejaban, bebían y cantaban para celebrar los espacios de esparcimiento entre batallas.

 —¡Rianon! ¡Rianon! —le llamó uno de sus amigos, Brieg, un tipo regordete y robusto, fuerte como una mula, que sostenía una jarra de hidromiel en la mano— ¡Ven a tomar algo con nosotros! Celebremos que hace dos días degollamos a bastantes cerdos romanos en batalla…

 Pero Rianon no se acercó. Sólo miró el cielo estrellado. No era que no apreciara la compañía de sus camaradas y amigos, era solo que no estaba de humor. Nunca estaba de humor, era un personaje taciturno y lóbrego en su comportamiento y siempre lo había sido.

 —Será mejor que dejes a la princesa en paz —le dijo otro guerrero celta a Brieg, éste se llamaba Connor y era un hombre alto, fornido, de tupida barba y melena, con tatuajes en el rostro. Puso su manopla sobre el hombro de Brieg y le dio algunas palmadas mientras dejaban a Rianon sola y se introducían a una enorme choza donde otros comían y bebían a gusto. —¿Sabes quien es verdad?

 —He escuchado rumores pero aún no sé si sean ciertos.

 —Oh sí que lo son, hermano, sí que lo son… Hace diez años su padre, rey de los icenos, murió. Un cliente de Roma. Heredó su reino a su esposa la hermosa Boudica, pero los romanos no admiten mujeres reinas así que le demandaron un pago de impuestos tan alto que ella no pudo pagar. El cobrador de impuestos, un sujeto perverso y corrupto llamado Cato, azotó a Boudica frente a su humillado pueblo mientras sus soldados violaban a las de la reina. Esto provocó la ira de los icenos y otras muchas tribus y el más grande alzamiento britano contra Roma en la historia. Boudica y sus fuerzas devastaron ciudades romanas enteras y por un tiempo parecían imparables hasta que…

 —Sí, lo sé… sobrevino la derrota.

 —Pero ¡ánimo mi amigo! —dijo chocando las jarras— ¡que ésta vez si venceremos!

 —¿Qué te hace estar tan seguro? —dijo otra voz cercana. Provenía de un hombre que no era un guerrero, ni siquiera era celta, pero a pesar de ser un extranjero contribuía con su ingenio a la guerra contra los romanos y era muy querido por los brigantes. Se trataba de Néstor el griego, un tipo delgado y nada atlético cuya toga estaba siempre sucia por el clima británico, tenía el cabello corto y estaba pulcramente afeitado. En aquel momento revisaba sus pergaminos, como era común, ya que era quien diseñaba catapultas, arietes y otros ingenios.

 —¡Los dioses nos bendicen mi amigo griego! —le respondió Connor y se aproximó también a Néstor dándole una palmada en el hombro que casi lo tira al suelo. —Por algo nos enviaron tu intelecto. Pero deberías descansar un poco, hermano. Toma, come algo —dijo poniéndole una enorme pierna de cerdo en las manos.

 Néstor suspiró. Odiaba muchas cosas: la violencia, la incomodidad, la suciedad… y la comida pesada porque le caía mal al estómago. Pero había dejado sus tierras en Grecia y se había unido a estos bárbaros porque creía que su lucha era justa y ellos lo trataban bastante bien. Lo miró sonriendo y dijo:

 —Gracias… —aunque no se comió la pierna. Se sirvió algo de vino griego que había traído consigo (tampoco le gustaba la hidromiel) y brindó junto a sus amigos.

 Lejos de la algarabía general el Rey Venutio de los brigantes consultaba con los druidas de la tribu. Nunca se atrevía a realizar una operación militar o una decisión política importante sin consultarles, además de que habían sido ellos mismos quienes le habían convencido de rebelarse contra Roma y divorciarse de su esposa, la legítima gobernante de Brigantia, Cartimandua, quien era considerada por los druidas una títere romana.

 Había sido una decisión osada, pero los druidas tenían una profunda influencia en la opinión pública y cuando declararon a Cartimandua traidora y adúltera, ella perdió casi todo el respaldo popular. Si quisieran podrían hacerle lo mismo a él, y eso era algo que no deseaba.

 —Los vaticinios de los dioses son claros —le dijo el viejo Archidruida, el más sabio y poderoso de todos— están de tu lado en esta guerra y vencerás a Roma si sigues nuestros consejos.

