Capítulo 4

-¡Aquí estás! Te estaba buscando- Marta se acercaba a paso acelerado hacia mí. 

-Yo también a usted...-

-¿Dónde estabas?- frunció el ceño.

-El señor Andrew me ordenó que limpiara algo en su despacho- respondí. 

-¿En su despacho?- repitió con sorpresa.

-Si...- murmuré confundida. 

¿Por qué le llamaba la atención?

-Ah, bueno... Ten, este es tu uniforme. Fui a buscar uno de tu talle, por eso tardé-

-Muchas gracias, Marta-sonreí mientras tomaba la prenda que ella extendía hacia mí.  -Voy a cambiarme-

Volví al cuarto y me coloqué el uniforme. 

No era como el de las películas que solía ver, donde las mujeres usaban una pequeña falda y el traje les quedaba sexy. 

Era todo lo opuesto. Serio y aburrido. Como todo en esta casa. 

El color era negro, y las prendas eran un pantalón y una remera negra mangas cortas.

Si. Sólo eso.

Apuesto a que desde lejos parecía tener diez años más. 

Por fortuna, era cómodo. Se ajustaba bastante a mi cuerpo pero a la vez era suelto. 

Suspiré sintiéndome la mujer menos atractiva del mundo. 

Aunque en realidad, no debería preocuparme. Aquí no iba a conquistar a nadie. 

Y, a pesar de que Andrew era por demás atractivo, jamás se iba a fijar en una "joven" como yo y menos de mi clase. 

De todos modos lo agradecía. Nunca podría estar con alguien como él.

Me gustaba sonreír y que la gente lo hiciera. 

Me gustaban los colores, y no el negro.

Me gustaban los ambientes luminosos y con música de fondo.

Y aquí, no había nada de eso.

Volví a la cocina un poco cabizbaja y esperé las órdenes de Marta. 

-Te queda muy bien- sonrió con dulzura.

-No hace falta que me mientas- reí -Parece que voy a un velorio-

Ella se echó a reír. 

- ¡Qué cosas dices! Eres hermosa, Agatha. - su mirada maternal se posó en mí -Ven, te enseñaré por donde debes comenzar- 

El resto del día estuve limpiando los salones de la planta baja, lustrando la vajilla de plata y ayudando a Marta en la cocina. 

La casa era grande y todo debía estar perfecto, así que se trabajaba mucho.

Respecto al jefe, no salió en todo el día de su oficina. 

Entendía que había que trabajar mucho para tener todo esto. Pero no parecía darse tiempo para descansar.

Finalmente, la hora de la cena llegó. 

Me encontraba tarareando una melodía, mientras guardaba los productos de limpieza, cuando Marta se acercó a mí. 

-Agatha, necesito que hagas algo por mi- 

La miré con intriga.

-Claro, ¿Qué cosa?- 

-Necesito que le lleves esta bandeja al señor Andrew, ahora mismo - habló de prisa - Él va a cenar en su despacho hoy, y yo debo terminar de preparar nuestra comida- 

Me mordí la parte interna de las mejillas. 

Había estado tan tranquila hoy sin su presencia... Ahora tendría que encontrarme con sus órdenes y su mirada arrogante de nuevo.

-No hay problema- fingí una sonrisa. 

Tomé la bandeja que estaba apoyada en la mesada y comencé a caminar hasta la oficina. 

En cada uno de los pasos que daba, no levantaba mi vista del plato de la sopa, ni un momento. 

Si se caía alguna gota de ésta, estaba despedida. No tenía dudas. 

Me acerqué a la puerta y, haciendo equilibrio, la golpeé dos veces.

-Pasa Marta- habló el jefe. 

Bajé la manija y entré con lentitud. 

-Soy Agatha, Señor. Marta me pidió que le trajera su cena, porque estaba muy ocupada en la cocina- expliqué mientras me adentraba. 

Alcé la vista y lo observé.

Joder, como podía ser tan lindo.

Y a la vez ser tan frío.

Estaba sentado mirándome, pero no podía siquiera imaginar lo que pensaba. Así era él, no dejaba salir a la luz ni una sola de sus emociones. Y eso me inquietaba.

Sus ojos se habían desviado por un momento hacia mi cuerpo, observando el uniforme que llevaba. Pero rápidamente, volvió a mi rostro.

Noté que en cada una de sus manos tenía dos papeles distintos. 

-De acuerdo, puedes dejarla aquí- respondió mientras corría las cosas de su escritorio hacia un costado. 

Con cuidado, apoyé la bandeja. Lo único que me faltaba era tirarle la comida sobre su caro traje. 

Cuando lo hice, suspiré aliviada mentalmente y giré para salir de aquel lugar.

Había una energía muy extraña... Y aunque mi cuerpo quería quedarse, mi mente gritaba que saliera corriendo. 

Algo en el jefe me hacía sentir inquieta.

-Señorita, espere.- oí su voz firme antes de que pudiera atravesar la puerta. 

Cerré los ojos. 

Maldición. 

¿Ahora qué?

Repasé en mi mente los posibles errores que podría haber cometido: limpiar mal, tardar en traer su cena, volcar la sopa...

No, no creía haber hecho nada de eso. 

Entonces, ¿Qué quería?

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