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Miré de nuevo al policía, mientras salía del auto. Su pelo marrón y sus gruesos labios eran hipnotizantes. 

M****a, era lindo. Ojalá lo hubiera conocido en otra situación...

Se detuvo al costado de la puerta y la abrió para que Cindy y yo podamos bajar. 

Ingresamos a la comisaría y otro policía, con cabello de color rubio, se acercó a mí. 

-Sígueme- dijo seco, y me guió por un pasillo. 

Ví por el rabillo de mi ojo, que Cindy se iba con el policía guapo, por otro pasillo. 

Qué afortunada, pensé. 

El hombre se detuvo frente a una puerta, la abrió y se hizo a un lado para que entrara. 

Observé el sitio con atención: era una habitación con paredes de color verde oscuras, y del otro lado, tenía una ventana polarizada. 

Sabía que detrás de ésta, había otros agentes escuchándome, lo había visto en miles de películas. 

-Siéntate- ordenó.

Caminé lentamente, mirando hacia todos lados. Me costaba creer que estuviera acá realmente. 

Me senté con torpeza, por mis manos esposadas sobre mi espalda, y el policía se fue, dejándome sola. 

Esperé durante unos minutos que se hicieron eternos. El silencio era cada vez más insoportable.

¿Vendrían a interrogarme? 

Tenía miedo, pero debía mantenerme fuerte, se lo había prometido. 

De repente, la puerta se abrió y alcé mi vista. Me sorprendí al ver quien había entrado a la habitación. 

La respiración se me cortó de nuevo e intenté, en vano, calmarme. 

El policía guapo, que me había detenido en el bar, avanzó con seguridad por el cuarto. En silencio, se sentó frente a mí. 

Tomó la lapicera que estaba sobre la mesa y comenzó a escribir sobre una planilla, sin mirarme.

M****a, mantenerme fuerte iba a ser difícil.

-¿Nombre?- su voz gruesa me estremeció. Seguía sin mirarme. Lucía muy concentrado. 

-Olivia Johnson- respondí.

-¿Edad?-

-21-

Levantó su vista hacia mí. Supongo que le había sorprendido saber que era tan joven. 

No me juzgues, por favor. Pensé. 

-¿Que hacías en el bar?- volvió a dirigir su vista al papel, mientras escribía.

-Trabajaba...- murmuré obvia.

-¿Hace cuánto trabajas allí?- alzó su gruesa ceja izquierda.

Me quedé en silencio y bajé la vista, pensando si debía mentir o no. 

No quería tener problemas con el jefe del club, por haberme contratado siendo menor de edad, a los 20 años. 

Todos en ese lugar eran personas peligrosas, que no dudaban en lastimarte si las jodías.

-No te servirá de nada que mientas- continuó él con naturalidad - Sólo te dará más años encerrada en prisión- dijo firme.

-¿Encerrada en prisión? ¿Pero por qué? ¡No hice nada!- respondí desesperada. 

-Está bajo sospecha por ser cómplice de los jefes del club. Tienen un largo historial de delitos-

-¿Cómplice?- repetí anonadada. -Le juro que soy inocente, no tengo nada que ver con sus negocios turbios- 

-No me lo tiene que jurar a mí. Lo hablará con el juez- 

Carajo, ¿Por qué tenía que ser tan rudo conmigo?

-Dígame desde hace cuanto trabaja allí, señorita- continuó con fastidio.

Tragué grueso y alcé mis ojos hacia los suyos. Su mirada era impenetrable.

-Desde hace un año-

Levantó ambas cejas y bajé mi rostro. 

Si, trabajé allí siendo menor, querido policía. 

Una sonrisa se me escapó, mientras pensaba, qué estúpida podía ser la gente cuando juzgaba.

-¿Qué le causa tanta risa señorita Johnson?- frunció el ceño molesto.

-Es gracioso ver cómo las personas juzgan la situaciones, sin conocer las razones- respondí firme mirándolo a la cara, por fin dejando de sentirme intimidada por él. 

Sus ojos se cerraron un poco y mostró una media sonrisa, casi desafiándome.

-¿Ah si? Cuénteme las razones que la llevan a bailar en un sitio así...- se burló.

-Son privadas- respondí seria.

Estaba loco si pensaba que de esa forma, iba a sacarme más información.

-Bueno... Entonces, vaya acostumbrándose a este sitio- decretó y comenzó a ponerse de pie.

M****a, con él no se jugaba, era implacable. Comenzaba a odiarlo.

-Espere- dije y él se volvió hacia mí, con soberbia. 

La verdad era que cada segundo que pasaba, me sentía más enojada con él. Era de esas personas que creían saberlo todo en la vida. 

Seguro su vida era perfecta, haciendo todo bien y encargándose de aquellos que hacían todo mal. 

Dios, no quería tener que darle explicaciones a alguien tan ególatra como él.

Pero si quería irme de este maldito lugar, y no volver a verlo nunca más, tendría que responder a todas sus preguntas. 

Aunque eso, implicara humillarme. 

Suspiré y, por fin, hablé. 

-Voy a decirle mis razones.- 

El policía se acercó con un andar tranquilo, llevando sus manos dentro de los bolsillos.  

En silencio se sentó sin despegar su mirada de la mía. 

Bien, aquí vamos.

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