 En la tienda donde se encontraban una fogata calentaba un caldero burbujeante repleto de aromáticas hierbas medicinales. Los druidas observaron los designios en las entrañas de un pájaro y coincidieron con el Archidruida.

 —Es fácil para ustedes decirlo —les recriminó— soy yo el que pone las vidas de los hombres. Debí haber apoyado a la Reina Boudica cuando ella inició su rebelión…

 —Pero no lo hiciste —le recordó un druida de mirada turbia mientras fumaba su pipa— actuaste cobardemente.

 —Mi esposa me lo impidió y ella era la verdadera reina, no yo…

 —Así que no tuviste las agallas para enfrentar a tu esposa, la ramera de Roma, y unirte en la guerra que valientemente libró Boudica para vengar el honor de sus hijas y liberar a su pueblo… —recordó el mismo druida.

 —Ni tuviste el valor para oponerte —le dijo una druidesa que se sentaba al lado del Archidruida— de oponerle resistencia cuando ella infamemente entregó al caudillo rebelde Carataco a los romanos aún cuando Carataco había pedido asilo y era el deber de ustedes otorgarle la hospitalidad. ¡Traición! ¡Infamia! ¡Deshonor! ¡Tu esposa entregó a un hermano ante los extranjeros romanos! ¡No hay acción más baja!

 —A raíz de eso me enfrenté a ella —reclamó Venutio levantándose— ¡Nunca estuve de acuerdo con ese accionar traicionero! ¿Y ahora? Ella no tiene reino porque yo la derroqué. De no ser porque los romanos la ayudaron a escapar estaría muerta, y ahora deberá conformarse con el exilio eterno siendo la prostituta de algún noble romano. Mientras yo lidero a mi nación contra el yugo del invasor. ¿No cuenta eso?

 Los druidas se vieron unos a otros.

 —Has hecho bien —concedió el Archidruida— pero no nos decepciones, Venutio, que los dioses no perdonan el sacrilegio ni el deshonor.

 —¡Los romanos se acercan! —dijo una druidesa ciega y muy vieja que se sentaba en el fondo y nunca hablaba salvo para expresar alguna visión. Le llamaban Oráculo. —Comandados por un hombre de corazón negro como el hollín… vienen hacia acá para liquidarnos a todos.

 Y era cierto. Las legiones romanas estaban aproximándose y desfilaban en disciplinadas filas alumbradas por antorchas que se veían a lo lejos como gusanos de fuego que serpenteaban por los campos hasta posarse a los pies del Muro de Stanwick por el cual se asomaban los brigantes curiosos entre ellos su rey.

—¡Venutio el traidor! —gritó el general romano Claudio Paladio, un hombre de nariz alargada, calvo y con una mirada siniestra quien, montado sobre su caballo se dirigió hacia los bárbaros con rostro de desprecio— ¡En el nombre del Emperador Vespasiano y del gobernador de Britania Marco Vetio Bolano, les ordeno se rindan! —los celtas empezaron a reírse y le lanzaron b****a y escupitajos desde el muro, aunque estaba demasiado lejos para que le llegaran. Paladio continuó. —Si se rinden seremos clementes y se les perdonará la vida si juran lealtad a Roma. Si no… les espera esto… —y dicho eso hizo gestos para que trajeran a los prisioneros.

 Veinte hombres y mujeres britanos que eran evidentemente gente humilde, simples campesinos y no guerreros ni reyes, fueron puestos de rodillas frente al muro por aguerridos legionarios que extrajeron sus espadas y decapitaron a todos uno a uno. Los celtas estallaron ahora en insultos airados e indignación.

 —Tienen hasta mañana en la mañana para pensar su decisión, sucios bárbaros —les gritó Paladio y cabalgó dándoles la espalda.

 Todo aquello era mirado por Adriano Cástulo Trebano, romano de una familia noble y miembro de la élite de los equites, los caballeros del ejército romano. Ostentaba el rango de legado, similar al de capitán en términos modernos. Para él, el destino de Roma consistía en llevar la luz de la razón y la civilización a los confines del mundo y compartir con ellos su grandeza… no cometer atrocidades y masacres contra gentes inocentes, matando ancianos desarmados o violando niñas como había estado sucediendo todos estos años. Esa decepción que le había emponzoñado el corazón y privado de noches de sueño, comenzaba a desbordarse y se estaba volviendo intolerable.

 —Mi señor —le dijo a Paladio— no creo que estas matanzas sean correctas. Si queremos hacer cesar las hostilidades quizás sea mejor negociar y…

 —¿Negociar con estos bárbaros? —desdeñó Paladio bajando de su caballo e introduciéndose a su tienda. —Apestosos y roñosos seres que son poco más que animales… mañana morirán sea que se rindan o no…

 —¿Quiere decir que les mintió?

 —Por supuesto —dijo encogiéndose de hombros— no pienso negociar con estos salvajes.

 —Pero, mi señor, tu palabra es la palabra de Roma… el honor…

 —¡Suficiente! —clamó ya notoriamente molesto— silencie sus réplicas, Adriano, o consideraré sospechosa su simpatía por estos bárbaros y ordenaré que lo crucifiquen por traición.

 Lo que ni Paladio ni Adriano sabían era que una curiosa gata deambulaba sigilosamente por entre el campamento. Era de noche y la niebla, fenómeno común en el húmedo clima británico, cubría con su velo blanco el espacio. La gata retomó su forma humana convirtiéndose nuevamente en la joven bruja de veinte años llamada Vivian. Aferró un cuchillo olvidado por ahí y con mirada pícara y cuidándose de no ser vista, Vivian saboteó las máquinas de guerra de los romanos aflojando nudos, cortando las cuerdas que sostenían juntos los artefactos y realizando distintos vandalismos. Luego hizo algo similar con algunas de sus armas en el arsenal y tomó ciertas hierbas y hongos que crecían en el suelo y que ella conocía bien y sabía cuales eran sus propiedades, y con ellas contaminó el agua y la comida.

 —¿Quién eres? —preguntó la voz de un romano. Vivian estaba de cuclillas observando dentro de las barracas a través de un agujero en una tabla para hacerse de una idea del número de legionarios. Quien le habló fue Adriano, a quien Vivian no conocía. El romano desenfundó inmediatamente su espada. —¡Quieta ahí, espía!

 Pero Vivian no tenía intenciones de ser tomada prisionera y frente a los ojos atónitos del legado se transformó en un gato y escapó hacia el bosque.

 Adriano quedó pasmado. Se frotó los ojos pensando que había estado trabajando en exceso y no informó nada por miedo a ser ridiculizado. Había escuchado hablar de las brujas pero nunca había visto una…

La mañana llegó y con ella los vientos de guerra. Ambos bandos se preparaban para la batalla y los soldados sabían que esa podría ser la última mañana que verían.

 Una vez colocados en sus consabidas posiciones de gran efectividad militar, los legionarios prepararon sus catapultas. Paladio se colocó frente a los ingenieros girando órdenes para que prepararan la carga y finalmente dio la orden de disparar los proyectiles.

 Las catapultas estaban situadas de frente a la muralla y cargadas con pesadas piedras y troncos incendiados. Los ingenieros accionaron las palancas que hacían funcionar el mecanismo de impulso pero los sabotajes de Vivian cambiaron las cosas y diferentes cabos sueltos o pernos aflojados se soltaron aquí y allá haciendo que las catapultas se desarmaran antes de disparar y sus cargas cayeran caóticamente destrozando las estructuras u obligando a los soldados que estaban cerca a escapar despavoridos.

 Paladio maldijo y ordenó a los arqueros a disparar sus flechas por encima de la muralla para matar a la mayoría de bárbaros posibles, aún sabiendo que del otro lado había civiles. No obstante todos los arcos estaban inservibles… alguien había cortado las cuerdas.

 Por si fuera poco una epidemia se había difundido entre las tropas tras beber el agua y desayunar esa mañana empezaron a vomitar y ha ser presa de una fiebre terrible por lo que mucho no podían ni siquiera levantarse, mucho menos pelear.

 Finalmente Paladio ordenó usar la torre móvil y un grupo de fieles soldados movió el armatoste empujando la estructura y haciendo girar sus enormes ruedas hasta colocarla al lado del muro, a pesar de la lluvia de flechas con que los bárbaros trataban de impedirlo. Una vez colocada junto al muro los legionarios subieron por las escaleras de la estructura listos para ingresar a la fortaleza… pero en cuanto un buen número de hombres llegaron a la cima el peso fue demasiado, la estructura empezó a rechinar y finalmente colapsó sobre si misma con todo y los soldados que estaban sobre ella, la mayoría de los cuales murió entre los escombros.

 —¿Vieron eso? —preguntó Venutio a sus guerreros— ¡los dioses están con nosotros! —y todos celebraron y vitorearon. —¡Ahora a defender la fortaleza! —ordenó y una puerta se abrió en la estructuras apenas el tiempo suficiente para que los guerreros bárbaros emergieran de ella en una horda furiosa al ataque contra Roma. Al mismo tiempo que desde el interior de la edificación el sabio Néstor preparaba las catapultas que poseían los celtas y tras elaborados cálculos matemáticos las apuntaba justo en el punto correcto. Ordenaba que las accionaran y sus enormes rocas aplastaban a muchos legionarios.

 Pero si bien la ayuda del ingenio de Néstor era invaluable, eran los guerreros como Rianon, Brieg y Connor quienes llevaban la parte más dura de la guerra confrontando cuerpo a cuerpo a los bien entrenados y disciplinados legionarios. La horda de miles de bárbaros contra las fuerzas romanas de unos pocos cientos pronto convirtió el campo de batalla en una carnicería. Aunque los bárbaros tenían ventaja numérica, los romanos estaban mejor entrenados y equipados.

 Vivian observó todo desde la copa de un árbol. Había hecho lo que podía y le había dado ventaja a su pueblo, ahora dependía de ellos.

 Rianon era una guerrera experta y temible, había heredado la destreza en batalla de su madre. En poco tiempo se abrió campo entre las filas romanas y tuvo a varios enemigos muertos a sus pies. Observó hacia donde estaba el cruel general Paladio. Como todos los equites luchaba montando a caballo y diezmaba bárbaros con desdén. Rianon decidió darle muerte y corrió hacia él matando romanos en el camino. Saltó de frente hacia donde estaba Paladio como si volara y estaba por hundirle la espada en el pecho, pero Paladio se cubrió con su escudo y el arma se quebró. Ambos cayeron sobre el pasto. Paladio se levantó de inmediato y encaró a su enemiga que yacía sobre el piso lodoso sin forma de defenderse y le puso la espada en el cuello mientras ella lo miraba con ira.

 Cerca de él estaba Adriano que había sido testigo de la valiente embestida de la bárbara.

 En aquel momento parecían estar en un círculo, rodeados por bárbaros y romanos que se mataban unos a otros, mientras ellos mismos se encaraban con veneno en la mirada.

 —No te voy a matar, sucia bárbara —le anunció Paladio— te voy a mantener viva para el placer de las tropas…

 Pero tan indigno plan no se concretaría. Rianon vio la sorpresa dibujada en el rostro de Paladio y el filo de una espada que brotaba de su pecho para luego ser extraída rápidamente por la misma espalda por donde entró. Paladio se desplomó sobre el piso, asesinado a traición por Adriano.

 —Todavía habemos romanos que valoramos el honor —le dijo con una leve reverencia, enfundó su espada y se alejó de Rianon reanudando la batalla, esperando que nadie lo hubiera visto. Rianon se levantó y escapó.

 Ahora era Adriano quien estaba al mando de la legión y llamó a la retirada haciendo sonar las trompetas que avisaban tal efecto. Los legionarios se retiraron y los bárbaros celebraron, si bien sus pérdidas habían sido considerables y mayores que las romanas, al menos Stanwick seguía resistiendo.

 Esa noche cremaron a los muertos en ceremonias fúnebres presididas por los druidas y luego celebraron bebiendo mucha hidromiel hasta emborracharse… todos menos Rianon.

 Rianon seguía viendo las estrellas en silencio mientras sus amigos cantaban canciones con acento alcoholizado, incluso Néstor estaba ya borracho.

 —Sería bueno que celebraras de vez en cuando, hermana mía —le dijo Vivian apareciendo sorpresivamente a su lado. Rianon se alegró mucho de verla y abrazó a su hermana de inmediato. No se habían visto en muchos años.

 —Ahora sí tengo por qué celebrar —le dijo y la llevó donde sus amigos para presentarla a todos. No sospechaban que aquella joven bruja había jugado un rol preponderante en su reciente victoria sobre los romanos.

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